Si hay bajamar
mis islas se desgajan
Si hay bajamar
el estuario se pudre a flor de piel
Si hay bajamar
padecen los cetáceos
Si hay bajamar
no acudes
indulgente y desnuda
a la cita de la suerte
Poemas mexicanos
Por los secretos canales
los bajos reverdecen al sol
El timón firme
descifra mensajes de la rosa náutica
La sonrisa de Gaviero lo evidencia
Repta el mar en la calera
ramifica en versos
desampara medusas en la piel del desierto
La barca abandonada es mesa
La costilla de ballena
remo
Navegamos sobre la ilusión
Cruza un cormorán el cielo
El bogavante ordena
¡mar adentro!
Entonces
nos sorprenden inauditas sensaciones
No soñamos
La noche incendia las constelaciones
sobre cubierta
entusiasmados
reconocemos geometrías en vilo
y el poeta musita
Quando o astrolábio nâo mais te falar de estrêlas
Ya en e viento
el águila pescadora
torna a su naturaleza
Un grifo solar
vigila el secreto de las islas
Giras los brazos
denuncias el final del día
Entre nosotros
la ribera del canal
serpiente en lodos
A sotavento un eco
Sobre antiguos pecios
espuma en la garganta de la barra en flor
olas sin playa
Allá
otra isla despunta
– acaso Malta –
Después
lentamente
tú y la soledad penetran por mis ojos
Navegación del sol
Médano a la deriva
Así construyo
la celebración de la memoria
la canción de la muerte
tu resurreción
Cuando la ruina y el silencio lleguen
como la sombra maléfica
y la respiración se prolongue en el viento
cuando el desastre corporal
sea dueño de lo incierto
y aun de la última hoja
caída como ángel en desgracia:
habitaré tu nombre
refugio final
convicto ya por mi entusiasmo
bajo el signo del perdón
y la gratitud festiva de tus ojos
atrio de la lluvia incinerada
Entonces el sentimiento dormirá
como mendigo
y desde tu nombre mismo
en busca de indulgencia
reconstruiremos pasajes no advertidos
y el sustento de nuestra magra carne
será una sábana limpia
zona de encuentro de la
existencia fallida
en el siseo de los segundos
prolongado por la agonía animal
sobre una tierra yerma
y un mar cenizo y desafortunado.
Hoy dejé la ciudad mientras dormía.
Sé que no he de volver, y ella lo sabe.
Tal vez, pasado el tiempo, todo acabe
por ser tan sólo el sueño en donde huía
la sombra vertical de un mediodía
cuya imagen conservo como un grave
ciprés que va a caer.
El ángel de pasión dejó tu casa
con un desorden tal que no sabías
por dónde comenzar: copas vacías,
ceniza por doquier. Y su amenaza
rotunda de carmín: “En la terraza
te aguardo. Un beso. Adiós”. Tú conocías
la forma de cumplir sus profecías.
El tiempo que fue siempre tu enemigo
se detuvo en tu imagen. Ya eres esa
chica de calendario, la princesa
sin fábulas, el ángel que consigo
colgar de cualquier nube. De oro y trigo
la luz ensortijada en tu cabeza,
la arena que se acaba en donde empieza
la línea de tu sexo.
He vuelto a releer aquellos versos
que hablaban del amor y que leímos
la noche que ardió Troya y nos perdimos
al fondo de sus negros universos.
He oído en cada página los tersos
acentos de tu piel donde creímos
haber bebido al sol en sus racimos
y al mar que reflejaba en sus diversos
murmullos nuestro ascenso al precipicio.
para Martha Iga
La manera de peinarte desnuda
ante el espejo húmedo del baño,
de apresar en la palma tu cabello
para escurrir el agua y agacharte
en medio de palabras que no entiendo;
el acto de secar tu piel, la forma
de sentir con las yemas una arruga
que ayer no estaba, o de pasar la toalla
por la pátina oscura de tu pubis;
el modo de mirarte a ti contigo
tan cerca y tan lejana, concentrada
en una intimidad que a mí me excluye,
son gestos cotidianos de sorpresa,
ritos que desconozco al observar
las mismas ceremonias que renuevas
al calor de tu cuerpo y que dividen
un segundo en partículas: espacios
donde la vida expresa su sentido
posible y que se afirman al peinarte
desnuda en las mañanas, como un fruto
que yo contemplo por primera vez.
