El que fui hace veinte años me mira en el reposo
de su fotografía barbada y expectante.
Va subiendo en el bonde del noble corcovado,
habrá de retratarse otra vez junto al Cristo
que observa a Guanabara con los brazos abiertos
y señala los límites del mundo que protege.
Poemas mexicanos
Guillermo Tell no comprendió a su hijo
que un día se aburrió de la manzana en la cabeza
Carlos Varela
Me pondré la manzana en la cabeza,
si aprendiste a tirar, en ti confío.
¿Dónde leí que Rainer María Rilke murió por la
infección que le produjo pincharse la mano con la
espina de una rosa?
La rosa no viene a mi poema,
viene la espina de la rosa.
Pero no llega hasta el papel la espina,
se clava en la palma de la mano
de Rainer María Rilke.
Navegar é preciso
viver não é preciso
Si la constelación indica el rumbo
hay que mirar arriba
y atrapar esa estrella en la mirada.
Pero a tanta distancia
ignorar es la ruta a navegar.
Navegar é preciso
viver não é preciso
El timón no se corrige enderezando el barco.
madre
madre muerta
mi tambor sobre tu tumba madre muerta
suena el cuero del tambor sobre tu tumba
y mis manos sobre el cuero del tambor sobre tu tumba
las uñas de mis manos
golpeando sobre el cuero del tambor sobre tu tumba
madre muerta
la sangre de las uñas de mis manos
sobre el cuero del tambor sobre tu tumba
la sangre de tu cuello está en las uñas de mis manos
que golpean sobre el cuero del tambor
sobre tu tumba tumba madre muerta
Disculpe usted, Fernando, su Persona de múltiples poetas,
Simulación, amaño, sin duda es fingimiento literario.
Usted pensaba, creo, que al tener en la sombra la poesía
Que hicieron acuciosos heterónimos, podría aclararse entonces
Muchos rasgos de sí, de su lirismo congénito, locura
Heredada, por cierto, de la abuela paterna y encubierta.
no tenemos la casa todavía.
tenemos piedras; algunas.
trozos de pan, algo de vino tenemos
pero la casa no;
sin embargo tenemos oscuridad,
porque luz no tenemos todavía;
tenemos algunas lágrimas y besos.
otras cosas igualmente ridículas tenemos,
pero la casa no.
Los amantes fueron un día adolescentes
se arrancaron con furia el cordón umbilical
para entrar en algún cálido lugar de la mañana
Se cubrieron con sábanas oscuras
dolorosas y limpias
y empezaron a odiar
quiero decir
se amaron
¿Qué hago con mi corazón?
¿Lo dejo que siga inquieto?
¿Lo impugno duro? ¿Lo reto?
¿Lo incluyo en esta canción?
Cuando toda su expresión
es separarse de mí
y hacer todo para sí
sin ni siquiera inmutarse
¿Cómo pudo enamorarse
si yo no se lo pedí?
Has dicho rosa:
rosa,
rosa,
pesada rosa
Sopesando la rosa
se te cae de la mano.
Tal es en la escritura: ya cambió.
Ya no es la rosa,
pues todos lo han escrito.
Llega el domingo con su magia absorta, me habían contado ya de su llegada, del fatídico tedio de la nada, del derroche del mundo que lo aborta. No hay voces que resuenen en la corta humedad que se expresa desolada, no hay palabra que venga estimulada por la sangre que ahoga en esta aorta.
Esa mujer paseaba con su aroma
Un día trajo
sus labios acostumbrados a la guerra
y un ciclón adentro de su blusa
entonces sobrevino la catástrofe
Aman los puercos.
No puede haber más excelente prueba
de que el amor
no es cosa tan extraordinaria.
Y si uno de esos ángeles
me estrechara de pronto sobre su corazón,
yo sucumbiría ahogado por su existencia
más poderosa.
Rilke, de nuevo
Óigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.
Éste es un perro.
Una creiatura que se ignora.
No sabe
que pertenece a una clase
-de cosa o bestia-, ignora
que la palabra perro
no lo designa a él en especial:
cree que se llama perro,
cree que se llama hombre,
cree que se llama ‘ven’,
cree que se llama ‘muerde’.
Hay un tigre en la casa
que desgarra por dentro al que lo mira.
Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,
y sólo puede herir por dentro,
y es enorme:
más largo y más pesado
que otros gatos gordos
y carniceros pestíferos
de su especie,
y pierde la cabeza con facilidad,
huele la sangre aun a través del vidrio,
percibe el miedo desde la cocina
y a pesar de las puertas más robustas.
Y el miedo es una cosa grande como el odio.
El miedo hace existir a la tarántula,
la vuelve cosa digna de respeto,
la embellece en su desgracia,
rasura sus horrores.
Qué sería de la tarántula, pobre,
flor zoológica y triste,
si no pudiera ser ese tremendo
surtidor de miedo,
ese puño cortado
de un simio negro que enloquece de amor.
Grande y dorado, amigos, es el odio.
