Con la pasión secreta y erosiva del agua,
el lirio se levanta sobre los albañales,
regala su lunar plenitud de blancura
a la alquimia secreta de los asperjadores
y anuncia la costumbre fluvial de otras mañanas
en los tibios jardines dulces del paraíso.
Poemas cortos
Aunque entre sus mayores se pudieran tal vez contar
Mutasim mismo y quienes lo vencieron.
Fernando Quiñones
La almendra de la noche en los aljibes hondos
de la memoria.
Volverás a La Zubia
cuando en la madrugada el viento agite
banderas de silencio sobre los torreones.
En las encrucijadas de Basora el viajero se adiestra
en el hábito cruel de la renuncia, en curvas
de laberinto o álgebra cifrada de los días.
Vivir es desistir, es ir dejando
en cada paso un fardo incierto de penumbras
o luces que el futuro irá desmoronando
por turbios albañales sin cielo ni horizonte.
Como un leproso oscuro, también tú has escapado
bajo estrellas secretas, por sierras tenebrosas,
por ríos rigurosos y desiertos salados.
Has sufrido el estigma ardiente de los días,
la raíz tuberosa de los amaneceres,
el tiempo y los cimientos húmedos de la tarde;
la arcilla de los años, la aljaba del deseo,
las flechas con cicuta de la casa de Omar.
Los almuédanos ciegos con sus cinco llamadas,
como cinco punzantes aguijones de sombra,
te recuerdan hirientes y certeros los cinco
años de lanzas negras y estandartes de muerte,
de sueños intranquilos, nómada de las cuevas,
con el perro acezante del hambre en el costado.
En esta noche de caballos negros
que galopan furiosos y van rompiendo nubes
con el sonido sordo que anuncia las tormentas,
ser, como Ulises, nadie;
y en alta mar sacarle
la hiel al tiburón fogoso del recuerdo.
Los puentes van trazando su leve alegoría
del mundo:
los puentes se atraviesan
mirando el vado oscuro que dibuja en la orilla
la azul caligrafía del recuerdo,
sus pasadizos turbios, la trama del tapiz
con las uvas de Trípoli,
la taracea secreta que va labrando el agua
con ese empeño inútil que lleva hacia la nada.
Si vuelves a Damasco,
viajero, ponte un velo
delante de los ojos,
que el sueño aún no ha pulido
en los muros de adobe
la arista del dolor.
La madrugada, el gallo
de cobre por las cúpulas.
¿Estar en otro sitio…? El viaje verdadero
es aquel que se emprende sabiendo que ya nunca
volveremos al punto de partida, a la exacta
certeza de los puertos que dejamos atrás.
¿ Lo demás? Excursiones y argucias de la niebla.
El viajero cabal es el que nunca vuelve,
quien rompe las amarras y atraviesa la leve
espuma blanca y turbia que le unía al pasado,
el que rasga la túnica que ayer llevaba puesta.
El pasado es arcilla que el presente
labra a su antojo. Interminablemente.
J. L. Borges.
Con letras coloradas dibujas en el yeso
la geometría del verbo fugaz de los cometas,
la compleja gramática de la veleta, el álgebra
secreta de las hondas albercas del recuerdo,
el ajedrez violento de las conspiraciones
en los baños lustrales con eunucos ambiguos.
La hora de los rabeles y los gatos, antiguos
y silentes guardianes de las puertas del templo.
Golpeas con una aldaba la entrada transparente
del tiempo. Igual que un sátrapa poderoso y altivo,
subes a los adarves para ver acercarse,
desde los arenales suaves del horizonte,
al mercader oscuro con la noche en los ojos.
Los arcángeles tristes de la memoria bajan
hasta los arrabales con hogueras y estanques.
Has sentido su vuelo de niebla por las torres
cuando la luz delgada te clavaba en los ojos
la herida de la aurora, las almenas, la vega
leve como las túnicas azules de Ifriqiya.
Como a los lobos negros que por la noche bajan,
envueltos en la sombra, al río para beberse
estrellas y ventiscas, la memoria, ese azogue
opaco y cuarteado, te devuelve al secreto
oasis y a los corceles planos del espejismo.
Otra vez es la turbia sintaxis del recuerdo,
la ballesta tensada contra la luz herida.
Un hombre es el paisaje de las ciudades que ama:
Sus callejones lentos, sus fuentes musicales,
sus estanques secretos, sus arduos laberintos,
sus plazas numerosas, sus jardines en sombra
y el difuso horizonte que ve desde sus torres.
