La belleza de tu rostro
y la dulzura de tu voz bastaron
para que te amara.
Un año pasamos juntos
y luego a él regresaste.
Ahora, que de nuevo le engañas,
te duele el corazón
y ante a mí
crece tu desgracia:
has comenzado a envejecer.
La belleza de tu rostro
y la dulzura de tu voz bastaron
para que te amara.
Un año pasamos juntos
y luego a él regresaste.
Ahora, que de nuevo le engañas,
te duele el corazón
y ante a mí
crece tu desgracia:
has comenzado a envejecer.
Que el poema la retrate
sólo como la viste en el tiempo
que quiso darse a tus ojos y a tu alma.
Hecha de la dura memoria de la carne,
mostraba la astucia y el candor
de quien presentía
la huella que deja otro corazón.
Cuando fuimos uno con otro
contamos numerosas estrellas
Cuando hacíamos el amor
las noches se detenían en la nuestra
Cuando de toda palabra nos recibíamos
escribíamos un libro
Los dioses no han sido derrocados
y su poder nos asignó varios caminos
Cuando nos separamos
todo retornó al futuro y al vacío
Habíamos recobrado nuestra contingencia
y el pasado habitaba en la memoria.
¿Dónde posar el pie,
dónde el poema?
¿Por qué las llagas nos cubren
y el escarnio te cerca a toda hora?
Sueño del hombre y su sombra
ninguno sabe que uno es sombra de otro
nadie sabe si sueña o está muerto.
Cruzamos
trece mil novecientos kilómetros
para encontrarnos
pero, como es habitual en ti,
cambiaste el parecer.
Oh, tú, nacida
en un Diciembre inconstante,
de grandes ojos de novilla,
de fina cintura
y pies diminutos,
dueña de un Loto Dorado
voraz e insaciable.
Hoja de otoño, no percibes
el saludo y el beso,
el cuerpo detenido en un lecho de aroma,
la mano y el labio en la boca,
la carne y el ojo en los ojos.
Viento de otoño vuelto hacia dentro.
Un día preguntaron qué deseaba
y le trajeron aquella que había perdido en su juventud.
Después de siete lunas y siete sonrisas
un hueso de uva
le separó de sus brazos
de su perfume
y sus ajorcas.
La luna, esta noche, la que nunca ha vuelto
vendrá para nosotros.
Porque hemos mentido, como en las lunas de ayer.
No habrá segunda parte esta vez.
Nuestro amor ha de ser como nunca fue,
un insensato amor, amor de dos
que nada necesitan ni nada desean
más que amarse.
Miro tu rostro.
Imagino que habríamos sido felices
si fuera joven
como tú,
sin un pasado,
sin las convicciones que compramos al tiempo.
Miro tu rostro
y confirmo
que nada tiene ya sentido:
tu hermosura debería ser mi sal de cada día
tu juventud me haría vivir otros veinte años.
Su memorable voz
una noche de Octubre, sobre la puerta.
Su cabeza coronada con hiedra, violetas
y numerosas cintas de colores.
El equilibrio de su cuerpo
dejando oír, cómo una noche,
recostado en aquel a quien amaba,
rogando compartir su cuerpo
obtuvo sólo una mirada.
Para Raúl Lecuona Rodríguez
Vagos, son ya, los rostros de su rostro
vaga, también, la forma de sus manos
lejos, está, su aliento de mi boca
su pequeña estatura
sus quince años
Sólo un ayer ocupa mi memoria
nuestro pequeño amor
nuestro pequeño mes
hace diez lunas
De repente
en la alta noche
tus ojos, de púrpura vestidos,
tus labios
labios de un amor apresurado
tus largos brazos
brazos de inolvidable carnadura
aparecen
¡Cuanto he perdido buen Dios
Cuanto he perdido!
Bajo el arduo sopor del mediodía
Vuelvo y veo tus ojos, esa noche.
Al volver abriste la puerta
y para verme mejor preguntaste la hora:
eran la una y cuarto.
Tu cuerpo exigía otro cuerpo.
Y eso obtuviste.
De cada noche que vivimos
recuerdo implacable tus caderas.
Como nunca, nadie
ofreció iguales placeres.
Como nunca, nadie
extrajo de mí la vida.
Dicen que ahora otro,
tan alto como yo,
complace tus caprichos
y los de tus padres.
Nada fue fácil para él.
Nada difícil.
El tiempo dispuso para su corazón
buenas y malas tardes
hasta cuando sufrió el desdén,
la frialdad, la escasez de una mirada.
Se duele el hombre en lo que ama
se duele la mujer.
