No hay nada más definitivo
aquí estoy puesto nomás
como una verruga
en la espesa nariz del mundo
y no hablo
sino para hacer que el tiempo
se detenga
y no llegue nunca
a la catástrofe final.
a Salvador Flores
A veces me levanto de noche para seguir un ruido.
Pienso quién anda allí, quién camina, quién toca.
Lo que perturba el sueño de mi casa tranquila
¿es ruido, sombra, recuerdo? ¿Pasa algo?
El perro y la gata se me quedan viendo:
no pasa nada; duérmete, querido,
la noche tuya y nuestra está tranquila.
La última calle de la ciudad no existe,
en las orillas a todas horas nacen calles
bajo los pies de los que pasan,
y transitan muchos más sueños
de los que el gobierno se imagina;
por eso no es posible contarlas,
no es posible manejar a la ciudad
con una tabla aritmética;
en realidad nadie sabe qué ocurre,
nacen calles de los nombres que se piensa ponerles
y hay que estar inventando palabras nuevas
para simular que la situación se ha dominado.
II
Si te he de perder un día
que no sea entre semana
ni en domingo
ni en sábado
ni en nada.
VIII
Ah mi pequeño capulín,
qué manera de hablar tiene tus ojo;
me platican historias de amor que no conozco,
me platican la rosa entera de los vientos;
en el puro silencio me levantan,
me hago la cúpula más alta
para tos ojos gregorianos
Pera
Estaba yo pelando una pera muy quitada de la pena,
contenta de ir a servir de desayuno,
cuando de pronto noté el poco pudor
con que se dejaba eliminar la vestimenta
y cómo soltó en humedad que me escurría por lo dedos
un jugo lúbrico que me pedía cierto pudor que en esta
materia ya he
perdido
y no por eso la sentía menos densa y dulzona
acomodarse a la temperatura de mi mano;
la nombré suavemente la reina de las frutas,
la chupé, la mordí, la hice mía
y escribo su nombre para que no se borre en la memoria
de los
siglos: pera.
Petrus Aura,
el más remoto de mis antepasados
de que tengo noticia,
fue quemado al pie del castillo de Montsegur,
por hereje,
en el lugar que desde entonces se llama
Val de Chemé.
Con ello perdió la tierra,
los frutales,
el solar,
la mujer (también quemada),
y seguramente libros, manuscritos, actas,
y el cuerpo provenzal, la vida entera.
Ponme una mano
en los ojos
para
ya no estarme viendo,
porque si sigo
me voy a estrangular
de rabia
que me tengo.
Por supuesto, que no creo
en la reencarnación.
Pero me gustaría saber
si naceré de nuevo.
Sólo por decidir qué cosas
puedo dejar para después.
Reyes, obispos, magnates,
cardenales tonsurados,
millonetas, purpurados,
el zar de los aguacates,
el señor de los tompiates
y todos los delegados
de los sitios encumbrados
han entrado en los debates:
cuál es el diario mejor,
qué bitácora prefieres,
quién es el que te llegó,
y todos claman: Jor, jor,
si ver el mejor prefieres
es alejandroaura blo.
He vuelto al bosque de mi penosa adolescencia
bajo cuya fronda entonces loca mis penas sacudía
para que las llevaran los pájaros
a donde se guarda el llanto de los hijos tristes
y no, ya no es como antes, ya nada es como era
y mis ojos que ahora ven de otra manera
heridos y distantes ven otra realidad más plena,
con sabrosos matices y fulgores, más serena
tal es lo que he vivido; una docena
de anécdotas, un trío de penas, alguna algarabía.
El colibrí
El colibrí que vuela en la huerta de mi amiga,
como sobreviviente de la belleza, va a morir.
Pero alguien se para frente al árbol padre y
aprieta el click que dejará vivos sus ojos.
El colibrí ni gana ni pierde; se detiene por
fin en la quietud de la copa, maravillado de sí mismo;
cierra los ojos y se pone a soñar que recomienza.