Los cristales de plata del laúd de Ziryab
restituyen tu infancia en los palacios de agua.
Con una antorcha subes a los altos alcázares
de la memoria y miras latir a la ciudad:
los alminares negros, los patios, las hogueras
de los amaneceres, el aljibe, el incierto
astrolabio del lento mercader que aventura,
con camellos y esclavos, sus pasos por la niebla.
La ciudad de los ojos en tu recuerdo: el hilo
de luz en las callejas, los narradores ciegos
de cuentos, los viejos adivinos,
los camellos que traen maderas aromáticas.
El desertor, las torres, la algarabía del zoco,
los mercaderes tristes de marfil y tapices,
el azafrán, las cúpulas, el arrayán, los zócalos,
Al Fath el especiero y el domador de monos
que vienen del oasis remoto de Xauén.
Los ríos del paraíso en las lentas marismas
de Hudaybiya, la médula
insondable del limo.
Con cálamos del Tigris dibujas en el aire
la sedición del tiempo, las torpes abluciones,
el anaquel de arena, el alfar, la carcoma,
las altas caravanas que devora la luna.
El lugar de la luz en la alcazaba inmóvil
bajo la media luna.
Perdida la memoria,
tener la indiferencia mineral del lagarto,
la madurez cansada de la granada abierta
y, como los profetas, el don de obrar milagros.
Oye, qué acordeones falsos.
La lucidez, el muro blanco,
(la voz gangosa del disco)
rayado, un leopardo arisco
preso entre los hilos rojos.
(las agujas de sus ojos
me miran). La hoja en blanco,
la mano que escribe temblando.
La pared cruje.
Grieta en lo blanco.
Allá va, desunido,
el cuarto.
Detrás del tragaluz
un rostro, otro,
mirándose,
mirándonos.
Un cubo despegado.
Pegada la oreja a la pared.
Oye.
Algo va a romperse. Algo
crece.
Lo que en el muro
hierve.
Abierta, no,
entrejunta.
Esa ranura mira.
Detrás de lo blanco,
blanco.
Ahora el silencio.
Las paredes se cuartean.
El cuarto desmoronado,
navega. Y ese brillo.
La puerta transparente.
La raya negra y el battello,
el monte siamo tutti,
el barco blanco sobre el agua blanca
y la fijeza
de los pájaros sobre la Salute.
Pase,
il fait beau del otro lado
del otro lado, digo,
del río.
No hay silencio
sino
cuando el Otro
habla
(Blanco no:
colores que se escapan
por los bordes).
Ahora
que el poema está escrito.
La página está vacía.
El sueño no:
la pérdida.
El blanco roedor,
que ciega.
Pierdo pie. Todo es compuerta.
Mira:
el muro sangra.
¿Qué se hicieron los cantantes,
los reyes, los Matamoros
de dril nevado y los oros
de las barajas de antes?
¿Quién las tardes del Cervantes
recuerda, y aquel grabado
del Diario, desdibujado,
y los bailables dSagua?
(Las guitarras llenas de agua
están, y el tambor rajado.)
¿Los dioses
se fueron, se quedaron,
murieron con Beny Moré
ellos que con él alucinaban,
o habitan aún las orquestas habaneras,
las trompetas como dos lluvias de flechas,
los cascabeles roncos,
y las tardes de músicos y monos?
¿Encontrarás el camino a mis manos?
¿Borrarás con tu beso
el abismo del tiempo?
¿Cómo palpitarás
si un día olvido
que no tengo luz verde
y decido cruzar en rojo
hasta tu espalda?
Es un crimen vestirte,
cubrirte con cristales.
Una inconsistencia, rociarte de
fragancias
ajenas a tu humedad de niña y
holocausto.
Totalmente imperdonable
no arrancarte perezas,
polvo,
andrajos
y contemplarte
desnuda
intacta
vital
palabra.
Estoy de pie,
en la calle
donde desembocan los destierros,
esa tierra sin amo y sin esclavos.
Vengo de algún lugar que tuvo
nombre,
de la persecución mortal de la
esperanza.
Vengo para dejar libres mis raíces
en el suelo fecundo
de mi origen.
He abierto mi puerta
…para que incies hoy
tu ruta de salida.
No intentes
sospechar el calor,
no lo interpretes.
Si no fuiste escenario
del incendio,
jamás sabrás
esa dulce agonía
de la llama.
El amor vuelve
de los abismos
como un viejo milagro
en nuestra edad de niños.
Y nos desgarra
con su voz torrencial
para gritarnos
que aún estamos vivos.
