Como el penitente
que masca su cigarro amargo e íntimo
voy por estas calles
en estos transportes colectivos
cruzando estos desolados parques,
las fechas no tienen importancia
hoy es otro día y el sol no da espera,
hay que salir y ver recorrer los rebaños…,
como una fiera
acecho a la sombra de sus rituales fabriles.
El día que mataron a Icarus
el sol estaba en lo alto.
Un disco
de oro que ardiera como un gran crisol…
Icarus
intentaba escapar del laberinto.
Se había ejercitado en la aérea gimnasia del vuelo, con dedicación y celo.
Grande y oblicua la corazonada,
una flecha de basalto que se encarna
sobre la floreciente plenitud del silencio.
Cuchillada de ceniza
en la cara de una ciudad que se va diluyendo,
adentro, en su bruma de invierno.
Solo queda la huella de la mano que arañaba contra el cristal empañado,
la herida negra que no duele,
adentro sí, y abajo, …solo un poco de frío
en el prepucio del alma.
Franz:
Sé que no es tiempo de escribir cartas,
afuera llueve
y el papel con sus carteros
se ha desleído una mancha gris como una tarde en el invierno de Praga.
Los hombres
hacen fogatas en los andenes de los almacenes
debajo de las vitrinas
en donde hermosas mujeres de plástico mueren de tristeza.
La muerte es un jardín de armas oxidadas,
frutas de latón corroídas por una lluvia eterna y sulfurosa
donde no florece tu risa
ni tu enredadera bruna ebastiana.
La muerte es la frontera más allá de tu lecho
la muralla enferma donde se pudren
/tus festivos y legres vestidos.
??Los poetas deberían casarse con mujeres delicadas para los menesteres olímpicos del lecho
fuertes y sabias en los oficios culinarios??,
dijo un bardo cuyo nombre no recuerdo
y es verdad, porque los poetas hechos de pintura, de barro o tinta
trabajan hasta tarde, casi no duermen en las acostumbradas horas, y por las mañanas siempre sueñan.
Animal de piedra me miro.
Animal de piedra me mira
desde un espejo rayado
por la luz de una mañana porteña.
Agua fría dentro de las manos
Áspera la barba, dura la sonrisa.
En el espejo de la pensión
veo al viejo animal de piedra
que acaba de bajar del insomnio
de la piel de mulata de treinta dólares
del sudor, escozor y cigarrillo muerto.
(Malatesta)
Malatesta se quedó mirando el plato y dijo: ?Nos están envenenando…?
Yo le metí el diente al filete y luego a la rodaja de tomate y me supo a gloria. Bueno el hambre apretaba y no había por qué rechistar me dije.
Después que el amor contranatura le dejase una herida negra y supurante,
y que el castillo del alba
Se derrumbase con el rayo de la tormenta;
que la torre de Notre Dame, cayera sobre su cabeza rompiéndole los sueños,
tres costillas y un par de poemas.
Yo me quedé así recostado dejando que el tinto resbalara garganta abajo, buscando el estómago frío. Claro, no lo niego, también eran ganas de radio bemba, del chisme, del correveidile, de saber adónde se había ido la muchacha de la falda de flores, la muy espigada y siempre en flor, cosechera de la primavera del valle.
Yo esperaba de niño
frente a la ventana de la tarde
un cometa de flamante estela
azotando la cara del sol.
Yo esperaba
un caballito blanco
con cola dorada, sobre el que cabalgaría hasta el fin de la tierra.
Un caballo de mármol ardiente
con panales de espuma y con miedos de hierba
en la boca, las orejas atentas oyendo
vibraciones extrañas al hombre,
sus patas como el cuello de las fuentes.
Y mariposas en la sangre,
y mariposas en el belfo,
con una prisa en el hocico.
Cada vez que el silencio
desciende su escalera de pausas
hacia raíces oscuras,
las palabras coronan
gloriosamente los tallos.
Los violines levantan a sus ojos delicadas columnas.
—La orquesta construye siempre de nuevo el mundo—.
Los bailarines victoriosos en un salto vibrante
se vuelven más que hombres, fuego.
Los cuadros abren puertas con ritmo.
—Los retratos desembarcan personas—.
Las viñas se pierden en los cristales.
Lejos de ocios y telares
un espejo ardiente
recibe caras que no ha pedido.
Con vuelo, no corona las cosas:
dentro del agua que lo recuerda
besa a todos los seres
en el caracol marino
correspondiente a su turno
A Jorge Luis Borges
Ignora qué leopardos o qué olivos
colaboran en su número de llamas.
En qué oscuras entrañas
se levantaron sus orígenes del musgo.
En qué fecha de álamo se movieron los labios
de su continuo nacimiento.
La Cabellera quema el filo
entre la piel y el cielo
con sus llamas:
las encinas no alumbran su follaje
en las florestas lejanas,
los leopardos no encantan
entre verdes cortinas,
las piedras no recuerdan historias
en milenarias intimidades,
el sol no estalla espigas en una tierra azul.