No describo la cosa cuando nombro
y en rombos de sonido en espirales en volutas digo
pues la cosa es pastel
muchacha
zanahoria
y así la cosa dicha me provoca en la boca
una humedad un charco un chorro
y tal viene a quedar la cosa ya descrita
con la sola apetitosa forma de la cosa verbal que palabreo
¡Ah, gritemos!
¡Gritemos!
Ninguno ha de salirse con la suya,
con la misma vamos todos.
¡Gritemos!
Ningún escudo sirve,
ninguna malla defiende
y el parapeto del sueño
sólo es fino algodón envanecido.
A uno ya se le cayó la lengua,
a otro le ha crecido tanto un pie
(pobrecito almamía),
a cualquiera lo mordió la rabia misma
y no faltó alguna a la que el mar
se le hizo chico,
la tierra, chica,
el aire, chico, el infinito, nada.
En el espejo retrovisor
se proyecta su boca
besucona
no veo sus ojos
yo
a solas desde acá
soy alma de los dos y
ambos
allá
somos la boca.
No se puede escribir si se está triste,
el oficio se atasca, predomina la línea pedregosa
por la que no puede fluir ni una palabra cierta,
el paisaje es escombro de nombres sin sentido
y los ojos erráticos no se pueden fijar en cosa alguna,
transcurre un coche despacio por el siglo pasado de la
ventana
y se lleva arrastrando la poca magia que la imaginación,
sirvienta remolona del deseo, estaba queriendo construir
y queda sólo un tiradero de añicos vidriosos y salados,
no hay nada tan triste como un poeta triste
tratando de escribir en su tristeza.
1
Huele a muchacha el aire de mediodía,
huele a muchacha natural,
y está tan cargado de olor a muchacha
el aire de mediodía
que estoy a punto de gritar
que el aire de mediodía huele a muchacha.
Poner un pie en la tierra
me llevaría sin duda al fin del mundo;
un pasito tras otro, conectando el alma al alma,
como cuando no podía entrar a la escuela
y me echaba a caminar embelesado.
Me parece sin embargo
que es mía la última hora de esta tarde.
Y de qué vivió, preguntan asombrados:
vivió de vida natural,
vivió de encantamiento, de un fuerte golpe,
de un pulmón que le salió magnífico.
Tenía horas y horas para volar, para bailar,
para morirse de la risa.
Daba cosa mirarlo tan contento
como si no esperara nada.
Un día
abandonaremos
la ciudad de México;
la dejaremos en pie y desierta
para que
las conjeturas
crezcan,
y nos iremos a fundar
en otra parte
nuestras maravillas.
2
El jueves en la mañana
despertamos alegres,
llenos de sueños.
Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.
esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues.
hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.
Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.
Mi ser henchido de barcos blancos.
Mi ser reventando sentires.
Toda yo bajo las reminiscencias de tus ojos.
Quiero destruir la picazón de tus pestañas.
Quiero rehuir la inquietud de tus labios.
Porqué tu visión fantasmagórica redondea los cálices de estas horas?
correr no sé donde
aquí o allá
singulares recodos desnudos
basta correr!
trenzas sujetan mi anochecer
de caspa y agua colonia
rosa quemada fósforo de cera
creación sincera en surco capilar
la noche desanuda su bagaje
de blancos y negros
tirar detener su devenir
Se fuga la isla.
Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta.
Ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidas en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche.
Partir
en cuerpo y alma
partir.
Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.
He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más fila para morir.
a León Ostrov
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios
Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo
Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos
Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay mounstros
que beben de mi sangre
Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.
a Raúl Gustavo Aguirre
Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
a Elizabeth Azcona Cranwell
Llamé, llamé como la náufraga dichosa
a las olas verdugas
que conocen el verdadero nombre
de la muerte.
He llamado al viento,
le confié mi ser.
Pero un pájaro muerto
vuela hacia la desesperanza
en medio de la música
cuando brujas y flores
cortan la mano de la bruma.
La noche se astilló de estrellas
mirándome alucinada
el aire arroja odio
embellecido su rostro
con música.
Pronto nos iremos
Arcano sueño
antepasado de mi sonrisa
el mundo está demacrado
y hay candado pero no llaves
y hay pavor pero no lágrimas.