Espacio I

Llegas de cualquier sitio
y, elegido al azar,
sin mapas, sin señales,
el otro lado esconde la sorpresa
feliz y azul.
Entonces permanece la ruptura
intacta.

Entonces fuera o dentro impide
su difusión.
El viaje trae un orden en cadena,
un movimiento ansioso que repite
su dispersa memoria:
ya nadie nos indica que el error
desconocido o su secreto
sirva robado y oprimido,
tiempo arenoso que se va.

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Asisea

Ridículo padre
Bajo el cielo de Tucson
Que mandas todavía cartas de amor

A la madre.

No olvido mi nombre sellado en tu cara,
herrado a tres sílabas
y en labios de ella generoso chispazo
abriendo con fe lo oscuro,
fuego en el espejo desvelado del alba.

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Latitude

Suspensa, en el aire de los parques
con sombra de ciudad,
como los tuyos,
en la proximidad del Largo,
nas escadas, en las estrías húmedas
donde pululan libros viejos,
a la hora contigua con el sol,
sobre las pérgolas sin mástil,
a merced del polen, poco a poco,
nas margens
donde el viajero ayuna, nas igrejas,
de acá para allá, por los oblicuos
raíles de un paraguas,

tibia a tiempo,
la alzada lentitud del solitario.

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Pueblo no plebe

La independencia fue para que hubiese pueblo
y no mugrosa plebe:
hombres, no borregos de desfile;
para que hubiese ciudadanos;
para que júbilo goce la infancia
en decencia de hogares sin miseria;
para que abunden los jardínes de recreo
infantil; y los juguetes; y,
[mejores que las flores,
y más bulliciosos que los pájaros,
más dulces que las frutas,
crezcan los niños y maduren
en salud y alegría que el Estado ampare
y el buen gobernante garantice,
porque la Patria, antes que todo, es madre.

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La Historia

¡Mueran los gachupines!
Mi padre es gachupín,
el profesor me mira con odio
y nos cuenta la Guerra de Independencia
y cómo los españoles eran malos y crueles
con los indios —él es indio—,
y todos los muchachos gritan que mueran los gachupines.

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Cuando llama la poesía

Cuando llama la poesía,
cuando el grito desesperado del verso
clama por mi sangre,
sólo los muertos resucitan y me esperan
pues de ellos es parte mi alma,
es parte del soldado que aquí
todos los días trabaja.
Cuando llama la poesía,
los muertos reciben mis besos
porque también a ellos pertenezco.

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Epitafio para un vivo

Espero poder colocar una flor
sobre el cemento de mi propia tumba,
una raza de estrellas colmadas de manos.
Espero una almohada feliz en el nicho de la eternidad,
un paso silencioso por entre mi heridas.
Sépase que fui honesto con los grillos,
consecuente con los sueños de los pájaros,
absoluto en la fe de la marcha por las calles.

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Otro

Otro, otro cigarrillo
para esta cruda noche de tumbas;
otro cigarrillo, para subir por el humo tembloroso.
La vida no tiene vuelta,
entre estas paredes que dijeron,
entre estos muebles que hablaron,
como tantos platos y su silencio.
La guitarra se me cae y cae,
y el mundial infierno reside en mi oscuridad.

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Sobre el amor

No importa dónde nace el amor
(los nacimientos son asuntos de registro o
de parroquia)
pero sé que no dura al aire libre,
en ese prado aséptico con un molino al fondo.
Nace en cualquier parte
pero no prospera en la ilusión bucólica:
busca la complicación,
no el caos pero si su orilla,
un cuerpo espeso de tejidos
y de material residual,
y busca sobre toda la armonía
que es donde, si nos descuidamos un instante,
muere por falta de necesidad.

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¿Fábula y signo?

Como jamás habíamos pensado que Dios podía ser tan pequeño
como para dudar de su propia existencia
nos sorprendió encontrarlo con los dientes desnudos
en las orillas del frío.

Dichosos por saber que lo teníamos dentro,
lo tendimos al sol, como si fuera una fiesta.

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El teólogo disidente

No existe la muerte, no ha existido nunca.
Aunque bajo su amenaza haya vivido el hombre,
en su mentira, no existe la muerte, no existe,
y si adivináis tras la luna el exacto rostro
de la ausencia, si con olvido miráis
la pupila oscura de la espera
entenderéis que no existe, que de verdad no existe
y que cómo iba a existir ella y qué nombre
hubiéramos podido darle entonces a esta tierra.

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Tierras

Pues si huérfano estuvo del aire y fue
quien le cercó la noche y no la sangre
y por ser roja cruz el miedo y crepúsculo
espeso ya su arte
ya no guardaba fuerzas
para levantar sobre el papel
aspiraciones de ventana
las tierras del suicida
no han de ser jamás las tierras muertas.

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Vuelta

Crepusculaba amenazas y con fingidos jazmines
carne daba a miserias o batallas
por conseguir ponerse nombre
a través de papeles o misterios sepultados:
cinturas con livianas mordeduras de hambre,
martillos, rojos, clavados adioses y ojos
con demasiadas tortugas como para ser fotografiados:
crepusculaba, del cielo precisamente huérfano
nostalgias de sí o de nada
crepusculaba.

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El alfanje secreto (XVI)

Con frialdad mineral de reptil, el alfanje secreto
del tiempo hiere esquinas, higueras y perfiles,
orillas y alamedas y el otoño del bosque.
Traza curvas fluviales de sextante celeste;
deposita en su alcuza con terca indiferencia
la savia inconsistente del olvido o el sueño,
la sustancia frugal de las desolaciones,
el material inerte que destila la lenta
alquitara del mundo.

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El alfanje secreto (XX)

Ya vas rindiendo al tiempo su sórdida alcabala:
este rastro de azufre de los hijos del trueno,
este limón salobre que hiere la garganta
y esta luz de atalaya sobre el cielo morado.
Cuando todo presagia la noche por los templos,
la soledad del eco gutural en las bocas,
el alfar de los días y un alféizar sin nadie,
escucha el desconsuelo nocturno de los gatos.

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