Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.
Poemas cortos
a Ivonne A. Bordelois
Mañana
me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores,
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiració
de un animal que sueña.
En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tu del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.
para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos
para decir la palabra inocente
Este temporal a destiempo, estas rejas en las niñas de mis
ojos, esta pequeña historia de amor que se cierra como un
abanico que abierto mostraba a la bella alucinada: la más
desnuda del bosque en el silencio musical de los abrazos.
ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida
Emboscado en mi escritura
cantas en mi poema.
Rehén de tu dulce voz
petrificada en mi memoria.
Pájaro asido a su fuga.
Aire tatuado por un ausente.
Reloj que late conmigo
para que nunca despierte.
Tal vez, amor, bajo el sagrado velo
de la amistad encubres tu furor;
el corazón se entrega sin recelo,
y en él clavas la flecha a tu sabor.
Tirano dios, cuya perfidia lloro,
el infortunio me enseñó a temer,
más ¡ay de mí!, si mi peligro adoro,
¿qué vale, tu astucia conocer?
De la intimidad que ahora nos asusta
Sale el pasado,
Sale la espléndida nostalgia,
Ejercicio callado del ocaso;
De la valuación de Dios en la plegaria,
Para que no estemos uno fuera del otro,
Saldrá la amenaza,
Celosa corrosión de los gestos
Interrumpiendo nuestro abrazo.
Qué voluntad de permanencia
la de este viejo pirú desabrigado
que contra toda ley se sostiene
de pie sobre el asfalto. Ya tiene
seco el tronco pero tenaz ocupa
el espacio y el tiempo, meciendo
la breve sombra de lo que fue
alguna vez la copa sorprendente.
Con los ojos de la despedida
os vi aquel día,
cosas de nuestra vida.
Con los ojos de la despedida,
la vida parecía
una cosa perdida.
La casa estaba vacía
en la hora de la despedida,
y sin embargo quedaban
las cosas de nuestra vida.
Dicen que es del tamaño
de mi puño cerrado.
Pequeño, entonces,
pero basta
para poner en marcha
todo ésto.
Es un obrero
que trabaja bien
aunque anhele el descanso,
y es un prisionero
que espera vagamente
escaparse.
Mis manos,
débiles, inciertas,
parecen
vanos objetos
para el brillo de los anillos,
sólo las llena
lo perdido,
se tienden al árbol
que no alcanzan,
pero me dan el agua
de la mañana,
y hasta el rosado
retoño de mis uñas
llega el latido.
Ya que no tengo alas,
me bastan
mis pies que danzan
y que no acaban
de recorrer el mundo.
Por praderas en flor
corrió mi pie ligero,
dejó su huella
en la húmeda arena,
buscó perdidos senderos,
holló las duras aceras
de las ciudades
y sube por escaleras
que no sabe a donde llegan.
Siento que veo
Siento que toco
Estás en mi empuñada
Mano
Solitario
Íngrimo
A mi merced
Por la noche sueño
Con su boca
Y es su boca la
Que succiona mis pezones
Son sus dientes mordisqueando
Por mi cuello y
Es un cuerpo
Posesionado de otro cuerpo
el que lo inventa
Era de noche
Una cama
Una colcha
Y tú y yo
dos
Cadáveres jugando
Al coito perfecto
No soy sino alguien
que imagina rostros
que la conocieron
cuerpos
que la avasallaron
Un espectro consistente aún
Lo vivo se reduce a eso
A memoria para soñar
desterrados
Relación de un amor
sin nombre
Dos cuerpos deseándose
en contra de todo
ahora
Ni tiempo para los te quiero
Preguntó la muchacha al forastero:
—¿Por qué no pasas? En mi hogar
está encendido el fuego.
Contestó el peregrino: —Soy poeta,
sólo deseo conocer la noche.
Ella, entonces, echó cenizas sobre el fuego
y aproximó en la sombra su voz al forastero:
—¡Tócame!
Desde tiempos antiguos
la lluvia llora.
Sin embargo,
joven es una lágrima,
joven es el rocío.
Desde tiempos antiguos
la muerte ronda.
Sin embargo,
nuevo es tu silencio
y nuevo el dolor mío.
Amada, si yo muriera,
entiérrame en la cocina
bajo el fogón.
Al palmotear la tortilla
me llamará a su manera
tu corazón.
Mas si alguien, amor, se empeña
en conocer tu pesar,
dile que es verde la leña
y hace llorar.
Cuando en tus manos soy
espiga rota
me cortas el oxígeno
en la boca de ahogarte
con mis labios mejores.
Libérame las manos
necesito
sacarte de mi carne.
Tu lengua llega a casa
los manzanos despiertan.
Despacio te deslizas
por hondos laberintos.
Con el filo del ojo
me partes en un parto
de remolino y savia.
Lechada está la ropa
que le hurtamos al cuerpo.
Si nombras este fuego, el límite es el margen,
pero no se han quemado las hojas ni la pluma.
Si nombras este llanto, no se moja la mesa
ni se esfuma la tinta en lágrimas de luto.
Pero si no clamaras al cielo, a grito abierto,
un azote continuo de varillas metálicas
arañará tu piel, sembrando arrugas.
Las flechas, rotas, y el jardín, seguro.
El humo nada entre los aires vagos.
¡Traedme el vino, y dejaré que caiga
sobre el tapete la verdad inerme!
Ya tengo más de un muerto en el almario,
más de un cadáver bajo el alfombrado
-de hierbas y de flores- triste suelo.
Líquidas convergencias en la tarde
matizan los perfiles cotidianos.
Pasan coches y gentes. Pasa el tiempo.
Pero no han de volver rosas ni soles.
