REVELACIÓN

A Blas Taracena

Era en Numancia, al tiempo que declina
la tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
alma de libertad, trono del viento.

La luz se hacía por momentos mina
de transparencia y desvanecimiento,
diafanidad de ausencia vespertina,
esperanza, esperanza del portento.

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ROMANCE DEL DUERO

Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.

Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.

Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.

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ROMANCE DEL JÚCAR

Agua verde, verde, verde,
agua encantada del Júcar,
verde del pinar serrano
que casi te vio en la cuna
-bosques de san sebastianes
en la serranía oscura,
que por el costado herido
resinas de oro rezuman-;
verde de corpiños verdes,
ojos verdes, verdes lunas,
de las colmenas, palacios
menores de la dulzura,
y verde rubor temprano
que te asoma a las espumas
de soñar, soñar -tan niña-
con mediterráneas nupcias.

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SUCESIVA

Déjame acariciarte lentamente,
déjame lentamente comprobarte,
ver que eres de verdad, un continuarte
de ti misma a ti misma extensamente.

Onda tras onda irradian de tu frente
y mansamente, apenas sin rizarte,
rompen sus diez espumas al besarte
de tus pies en la playa adolescente.

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VALLE VALLEJO

Albert Samain diría Vallejo dice
Gerardo Diego enmudecido dirá mañana
y por una sola vez Piedra de estupor
y madera dulce de establo querido amigo
hermano en la persecución gemela de los
sombreros desprendidos por la velocidad de los astros

Piedra de estupor y madera noble de establo
constituyen tu temeraria materia prima
anterior a los decretos del péndulo y a la
creación secular de las golondrinas
Naciste en un cementerio de palabras
una noche en que los esqueletos de todos los verbos intransitivos
proclamaban la huelga del te quiero para siempre siempre siempre
una noche en que la luna lloraba y reía y lloraba
y volvía a reír y a llorar
jugándose a sí misma a cara o cruz
Y salió cara y tú viviste entre nosotros

Desde aquella noche muchas palabras apenas nacidas fallecieron repentinamente
tales como Caricia Quizás Categoría Cuñado Cataclismo
Y otras nunca jamás oídas se alumbraron sobre la tierra,
así como Madre Mira Moribundo Melquisedec Milagro
y todas las terminadas en un rabo inocente

Vallejo tú vives rodeado de pájaros a gatas
en un mundo que está muerto requetemuerto y podrido
Vives tú con tus palabras muertas y vivas
Y gracias a que tú vives nosotros desahuciados acertamos a levantar los párpados
para ver el mundo tu mundo con la mula y
el hombre guillermosceundario y la tiernísima niña y
los cuchillos que duelen en el paladar
Porque el mundo existe y tú existes y nosotros probablemente
terminaremos por existir
si tú te empeñas y cantas y voceas
en tu valiente valle Vallejo

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La lluvia

Es la lluvia, la hormiga que asciende lenta
en la hoja intemporal;
es la hoja, la lluvia que moja
el negro paraguas;
es el paraguas,
la sombra donde crece el delgado tallo;
es el tallo,
el fulminante verde que amanece en mis ojos;
son mis ojos, los creadores de la página;
es la página,
el epitafio de las letras;
es la letra,
el caos de mi nombre.

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Raíz del cielo (I)

Honda la mano que no perdió su antiguo ánimo y en el
coraje empuña la espada que hiere al polvo y éste que se
esparce y niega el agua.

Honda la mano hiriente que en su embriaguez se hace río y
después de tantos años aún nos asombra porque ostenta un
oleaje y un canto marinero.

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Raíz del cielo (III)

Raíz sabia que me engendró en el grano de trigo,
fiesta del polvo salamandra y unos azahares a tiempo,
a la hora del coraje,
vidrio de milagros,
hábito a fuerza de su peso moral;
bondad indefinible aprendida todos los días,
a cualquier hora,
en el desayuno compartido,
en la vergüenza ajena hecha nuestra,
arrancada a la noche sin fronteras;
mar milagroso de nardos y canciones de Agustín Lara y ella
colando los frijoles,
soñando con estar viva,
enseñándome a estar lentamente vivo,
sin memoria quemada,
inocente,
vertiginosa rosa elegante.

