De un solo beso desteñir provoca
tu boca en corazón recién pintada.
Fruta y flor a la vez; copa colmada
de vino y miel para la sed más loca.
Ella en sus vivos múrices evoca
el símbolo sensual de la granada,
y pienso al verla sonreír, que nada
en el mundo es más rojo que tu boca.
Poemas colombianos
Se evaporó su nombre y ha quedado
su recuerdo en mi ser desvanecido,
como queda un arbusto alzado en nido,
ya sin trino, en el aire, despojado.
¿Cómo era su nombre? ¿En qué ignorado
alfabeto del aire está perdido?
Cuántas veces, amor, por retenerte
puse a tus pies mi juventud rendida.
Y cuántas a pesar de estar herida
te la volví a entregar por no perderte.
Cuántas veces también, altivo y fuerte,
por alcanzar la gracia prometida,
me batí frente a frente con la vida,
o me hallé cara a cara con la muerte.
Este dolor de amor que me fue dado
a cambio del amor que di sin tasa,
para el olvido que al amor traspasa
ya tiene el corazón crucificado.
Esta sangre fluyendo del costado
será el placer de ese otro amor que pasa,
dolor que hiere y júbilo que abrasa:
otro amor a nacer para olvidado.
Hiere más fuerte, amor, hiere más hondo,
que aún en tu dardo está toda mi vida.
Para que goces con tu propia herida,
ni el alma oculto, ni la llaga escondo.
Mira un momento hacia el ayer. Al fondo,
otra -aquella- desángrase vencida.
Este amor que ha llegado entre la niebla,
igual que en otro invierno, sigiloso,
todo un ayer con su presencia puebla.
No turbarán el don de su reposo
crueles palabras ni celosos daños.
Sólo la facha en la oquedad del foso.
Pesa tan poco tu zapato leve,
que finge ser, cuando tu pie reposa,
más que un zapato, un pétalo de rosa
hecho para pisar copos de nieve.
Si ágil orquesta sus compases mueve
y a la danza te entregas jubilosa,
simula el giro de tu planta breve
ir posado sobre una mariposa.
Yo las miré juntándose en un acto
de pío amor, por el amor transidas.
Sutil comparación de nuestras vidas:
la dicha igual y el corazón exacto.
Qué vanidad de nieves en el pacto
de tus manos unánimes, unidas
sin otro espacio entre las dos, floridas,
que el jardín invisible de su tacto.
La misma alcoba de ese amor, es ésta.
Una flor seca y una copa rota.
Soledad del orgullo y voz ignota
del viento intruso, es todo lo que resta.
¿Y dónde, oh viento, el nombre y la floresta
ceceantes al par en tu remota
complicidad?
No me dejes partir, no me abandones,
átame a tu cintura con tus brazos,
y aléjame los buques de la cara
con tus suspiros y tus aletazos.
Rodéame de ti, de tu ternura,
de tus palomas y de tus espinos,
para que no me llamen los países,
para que no me escriban los caminos.
Amistad es lo mismo que una mano
que en otra mano apoya su fatiga
y siente que el cansancio se mitiga
y el camino se vuelve más humano.
El amigo sincero es el hermano
claro y elemental como la espiga,
como el pan, como el sol, como la hormiga
que confunde la miel con el verano.
La belleza de tu rostro
y la dulzura de tu voz bastaron
para que te amara.
Un año pasamos juntos
y luego a él regresaste.
Ahora, que de nuevo le engañas,
te duele el corazón
y ante a mí
crece tu desgracia:
has comenzado a envejecer.
Que el poema la retrate
sólo como la viste en el tiempo
que quiso darse a tus ojos y a tu alma.
Hecha de la dura memoria de la carne,
mostraba la astucia y el candor
de quien presentía
la huella que deja otro corazón.
Cuando fuimos uno con otro
contamos numerosas estrellas
Cuando hacíamos el amor
las noches se detenían en la nuestra
Cuando de toda palabra nos recibíamos
escribíamos un libro
Los dioses no han sido derrocados
y su poder nos asignó varios caminos
Cuando nos separamos
todo retornó al futuro y al vacío
Habíamos recobrado nuestra contingencia
y el pasado habitaba en la memoria.
¿Dónde posar el pie,
dónde el poema?
¿Por qué las llagas nos cubren
y el escarnio te cerca a toda hora?
Sueño del hombre y su sombra
ninguno sabe que uno es sombra de otro
nadie sabe si sueña o está muerto.
Cruzamos
trece mil novecientos kilómetros
para encontrarnos
pero, como es habitual en ti,
cambiaste el parecer.
