En la raya que divide
el Portugal de la España,
al lado de un regatillo
a unas encinas pegada,
como a un cardo un caracol
tiene D. Diego una casa
a donde a veces le lleva
más que su amor a la caza
el deseo de tener
a su mujer más aislada.
Poemas de Carolina Coronado
Nunca se clama en vano
cuando se clama al cielo en esta lucha
del existir humano;
todo, Señor, lo escucha
la gracia de tu oído soberano.
En medio a las estrellas
tu reposado caminar suspendes,
y oyes estas querellas
que tú sólo comprendes,
y nos respondes compasivo a ellas.
Y en tanto que la turba descreída
se mofa de lo bello y de lo santo,
Mi loca fe, mi fanatismo es tanto,
que de error en error desvanecida
tomo por bella flor la hoja caída,
por diamante pulido el rudo canto,
y el lejano silbar de las serpientes
por tonos de gargantas inocentes.
¡Permitidme reír!… brotan mis labios
manantiales de risa bullidora,
que romper no me deja por ahora
en el llanto hacia vos, jóvenes sabios.
Perdonad a la Musa que no llora,
si tal vez en reír os hace agravios,
un momento no más, y ya serena
entonaros podré mi cantilena.
¿Por qué tiembla? —No lo sabe.
¿Qué aguarda en el lago? —Nada.—
De las aguas enlazada
a los hilos su raíz,
el movimiento suave
de la linfa va siguiendo,
la cabeza sumergiendo
del agua, al menor desliz.
Así la halló la alborada,
así la encuentra el lucero,
siempre el esfuerzo postrero
haciendo para bogar;
y en las olas la encallada,
vaga y frágil navecilla
sin poder la florecilla
impeler ni abandonar.
Y tú ¿quién eres de la noche errante
aparición que pasas silenciosa
cruzando los espacios ondulante
tras los vapores de la nube acuosa?
Negra la tierra, triste el firmamento,
ciegos mis ojos sin tu luz estaban,
y suspirando entre el oscuro viento
tenebrosos espíritus vagaban.
Ya el almendro de flor está cubierto;
ya he visto a la primera golondrina
de su antigua morada tras la ruina
cruzar por mi ventana en vuelo incierto;
ya ha brotado en el césped de mi huerto
una temprana, roja clavellina,
y ya tremola, como blanca enseña
sus alas, en la torre, la cigüeña.
Emilio, ¿qué ha sucedido?
¿qué me tienes que decir?
¿qué ha pasado? ¿qué has oído?
¿dónde anduviste perdido?
¿cómo tardaste en venir?
¡Nada tienes que contarme!
¡no tiene, Emilio, tu boca
un tierno beso que darme!
¡Emilio, quieres quitarme
ese beso que me toca!
Una tan sola reservó el destino
página en blanco para mí guardada;
y en dejar a mi musa limitada
la intención de los hados adivino.
Dice el sabio Hartzenbusch, a quien invoco
siempre que de consejos necesito,
en cierto verso por su mano escrito,
principio y ceso —de lo malo poco.
Alberto, la débil planta
en campo estéril nacida,
ni tiene muy larga vida
ni puede medrar en él;
no es como el pájaro libre
que, en sus alas trasportado,
si le enoja hoy este prado
habita mañana aquél.
¡Ya viene, mírala! ¿Quién?
—Ésa que saca las copias.
—Jesús, qué mujer tan rara.
—Tiene los ojos de loca.
Diga V., don Marcelino,
¿será verdad que ella sola
hace versos sin maestro?
—¡Qué locura!, no señora;
anoche nos convencimos
de que es mentira, en la boda:
si tiene esa habilidad
¿por qué no le hizo a la novia,
siendo tan amiga suya,
décimas o alguna cosa?
Oigo voces en torno alborozadas
que saludan la nueva primavera:
yo no sé si su hielo a la ribera
le faltó, y a las sierras elevadas;
yo no he visto si están ya disipadas
las nieblas del invierno por la esfera;
sólo sé que mi espíritu caído
sus nieblas de tristeza no ha perdido.
Antes que por la lluvia fecundada
arde la tierra al sol de primavera,
que apresurando su veloz carrera,
muestras la luz de mayo anticipada;
queda la yerba mísera abrasada
antes de desplegarse en la pradera
y, como niño que en la cuna muere,
seco el pimpollo al rayo que lo hiere.
¿Cuál de las hijas del verano ardiente,
cándida rosa, iguala a tu hermosura,
la suavísima tez y la frescura
que brotan de tu faz resplandeciente?
La sonrosada luz de alba naciente
no muestra al desplegarse más dulzura,
ni el ala de los cisnes la blancura
que el peregrino cerco de tu frente.
Hombres, hacia la tierra humildemente,
la cabeza inclinad respetuosa:
que voy a pronunciar maravillosa
palabra, grande voz, nombre eminente:
hay un genio español que alzó su mente
tan alta, que a la Virgen madre hermosa,
que habita de los cielos las moradas
alcanzó a divisar en sus miradas.
