El agua callada ladra
quietamente,
los ojos, serenos guardas, vigilan
soledades errantes.
Un perro husmea la nieve dura y seca.
Poemas cortos
El sueño recurrente.
Llego a la isla.
Un valle de mar rodeado por un muelle
Oscuro el amanecer
Un avión aterriza
y deambulo buscando.
Hay que montarse al avión.
Se va.
Busco a alguien
no sé a quién
El mar
El avión arranca.
Vergüenza de vivir.
Ser un pólipo
en esta oceanía de sangre, abandonado ya, sin armazón,
cuando sólo quisiera celebrar la pascua
del asesino,
porque no existe más salvación que la trémula ira,
ni más alfombra que el cadalso, ni otro hoyo que el mar.
Así como los meteoros celestes abren
pétalo tras pétalo para descubrir el polen
y la miel
así buscan mis dedos y abrazos
donde poner sus huesecillos de vida.
Página en que la esfinge de la muerte
con su enigma de sombrea nos provoca:
¿Cómo poderte descifrar, si es poca
toda la luz del sol para leerte?
¡Qué música del tacto
las caricias contigo!
¡Qué acordes tan profundos!
¡Qué escalas de ternuras,
de durezas, de goces!
Nuestro amor silencioso
y oscuro nos eleva
a las eternas noches
que separan altísimas
los astros más distantes.
Ojos de puente los míos
por donde pasan las aguas
que van a dar al olvido.
Sobre mi frente de acero
mirando por las barandas
caminan mis pensamientos.
Mi nuca negra es el mar,
donde se pierden los ríos,
y mis sueños son las nubes
por y para las que vivo.
Sentirse solo en medio de la vida
casi es reinar, pero sentirse solo
en medio del olvido, en el oscuro
campo de un corazón, es estar preso,
sin que siquiera una avecilla trine
para darme noticias de la aurora.
Y el estar preso en varios corazones,
sin alcanzar conciencia de cuál sea
la verdadera cárcel de mi alma,
ser el centro de opuestas voluntades,
si no es morir, es envidiar la muerte.
Apoyada en mi hombro
eres mi ala derecha.
Como si desplegaras
tus suaves plumas negras,
tus palabras a un cielo
blanquísimo me elevan.
Exaltación. Silencio.
Sentado estoy a mi mesa,
sangrándome la espalda,
doliéndome tu ausencia.
Si sólo pudiera verte
y sólo escuchar tu risa.
Si sólo fuera la brisa
que en tu pelo se divierte.
Si sólo fuera el inerte
ladrillo que tu pie pisa
o el agua que se desliza
sobre ti sin conocerte.
Amor, si fueras aire y respirarte.
Y si fueras, Amor, vino y beberte.
Si fueras sombra para no perderte.
O si fueras camino y caminarte.
Amor, fueras cantar para cantarte.
Fueras hilo en mis manos y tejerte.
Que mi alimento fueras y comerte.
Sin saber que de Lesbos practicabas
los rituales extraños,
un día gris, nadvertidamente,
puse un beso en tus labios.
Hoy sonrío en la calle y me pregunto
-tras aquel desencanto-:
¿no sienten algo al verme tus amigas,
las que indeirectamente yo he besado?
Es famosa la méntula de Antonio
por su tamaño, en todo desmedido.
Mas, mientras él la luce por las termas,
su mujer me murmura en el oído:
-prefiero tu pequeño gladiador
al gigante dormido.
Conmigo, en el amor, mi dulce Casia
es más que Cicerón en la tribuna:
conoce los secretos de la cama,
es entusiasta y única.
Mas su torpe marido
la olvlidó y sólo busca cortesanas de puerto.
Qué sabio fue quien dijo
que no es la amrgarita para el cerdo.
Al majestuoso río del Paraná,
del doctor don Manuel de Lavardén,
auditor de guerra del ejército reconquistador
de Buenos Aires
Ya el pobre corazón eligió su camino.