Oh, tú, nacida
en un Diciembre inconstante,
de grandes ojos de novilla,
de fina cintura
y pies diminutos,
dueña de un Loto Dorado
voraz e insaciable.
Hoja de otoño, no percibes
el saludo y el beso,
el cuerpo detenido en un lecho de aroma,
la mano y el labio en la boca,
la carne y el ojo en los ojos.
Viento de otoño vuelto hacia dentro.
Un día preguntaron qué deseaba
y le trajeron aquella que había perdido en su juventud.
Después de siete lunas y siete sonrisas
un hueso de uva
le separó de sus brazos
de su perfume
y sus ajorcas.
La luna, esta noche, la que nunca ha vuelto
vendrá para nosotros.
Porque hemos mentido, como en las lunas de ayer.
No habrá segunda parte esta vez.
Nuestro amor ha de ser como nunca fue,
un insensato amor, amor de dos
que nada necesitan ni nada desean
más que amarse.
Miro tu rostro.
Imagino que habríamos sido felices
si fuera joven
como tú,
sin un pasado,
sin las convicciones que compramos al tiempo.
Miro tu rostro
y confirmo
que nada tiene ya sentido:
tu hermosura debería ser mi sal de cada día
tu juventud me haría vivir otros veinte años.
Su memorable voz
una noche de Octubre, sobre la puerta.
Su cabeza coronada con hiedra, violetas
y numerosas cintas de colores.
El equilibrio de su cuerpo
dejando oír, cómo una noche,
recostado en aquel a quien amaba,
rogando compartir su cuerpo
obtuvo sólo una mirada.
Para Raúl Lecuona Rodríguez
Vagos, son ya, los rostros de su rostro
vaga, también, la forma de sus manos
lejos, está, su aliento de mi boca
su pequeña estatura
sus quince años
Sólo un ayer ocupa mi memoria
nuestro pequeño amor
nuestro pequeño mes
hace diez lunas
De repente
en la alta noche
tus ojos, de púrpura vestidos,
tus labios
labios de un amor apresurado
tus largos brazos
brazos de inolvidable carnadura
aparecen
¡Cuanto he perdido buen Dios
Cuanto he perdido!
Bajo el arduo sopor del mediodía
Vuelvo y veo tus ojos, esa noche.
Al volver abriste la puerta
y para verme mejor preguntaste la hora:
eran la una y cuarto.
Tu cuerpo exigía otro cuerpo.
Y eso obtuviste.
De cada noche que vivimos
recuerdo implacable tus caderas.
Como nunca, nadie
ofreció iguales placeres.
Como nunca, nadie
extrajo de mí la vida.
Dicen que ahora otro,
tan alto como yo,
complace tus caprichos
y los de tus padres.
Nada fue fácil para él.
Nada difícil.
El tiempo dispuso para su corazón
buenas y malas tardes
hasta cuando sufrió el desdén,
la frialdad, la escasez de una mirada.
Se duele el hombre en lo que ama
se duele la mujer.
Mientras más te cerque el día definitivo
mayores goces encontrará la carne.
Busca una joven y cantarás con ella
lo que une y entrelaza.
A vuestro alrededor,
jóvenes rozagantes
se disponen a tocar tus brazos.
La delicia de las cosas
reposa en el paladar.
Desgraciado
quien llegado a los treinta
sólo ha probado un lado del placer
y gustado sólo una caricia.
Algún día escribiré un poema
que no mencione el aire ni la noche;
un poema que omita los nombres de las flores,
que no tenga jazmines o magnolias.
Algún día te escribiré un poema sin pájaros
ni fuentes, un poema que eluda el mar
y que no mire a las estrellas.
No son de carne o espíritu
tampoco son la confusa mezcla de ambas,
ni bestias ni ángeles
ni su desquiciado promedio.
Son destellos,
huecos de tiempo llenos de luz o sin ella,
galopes sobre la luna,
seres que invento y son mi vida,
entresiviones de un jardín sagrado,
formas de poesía,
milagros en metáfora de cuerpo,
metáfora incompleta sin tacto ni perfumes,
metáfora total, plenitud donde no existe el tiempo
donde no existen los efímeros tactos y perfumes que están dentro del tiempo.
Vana memoria que no puede traerte desde lejos,
que no te vuelve carne, risa gentil o canto.
Vana memoria mía incapaz de abrazar lo más mío,
incapaz de acariciar tu piel distante,
vana y obsesiva memoria que sólo alcanza a repetirme por quién vivo,
que respiro por este amor invulnerable y sin rutinas.