Imagen pura, deliciosa y tierna,
constante amiga de mi blando sueño:
tú la que ofreces a la vida mía
paz y ventura;
Imagen bella de la dulce madre,
que un Dios me diera, de mi bien celoso:
nunca del alma tu inefable hechizo
viera lejano.
Allá entre las tinieblas
de la noche perdido,
¿no oís algunas veces
vago, triste rumor,
Como el eco lejano
del pájaro oprimido,
que estrecha entre sus garras
sacre devorador?
Es la voz de la virgen
palmera enamorada,
que su gemido ardiente
alza en la soledad;
Y a las auras en torno
llama desconsolada,
y sus brazos agita
con amante ansiedad.
¿También aquí, Señor, en las entrañas
del solitario monte a los oídos
vienen a resonar voces extrañas,
gritos de guerra y ecos de gemidos?
Negra sombra desciende a las cabañas:
lanza el perro medroso hondos aullidos,
y claridad fantástica ilumina
el trémulo ramaje de la encina.
Risueños están los mozos,
gozosos están los viejos
porque dicen, compañeras,
que hay libertad para el pueblo.
Todo es la turba cantares,
los campanarios estruendo,
los balcones luminarias,
y las plazuelas festejos.
Gran novedad en las leyes,
que, os juro que no comprendo,
ocurre cuando a los hombres
en tal regocijo vemos.
I
Como el aura suavísima resbala
de placer en placer fácil mi vida:
entre el amor y gloria dividida,
¿cuál es la dicha que a mi dicha iguala?
Al lado de Faón, su amor cantando;
con la luz de sus ojos fascinada;
dicha inmensa es de Safo bienhadada
perder sus horas en deliquio blando.
Dejas apenas la risueña infancia;
juegos, placeres de su edad dejaste.
Ya el dulce brillo de los quince mayos
cerca tus sienes.
Niña aún graciosa, la infantil sonrisa
bulle en tus labios, como el aura tenue.
Juega en el seno de entreabiertas rosas
fresca y fugace.
Auras, perfumes de junquillo, trino
de aves amigas, rodeadme: siento
el antiguo placer, aquel contento
que en tiempo a mis amores; imagino
de mi joven cantor sonar vecino
el palpitante, apasionado acento
y las yerbas temblar que sacudía
su planta cuando a mí se aparecía.
I
Pálida está Magdalena,
grande pena sufrirá,
los ojos hundidos tiene
reventando por llorar.
El talle encorvado al suelo
cual en mustia ancianidad
parece que por la tierra
busca su atento mirar
las hormigas que en el huerto
a sus pies vienen y van.
Emilio, ¡cómo apuras
loco de risa el tiempo en la alegría!
no hay tregua a tus venturas,
como en la pena mía
no hay tregua a la infeliz melancolía.
Anima tu contento
la primavera, y mi tristeza acrece:
paréceme que el viento
que aspiro se enrarece,
y la lumbre del cielo se oscurece.
A HERNÁN CORTÉS
Llevadme a contemplar su estatua bella,
llevadme a su soberbio mausoleo…
¡Ah! que olvidaba, Hernán, en mi deseo
que éste es mezquino e ilusoria aquélla;
¿y en tu patria por qué? ¿qué diste a ella
para alcanzar de España ese trofeo?
MEMORIAS DE LA INFANCIA
Ya no es tan joven mi vida
que desde esta cima, hermano,
logre ver distinto el llano
donde quedó mi niñez.
Es la pradera florida
bajo la sombra de un monte,
y por eso es su horizonte
más delicioso, tal vez.
¡Cómo en tierra postrada
sin fuerzas yace, quebrantada llora
y sola y olvidada
en su tristeza ahora,
la que opulenta fue, grande y señora!
¡Cómo yace abatida
Emérita infeliz, ya su cabeza
en polvo confundida,
perdida su belleza,
perdido el esplendor y la grandeza!
Nada resta de ti… te hundió el abismo…
te tragaron los monstruos de los mares.—
No quedan en los fúnebres lugares
ni los huesos siquiera de ti mismo.
Fácil de comprender, amante Alberto,
es que perdieras en el mar la vida,
mas no comprende el alma dolorida
como yo vivo cuando tú ya has muerto.
Si dos con el alma se amaron en vida
y al fin se separan en vida los dos.
¿Sabéis que es tan grande la pena sentida
que nada hay más triste que el último adiós!
En esa palabra que breve murmuran,
en ese gemido que exhalan los dos,
ni verse prometen, ni amarse se juran,
que en esa palabra se dicen ¡adiós!
Flor del Mediodía, hermosa y lozana
semilla temprana, germen de virtud,
madre venturosa, alma bendecida,
no hay Reina querida tanto como Tú.
De Reinas hermosas el trono fecundo
ostenta en el mundo gloria y juventud,
mas nunca en la historia la Reina elegida
ha sido querida tanto como Tú.