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Ser ante los ojos (A mediodía VIII)

El ser,
congregación de nubes en el cielo,
níveo desierto que ordena en fila
las viejas batallas.
Al poniente, los lobos;
al oriente, las oxidadas espadas
en espera de reinos y fracasadas glorias.

El ser, laberinto de tiempo
detrás de la errante memoria,
como los estoicos,
balanza de espadas y cañones,
de truenos en la montaña
y aldeas arrasadas,
de niños y jóvenes,
víctimas de la sustraída clepsidra,
de mujeres y hombres,
que vieron llorar a Adán
en su falso Paraíso;
de ancianas tejiendo con sus dedos
la línea imaginaria de una frontera
sin brújulas ni caleidoscopios.

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Ser ante los ojos (A mediodía XI)

El ser y todo yo congregado
en un hondo corredor de espejos
donde los sueños preceden al canto
y al ingenuo entusiasmo de los hombres;
el ser y todo el hedor
de los prisioneros del tiempo,
los que se quedaron en la orilla del reflejo;
los que naufragaron
y salieron a la playa
con los despojos de los sueños ultrajados,
risa y risa,
llanto y llanto,
con el rostro de Proteo insinuado en sus ojos
repletos de victoria y derrota.

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Ser ante los ojos (A mediodía XII)

Y esas osamentas,
árbol de noche,
traman entre los péndulos de la voz,
la más antigua,
la leyenda que testimonian las
piedras ciegas,
reyerta del aire.
Y dicen, dicen,
la azarosa epopeya
de la espada que empuñan otras manos;
y dicen sin decir,
porque la voz se ha enmudecido:
ahí están los soldados
muertos en Normandía,
los que cayeron en Vietnam,
o en Cartago, o en África;
y dicen diciendo,
del inevitable ayer de los muertos de Stalin,
del sol quemante en los rostros
de los jinetes, los que cruzaron en vano
un desierto para vencer al sol.

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Ser ante los ojos (Al amanecer II)

El ser
resguardando lo verdadero
y falso de nuestros espejos,
ánimas desolladas por las hendeduras
que nuestras sombras
van dejando en los muros
de calles de bisbiseos escatológicos,
de manchas que testimonian tiempos
escindidos,
yugos floreados
en llantos de olvidos;
muros y calles,
madriguera del ser,
anunciación de pasadomañanas
que nunca llegaron.

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Ser ante los ojos (Al amanecer IV)

El ser
despojándose de su tintura,
de su codicia,
de su apetencia;
el ser,
devorándose a sí mismo;
el ser y el hombre —¿el niño?—
apostilla de la soledad.

El ser,
anemia que provocó la insipidez
de las horas y los días;
el niño —¿el hombre?—
anticipo del ser, pregunta al revés,
máscara para las verdades,
pretérito febril de despropósitos.

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Ser ante los ojos (Al amanecer V)

Frente a él descubre que dejó de ser niño
y el hombre, frente al niño,
entiende que se volvió espejo,
y el ser reclama al hombre y al niño toda la
calamidad: máscaras, órganos mutilados,
juguetes rotos, viejos sueños de fin de año,
en fin, el arrebato de la memoria sustraída;
la que el asustado espejo quiere
escamotearnos sin saber que el niño —o el
hombre— salen de un charco negro
como un embrión de luz, victoriosos,
como una antigua fábula
que confirma la persistencia
de las calles, de los juegos,
del color de la luz,
a pesar de que ésta, con los años,
ha palidecido;
aunque todo se jodió para todos,
la renovación del asombro siguió su
deambular, catequista insomne,
maniantal cristalino, denso,
aunque el borracho
de la esquina de siempre
eche al aire sus acostumbradas palabras:
hijoeputas, hijoeputas
y el niño, el hombre, el ser y nosotros
lo ayudemos a comprar su aguardiente
para que en sus ojos se desborde
una cascada de gracia que purifica las calles,
los balcones,
los geranios que retozan en las cenizas del
aire, lanzados por siempre, como un engaño
a la elocuencia que esconde
la señora del delantal aparente,
la que nos acusó de comernos
los ojos de los santos de la iglesia,
esa discontinuidad de adobe y claroscuros
que aspira a domiciliar el alma de todos:
el viejo vendedor de periódicos,
el señor de la tienda, el zapatero,
el carnicero, las mujeres,
el chofer, el mecánico,
los desplazados de El Quiché,
en fin, esas derrotas invertidas
en espera del puñal y su perdón.