Tienes que detenerla
–dijo. Su voz temblaba
con pasión. Me gustaba
aquel temblor; el verla
actuar así, tenerla
cerca mientras mudaba
su gesto, confortaba.
Tienes que detenerla
–insistió. Ya es muy tarde,
no lo puedo evitar
–le respondí–, no hay nada
que hacer.
Ella besó en la rosa
(su nombre fue una espina
brutal y femenina)
la imagen de otra rosa
grabada en una losa
de mármol, cristalina.
La luz era más fina
y al tacto, tan hermosa
como la flor que ardía
sin pausa en su memoria.
Las jóvenes diosas, nocturnas
apariciones (ropa oscura,
plata quemando sus ombligos)
en la cadencia de la pista,
comenzarán a despintarse
con la premura de los años,
los problemas, quizá los hijos
que no tienen aún. Ahora
miran tus ojos con un claro
desprecio (ya tienes cuarenta)
y piensas en ciertas palabras
de Baudelaire que les darías
como si fueran frutas tuyas
(si al menos se acercaran), si
supieran quién es el poeta.
para Amalia Bautista
Lo más original no fue el pecado
ni la ira de Dios, ni la serpiente,
sino aquella oración que se dijeron
al salir al exilio, temblorosos
con el sexo cubierto por vergüenza:
‘amor no soy de ti sino el principio’.
Se despertó al oír un ruido
a sus espaldas, un murmullo
de frondas embozado. Abrió
los ojos y rozó en silencio
sus brazos recogidos entre
la nervadura de la sábana.
Qué sucede, por qué no duermes
–le preguntó mientras el alba
ya era otra forma en los espejos.
Calculaste al detalle cada paso,
sutil, desde hace siglos. Finalmente
tu esposo está de viaje y tus pequeñas
se fueron a dormir con sus abuelos.
Así que ahora estás sola y con euforia
te has vuelto a maquillar y te has vestido
de negro riguroso y perfumado
tu mínima porción de lencería.
En un libro de mi padre, leo
la frase: ‘A ti, que me estás leyendo’.
Es el título de una elegía
escrita hace dos siglos, o un hálito
de la soledumbre que ha subido
al lector imaginario desde
fuera de los círculos del tiempo.
Miras arder lo que ha quedado
en pie del último sendero:
la luna llena de otro enero
sobre la piel de tu pasado,
un mar que olvidas y ha olvidado
en su esplendor tu verdadero
rostro, la luz que fue primero
verbo y temblor en tu costado
y que hoy dejas partir a solas,
detrás del fuego.
Algo como un rumor que se despide
tiembla sobre el jardín, lleva las hojas
por la sombra del valle, nubes rojas
y pájaros arriba. Nada impide
su vuelo hacia el crepúsculo. Y el viento
trae junto a las súbitas estrellas
un polen de bondad, desiertas huellas
del mar en rotación, el crecimiento
de la tarde.
para Eugenio Montejo
Son siete contra el muro, de pie, y uno sentado.
Apenas si conservan los rasgos desleídos
por los años. Las caras resisten su desgaste,
aunque ya no posean los nítidos colores
que ayer las distinguieron. Entre libros y copas,
las miradas sonrientes, las manos enlazadas
celebrando la vida de plata y gelatina
se borran en el sepia de su joven promesa.
para José Emilio Pacheco
De nuevo abrió sus fauces calientes el Averno.
Vienen las pesadillas y el terror a morir
si el sueño al invadirlo se vuelve flama negra,
si al dormir se lo llevan a él, al lujurioso
lagar de los demonios.
La muchacha del cuadro
mira a la visitante
del museo. Son jóvenes
las dos de frente, y bellas
mirándose a los ojos
a través de los siglos
que urdieron el encuentro.
La muchacha de afuera
sonríe al contemplarla
como a una antigua amiga,
a un tiempo eterna y breve;
da unos pasos atrás,
murmura algo en latín
y busca en el bolsillo
el bulto que advirtió
inquieto un policía
al verla entrar.
(Homenaje a Chuang Tzu)
Anoche te soñé. Llevabas una
gabardina de piel, y abajo nada.
