¡Qué bajos cobres ha de haber
tras esa aurífera corona!
¿Qué llagas verdes
bajo las pulpas húmedas
de su piel esmeralda!
¡Qué despreciable perra puede ser ésta,
si de veras me ama!
Poemas cortos
A Carlos Fuentes
La prosa es bella
-dicen los lectores-.
La poesía es tediosa:
no hay en ella argumento,
ni sexo, ni aventura,
ni paisajes,
ni drama, ni humorismo,
ni cuadros de la época.
Eso quiere decir que los lectores
tampoco entienden la prosa.
Ella es taciturna
como funeral de un hombre justo,
pero siempre me acoge cuando busco asilo:
en esa patria plena que es su cuerpo
y se alegra si yo toco sus pezones
como el timbre de una casaquinta solariega
Un mendigo yace en la vereda,
aquí en pleno centro de Santiago,
y dormirá esta noche a la intemperie,
dormirá todas las noches de este invierno
apenas abrigado por periódicos,
y nosotros pasaremos a su lado cien veces
como el viento que arrasa su lecho de papeles,
como un escalofrío más en su cuerpo amoratado.
Henos de nuevo aquí
perdidos en el bosque de la infancia
buscando las pisadas de Dios
bajo las hojas secas.
Si cada hombre es un mundo,
admite entonces que esta noche
te corone Miss Mundo.
Piedra que surges de la tierra:
así como yo te traslado adonde quiero
y cuando quiero
así, desde lo alto,
algo me traslada adonde quiere
y cuando quiere.
A ti, por quien moriría,
me gusta verte llorar.
En el dolor eres mía
en el placer te me vas.
Cuando ya no hay qué
decir, decirlo. Dar
una carencia, un hueco en la conversación,
un vacío de verdad: la flor,
no la idea, es la diosa de ahí.
No digan sus patas lo que no canté.
Que las patas de los caballos no hablen por mí.
No soy el amante de la velocidad rizomada,
no es mía esa pelambre. No soy el fascinado por los haces
de luz que se refracta y se refracta,
haceres de cuenta de una deuda infinita,
ése son los demás, hacedores de nocturnos.
Apuro sediento tu tierno gemido,
tu intimidad que me embriaga
y ardiente, la lengua del dulce deseo,
pasión cuyo vino no sacia.
Pero corta con ese relato,
oculta, calla tu sueño:
su llama que quema yo temo,
tengo miedo de saber tu secreto.
Todo lo sacrifico a tu memoria:
los acentos de la lira inspirada,
el llanto de una joven abrasada,
el temblor de mis celos. De la gloria
el brillo, y mi destierro tenebroso,
lo bello de mis claros pensamientos
y la venganza, sueño tormentoso
de mis encarnizados sufrimientos.
Qué hermosa época para vivir la poesía:
entre los que le mendigan un poco de espacio a la red
y otros a la vieja política.
Los cibernautas y los mochileros, mis colegas
en este precipicio de palabras y garrapatas
que nos chupan el alma por igual.
Lo frío del metal
como una extraña fiebre
alimentada por la ofensa.
Su peso de venganza
lo acomodé en mis manos
y a la vieja usanza
di siete pasos antes de voltear.
No había nadie, ni señas del patán
que arruinó mi vida;
por eso disparé contra mi pecho,
a sabiendas que sobreviviría.
Entiendo que este día
nadie va a llamar.
Ni los más caros deseos,
ni esas fantasías que me han acompañado
todo este tiempo.
Sencillamente estaré solo
y está bien.
Entiendo que ya no tendrá sentido fingir.
Puede esperar el llanto de un hijo
para hacerlo fuerte.
Puede esperar la salvación del miserable
para negociarle el Cielo.
Puede esperar el destino del que sueña
para venderlo idiota.
Pueden esperar tantas humillaciones
hasta que llegue el camión de la basura.
Aprendí de los clásicos
a no esperar nada de nadie
y todo lo que en el misterio
se madura… probarlo.
Ya no soy jardín, pero aún hay algo de hierba
después de los cuarenta años.
Frutos salvajes porque ni el árbol de la vida
ni el del conocimiento, volvieron a crecer.
Mi casa no tiene muros,
tiene certezas.
Mi casa no tiene puertas
ni ventanas,
tiene amaneceres.
Mi casa no tiene techos
ni vigas,
tiene designios.
Mi casa está deshabitada,
soy un vagabundo.
Nos reunimos frente a la ventana.
Un relámpago iluminó nuestras caras
y no muy lejos
escuchamos al trueno cabalgar por las nubes.
El último camino hacia la tarde
se perdió bajo el agua.
Mamá y papá ahora están muertos,
mis hermanos se han largado del retrato.
Al menos aquí
en medio del desamparo
tuve un testigo:
me tuve a mí mismo
sin ser la marioneta colgada de una historia,
ni la parafernalia literaria entre concursos
y limosnas.
El vandalismo literario y la casa de las palabras:
poca cosa para los que viven solos o a la intemperie,
donde son presa fácil de la lluvia, pero nunca más
de sus colegas.
Firman su sentencia de muerte
los que publican su vida
en algunos versos incipientes
que les quitan el amor, los sesos, los días.
Pero esto no lo digo yo, sino el idiota ese
del espejo.
Por eso me da risa.
Mi alma se parece al mar:
tiene olas y tempestades;
pero en sus profundidades
muchas perlas se han de hallar.
Del repecho más alto del acantilado que fue
se despeñó hasta el fondo de sí mismo.
Tardó toda su vida cayendo.
Ya llegó.
