El galán y la dama

Cierto galán a quien París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,

celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

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El gato, el lagarto y el grillo

Ello es que hay animales muy científicos
en curarse con varios específicos
y en conservar su construcción orgánica,
como hábiles que son en la botánica,
pues conocen las hierbas diuréticas,
catárticas, narcóticas, eméticas,
febrífugas, estípticas, prolíficas,
cefálicas también y sudoríficas.

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El ricote erudito

LXVI

Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era
más necio que rico),
cuya casa magnífica adornaban
muebles exquisitos.

«¡Lástima que en vivienda tan preciosa»
le dijo un amigo,
«falte una librería!, bello adorno,
útil y preciso.»

«Cierto», responde el otro.

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Los dos conejos

Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.

De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente
amigo, ¿qué es esto?».

«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego…;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».

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Ruego del navegante

Qué otro ruego ferviente
Sino el de contar siempre con la espera segura
De un lugar animoso de descarga y de tregua
No un bastión no un refugio
No otro domicilio
Que el designado en pleno aire mudable
Por el amor de la mirada
Tibio lugar de espera no porque nadie llame
No porque clame la impaciencia
Lugar de espera porque en él entramos
Con el rostro de paz del esperado
Como el barco acogido
Sin proclama en el puerto atareado
y contra un firme espacio
Atracando en el tiempo en movimiento
En una hora de escala
Hecha suelo de lentos desmbarcos
Y fondeadero azul de la memoria
Entre los pocos hace mucho acostumbrados
A conocer de lejos nuestras velas
Y a ver mecerse nuestro casco ocioso
En la pereza de esos muelles
Y sino el de volver a veces
A ese revuelco límpido de afanosa camada
Trayendo de muy lejos hasta su centro mismo
Alguna pura lumbre en la mirada
Que allá en su soledad
Ha sotendio a solas la de las sirenas.

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Barcos

Barcos como olas, como alas.
Barcos que buscan barcos
como labios, como besos.
Barcos que regresan
como infancias, como ayeres
como pinceles de nuevo color
sobre el pasado.
Barcos que zarpan y que se alejan,
que derriten en los ojos
su distancia.

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Barcos de tiempo

Pasan los días como barcos de tiempo. Dejan en su tránsito lento
la estela mortal de horas que se alejan.
Lo que habita bajo la piel del mar
cabe en un hombre:
tesoros,
naufragios.
En mi interior de redes guardo restos
de esas pequeñas cosas.

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Ciegos

Nos volvemos ciegos
el día que no nace para nosotros
y en la oscuridad de ese incierto amanecer
la sed y el agua serán
la misma cosa.

Habrán de saberse por un igual
la pasión y la agonía,
la huella y el pie que traza rutas en cada paso,
se perderán también
tu blusa y mis manos, mi boca y tu risa.

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De regreso

Como barcos anclados en un mar cerezo
duermen sobre mi mesilla
versos de Cavafis, Borges, Pavese.

En las costas de Fisterra, al anochecer,
las madres de los marineros encienden infinitas velas
para que iluminen con su luz
la travesía de los barcos
que se desvanecen sin memoria
en el horizonte.

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Distancia

Podría ser esta ciudad,
todos los edificios muestran
el mismo rostro de abandono
bajo la lluvia.

Podría ser Buenos Aires o París o Roma.
Podría ser Madrid
o Valencia bajo un aguacero.

O podrían ser tus ojos
mientras me observas,
la luz de la mañana
al reírte,
el contacto casual de tus manos
bajo las sábanas.

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El gran sol

Zarparon un día hacia el gran sol. En el muelle
las mujeres encendieron una enorme luminaria
con cajas de pescado y cartones
para despedir a los marineros
con un poco de luz que llevarse a los ojos.
Partículas de ceniza se elevaban como gaviotas
y luego se dejaban caer sobre nuestras ropas humedecidas.

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El mar menor

El ferry zarpó rumbo a la Perdiguera.
Un grupo de niños jugaba en cubierta
a lanzarse un flotador sin mucho acierto.
Terminaba el verano. Éramos, sin saberlo,
el último grupo de turistas.
El mar menor brillaba como un desierto de plata
frente a las terrazas vacías, desencajadas
como trajes que visten esqueletos.

