El espejo ovalado

Un espejo ovalado.
Un radiador pequeño de calefacción.
Mis manos calentándose.
Mis ojos
se clavaron en él.
Un rostro, que no reconocí,
me miraba
paralíticamente avejentado.

Afloraba
a los oscuros ojos de aquel rostro
un profundo dolor
que venía de adentro.

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El traje nuevo

Voy a vestirme el traje de etiqueta.
Cuidaré mis maneras.
Perfumaré mi aliento -respirando el estiércol tanto tiempo…-

No. No es correcto. Lo sé,
el presentarme así todos los días.
A mi modo. Rebelde.
Llevando de la mano -igual que las gitanas a la puerta del «Metro»-,
palabras mal peinadas.

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Incienso

Incienso.
Olor que me penetra
rasgando los sentidos.
Y huyo.
Me siento acorralada
por ese olor vivísimo.
Partículas quebradas
de una luz lejanísima
se adentran en mi alma, hoy todo sombra.

Incienso.
Un Dios,
amordazado por la Vida,
intenta liberarse.

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La palabra

Yo te quiero sencilla. Acaso pobre.
A veces,
vas a brotarme de organdí vestida (sin querer
me florece el lenguaje de otros seres).
Con amor te desnudo.
Quedas como mi carne.
Como mi corazón y sus latidos.

A menudo,
igual que los pequeños
ante una tienda de juguetería,
pego la cara
a las brillantes lunas
donde se venden las palabras bellas.

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La posteridad

Con frecuencia, oigo hablar a poetas
de la posteridad.
“Tenemos que intentar –dicen con énfasis–
que las generaciones venideras…”
Y yo digo que sí –siempre me incluyen–. Pero mi corazón
sonríe
al tiempo virgen para sus latidos.

Yo quiero vivir al día,
lo mismo que las aves.

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La voz

Aquella tarde me dolía el cuerpo.
Era un dolor vulgar
de materia imperfecta que se quiebra.
Aquella gente extraña
con quienes compartía diariamente
el techo, el pan y el agua -claro que les pagaba-,
indiferentemente me observaban.
Y lo sabían, sí, moscardones horribles,
enlutados por alguien que ni habían amado.

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Las cosas viejas

Qué boba soy, Señor,
-me da vergüenza que lo sepa alguien-,
con cuántas cosas cargo. Sin motivo.
Esta pluma así vieja que ha girado mi llanto.
Este abrigo teñido, o mejor, desteñido,
porque cuántos inviernos…
Esta horrorosa planta
tan raquítica
como mi corazón,
porque ha sobrevivido -como él-
la angustiosa miseria
de la ventana
oscura
de este patio indecente.

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Vida prestada

Señor,
esta vida prestada
que sostengo
a fuerza de dolor
hecho ya aliento,
aliento que me pesa
estancado remanso
que no fluye
ni se renueva con cada latido-
es como las demás. También prestada.
Pero a mí
me dejaste pendiendo
la etiqueta,
el marchamo que dice a todas horas
-porque un viento en el alma lo remueve-:
«Que no me pertenece.»

Y se posan
mis tan oscuros y tristones ojos
sobre toda planta que en la tierra crece
y sobre todo ser humano
que a la vida
se entrega totalmente.

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Amor de hombre

Como un don planetario
recién nacido celeste
a mí
al rebelde varón de mirada perpleja
has llegado por las venas secretas
de tus pupilas debutantes
en edades remotas haciéndote
dulce relámpago de sangre
en los resecos destierros de mi pecho
roto bajo la apagada lluvia de los monos
que dejan sobrecitos con niños de pecho
en las puertas de aquellas casas
en que alguien va a morir por Nochebuena.

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Asesinados jóvenes

Asesinados jóvenes nacimos cierta vez
insistiendo sobre los guardagujas de los lagos
los vestigios de turbas de viejos profesores sin voz
y que hasta nosotros llegaban
hablándonos de la nada que rodea
a los tranvías azules.

* * *

Asesinados jóvenes caminamos por las calles
entramos en los cines y en los bares
incendiamos los rostros con ceniza y con sombra
y mientras dragones ciegos surgen
de las bocas húmedas de los metros
anhelando asaltar los cables telegráficos
nosotros sorprendidos vampiros
auscultamos el corazón de las tiernas existentes.

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Ateo

Dame
minuto perdido
tu sentido entero.

