Ah qué mórbida
te mueves
puma
pugnas
por atravesar
la jaula del jardín
donde te he encerrado
entre espejos fríos
para que no te vayas,
para hacer poesía.
Poemas cortos
La literatura nos separó: todo lo que supe de ti
lo aprendí en los libros
y a lo que faltaba,
yo le puse palabras.
Oír a Bach
es un insulto
si por mi puerta entran
los más diversos crímenes de la Historia
las más famosas infamias
la desgracia de mi madre
y este amor
que se cae como un espejo
tumbado por el viento.
Líbranos, Señor,
de encontrarnos,
años después,
con nuestros grandes amores.
El aire es denso para mí
como el agua.
Mi vuelo es real
porque mi sensación del aire
es real, y la cercanía del piso
lo hace factible.
Eres el fuego del inicio.
Eres la luz
en el instante sabio
de hacinarse en el agua.
Eres la voz, la transparencia que penetra,
que engendra;
la nota viva y diáfana
que cae,
con el candor de una certeza
en el centro
del alma.
Como una moneda girando
bajo el hilo de sol
cruza la mariposa encendida
ante la flor de albahaca.
Te hace una seña con la cabeza
desde esa niebla de luz. Sonríe.
Que sí, que ahorita vuelve.
Miras sus gestos, su lejanía,
pero no la escuchas. Polvo
de niebla es la arena.
Polvo ficticio el mar.
Desde más lejos, frente a ese brillo
que lo corta te mira,
te hace señas.
Itálica belleza sobrenace
al mirar la estatuilla que recibo
de una mano amiga:
trasciende como un éxtasis o sueño
que se había perdido.
La trompeta del fauno
acompaña la danza:
gira y brinca a la sombra
de un arbusto, la cabra
que al son mágico baila
de un alegre comás
de música inventada.
¡Oh, noche tan profunda en que estoy sola!
Mares y vientos de tristeza.
No puedo desterrar esas imágenes,
esas estatuas rotas en la niebla.
Avanzo a un sol que busco sin descanso,
que no he de hallar, tal vez porque es un sueño:
un sueño que soñé desde la infancia,
cuando el vivir era un diáfano vuelo.
Inmóviles las manos, el cuerpo abandonado,
así, cerrar los ojos y dejarse abatir por la tormenta.
Antiguas voces llaman. Ya no es hora.
Sangre, amor, amistad, ternura, ¡fuera!
No quiero vuestros rostros de alegría,
vuestras sedientas máscaras de cera.
Dejadme así, tan sola, primitiva, salvaje,
dueña de mi coraje y de mi fuerza.
Tú, voz fugaz, soledad, adiós.
Dentro, pura, la llama se consume.
Asciende, lento, el mar su extraña música.
La lágrima quemante, su perfume.
En el cristal los ojos de la lluvia.
El poema íntimo,
el que no escribo:
solo
lo cohabito contigo.
¡Qué puñalada
le ha propinado el viento
a la granada!
He de morir de mi muerte,
de la que vivo pensando,
de la que estoy esperando
y en temor se me convierte.
Mi voz oculta me advierte
que la muerte con que muera
no puede venir de fuera,
sino que debe nacer
de la hondura de mi ser
donde crece prisionera.
De tanto saberte mía,
muerte, mi muerte sedienta,
no hay minuto en que no me sienta
tu invasión lenta y sombría.
Antes no te conocía
o procuraba ignorarte,
pero al sentirte y pensarte
he podido comprender
que vivir es aprender
a morir para encontrarte.
Sufro tu cauce sombrío
que bajo mi piel avanza
fatigando mi esperanza
con su oculto desafío.
Yo siento que tu vacío
de mis entrañas respira
y que sediento me mira
desde mi sangre hacia fuera
como verdad prisionera
que en contra de mí conspira.
Entre tus piernas
y las mías
hay un axioma
que no admite teorías.
Agua pura corría
por el piano.
Dulcemente salía
del cauce de sus manos.
La nostalgia dormía.
Y dormía el Ocaso.
La Música bebía
el agua de su vaso.
El carnaval explota en sus colores.
Un hombre baila con la muerte en el centro de la pista,
lleva en sus brazos un esqueleto y todos miran, ríen y sospechan.
Hay hombres que creen que el carnaval constituye algo así como la vida,
se disfrazan a diario,
disfrazan a sus mujeres.
Medianoche.
Canción negra.
¡Y canta mi única estrella!…
¡Que rompan ese reloj
y quede a solas con ella!
Si turbia la razón y roto el sueño
paso a ser una sombra entre mortales,
quede de mí la luz que ahora me guía
antes de ser mi sombra larga noche.
Quede de mí la angustia y el anhelo
y la risa y el llanto en esa espera.
Todo, menos venir para acabarse.
Mejor rayo de luz que nunca cesa;
o gota de agua que se sube al cielo
y se devuelve al mar en las tormentas.
0 ser aire que corra los espacios
en forma de huracán, o brisa fresca.
Te conocí de rojo,
terciopelo que un hombre deseaba acariciar.
¿Cuándo olvidaste los cordeles del verano?
Pescabas peras pequeñas con la boca luego de arrojarlas al río
y el mundo era agua fresca
Tenues abanicos te protegen
de los primeros peldaños que nunca pudiste inventar.
No sé si esta lluvia
tiene tu nombre
o eres tú misma,
con tu tiempo de niebla,
rebotando en la sombra
que aún persiste
en tus pupilas.
Me pregunto las más sencillas cosas,
ese porqué, que acaso nadie sabe,
costumbre de vivir sin rumbo fijo.
Me pregunto por ti desde el umbral
como el que dice al aire «buenos días»,
y de pronto descubre que está solo.
Ya sé de tu soñar, tu duermevela.
Ese don de vivir en el olvido;
ensayo de otro sueño sin aurora.
Te he tenido en mi cruz, mientras que el humo,
por el paisaje dócil de tus sienes,
tejía sus canales sin descanso.
No paseo. Ni ando. Voy a casa.
Cayó del monedero el bono-bus
y tengo cinco duros. Ni para
cerveza me queda. Te amé
escrupulosamente. Iba
a charcuterías y te invitaba
a cenar. Eso era una muestra
evidente de mi ternura.
Dispensa mis terraplenes. Ya no pueden
con el agua embarrizarse, han agrietado
su forma y entre algunas franjas
yerba seca asoma. Las lluvias
y los otoños no pueden penetrarme,
mi forma irregular se ha hecho compacta
y quien anda sobre mí, se cansa.