Era otoño y estabas empapada
de lluvia; caminabas en alguna
estación de Madrid hacia ninguna
parte. Detenías tus pasos, cada
tanto, para sentir azafranada
tu piel resplandecer ante la luna
de un espejo invisible donde había
un hombre que soñaba una mujer,
y una mujer semidesnuda, hermosa,
mojada en el orvallo.
I
La Virgen de Occidente, ondina de los lagos,
la fada de ojos negros brillantes como el sol,
la linda como estrella sagrada de los magos,
la perla que soñaron Virgilius y Colón;
la Venus de los castos idílicos amores,
sultana sobre lecho mullido de arrayán,
azteca soberana, señora de señores,
la reina de cien reyes, indígena beldad;
lloraba sin ventura sufriendo los insultos
que audaz le prodigara ibérico invasor:
cadáveres sus héroes rodaron insepultos,
hollados por el casco de exótico bridón.
Si al destino fatal, vuestra memoria
glorificar por el martirio plugo,
con la quijada de Caín la historia
escribirá la historia del verdugo.
Negra, muy negra es la inflexible suerte
que abrir la tumba ante vosotros vino;
mas no cambio el honor de vuestra muerte
por la vida infeliz del asesino.
Salud, ¡oh Baco! Tu Poder insólito,
es en la tierra talismán vivífico;
quien ha probado tu licor magnífico,
se vuelve siempre tu constante acólito.
Por ti, en las jaulas el glorioso Hipólito
maldicen el idiota y el científico
al mundo artero, que sonríe pacífico
de sus pesares, con cinismo insólito,
pero tú en cambio con bondad magnánima
cuando enardeces mi cerebro escuálido
haces vivir mi lacerada ánima
haces crecer mi corazón inválido:
y juro, por San Juan y la Verónica,
pasar la vida en borrachera crónica.
I
Quiero pulsar la lira temerario,
aunque falte a mi lira inspiración;
quiero cantar, mujer, tu aniversario;
quiero pedir al entusiasmo voz.
Quiero elevar, cual humo vagaroso,
mi pobre acento hasta el excelso tul,
donde reside el Ser que generoso
te colmó de belleza y de virtud.
Miras al fin coronada
por la gloria tu ambición;
y ya, joven aplicada,
tienes la misión sagrada
de propagar la instrucción.
Inflamado de contento,
hoy tu padre te acariña;
porque premia tu talento
los sacrificios sin cuento
que hizo por ti, desde niña.
Hay hombres que viven buscando la gloria,
sin gloria esos hombres no pueden vivir;
pues quieren que en fastos que guarda la historia,
escriba sus nombres la fama senil.
Mas ¡guay de esos locos que en torpe delirio
su frente coronan de abrojo y laurel!
Quiso mostrarse la clemencia santa
y te infundió su soberano aliento,
puso en tus ojos luz de firmamento
y del ángel el trino en tu garganta.
Y admirándose al ver belleza tanta,
Baja —te dijo— al valle del tormento,
y cuando el hombre en negro desaliento
clame: ¡NO EXISTE DIOS!
Junto a ti no mido el tiempo
ni sé las horas contar,
porque de cuentas no sabe
quien sabe amar nada más;
y los números no entran
al bello Edén ideal,
donde las almas unidas
con lazos de amor están.
I
Fortuna pérfida y loca,
tu capricho al orbe manda;
con el audaz eres blanda,
con el tímido eres roca.
Ciega que a gozar provoca
y hace al hombre padecer;
vana eres como el placer,
y aunque alientas alma infame,
no hay hombre que no te ame,
porque al fin eres mujer.
I
¡Salud! salud, antorcha refulgente,
vestal sublime del ignoto cielo,
tímida maga de la humilde frente,
iris de paz, emblema de consuelo.
Con qué silencio en la cerúlea esfera
de blanca luz circundas tu camino:
¡bendita seas, angélica lumbrera,
que al hombre consolar fue tu destino!
I
Nuestro canto de gloria elevemos
como aroma de Dios al altar,
y con grata oblación deifiquemos
los hechizos de Euterpe inmortal.
Cuando el tedio a los hombres oprime
con la música el tedio se va:
es la música enviada sublime
que revela un feliz más allá.
El que de gloria inmensa es un portento,
el que sin gloria inmensa no existiera,
almas forma do el genio reverbera,
almas que tienen su glorioso aliento.