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Ser ante los ojos (Al amanecer VII)

El ser y un oleaje que sube,
desde las paredes de la vieja casa,
que sube, hasta las aturdidas torres,
sitio de vigías y adormilados hombres
que imaginan la ciudad,
la de los perros callejeros,
la de los muertos,
la de las calladas avenidas,
la ciudad,
la del circo
y sus tartamudos payasos,
la que calló para sobrevivir,
la que fue muro contra el despojo;
la ciudad, la de las puertas entreabiertas
y los ojos acechantes,
aquellos que hacían guardia
para cuidar a sus hijos de la muerte;
aquélla, de nuevas avenidas
y héroes cansados,
ataúd visceral,
burla de los muchachos de la escuela;
la ciudad, laberinto de puertas
y objetos sin nombre,
sin apellido,
sin podredumbre,
perdurable.

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Retorno póstumo

Con las primeras violetas viene,
tan acostumbrado al ruido del tiempo,
él, nuestro sueño inhabitable,
transitando solo,
de nube en nube,
nuestro sueño confundido con el mar,
con el sediento desierto,
después de haber besado con labios infinitos
el último horizonte de la vida.

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AL ÁRBOL DE GUERNICA

Tus cuerdas de oro en vibración sonora
vuelve a agitar, ¡oh lira!,
que en este ambiente, que aromado gira,
su inercia sacudiendo abrumadora
la mente creadora,
de nuevo el fuego de entusiasmo aspira.

¡Me hallo en Guernica! Ese árbol que contemplo,
padrón es de alta gloria…
de un pueblo ilustre interesante historia…,
de augusta libertad sencillo templo,
que —al mundo dando ejemplo—
del patrio amor consagra la memoria.

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AL PARTIR

¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
como cubre el dolor mi triste frente.

¡Voy a partir!… La chusma diligente,
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza, y pronta a su desvelo
la brisa acude de tu zona ardiente.

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AMOR Y ORGULLO

Un tiempo hollaba por alfombras rosas;
y nobles vates, de mentidas diosas
prodigábanme nombres;
mas yo, altanera, con orgullo vano,
cual águila real a vil gusano,
contemplaba a los hombres.

Mi pensamiento —en temerario vuelo—
ardiente osaba demandar al cielo
objeto a mis amores,
y si a la tierra con desdén volvía
triste mirada, mi soberbia impía
marchitaba sus flores.

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PAISAJE GUIPUZCOANO

Suspende, mi caro amigo,
tus pasos por un instante:
no está la ermita distante,
y apenas las cinco son.
Ven a admirar —bajo el toldo
de aquellos verdes ramajes—
los pintorescos paisajes
de esta encantada región.

Mira a tus pies ese río,
cuyas herbosas orillas
millones de florecillas
cubren, difundiendo olor;
y desde el borde escarpado
oye las mansas corrientes
deslizarse transparentes
con soñoliento rumor.

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HALCON QUE SE ATREVE

Halcón que se atreve
con garza guerrera,
peligros espera.

Halcón que se vuela
con garza a porfía
cazarla quería
y no la recela.
Mas quien no se vela
de garza guerrera,
peligros espera.

La caza de amor
es de altanería:
trabajos de día,
de noche dolor.

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Al espejo

Me quedo en tus pupilas, sin convite a tu fiesta de fantasmas.
Adentro todos trenzan sus efímeros lazos,
yo solo afuera, y sin amor, mas prisionero,
yo, mozo de cordel, con mi lamento, a tu ventana,
yo, nuevo triste, yo, nuevo romántico.