Ya a los vientos no oscila, ya a las olas no cede,
al azar no suspira, ni se entrega al Destino…
Ahora sabe querer, y quiere lo que puede.
Renunció al imposible y al sin querer divino.
Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno…
Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se inclinan… Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesía… Historias
que tienen casi blancos mis cabellos.
«Hijo, para descansar,
es necesario dormir,
no pensar,
no sentir,
no soñar…»
«Madre, para descansar,
morir».
Cuando mis ojos miraron
de tu cielo los dos soles,
vieron tales arreboles
que sin vista se quedaron.
Mas por ciegos no dejaron
de seguir por sus destellos,
por lo que duélete de ellos,
que aunque te causen enojos,
son girasoles mis ojos
de tus ojos soles bellos.
El cuerpo es el patíbulo,
la horca, el garrote vil,
la Dama Angustia.
El cuerpo es Los fusilados
se hizo el otro silencio
se cercenaron las manos
y de los muñones se asoman búhos
con curiosidad demencial.
El cuerpo es la lengua azul del ahogado
con olor de incendio de bruja
y del humo verde nacen flores
con boca de sabor a grito
con grito que empuña diamantes.
Vuela y pregunta a San Francisco de Asís
si su amor perdona
las ansias de la sangre
los desvelos de la carne
la premura de su instinto.
Sobrevivir a la sombra
ya que tiene más de uno que uno mismo
monstruo de papel de china
duplica su tamaño y su maldad
en una profundidad tal que parece superficie
y camina abismándonos los pies
y se arrastra serpentina ofreciéndonos
la vanidad de ser más grandes,
más anchos, más cuerpos gigantes
del pequeño carne, ofreciendo
más luna encajada en la tierra
negra por el veneno de ella
salir vivo después de mirar la sombra
poza de un Narciso impresionista
labor de ciegos, labor de ciegos.
Te necesito, amor
con tus metales.
Agrio tu aliento
de tabaco y cerveza.
Tu pecho por mi espalda
tobogán que madura
en húmedos carbones.
Te necesito a trancos
galopando en mi nuca.
Cabes en un rincón
detrás de la puerta
del olvido.
Ahí te acurrucas
una y otra vez
cumpliendo tu destino.
Me gusta la escoba
en la soledad de mis manos
en su silencioso barrer de muerte
en su ocultarse
-cual niña solitaria-
tras la puerta dormida.
Sí.
Me gusta la escoba
en canto de limpieza
por su pelo entretejido
su cuerpo de espiga
y porque, loca,
va siempre
patas arriba.
Desde mi pequeña vida
te canto
hermano
y lloro tu sangre
por las calles derramada
y lloro tu cuerpo
y tu andar perdido.
Ahora estoy aquí
de nuevo contigo
hermano.
Tu sangre
es mi sangre
y tu grito se queda
en mis pupilas
en mi cantar mutilado.
Me lancé a tu nombre de hombre
a los cuatro puntos cardinales
de tu sombra
a tu imagen que golpea
día a día
la luz inconmensurable de mi tiempo.
Tristemente hermosa
permanezco en tu puerto
ardiente bajo tu cuerpo
desierta
sin orillas
viva y persistente
en mi sangre de mujer.
Tu casa
este papel
que habitas
con letras.
Ahí tus huellas
tus palabras
tus silencios
tu lívido aliento
tus pausas de río y viento
tus alegatos precisos
en fin
despliegues de tu vida
obstinados sueños.
De bienes destituidas,
víctimas del pundonor,
censuradas con amor,
y sin él desatendidas;
sin cariño pretendidas,
por apetito buscadas,
conseguidas, ultrajadas;
sin aplausos la virtud,
sin lauros la juventud,
y en la vejez despreciadas.
Que el verdadero sabio, donde quiera
que la verdad y la razón encuentre,
allí sabe tomarla, y la aprovecha
sin nimio detenerse en quién la ofrece.
Porque ignorar no puede, si es que sae,
que el alma, como espíritu, carece de sexo.