Conocedme criaturas de la tierra moradores
celestes
Mirad mi solitaria imagen
mis sienes ya comienzo del aire.
Escuchadme luciérnagas remotos ámbitos
oscuros ríos:
estoy cantando entre las piedras.
Conocedme criaturas de la tierra moradores
celestes
Mirad mi solitaria imagen
mis sienes ya comienzo del aire.
Escuchadme luciérnagas remotos ámbitos
oscuros ríos:
estoy cantando entre las piedras.
Un mito es una antorcha.
Y vienen marineros detrás de la presencia
que, débil, recompone
la estatua de la luz.
Belleza. Como un jardín abriéndose
a la quietud del cosmos en la noche.
Sólo así percibimos. Veneramos. O acaso,
quebrada claridad de los torrentes,
una llama nos guía
y estallan los crepúsculos
en las últimas sombras
que instala la memoria.
En el fuego pondré siempre mi mano,
que prueba es de mi fe para probarte,
y bajaré contigo a los infiernos
por arder más profundo y encendido.
Mas si en prenda de amor quemarme quieres,
envuélveme en tus brazos
y cubre con tus piernas mi cintura:
que no me sea posible
sino ser llamarada yo mismo
del disco solar de tu sexo.
VII
De ti solo sé la historia de los peces
Unos huyen al verte
otros
sabrá Dios por qué los hizo.
Conozco el perfil
de la distancia
agazapada en rostros íntimos
el acto de ocultarse
la delata.
Es mi ojo
el que pregunta.
A mis pies la hoja seca viene y va
con el viento;
hace tiempo que la miro,
hecho un hilo, de fino, el pensamiento…
Es una sola hoja pequeñita,
la misma que antes vino
junto a mi pie y se fue y volvió temblando…
¿Me enseñará un camino?
Desmodus rufus
(Murciélago Común)
Recortado del raso con que forran
las cajas de los muertos;
gustador de óleos místicos
y sangre de corderos.
Tú sabes los caminos de la noche
y en tu menudo cuerpo
caben dos glorias que jamás se unen
en otro ser: alas y pecho.
¡Ay qué nadar de alma es este mar!
¡Qué bracear de náufrago y qué hundirse
y hacerse a flote y otra vez hundirse!
¡Ay qué mar sin riberas ni horizonte,
ni barco que esperar! Y qué agarrarse
a esta blanda tiniebla, a este vacío
que da vueltas y vueltas… A esta agua
negra que se resbala entre los dedos…
¡Qué tragar sal y muerte en esta ausencia
infinita de ti!
Miraba sus piececitos tapiados
como tallados litorales.
Huir de la tiranía de sus pasos
le haría bien.
Palabras
Descalzándose
Sin tiempo.
Máquina temeraria.
Yo soy la que comienza a no existir.
Mientras ella
se preña
se atraganta
con mis escritos de la tarde.
Desordena
quiebra
despedaza
se adueña
sabe
que yo la escucho desde dentro.
Los poemas que nunca escribiré
se han convertido en humo
afirmativo y en volutas
que no desaparecen, se disuelven.
Blanco humo de las chimeneas
que contiene poemas de todos los colores.
Se avecinan veloces
las nubes del oeste.
¡El agua buena comprimida!
Este refugio oscuro.
Nuestro dolor.
Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena.
Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!
Por tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.
¿Quién me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?
Ay voz secreta del amor oscuro
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡Ay silencio sin fin, lirio maduro!
la mar no tiene naranjas,
ni Sevilla tiene amor.
Morena, qué luz de fuego.
Préstame tu quitasol.
Me pondrá la carne verde
-zumo de lima y limón-,
tus palabras -pececillos-
nadarán alrededor.
La mar no tiene naranjas.
Como amar
como verde amar y las lagunas,
sin sentir y sin sentido.
Como amar
profundo tibio y cielo,
sin pasión y sin medida.
Como amar
incandescente y tardío,
desentrañable y cronológico.
Como amar
repetitivo y poético,
recurrente y sin amor,
esa es tu forma: mi mar.
Me quité un brazo
una pierna, un ojo,
me desprendí de media alma
y me siento igual a cuando no te tenía.
Pero ya uní mis partes,
cosí mi ojo a mi pecho,
mi pierna a mi brazo,
y mi brazo a mi trasero,
ahora soy normal,
soy el rey del descontento.
Vivo en las paredes donde la muerte
tiene colgada su sombra.
Las ventanas cambian de hueco en mano.
De vez en cuando un cielo visita el cielo de mi cerebro,
debido a él los animales se hacen más pesados y caen.
He emblanquecido mi pelo
en busca de una virtud;
no perdí la juventud,
pues la invertí en ese anhelo.
Supe de amor y desvelo
cuando nacieron mis hijos,
mantuve los ojos fijos
al descubrir la Belleza
y ha podido mi cabeza
descifrar sus acertijos.
¿Qué hago con mi corazón?
¿Lo dejo que siga inquieto?
¿Lo impugno duro? ¿Lo reto?
¿Lo incluyo en esta canción?
Cuando toda su expresión
es separarse de mí
y hacer todo para sí
sin ni siquiera inmutarse
¿Cómo pudo enamorarse
si yo no se lo pedí?
Has dicho rosa:
rosa,
rosa,
pesada rosa
Sopesando la rosa
se te cae de la mano.
Tal es en la escritura: ya cambió.
Ya no es la rosa,
pues todos lo han escrito.
Esa mujer paseaba con su aroma
Un día trajo
sus labios acostumbrados a la guerra
y un ciclón adentro de su blusa
entonces sobrevino la catástrofe
Aman los puercos.
No puede haber más excelente prueba
de que el amor
no es cosa tan extraordinaria.
Éste es un perro.
Una creiatura que se ignora.
No sabe
que pertenece a una clase
-de cosa o bestia-, ignora
que la palabra perro
no lo designa a él en especial:
cree que se llama perro,
cree que se llama hombre,
cree que se llama ‘ven’,
cree que se llama ‘muerde’.
La perra más inmunda
es noble liro junto a ella.
Se vendería por cinco tlacos
a un caimán.
Es prostitua vil,
artera zorra,
y ya tenía podrida el alma
a los cuatro años.
Pero su peor defecto es otro:
soy para ella el último
de los hombres.
Muerde la perra
cuando estoy dormido;
rasca, rompe, excava
haciendo de su hocico una lanza,
para destruirme.
Pero hallará otra perra dentro
que gime y cava hace veinte años.
No se conforma con hincar los dientes
en esta mano mansa
que ha derramado mieles en su pelo.
No le basta ser perra:
antes de morder
moja las fauces
en el retrete.