El deseo: pájaro negro en la noche,
abre sus alas y golpea.
Muerta el alma el deseo la hace espuma,
los caballos del mar ya no están quietos,
se exaltan y pierden.
El hombre se mueve, en esa marea
ahoga sus sentidos.
Transformará Minerva tus cabellos
en serpientes y un día al contemplarte
como en un templo oscuro, con destellos,
seré de piedra, para amarte.
Quiero otras sombras de oro, otras palmeras
con otros vuelos de aves extranjeras,
quiero calles distintas, en la nieve,
un barro diferente cuando llueve,
quiero el férvido olor de otras maderas,
quiero el fuego con llamas forasteras,
otras canciones, otras asperezas,
que no haya conocido mis tristezas.
¡Que pronto llegue lo horrible!
¡Que lentamente llegue lo maravilloso!
Me sepultaron a los veintiocho,
durante junio,
inesperadamente cavaron el pozo
y arrojaron sobre mí la tarde.
Ni siquiera el grito,
sólo el canto de la cigarra
en plena liturgia.
Desde entonces,
solitaria en el jardín
y repleta de furia,
germina mi ausencia
en los árboles
que tanto cuida mi madre.
La tarde es azul
como su rostro.
El día se despinta sin pompa
de las paredes
y la fiebre de sol
hace crujir los huesos
de los edificios
el único abrigo (sus abrigos)
son el ruido
y la esperanza de no despertar.
El con su sonrisa agrietada
extendió sus ojos
y pidió una limosna
En silencio se marchó con el frío
de la tarde
llevando la neblina
como abrigo perpetuo
y llevando como sombra
las luces de la calle.
La humedad corre sin aviso.
En la ciudad caracolean desnudos
se enroscan buscando calor en el asfalto
el centro blanco de la noche
sólo puede regalarles luz
¡Si tan solo fuera queso!
Si tan solo se llevara el hambre…
Tengo un sueño dormido
en la espalda
una ilusión
que bate alas
en mi vientre.
Tengo siete letras
tatuadas en mis manos
para escribirle
a un papel en blanco
tu sonrisa
y un balcón en mi calendario
para dejar entrar tus golondrinas.
Es la oscuridad
asentada por los resquicios
de la sombra,
con esos peces
que siembran
pan de pétalos noctámbulos.
Los peces rodean el istmo
de las manos candentes.
Extrañan la ausencia de los cuerpos.
La luz amortajada
surge con un soplo de árbol.
Vamos a bendecir la oscuridad
con ramos de sayales y murciélagos,
con velas sarmentosas y guitarras
que dobleguen al ángel de la furia.
Pero también vendrá a nuestras casas
con un alarido constante y seco,
y devorará los panes,
y beberá el vino que era agua
de nuestros propios labios.
Y el niño aquella noche
le pidió a la niña que le odiara;
y ella, recogidas las manos en su cintura,
lloró en grieta el largo camino de la palabra,
fría de silencios y de tiempos,
de quien antes le pidiese que le amara.
Escribir el instante
que no es poco.
Inventarlo, intentarlo
con palabras indóciles.
Acomodar los signos
en desacuerdo con el día.
Saber un poco más
o un poco menos.
Y adivinar que mañana
habrá otro borrador indescifrable.
Ninguém me habita. A não ser
o milagre da matéria
que me faz capaz de amor,
e o mistério da memória
que urde o tempo em meus neurônios,
para que eu, vivendo agora,
possa me rever no outrora.
Ninguém me habita.
A morte é indolor.
O que dói nela é o nada
que a vida faz do amor.
Sopro a flauta encantada
e não dá nenhum som.
Levo uma pena leve
de não ter sido bom.
E no coração, neve.
Donde la vida y la muerte cruzan sus límites
se descuelgan las pieles feroces de un deseo interminable
se tropieza con toda rapidez
están rotas las medidas eficaces
armado de lo hondo a la burbuja del vientre
asoma y rompe el vacío de su presencia dejada
por la tenaz ausencia del probable visitante
¡tan a deshora se conmueve el corazón del amante
y de su amante!
Al fin y al cabo
Cantar a toda hora es de buen juicio
Aunque siga en un hilo nuestra vida
Cuando la luz hace parir las flores de la tierra
Cuando la lluvia desangra en los tejados su caballería
Cuando el hincha comprime con sus manos al ídolo que aplaude
Cuando vamos en bus nalga con nalga y lomo a lomo
Cuando vemos que aumenta la injusticia…