Todo lo grande y lo dorado
viene del odio.
El tiempo es odio.
Dicen que Dios se odiaba en acto,
que se odiaba con fuerza
de los infinitos leones azules
del cosmos;
que se odiaba
para existir.
Tengo que agradecerte, Señor
-de tal manera todopoderoso,
que has logrado construir
el más horrendo de los mundos-,
tengo que agradecerte
que me hayas hecho a mí tan bella
en especial.
Que hayas construido para mí tales tersuras,
tal rostro rutilante
y tales ojos estelares.
Escribir no es problema.
Miren flotar la pluma
por cualquier superficie.
Pero escribir con ella
-Montblanc, Parker o Pelikan-,
sin mesa a mano, tinta suficiente
o postura correcta,
es imposible,
y a veces pernicioso.
Puedo escribir, señores,
con los ojos cubiertos,
vuelta la espalda al piso,
atadas las muñecas,
esparadrapo encima de los labios.
La perra más inmunda
es noble liro junto a ella.
Se vendería por cinco tlacos
a un caimán.
Es prostitua vil,
artera zorra,
y ya tenía podrida el alma
a los cuatro años.
Pero su peor defecto es otro:
soy para ella el último
de los hombres.
Muerde la perra
cuando estoy dormido;
rasca, rompe, excava
haciendo de su hocico una lanza,
para destruirme.
Pero hallará otra perra dentro
que gime y cava hace veinte años.
No se conforma con hincar los dientes
en esta mano mansa
que ha derramado mieles en su pelo.
No le basta ser perra:
antes de morder
moja las fauces
en el retrete.
¡Qué bajos cobres ha de haber
tras esa aurífera corona!
¿Qué llagas verdes
bajo las pulpas húmedas
de su piel esmeralda!
¡Qué despreciable perra puede ser ésta,
si de veras me ama!
También la pobre puta sueña.
La más infame y sucia
y rota y necia y torpe,
hinchada, renga y sorda puta,
sueña.
Pero escuchen esto,
autores,
bardos suicidas
del diecinueve atroz,
del veinte y de sus asesinos:
sólo sabe soñar
al tiempo mismo
de corromperse.
No importa que sea falso:
cuando tú quieras verme unos minutos
vive conmigo para siempre.
Cuando simplemente quieras
hacer bien el amor
entrégate a mi cuerpo
como si fuera el tuyo
desde el principio.
De otro modo, no sirve:
sería como prostituirse
el uno con el otro;
haríamos de todo esto
un gratuito burdel de dos personas.
¡Oh, si las flores duermen,
que dulcísimo sueño!
Bécquer (naturalmente)
La espalda de esta luz
son esos sueños tuyos, amada,
que duelen al soñarse
y que hacen florecer las prímulas
y azahares en tus flancos.
Y caen del lecho moras
de grueso jugo, cuando sueñas;
y zarzarrosas crecen
bajo el cojín de pluma;
y tiernos gansos pican,
bajo el tálamo, hierbas prodigiosas
del sueño enternecido.
A Carlos Fuentes
La prosa es bella
-dicen los lectores-.
La poesía es tediosa:
no hay en ella argumento,
ni sexo, ni aventura,
ni paisajes,
ni drama, ni humorismo,
ni cuadros de la época.
Eso quiere decir que los lectores
tampoco entienden la prosa.
Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de esos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoran
lamiendo el otro lado del césped,
lanzando a nuestros pastos
las manadas de hidras y langostas
de sus lenguas calientes.
‘Lo he leído, pienso, lo imagino;
existió el amor en otro tiempo.’
Será sin valor mi testimonio.
Rubén Bonifaz Nuño
Recuerdo que el amor era una blanda furia
no expresable en palabras.
Y mismamente recuerdo
que el amor era una fiera lentísima:
mordía con sus colmillos de azúcar
y endulzaba el muñón al desprender el brazo.
Revolución, tiendo la mano
y a veces me la muerdes.
Soy individualista,
pero el mundo no es bello.
Sólo el idiota, el loco y el canalla
piensan que el mundo es un jardín
donde florece una esmeralda
con sabor a durazno.
para Carmen Boullosa
Que no le sirvan otra cosa,
no foca, no cazón, tonina,
tanto animal del agua.
A la sirena hay que pedirla con cabeza.
Más importante aun que el ajo,
el estragón, pimienta y sal;
antes de ponderar
el cuerpo que Alavesa
le otorga a sus riojas,
o hacer alto homenaje a la cosecha
85 de Burdeos,
hay que mirar de frente a la sirena;
acariciar su cara desvaída,
limpiar de caracoles sus cabellos.
para Adriana
Las hay muchas y son variados sus hábitos. Unas sólo cantan sentadas a la puerta de su casa. Otras cuando cantan peinan larga cabellera. Se sabe, por raro que parezca, que además de sorda no falta la que es muda. Sirenas arrepentidas y cínicas.
hay que soñar hacia atrás
hacia La fuenteOctavio Paz
Aquí, donde la loma desciende al valle áspera como zacate,
donde la ruina crece y guarda en sus adentros molcajetes sin mano,
arcilla requemada,
desde esta esquina de la calle donde el poder requiere un sastre que
le diseñe la sonrisa
veo crecer el culto a la concentración de las monedas,
a la hoja de lata,
a la imagen de uno mismo en el espejo
expresión cada vez más semejante a otro que no existe.