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El sudor de otro

Con la incertidumbre contenida
en las manos
guardo en mi maleta
camisas de invierno, un par de vaqueros desgastados,
ropa interior, un cepillo, algo de mi miedo
a las distancias.
Una ciudad sin memoria
se dilatará ante mí, desconocida,
como un paisaje que nos abre caminos
que no evocan ni el beso ni el mar ni la caricia.

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En sus alas

Dibujan en el aire un lenguaje que desconozco.
Gaviotas de plumaje gris y blanco
sobrevuelan nuestros cuerpos sin sabernos.
Invaden el cielo de palabras nacidas en una latitud lejana,
como memoria azul que recorre la marea
en busca de una playa.

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Espejo

Frágil como un pequeño espejo,
el tiempo resbala por nuestras manos
con la inocencia de lo que no perdura
y estalla contra el suelo
y se hace memoria.

Una pareja sale del hospital
y se abraza. No hay amor
en sus rostros.

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Fantasmas

Hoy he dejado abierta la nostalgia
a los fantasmas,
mis seres más queridos,
por si en mitad de la noche
deciden regresar
a enturbiar mis recuerdos,
o a desvelarme el sueño
con preguntas que ya no sé responder,
que ya no importan.

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Ferrol

Palpita el astillero frente al puente de las Pías.
Llueve.
Ferrol bosteza su última tormenta
y pone al aire húmedo de la ría
su vestimenta gris, su negra sombra.
Cuando era joven, mi padre trabajaba en el astillero.
Recorría veinte kilómetros con los pies descalzos.

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Fotografías

Nos reunimos para ver fotografías de ayer,
instantes que la ciencia
perdonó el olvido o el destierro.
Nos reímos del peinado que lucíamos entonces, de la excesiva
formalidad de nuestros gestos.
El tiempo se ha posado con rigidez
sobre nosotros.

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Galicia

Anhelo el paisaje de mi infancia,
el aire ahogado en humedad,
el salitre,
los días de lluvia en que nunca amanece,
el óxido del astillero,
la morriña anclada en los puertos
como olas esperando mareas
y esa voz huérfana y lejana
que recuerda que el mar
siempre es distancia.

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Geografía

No necesito bellas sirenas
deslumbrantes y desnudas
que conduzcan con sus cantos de espuma
mi débil embarcación
hacia las rocas:
yo solo me basto
para fracasar en el intento.

Navego con un trozo de mar
bajo los brazos, con una llave de salitre
que abre mi infancia
y me roba el sueño,
recojo con celo los pedazos
de geografía muda
que a modo de piel
he ido perdiendo con los años,
y giro hasta esa coordenada como un remolino enrabietado,
como un niño atolondrado
que no sabe de derrotas,
o como un globo terráqueo
en una clase de ciencias
que rueda sin control mesa abajo
y llena el suelo de países y de espuma,
de espanto y carcajadas.

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Habanera

Vestía traje de lino pajizo, panamá ladeado.
Recuerdo que en su mano derecha
lucía un bastón con empuñadura de plata.
Cada verano, los vecinos aguardábamos su llegada
como aguardan las velas
el viento que inventa latitudes.
Paco el cubano, le llamaban.

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Historia

Él le cuenta falsas historias,
viajes que nunca sucedieron,
y le susurra al oído
cuánto la quiere,
mientras ella juega con sus anillos
tímida y nerviosa.

Ella mira apasionadamente
su boca carnosa,
y se deja seducir
por el cálido movimiento
que producen sus labios al moverse.

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Infancia

De mi infancia, sin embargo,
no albergo memoria alguna,
de tal modo que jamás
fui niño.
La vida tiene, al fin,
este modo perverso
de vengarse de nosotros.
Para reponer el hueco
de ese órgano sin vida
construí un niño semejante a mí,
con mis ojos y mis miedos,
un niño de papel
teñido de recuerdos
que otros me han contado.

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Juventud

Esta blanca noche de verano
se desvanece lentamente hacia la nada;
se desvanece y ya
no volverá a ser nunca.

Apenas el recuerdo podrá
derribar una puerta,
esculpir un espejo de sombras
sobre el que dibujar
-equivocadamente-
tu rostro y tus manos,
el acantilado aquel
donde nos hicimos mar,
el preciso instante en que,
jóvenes y nerviosos,
nos supimos,
pero no retornará con él
el aroma cálido de tu piel,
la quietud de tus huellas
sobre mis huellas,
el vértigo húmedo de tus labios sobre mi boca.

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