Dame
nube olvidada
tu hermosa tristeza sin arraigo.

Dame
Vida mía única
tu imposible verdad.

Dame
mi soledad
tu repleta cosecha de renuncias.

Dame
muerte mía
tu relámpago de abrasado total.

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Confesión del inicuo

Este momento mío
lo soñaré asesinado ya.
Estos pájaros rojos de hambre
que maman de mis sienes por ti
un claro volcán de medianoche
los engendré cuando los niños
pasábamos lista ante el temible
profesor del Otoño.
Aquella criatura que será lluvia
la nutro con mis actuales combates.

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Desnudo entero

I
Señor
heme aquí despoblado surgiendo entre los pájaros.
Ya ha sonado la hora en las quietas aguas de mi centro
mas yo permanezco abierto a la espesa influencia
de los antiguos soles que manaron los muertos.
Sí. Decidme: ¿para qué nacimos?

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Destino

Lo sabéis amigos
no volveremos más.
La virtud de la lluvia
se aniquila en los soles
y el viento entre las flores
se sumerge en la sangre de los toros.
Sólo los viejos vagabundos al morir
pueden saber quizá
el secreto de la hora derramada
y el porqué de la mujer húmeda en estío.

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Matinal

Cuando los besos
saben a mojadas pálidas
de ojos oscuros de pájaro enlazado
con nacimientos de montañas
tras el duro trance que agoniza
en las escafandras de barro
de las sumisas embarazadas sin nariz.

* * *

Cuando entre cristales descuajados
rompecabezas de cuadrumanos
henchidos de infancias terminales
surge Osiris el profesor estelar
abriendo de par en par
los costados de los jóvenes alumnos de la madrugada
cortando con navajas de afeitar
los dulces párpados cerrados
caminantes sin tregua
por sollozos de los niños de pecho.

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Momento novembrino

Largos versos escribo con mi pluma de ave.
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.

No estoy triste ni alegre. Más bien un poco turbio,
un poco espada, un mucho vagabundo magnífico
profano de caricias.

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Ofertorio

(Número cero)

Sin ti. Sin ti. Hora inviolable.
Inescrutable sollozo.
Fuga sagrada de lo que invado y destruyo.
Mis piernas de tristeza golpean las estrellas.
Navíos secretos de habitantes desnucados
hunden odio amargo, sediento
de dislocadas primaveras ciegas,
donde se yergue el titán enano de la Vida
vencido inmenso mar
de donde surgen albas implacables
como una mano tierna.

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El crecimiento

Con la palabra inauguramos, damos vida.
Yo te nombro la playa de mi cuerpo,
la bahía de mi boca,
el abra de mis brazos.
Yo te nombro callada,
yo te nombro vibrante.
Te digo aves, te digo remolinos.

Espeso ahora mi juventud, tú la adulteces.

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Amanece

Hablo en plurales giros
porque plural o universal me siento.
Y luego reparto mi alegría,
tal vez sin alma,
lo cierto es que sin cuerpo,
pero conmigo adentro.
Es la crisis total de mi sistema.

Desarticulo puertas,
me desgozno,
me desplomo
como una casa del Virreinato,
y te nombro
y te nombro,
y es que quiero desgajar,
morder, día dije,
la naranja cercana de tu vientre.

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Diálogo y migraciones

Fue entonces cuando aprendiste a dialogar,
quizá de noche, con voz de migración y cataclismo.
Entonces aprendiste a hablar con un rumor de pozo.
Volcada, salías de ti y en ti permanecías.
Descubriste en tu vientre un objeto vecino
en el que concentraste un trabajo paciente,
un amor de minutos sostenidos.

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Relámpago de obsidiana

Siento resorte ser,
siento agonía.
Siento mi cierta humanidad
junto a tus meses.
Y repito tu nombre o yo descolorido.
O yo me simbolizo entre metales.
O yo soy ese cuerpo que te embriaga.

Sucede que hallo apenas
no cosas qué decirte,
sino cómo decirte que te espero,
que de mis piedras eres veta,
quede mi pie junto a tu huella.

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Sobre el invierno

Bajo mi torso sonreías,
bajo mi abrazo.
Bajo mis ascendentes escaleras,
bajo las nupcias que a tu lecho llevan.
No es sombra ya mi corazón hecho badajo
que golpea la campana de mi tórax.

Mis huesos quieren descoyuntarse,
salirme enfurecidos hacia arriba,
abandonarme.

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