Mientras más te cerque el día definitivo
mayores goces encontrará la carne.
Busca una joven y cantarás con ella
lo que une y entrelaza.
A vuestro alrededor,
jóvenes rozagantes
se disponen a tocar tus brazos.
La delicia de las cosas
reposa en el paladar.
Desgraciado
quien llegado a los treinta
sólo ha probado un lado del placer
y gustado sólo una caricia.
Ahora que está lejos soñándose a sí misma
quieres entrar de nuevo
y que nada diga.
Que nunca sepa que vienes de mundos
donde un emperador hierve
rodeado de eunucos
y los rostros centenarios de sus concubinas.
Entra en ella
buscando el rostro y la carne
que no volverán.
Desnuda
al cerrar la puerta
recibías como recompensa
un vano rosario de palabras.
Dile que vuelva.
Dile que venga y presente al respetable
sus magnificas nalgas rosadas
la ronca voz
y la canción de entonces.
Los caminos del olvido son varios.
Varia la cambiante faz
de esta música que siempre soñó en tus carnes frágiles
con tanta melodía antigua y bien olvidada.
Los caminos de las ciudades que vieron tus ojos tristes
son sonatas en viejos pentagramas.
Dulce enemiga
que llevas al hombre
más allá de sí mismo.
Adoro tus perfecciones
y tus fulgores sobre mi cuerpo helado.
Recorres a zancadas
los cielos nada apacibles
y las estrellas incesantes
y las estrellas quietas.
El amargo sabor de los sueños
volverá para darte una muchacha
con el pelo suelto
contando recibos del paso del día.
Desnúdate de ti
y ella vendrá a vestirse
con las caderas, los ojos y los gestos
que hubo en tu camino
ese verano del ochenta y dos
Creyendo que la mejor cura contra la melancolía
eran esas superficies radiantes y abiertas
fuiste hasta las memorables ruinas
y viste la estatua de basalto
que del cuerpo de Antonio hicieron.
Grecia era el testimonio, bajo esa copiosa
y virulenta luz, de cómo solo lo externo
tiene propia existencia.
De la aristocracia
queda todo:
La buena voluntad,
el amor al prójimo,
las buenas maneras
y el calor humano.
Nosotros, los siervos,
nos complacemos
en copiar.
Una brisa intermitente
alivia los húmedos días de Junio.
El vecindario entra y sale de los cafés
y los turistas abren la boca
ante las maravillas.
Nosotros, los habitantes de este mundo,
recorremos las calles
esperando encontrar,
quizás,
un hombre o una mujer con quienes hablar
de cosa distinta al dinero
o engrosamos las filas
de unos aficionados a las danzas folklóricas.
Mira los manzanos en invierno.
Están secos con tanto lamento.
Tus nietos fijan sus ojos azules en mi rostro.
Mi cabeza
dorada ayer
mañana estará como la nieve.
Aquí fue nuestro encuentro
en este día.
Hace mil noches.
Durante años
fue la vigilia, para él,
un sueño de horror.
Los días transcurrían como una pena
que debía pagar en las noches.
Sólo una catástrofe, con su manto de nube,
le arrojó al verdadero día y la veráz noche
de los otros, sus habituales enemigos.
Esta mañana he visto una España Imperial
desconocida, no imaginada por Felipe Segundo.
Hernán Cortés supo que fundaba en Tenochtitlán,
la Nueva España, la única heredera
de Isabel y Fernando.
La inmortal y corrupta España vive en México
y el zócalo es su espejo y memoria.
No pierdas el tiempo buscando la patria.
El dinero no la requiere y su lengua es usura.
La patria es el habla que heredaste
y las pobres historias que conserva.
Tu abuela, en el zaguán, ciega ya la memoria,
meciendo los años de sufrimiento y desdichas.
La tarde va cayendo en su gris
y uno que otro disparo de fusil o revólver
recuerda que estás en tu país de muertos.
Alguien volverá a llamar esta tarde,
alguien sin esperanza.
Que la tarde muera como mueres hoy
en el silencio del primer día de un año
como tantos otros del pasado
Recuerdo una mañana
cuando después del goce de soltero
caminaba en el campo
recorriendo tu cuerpo
Aquella noche,
apagada
la sed,
bebimos
vino
dulce.
Hasta aquí la música.
Sobre las fronteras rusas
las ametralladoras.
Pandilla de temerarios
Contra la Madre Patria.
Himno de Francia
Obertura Solemne de 1812.
Yo Taliesin
vasallo de antiguos reyes
en un oscuro patio inglés
he conocido las voces
y el grito de los puñales.
Yo
Taliesin
el más alto
el más rubio.