Con el alma en rastras.
Con este ángel custodio de la conciencia
aún borracho y maldiciente.
Despertar
sin la certeza de cuándo se largaron los sentidos
ni cuándo llegó finalmente el sueño.
Con el cuerpo lastimado en sus cinco puntos cardinales.
Qué hermosa época para vivir la poesía:
entre los que le mendigan un poco de espacio a la red
y otros a la vieja política.
Los cibernautas y los mochileros, mis colegas
en este precipicio de palabras y garrapatas
que nos chupan el alma por igual.
La genética del alma:
el destino.
Al más puro sentido clásico
regreso.
Me lleva el viento
y en esa circunstancia
se revuelcan también mis sentidos.
Hoy alcanzo a balbucear razones.
Pero más allá de las razones estoy
yo,
hoja del árbol de la vida
que ven pasar los perros y los puercos,
mis contemporáneos y mis enemigos.
Lo frío del metal
como una extraña fiebre
alimentada por la ofensa.
Su peso de venganza
lo acomodé en mis manos
y a la vieja usanza
di siete pasos antes de voltear.
No había nadie, ni señas del patán
que arruinó mi vida;
por eso disparé contra mi pecho,
a sabiendas que sobreviviría.
Entiendo que este día
nadie va a llamar.
Ni los más caros deseos,
ni esas fantasías que me han acompañado
todo este tiempo.
Sencillamente estaré solo
y está bien.
Entiendo que ya no tendrá sentido fingir.
Puede esperar el llanto de un hijo
para hacerlo fuerte.
Puede esperar la salvación del miserable
para negociarle el Cielo.
Puede esperar el destino del que sueña
para venderlo idiota.
Pueden esperar tantas humillaciones
hasta que llegue el camión de la basura.
Aprendí de los clásicos
a no esperar nada de nadie
y todo lo que en el misterio
se madura… probarlo.
Ya no soy jardín, pero aún hay algo de hierba
después de los cuarenta años.
Frutos salvajes porque ni el árbol de la vida
ni el del conocimiento, volvieron a crecer.
Mi casa no tiene muros,
tiene certezas.
Mi casa no tiene puertas
ni ventanas,
tiene amaneceres.
Mi casa no tiene techos
ni vigas,
tiene designios.
Mi casa está deshabitada,
soy un vagabundo.
Amanezco
con el trajinar de las ratas
entre la hierba
y el hedor del perro muerto
que alguien abandonara anoche.
Escucho que pasan los albañiles.
Es aquí a donde vuelven
para descansar al cuerpo
de sus necesidades.
Pensar que muchos buscan una piedra
o la raíz
dónde aferrarse para luego seguir nadando contracorriente.
¿Buscar los orígenes hasta quedar en una orilla?
¿Dar sombra a la serpiente y casa al gusano?
Ser nadie
y aún, como la hoja seca,
servir de embarcación a los instintos.
Sin más temores ni remordimiento
elevo esta plegaria al Desalmado.
Él, solo, que solo es alma, me ha dado
la hermosa ironía del sufrimiento
de querer despertar y no despierto
a olvidar lo que el destino ha olvidado.
Si el fruto que me ha sido arrebatado
es castigo: no hay arrepentimiento.
Este que ahora ven
militante de corbata y saco,
líder de proyectos
y otros fantasmas del deber
en las nimias batallas de escritorio:
Polvo
que también fue animal de mil lecturas
en las más largas noches del espíritu;
solitario y solidario se bebió la juventud
en esa rara mezcla de licores.
Nos reunimos frente a la ventana.
Un relámpago iluminó nuestras caras
y no muy lejos
escuchamos al trueno cabalgar por las nubes.
El último camino hacia la tarde
se perdió bajo el agua.
Mamá y papá ahora están muertos,
mis hermanos se han largado del retrato.
Hay quienes temen perder la eternidad
en un momento.
otros pierden todos los días el momento
al resguardo de la eternidad.
Dos sectas.
Dos abismos paralelos.
Pero qué se puede salvar de los salvos
sino el excremento.
El ventilador no deja de girar contra una misma idea.
A estas horas de la tarde puedo estar triste
y ser feliz
Ser y estar. Esto es imposible en otras lenguas.
La casa es irreal, no son sus paredes, sino sus ruidos
donde se construye el refugio del hombre sedentario.
Al menos aquí
en medio del desamparo
tuve un testigo:
me tuve a mí mismo
sin ser la marioneta colgada de una historia,
ni la parafernalia literaria entre concursos
y limosnas.