Esta felicidad fugitiva,
esto que se me va de las manos,
esto que me devora los días
esto que se llama boca, ojos, pecho, piernas amadas,
corazón alígero, mente como la brisa del amanecer,
pretendo loca y tercamente
fijar de modo
que a tientas en la noche, si despierto,
lo encuentre vivo, intacto, invariable.
Poemas españoles
Hunde la rama del sauce
en la alberca su fatiga;
levanta el ciprés su lanza
infatigable a los cielos.
Con el sauce, vivo.
Con el ciprés, sueño.
Lánguida rama de sauce
me cuelga entenebrecida.
Lanza de ciprés emerge
de mi piel hasta el misterio
Con el sauce, vivo.
Yo detesto las rosas;
una rosa me encanta.
Yo detesto los árboles;
pero un álamo, un chopo,
un níspero, un olivo
son como gente mía.
Yo detesto las piedras,
pero el agua-marina,
la esmeralda, el topacio
y el profundo zafiro
son almas misteriosas
que agrada sondear.
Sangrienta perdición, yugo trano,
Guerra cruel, origen y osadía
De la injusta primera tiranía,
Que puso cetro en poderosa mano.
Bárbara ley, tan murmurada en vano,
Ayudar del morir a la porfía,
Como si no costara solo el día
Como si no costara el ser humano.
¡Hola!
Saca esa ropa, Escobarrillo.
¡espinosa, qué noche y qué calor!
Parece
que se ha soltado el mismo Purgatorio.
¡Cual es el Getafe!
¡Es una perla!
De aquí fue natural la primera chinche,
patria de pulgas y solar de moscas,
de sólo verte estoy, a fe de hidalgo,
asado en tejas y en adobes frito.
Conozco un pueblo –no lo olvidaré–
que tiene un cementerio demasiado grande.
Hay en mi tierra un pueblo sin ventura
porque el cementerio es demasiado grande.
Sólo hay cuarenta almas en el pueblo.
No sé para qué tanto cementerio.
Cierto año la gente empezó a irse
y en muchas casas no quedaba nadie.
Detrás de la oscuridad están los rostros que me han abandonado.
Yo ví su piel trabajada por relámpagos. Ahora
ya sólo veo, en el instante amarillo,
el resplandor de sus lejanos párpados.
1
El vigilante fue herido por su madre;
describió con sus manos la forma de la tris-
teza y acarició cabellos que ya no amaba.
Todas las causas se aniquilaban en sus ojos.
2
En la ebriedad le rodeaban mujeres, som-
bra, policía, viento.
I
Yo invoco la cabeza
más sagrada que exista
debajo de la nieve.
Mi corazón azul
canta purificado por el silencio.
II
Vándalo de pureza,
hostígame. Si hablas,
yo bajaré mis labios
hasta el agua salvaje.
La luz hierve debajo de mis párpados.
De un ruiseñor absorto en la ceniza, de sus negras entrañas musicales, surge una tempestad. Desciende el llanto a las antiguas celdas, advierto látigos vivientes
y la mirada inmóvil de las bestias, su aguja fría en mi corazón.
La memoria es mortal. Algunas tardes, Billie Holliday pone su rosa enferma en mis oídos.
Algunas tardes me sorprendo
lejos de mí, llorando.
Miro mi desnudez. Contemplo
la aparición de las heridas blancas.
Envuelto en sábanas mortales,
bebo en las aguas femeninas
la dulzura y la sombra.
I
Si pudiera tener su nacimiento
en los ojos la música, sería
en los tuyos. El tiempo sonaría
a tensa oscuridad, a mundo lento.
Mezclas la luz en el cristal sediento
a intensidad y amor y sombra fría.
Propongo mi cabeza atormentada
por la sed y la tumba. Yo quería
despedir un sonido de alegría;
quizá sueno a materia desollada.
Me justifico en el dolor. No hay nada;
yo no encuentro en mis huesos cobardía.
En mi canto se invierte la agonía;
es un caso de luz incorporada.
Ví lavandas sumergidas en un cuenco de llanto y la visión ardió en mí.
Más allá de la lluvia ví serpientes enfermas -bellas en sus úlceras transparentes-, frutos amenazados por espinas y sombras, hierbas excitadas por el rocío. Ví un ruiseñor agonizante y su garganta llena de luz.
Vienen con lámparas, conducen
serpientes ciegas a
las arenas albarizas.
Hay un incendio de campanas. Se
oye gemir el acero
en la ciudad rodeada de llanto.
Bajo qué ramas, di, bajo qué ramas
de verde olvido y corazón morado
la roja danza muerde tus talones
y te estrechan amantes amarillos.
Desde qué repentina lontananza
giras, me nombras, saltas entre el aire,
mientras yo permanezco absorto en sueños
aún dormida creyéndote en mi alcoba.
El arma que te di pronto la usaste
para herirme a traición y sangre fría.
Hoy te reclamo el arma, otra vez mía,
y el corazón en el que la clavaste.