Después de la nevada, entre la nieve,
quizá se abra una rosa, de improviso,
como milagro súbito de amor o de belleza
que sobrevuele el aire del invierno
de este nuestro vivir menesteroso.
Cuando ya todo ardor nos haya abandonado
y el frío nos imponga sus perfiles azules,
la rosa encenderá la hoguera última,
y se alzará la llama de su aroma
como mano agitada en una despedida.
El tranvía transporta las velas soñolientas
-hace ya mucho tiempo que los aires lo acunan-.
Una campana triste le abre paso entre el tránsito
y el olor a fritanga.
(Calamares, anillos de promesas inciertas).
Domina en los jardines el pardo, y la pobreza.
Está el jardín chiquito en la ladera
de un monte hostil y largo. El panorama
es tan desolador como la flecha
que se lanza imparable hacia el oeste.
Ramilletes de flores y blancas superficies,
letras doradas y ángeles sin vuelo;
algún árbol sumiso y desmedrado,
y caleados muros de tierra pedregosa.
Han perdido los sueños las señas de mi casa
o quizá se olvidaron de acudir a la cita.
Lo que me prometieron se salvó, pero, en cambio,
quedó, solo y desnudo, sentado en el camino,
sin que nadie acudiera a remediar el caso.
Traigo una rosa en sangre entre
las manos…
Blas de Otero
Llevo la rosa a cuestas por un largo camino,
por una vía estrecha, flanqueada de lágrimas.
Llevo sobre la espalda los pétalos heridos,
a punto de caer como lluvia de sangre.
Tenía aquel camino un horizonte abierto
y, sobre los ribazos, pequeñas flores cándidas.
¿Cómo encontrar ahora en el mapa su huella,
si se apagan las luces sobre el telón de fondo?
En una sola mano cupo mi pobre ajuar
cuando partí una tarde de la ciudad de piedra.
En esta tierra seca, ajena y hostigante,
se ha ido engrosando el parco patrimonio.
Ahora ya cuento por docenas sábanas
-para enjugar el llanto- y vasos en que bebo
el odio a tragos y el dolor a sorbos.
No soy la que antes iba
niebla a través y a golpes con los sueños.
No era verdad la luz. La marcha, falsa.
Mentía el horizonte.
Ahora recorro sola las callejas dudosas.
Se levantó la niebla. Ya no sueño.
Frente a mí, viejas máscaras triunfantes.
Los sonidos oscuros
que llenaban la noche
serpenteaban sobre los cristales.
Los hielos resolvían
un problema geométrico,
disolviéndose en llanto.
El saxo se alargaba,
inundando los sueños,
en un sordo lamento vacilante.
Se aguzaba la aguja
de la herida trompeta,
ahincándose en la carne.
He soñado que el mundo amanecía
sin los rostros perversos y alzado sobre el viento:
un ámbito dorado, sobre piedras ingrávidas,
en donde frescas rosas perfumaban la vista.
El horror y la furia, disueltos ya en aromas
de viejos vinos y de flores nuevas.
Él iba solo
tambaleándose…
Borracho de amor,
borracho de hambre,
borracho de alcohol,
quién sabe.
Él iba solo
tambaleándose.
Lleva la cruz al hombro,
tres veces no, mil veces caído y levantado;
ya su vida es escombro;
va por la calle ya crucificado.
No pavor, sino asombro,
verlo lo mismo y ya transfigurado.
Nadie lo nombrará, ni yo lo nombro,
ni nadie lo ha nombrado.
Y de noche seguir
con el puñal cerrado entre los dedos.
Hundirme por el bosque,
sintiendo en las espaldas ojos de aves nocturnas.
Tener el arma fija,
escuchando el resuello de las fieras.
¿No es acaso la vida esa emoción
que estas estatuas muertas nos han arrebatado?
A nada se parece la belleza:
su mundo es raro y propio.
Es la escama de un pez sobre la piedra,
es la sedienta ortiga:
un despertar de párpados hinchados.
Deja siempre los dedos en la niebla,
marca hondamente el barro.
Alégrate de las heridas hondas:
Si la pala penetra
profundamente
en las aguas,
mayor es el impulso
Hay una luz en el claustro. Es un
aliento del sol en las rendijas del
ánimo.
La sombra se alarga hundida en
los arcos ojivales, dejando el
alma colgante
de la tarde lacerada, roja y malva
en los cristales.
No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar.
Si no fuera por la rosa
frágil, de espuma, blanquísima,
que él, a lo lejos se inventa,
¿quién me iba a decir a mí
que se le movía el pecho
de respirar, que está vivo,
que tiene un ímpetu dentro,
que quiere la tierra entera,
azul, quieto, mar de julio?
A Jorge ?El Cusho?
Ante nuestro golpeante ciclón
era urgente
abrir las ventanas de lo intrépido
y tatuar con todas los caminos ese sol
en la piel de la patria
Ellos bajo tierra
seguirán creciendo
en el idioma del mar depositando sus besos en la arena
en el aleteo de los días viviendo desde alguna mochila
en los árboles que desde las raíces van a la vida
“Al pueblo lo que es del César”
Alí Primera
Sal a Lacalle
cámbiate la mirada
ojalá descubras al pueblo
(¡éste que no es el tuyo!)
Dormirme en la noche de tu pelo
en el filo de tu labio desvanecerme
ser tan sólo pigmento de tu piel
fósforo encendido en la médula de tu hueso
desposeerme
serte
en el músculo que tensa tus muslos
en la vena que azulea en tu muñeca
Rara materia que no cedes razones.
Si tocas el labio del amor es para herirlo,
si llamas al pensamiento es para dejarlo secar.
Cede alguna vez: regresa a tu reino oscuro.
No es justo tu veneno restregando sed
a los sueños, incertidumbre al corazón,
crecimiento a las secretas mutilaciones.