Como en cipreses a llantos largos
no progresa la noche;
el blanco detiene un luto
de carruajes en la madrugada;
vacilan cirios como penumbras;
dudan alturas de cóndores en el olvido;
la pesantez no se arrepiente
ante luces sonoras de campanarios;
las cenizas impiden filos a los aullidos;
la lluvia desorienta las cartas
y sin embargo, el amor, de un corazón
retira sus hiedras,
una niña de oído fino,
de obediencia inclinada,
intenta demorar el amanecer en el bosque;
busca lo callado
para cubrir flores, agua de silencio,
hierba sin abejas verdes,
fuentes con rumores iguales
con que apagar ciervos y colores;
pero las cosas están respondiendo
a otras fechas, con hirviente trabajo fervoroso
como las estrellas, y no escuchan su seda.
A Concepción Silva Bélizon
Desnuda, blanca, sola, como los huesos.
Un puñado de hormigas. Unas manchas de lluvia.
Una puerta. Unas brisas nacieron de sus madres.
Sin libros, sin trajes, sin números,
entre la selva y sus paseos.
Abrazada en secreto por los árboles.
La historia no registra el pan crucificado,
el rey sin arcoiris, los niños, de colores,
quebrados por el crimen,
las batallas de encinares
contra el acero enemigo,
las hormigas vencidas por el peso.
No registra la nave
que arrastra su deriva
en aguas extensas
sin encontrar el puerto
que los mapas aseguran,
no registra las águilas perdidas
en el humo sin luz,
la catedral secreta de los pobres
sólo de llanto adornada.
El aire la recibe cuando anda,
el cielo la posee, los árboles la besan,
la ama el mar.
Sus pies no pertenecen a su cuerpo,
sino al camino.
Sus piernas le obedecen
como columnas a la Música.
Sus pasos desprendidos del tobillo
no caen en el silencio
como sonidos huérfanos.
Mañana cuando emigre tu mirada
bajo un amanecer de alas viajeras,
mañana cuando auroras mensajeras
sollocen en la sombra madurada…
Entonces lloraré porque te fuiste.
Y al sentir tu presencia tan remota,
será menos naranja la chiltota
bajo aquel naranjal que tú encendiste…
Te miraré cruzar por mis dolores
como una golondrina desolada,
de párpados abiertos como flores…
Aquí, crucificado frente al cielo,
mañana cuando emigre tu mirada
acaso pensaré que estás en vuelo…
Mi tristeza se inicia con los trenes.
Es la vida un adiós con estaciones.
La noche ha recogido sus vagones.
Todo se torna tren cuando tú vienes…
Me dejas con tu paso en el desvelo.
No paras aunque agite las banderas.
A la arbitrariedad de la memoria
cedo el discurso apenas iniciado
para que al despeñarse sin cuidado
se adjudique al azar mi trayectoria.
Hay que tergiversar, por ilusoria,
la verdad, ese gusto exacerbado
por los malentendidos que he burlado
desfaciéndole entuertos a mi historia.
¿A qué árbol se dirige
el pájaro cuando cruza
una flecha el aire y cambia,
fiel a la cita, su ruta?
Al árbol de su país,
allá solo, en la penumbra
de una región donde antes
de ser pájaro fue música.
VIII
La mulata santiaguera
se fue metiendo en la noche
montada en el carricoche
de la luna marinera.
Vio la insólita chistera
de la ciudad inocente
arder con su pretendiente
mientras ella, divertida,
retozaba sumergida
en un vaso de aguardiente.
¿Y qué voy a amar si no es el enigma?
Giorgio de Chirico
Los garabatos son las lianas del bosque de nosotros mismos. Aferrado a ellas, libre, retoza el primate que todavía somos.
Garabatear es rasguñar el cristal empañado por el aliento de lo inmediato indecible.
Escribir tiene espíritu de nada.
Hay que revolotear en el abismo
y cortarse las alas que uno mismo
tiende sobre su sombra alucinada.
Y caer desde nunca, desde cada
vértice en el perfecto mecanismo
del azar que celebra en su mutismo
la creación, esa fábula encarnada.
Una enorme caravana
de hormigas vino por mí
y yo, ufano, le entreabrí
mi carne, losa liviana.
Mi carne, mi soledad,
donde el hormiguero ha echado
como Dios, por el costado
raíces de libertad.
Lástima que la razón
me haya devorado el pecho:
hay hormigas que no han hecho
la primera comunión.
Mi madre tiene una tina
donde se baña una moza.
La moza tiene una rosa
y la rosa una cortina.
No se sabe, se adivina
un cuerpo desorientado,
una ración de pecado,
un frío como de muerte,
un golpe de mala suerte
y luego el cielo estrellado.