En cuero me la envió
Con mil golpes por la cara;
Si el pelo no le faltara,
El tercio bien acudió;
Pues viene sobrerraída,
Señal es que fué borrón,
Porque para guarnición
Viene muy desguarnecida.
No temáis, chamarra mía,
Que os puedan a vos decir
Si no que por me seguir
Dexastes la compañía.
Si me tuvistes amor,
No estuvistes engañada,
Pues yo os quise deshonrada,
Por veros de mi color.
Maestresala, sentir pena
No debéis d’esta costumbre;
Que siendo tan ruin la cena,
Ruin ha de ser, y no buena,
La lumbre con que se alumbre;
Pero puédese pensar,
De veros ir con linterna
Acompañando al manjar,
Que queréis con él entrar
A cenar en la taberna.
Injustamente condena
Mi fama la falsa historia;
Mal se habla en culpa ajena
En una casa tan llena
De culpa, y culpa notoria.
Al repique de broqueles
Estáis tan a punto ya,
Que do quier que carne está,
No son puestos, los manteles,
Cuando la huelen allá.
Servido no ge lo tienes,
Aunqu’en gana le tenía;
Mas mire su señoría,
Generación, dónde vienes.
No mires merecimiento
De barbero guipuzquiano,
Mas el razón que le cuento;
Y Machín vaya contento
Con guinaldo de su mano.
El Navidad es pasado,
Y Reyes otro que sí;
Mas del copla que le di
Ya le tienes olvidado.
Prometido pues’me había
El aguinaldo, señor,
Mande vuestra señoría
Que la cumpla todavía
Con Machín, su servidor.
Ah qué mórbida
te mueves
puma
pugnas
por atravesar
la jaula del jardín
donde te he encerrado
entre espejos fríos
para que no te vayas,
para hacer poesía.
La literatura nos separó: todo lo que supe de ti
lo aprendí en los libros
y a lo que faltaba,
yo le puse palabras.
Oír a Bach
es un insulto
si por mi puerta entran
los más diversos crímenes de la Historia
las más famosas infamias
la desgracia de mi madre
y este amor
que se cae como un espejo
tumbado por el viento.
Líbranos, Señor,
de encontrarnos,
años después,
con nuestros grandes amores.
El aire es denso para mí
como el agua.
Mi vuelo es real
porque mi sensación del aire
es real, y la cercanía del piso
lo hace factible.
Eres el fuego del inicio.
Eres la luz
en el instante sabio
de hacinarse en el agua.
Eres la voz, la transparencia que penetra,
que engendra;
la nota viva y diáfana
que cae,
con el candor de una certeza
en el centro
del alma.
Como una moneda girando
bajo el hilo de sol
cruza la mariposa encendida
ante la flor de albahaca.
Te hace una seña con la cabeza
desde esa niebla de luz. Sonríe.
Que sí, que ahorita vuelve.
Miras sus gestos, su lejanía,
pero no la escuchas. Polvo
de niebla es la arena.
Polvo ficticio el mar.
Desde más lejos, frente a ese brillo
que lo corta te mira,
te hace señas.
Itálica belleza sobrenace
al mirar la estatuilla que recibo
de una mano amiga:
trasciende como un éxtasis o sueño
que se había perdido.
La trompeta del fauno
acompaña la danza:
gira y brinca a la sombra
de un arbusto, la cabra
que al son mágico baila
de un alegre comás
de música inventada.
¡Oh, noche tan profunda en que estoy sola!
Mares y vientos de tristeza.
No puedo desterrar esas imágenes,
esas estatuas rotas en la niebla.
Avanzo a un sol que busco sin descanso,
que no he de hallar, tal vez porque es un sueño:
un sueño que soñé desde la infancia,
cuando el vivir era un diáfano vuelo.
Inmóviles las manos, el cuerpo abandonado,
así, cerrar los ojos y dejarse abatir por la tormenta.
Antiguas voces llaman. Ya no es hora.
Sangre, amor, amistad, ternura, ¡fuera!
No quiero vuestros rostros de alegría,
vuestras sedientas máscaras de cera.
Dejadme así, tan sola, primitiva, salvaje,
dueña de mi coraje y de mi fuerza.
Tú, voz fugaz, soledad, adiós.
Dentro, pura, la llama se consume.
Asciende, lento, el mar su extraña música.
La lágrima quemante, su perfume.
En el cristal los ojos de la lluvia.
El poema íntimo,
el que no escribo:
solo
lo cohabito contigo.
¡Qué puñalada
le ha propinado el viento
a la granada!
He de morir de mi muerte,
de la que vivo pensando,
de la que estoy esperando
y en temor se me convierte.
Mi voz oculta me advierte
que la muerte con que muera
no puede venir de fuera,
sino que debe nacer
de la hondura de mi ser
donde crece prisionera.
De tanto saberte mía,
muerte, mi muerte sedienta,
no hay minuto en que no me sienta
tu invasión lenta y sombría.
Antes no te conocía
o procuraba ignorarte,
pero al sentirte y pensarte
he podido comprender
que vivir es aprender
a morir para encontrarte.
Sufro tu cauce sombrío
que bajo mi piel avanza
fatigando mi esperanza
con su oculto desafío.
Yo siento que tu vacío
de mis entrañas respira
y que sediento me mira
desde mi sangre hacia fuera
como verdad prisionera
que en contra de mí conspira.
Entre tus piernas
y las mías
hay un axioma
que no admite teorías.
Agua pura corría
por el piano.
Dulcemente salía
del cauce de sus manos.
La nostalgia dormía.
Y dormía el Ocaso.
La Música bebía
el agua de su vaso.