Si en tu poder y fuerza confiaste,
de ahora en adelante desconfía:
era mi amor el que te permitía
triunfar en la batalla en que triunfaste.
Hay tardes en que todo
huele a enebro quemado
y a tierra prometida.
Tardes en que está cerca el mar y se oye
la voz que dice: «Ven».
Pero algo nos retiene todavía
junto a los otros: el amor, el verbo
transitivo, con su pequeña garra
de lobezno o su esperanza apenas.
Es hora ya de levantar el vuelo,
corazón, dócil ave migratoria.
Se ha terminado tu presente historia,
y otra escribe sus trazos por el cielo.
No hay tiempo de sentir el desconsuelo;
sigue la vida, urgente y transitoria.
Muda la meta de tu trayectoria,
y rasga del mañana el hondo velo.
Me sorprendió el verano traicionero
lejos de ti, lejos de mí muriendo.
Junio, julio y agosto, no os entiendo.
No sé por qué reís mientras me muero.
Vengan nieve y granizo, venga enero,
vengan escarchas ya, vayan viniendo.
Troncos que fueron nidos ahora enciendo
y no consigo la calor que quiero.
No por amor, no por tristeza,
no por lo nueva soledad:
porque he olvidado ya tus ojos
hoy tengo ganas de llorar.
Se va la vida deshaciendo
y renaciendo sin cesar:
la ola del mar que nos salpica
no sabemos si viene o va.
Por saber tuyo el vaso en que bebías,
una tarde de junio lo rompiste.
Bebió la tierra el agua, limpia y triste,
y ahora tienes la sed que no tenías.
Quizá otra vez vendrán tus buenos días
y bebas sin mirar, como bebiste.
Quizá el amor es simplemente esto:
entregar una mano a otras dos manos,
olfatear una dorada nuca
y sentir que otro cuerpo nos responde en silencio.
El grito y el dolor se pierden, dejan
sólo las huellas de sus negros rebaños,
y nada más nos queda este presente eterno
de renovarse entre unos brazos
Maquina la frente tortuosos caminos
y el corazón con frecuencia se confunde,
mientras las manos, en su sencillo oficio,
torpes y humildes siempre aciertan.
Si todo acabó ya, si había sonado
la queda y su reposo indiferente,
¿qué hogueras se conjuran de repente
para encenderme el pozo del pasado?
¿Qué es esta joven sed? ¿Qué extraviado
furor de savia crece en la simiente?
Si ya no vienes, ¿ para qué te aguardo?
Y si te aguardo, di por qué no vienes,
verde y lozana zarza que mantienes
sin consumirte el fuego donde ardo.
Cuánto tardas, amor, y cuánto tardo
en rescindir los extinguidos bienes.
Tú me abandonarás en primavera,
cuando sangre la dicha en los granados
y el secadero, de ojos asombrados,
presienta la cosecha venidera.
Creerá el olivo de la carretera
ya en su rama los frutos verdeados.
Verterá por maizales y sembrados
el milagro su alegre revolera.
Cuando en octubre amor por la semilla
conspira con abril de la mirada
me subyugó una rosa equivocada:
si verde corazón, tez amarilla.
De una la noche en otra maravilla
-cera ya agraz, ya pluma alabeada-
regresó el alba, limpia y afilada,
rasgándome de pura la mejilla.
Tengo la boca amarga y no he mordido;
el alma, atroz, y la canción, tronchada.
No sé qué fuerza traigo en la mirada,
ni qué traigo en mi cuello, de vencido.
No sé ni cómo ni por qué he venido.
Tu amor, ayer tan firme, es tan ajeno,
tan ajenas tu boca y tu cintura,
que me parece poca la amargura
de que hoy mi alrededor contemplo lleno.
El mal que hiciste lo tomé por bueno;
por agasajo tu desgarradura:
ni yo abro el pecho a herida que no dura
ni con vinos de olvido me sereno.
Viene y se va, caliente de oleaje,
arrastrando su gracia por mi arena.
Viene y se va, dejándome la pena
que, por no venir solo, aquí me traje.
Viene y se va. Para tan breve viaje
talé el jazmín, segué la yerbabuena.
Voy a hacerte feliz. Sufrirás tanto
que le pondrás mi nombre a la tristeza.
Mal contrastada, en tu balanza empieza
la caricia a valer menos que el llanto.
Cuánto me vas a enriquecer y cuánto
te vas a avergonzar de tu pobreza,
cuando aprendas -a solas- qué belleza
tiene la cara amarga del encanto.
Ya nunca más diré: «Todo termina»,
sino: «Sonríe, alma, y comencemos.»
En nuevas manos pongo nuevos remos
y nuevas torres se alzan de la ruina.
Otra alegre mañana determina
el corazón del mundo y sus extremos.
Juntos, alma, tú y yo inauguraremos
este otro amor y su preciosa espina.