De esas almas la gloria es elemento,
que su vida sin gloria nada fuera,
y necesitan gloria en su carrera,
como luz necesita el firmamento.
Feliz el que recuerda al llegar a su cumpleaños,
las horas que vinieron preñadas de placer;
feliz quien no ha sufrido terribles desengaños;
feliz el que no bebe la copa de la hiel.
Feliz el que recoge sin pena en su camino
las flores de la vida que el cielo perfumó;
feliz el que no lucha con bárbaro destino,
feliz el que no pierde, luchando, el corazón.
I
¡Salud!… salud, silencio de las tumbas
losas de mármol, muros de granito,
helado viento que en los cráneos zumbas,
Evangelio fatal con tierra escrito.
Muertos, ¡salud!… Dejad las catacumbas,
porque os saluda un canto de maldito,
y humilde besa vuestra fosa helada
quien no cree en nada, y duda de su nada.
Eres, bella Luz, más bella
que de la luz los fulgores;
el candor tu frente sella,
y donde pones tu huella
brotan carminadas flores.
Eres, Luz, luz que del cielo
magnífica se desprende,
luz de paz, luz de consuelo,
luz que a la luz causa celo,
luz que al corazón enciende.
Han díchome que tienes,
señora, el alma
como la excelsa Virgen
inmaculada,
y que de niño
su corazón es casto
como el armiño.
*
Es tu alma —dicen todos—
humo de incienso
que exhalando perfumes
busca lo eterno,
y en espirales
giros, va de la gloria
a los umbrales.
Flor de Abraham que su corola ufana
abrió al lucir de redención la aurora:
tú del cielo y del mundo soberana,
tú de vírgenes y ángeles Señora;
Tú que fuiste del Verbo la elegida
para Madre del Verbo sin segundo,
y con tu sangre se nutrió la vida,
y con su sangre libertose el mundo:
tú que del Hombre-Dios el sufrimiento,
y el estertor convulso presenciaste,
y en la roca del Gólgota sangriento
una historia de lágrimas dejaste;
tú, que ciñes diadema resplandente,
y más allá de las bramantes nubes
habitas un palacio transparente
sostenido por grupo de querubes
y es de luceros tu brillante alfombra
donde resides no hay tiempo ni espacio,
y la luz de ese sol es negra sombra
de aquella luz de tu inmortal palacio.
¡Qué linda te hizo Dios, Matilde mía!
déjame ver a Dios en tu mirada,
y beber de los cielos la ambrosía
pendiente de tu boca perfumada.
Quiero al sellar mi boca con tu boca
que la luz de tus ojos me enajene,
y si quema tu beso el alma loca,
deja que en ese infierno se condene.
I
A tu lado yo siento, Rosa mía,
que tenemos los dos un alma sola;
si probara una gota de ambrosía
suspendida en tus labios de amapola,
A Dios le pido que mi pobre estrella
alumbre un porvenir de venturanza,
y que siempre resbale tras tus huellas
la inmaculada luz de la esperanza.
Y ¿tienes ambición? ¿Excelsa gloria
quieres que brille en tu inspirada frente?
¿quieres que pase a la futura gente
en alas de los genios tu memoria?
¡Bien, Soledad! Es tuya la victoria,
porque tienes de Lola el alma ardiente,
porque sientes también como ella siente,
y artista que ama así, pasa a la historia.
Desde su alcázar de rubí fulgente,
de donde brota esplendoroso el día,
viéndote afable la sin par Talía
guirnaldas teje para ornar tu frente.
Allá en su pecho conmovido siente
albergarse profunda simpatía;
y al ver tu empeño que brillar ansia,
¡es mi hijo!
Intérprete feliz del pensamiento.
ángel que brillas en la gloria humana,
ciñéndole a tu frente soberana
la espléndida corona del talento.
Heroína del noble sentimiento,
no me admira el laurel que te engalana;
porque sé que en la tierra mexicana
el genio tiene su mejor asiento.
Te dio el arte sus mágicos primores,
la Venus verticorda su pureza;
las virtudes te dieron su nobleza,
y su acento los pájaros cantores.
Si del alma interpretas los dolores
a las almas saturas de tristeza;
si del amor traduces la terneza
enciendes con tu voz fuego de amores.