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Allá en mis años

Allá en mis años Poesía usaba por cifra una equis,
y su conciencia se llamaba quince.
¿Qué van a hacer las rosas
sin quien les fije el límite exacto de la rosa?

¿Qué van a hacer los pájaros (hasta los de cuenta)
sin quien les mida el número exacto de su trino?

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Booz canta su amor

Me he querido mentir que no te amo,
roja alegría incauta, sol sin freno
en la tarde que sólo tú detienes,
luz demorada sobre mi deshielo.
Por no apagar la brasa de tus labios
con un amor que darte no merezco,
por no echar sobre el alba de tus hombros
las horas que le restan a mi duelo.

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Celos y muerte de Booz

Y sólo sé que no soy yo
el durmiente que sueña un cedro Huguiano, lo que sueñas,
y pues que he nacido de muerte natural, desesperado,
paso ya, frenesí tardío, tardía voz sin ton ni son.

Me miro con tus ojos y me veo alejarme,
y separar las aguas del Mar Rojo de nuestros cuerpos mal fundidos
para la huida infame,
y sufro que me tiñe de azules la distancia,
y quisiera gritarme desde tu boca; ‘No te vayas’.

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El infierno perdido

Por el amor de una nube
de blanda piel me perdí
duermo encadenado al cielo
sin voz sin nombre sin ser
sin ser voz suena mi nombre
mas donde sueña no sé
que se me enredó la oreja
descifrando un caracol
tras una reja de olas
lo hará burbujas un pez
mas mi boca ya no sabe
la sílaba sal del mar
sílaba de sal que salta
del mar a mis ojos sin
lágrimas que la desposen
y el frío mal traductor
mal traidor ángel del frío
roba mi nombre de ayer
y me lo vuelve sin fiebre
sin tacto sin paladar
contacto bobo del cero
grados que era su inicial
con su tardes de ceniza
en mi lengua de alcohol
en su verde voz de llama
de menta ahoga en mi voz
con su blando amor de nube
que el orden me encadenó.

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El martes

Pero me romperé. Me he de romper, granada
en la que ya no caben los candentes espejos biselados,
y lo que fui de oculto y leal saldrá a los vientos:

Subirán por la tarde purpúrea de ese grano,
o bajarán al ínfimo ataúd de ese otro,
y han de decir: ‘Un poco de humo
se retorcía en cada gota de su sangre’.

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El naufragio

Esta mañana te sorprendo con el rostro tan desnudo que temblamos;
sin más que un aire de haber sido y sólo estar, ahora,
un aire que te cuelga de los ojos y los dientes,
correveidile colibrí, estático
dentro del halo de su movimiento.

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Espera, octubre

Espera, octubre.
No hables, voz. Abril disuelve apenas
la piel de las estatuas en espuma,
aún canta en flor el árbol de las venas,
y ya tu augurio a ras del mar, tu bruma
que sobre el gozo cuelga sus cadenas,
y tu clima de menta, en que se esfuma
el .pensamiento por su laberinto
y se ahonda el laberinto del instinto.

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Final

Mañana. Acaso el sol golpea en dos ventanas que entran en erupción.
Antes salen los indios que pasan al mercado tiritando con todo el trópico a la espalda.
Y aún antes
los amantes se miran y se ven tan ajenos que se vuelven la espalda.

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Interior

Las cosas que entran por el silencio empiezan a llegar al cuarto. Lo sabemos, porque nos dejamos olvidados allá adentro los ojos. La soledad llega por los espejos vacíos; la muerte baja de los cuadros, rompiendo las vitrinas de museo; los rincones se abren como granadas para que entre el grillo con sus alfileres; y aunque nos olvidemos de apagar la luz, la oscuridad da una luz negra más potente que eclipsa a la otra.

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Llagado de su desamor

Hoy me quito la máscara y me miras vacío
y ves en mis paredes los trozos de papel no desteñido
donde habitaban tus retratos,
y arriba ves las cicatrices de sus clavos.

De aquel rincón manaba el chorro de los ecos,
aquí abría su puerta a dos fantasmas el espejo,
allí crujió la grávida cama de los suplicios,
por allá entraba el sol a redimirnos.

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