Superficie partida, invisibles triángulos
dispuestos para su entrada en el ojo. Lástima
que debajo del triángulo principal
que forman los pezones y el ombligo,
centro mismo de un esplendoroso campo de carne, se oculte
la selva de su pubis, el sexo imaginado, su olor y su pelo revuelto
y satisfecho ahora, en el descanso.
Os miro y os veo desnudas
en el rectángulo de la humedad,
acariciando el aire vuestros cuerpos
bajo esos objetos difusos
que os protegen del sol.
Sombras verdes, agujas de hierba
que hacen cosquillas al alzar los brazos.
Desde la sombra,
y en la noche
[pero al final te acostumbras a todo]
todo es diferente. Me pregunto
si alguien me oye.
¿Me oís vosotros?
¿Estáis ahí?
[No soy mas que una voz, una sombra].
Si no me oís no soy nada.
El bosque que se acerca
es un bosque sin lluvia
y es un bosque de viento,
frío y muerto.
Su arena seca
nos encierra en el olvido.
Bosque de mugre y de tristeza.
Cada vez que lloramos
humedecemos la tierra.
Viento furioso, mano quieta,
manantial de agua clara.
Duele aún la presencia tangible
del amigo muerto.
Es un temblor,
un desajuste.
Alivia la conciencia
saber que no existe
olvido.
Se puede oler la humedad en la piel,
el agua salpicada en las baldosas frías;
percibo incluso la temperatura
que te permite estar desnuda
delante del espejo con puertas, la ventana
que se abre ante tu rostro satisfecho, jadeante
todavía; veo tu espalda larga, el hilo de sudor en la columna
vertebral, tus piernas estiradas, el hermoso trasero.
1
Como el pez al agua,
como el agua a la tierra,
como la tierra al sol,
como el sol al árbol,
como el árbol a la lluvia:
forma creada con las manos,
fuegos y alas en los ojos:
fulgor de forma que se cruza
con otro haz de luz en el cerebro:
creando saltos de la sangre en las venas
y reposos de arterias en los huesos.
1
Pronto -y entre nosotros- hablaremos
y nuestra voz se perderá en el vacío
de palabras como silencios;
las miradas y los gestos: todo;
y el tiempo, suspendido como un soplo de brisa,
y solos,
hasta que otra voz se aproxime y nos diga
lo que somos -una mota de polvo-, y nos diga:
«podéis hablar ahora, es vuestro turno.
Comer,
olvidar,
matar.
Imágenes: desiertos y habitaciones.
Cachorro de hocicos enrojecidos.
Sangre hasta las orejas.
Festín de la naturaleza,
malestar en el pecho.
No tristeza: malestar físico.
Por el placer ante la sangre,
por los brindis en medio de los muertos,
por las canciones a través de los bosques:
por el fuego.
Qué quieres que te diga,
me gustas así, abierta,
de par en par,
a los ojos del mundo,
como una verdad
pura,
desnuda.
Muevo los brazos
en el aire frío
como un cuerpo de paja
pintarrajeado
Prendedme fuego
Muevo los labios
Vosotros Eh Vosotros
Prendedme fuego
Pero no se oye
Vosotros Eh Vosotros
Prendedme fuego
Pero no se oye
Muevo los brazos
Y me dejo llevar por la furia del viento
que arrastra tierra y hojarasca
Muevo los brazos
El agua de los ríos desaparece
Los gorriones picotean mis manos
La lluvia moja mis huesos
La muerte duerme a mis pies
Prendedme fuego
Sueño que vienes
a quererme, lento, y delicadamente
separas mis piernas con tu pezuña izquierda.
Me despierta el cabello de tus muslos
(la explosión del volcán
que has despertado con tu lengua).
Te pido por favor que no te vayas nunca
y que no pares, ahora, de moverte, hombre.
Esa tierna piel que me ofreces
viene a mí como un trozo de viento:
te respiro en silencio,
voy a ti atraído por tus ojos.
No recuerdo exactamente las palabras:
la nieve o el agua.
Congelado y con los ojos abiertos: déjate de pájaros.
Un idiota rodeado de idiotas. Nada más.
Idiotas congelados con los ojos abiertos. Nada más.
Construir el futuro.
Construir el futuro.
Dejad que mi lamento se extienda
como una lluvia fraterna,
todo el ser dividido
en un antes y un después,
el tiempo y la mirada siempre dos
y siempre divididos en dos.
Queda el hueco visible
de las palabras ausentes
que reclaman un eco y una voz
en el caos informe del pensamiento.
Todo es cuestión
de un segundo.
Me asomo al abismo
del sueño.
Respiro sin trabas
el aire del invierno.
Me imagino el estruendo
del alfiler contra un imán
y su viaje
sin goce ni dolor.
El pincel
es la lengua.
Los labios apretados
colocan el pelo de la mujer desnuda.
Quietudes en la piel:
reposo inverosímil.
El temblor pequeño
es el fragmento infinitesimal
del estallido.
Me gustaría saber
quién se ha comido la manzana
(pues creo
que de haber sido yo
me acordaría).