Háblame más… y más…, que tus acentos
me saquen de este abismo;
el día en que no salga de mí mismo,
se me van a comer los pensamientos.
Poemas cortos
Desque una vez yo miré,
señora, vuestra beldad,
jamás por mi voluntad
los ojos de vos quité.
Pues sin vos placer no siente
mi vida, ni lo desea,
si no queréis que yo os vea,
¿Qué veré que me contente?
el campo está sin flores,
los pájaros no cantan,
los arroyos no corren,
no saltan los corderos,
no bailan los pastores,
los troncos no dan frutos,
los ecos no responden…
es que enfermó mi Filis
y está suspenso el orbe.
Si el cielo está sin luces,
el campo está sin flores,
los pájaros no cantan,
los arroyos no corren,
no saltan los corderos,
no bailan los pastores,
los troncos no dan frutos,
los ecos no responden…
es que enfermó mi Filis
y está suspenso el orbe.
Donde el hombre es un árbol.
Aquí, donde los ojos de los niños…
Tal vez aquí no puedo decir nada.
Tan cerca estoy de cosas
que están siempre desnudas.
Puede mi tiempo ahora herir la tarde.
Yo vengo de tan lejos y de tantas palabras,
vengo de tantas manos y de carne con precio,
vengo de tantos vientres con inéditos gritos,
que me sube la voz igual que un ojo.
Sobre la fría losa de una tumba
un nombre retiene la mirada de los que pasan,
de igual modo, cuando mires esta página,
pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.
Y cada vez cada vez que acudas a leer este nombre,
piensa en mí como se piensa en los muertos;
e imagina que mi corazón está aquí,
inhumado e intacto.
Me da la mano y me conduce
hasta la piedra,
me muestra su mirada
de actinia
y luego se desnuda,
moja mis labios
con un sabor a frutas incendiadas,
ata sus pies a mi cintura,
se agita
como una cabellera que desova
bajo el agua,
en mar su vientre se transforma,
me hace el amor quinientos años,
y llora.
…con qué secreto
a qué tibia antesala,
en qué aldea del aire las arañas
hilan la nada duradera…
Donde no cubren
las aguas,
ni los vientos
son cúpulas
o pájaro,
ni transitan la niebla
otros caminos,
allí,
la palabra es el viaje.
nº 134, 1974 (de Robert Motherwell)
Sois los negros destellos de las voces,
el absurdo color de los ojos
cegados,
alzad conmigo el vaso,
como si no estuviera
la barrera sombría del penúltimo
sueño,
la pared miserable
de hierro, sal,
y olvido.
La arena se refugia en el enigma
de sus ojos,
la lluvia
resbala por la piel,
como las lágrimas del día
que incumple su promesa,
como el refugio del recuerdo
cuando no sobrevive la esperanza.
Viajan donde la herida es invisible
y solo heredan
la sutileza del crepúsculo.
La diosa,
violada por la luz,
agita
la trémula lujuria del recuerdo,
desnuda bailarina de cristal.
La caja gris
-perdida lejanía-,
lejanamente gris,
perdida en paraísos
de sueños de manzanas.
La caja gris
-ánfora de metal manchado-,
manchadamente gris,
ángeles vengativos
de viajes y de pájaros.
La caja gris
-cerrada, gris-,
cerradamente gris,
la caja gris
que adivinó la muerte de la rosa.
La herida tiene
sangre de cobra,
caverna de pez ciego.
La herida
diezmó los árboles,
la sangre de los labios
desató la tormenta inesperada…
Mi fiel caballo rojo
ama las lejanías,
turban sus alas
la belleza del ángel,
hilos azules cierran
el viejo laberinto,
frágiles vientos
se llevan sus relinchos,
pero cabalga,
igual que la distancia que se olvida
en el ensueño de otros viajes.
Azules,
como el silencio,
como el vuelo de algunas mariposas,
como el temblor del marinero,
como el final de la explanada,
beato azul Angélico,
como la noche azul,
azul de luz hallada,
lo mismo que los ojos
azules
a lo lejos.
Su desnudo arrebata
el brillo a los cuchillos.
Su piel es sombra estéril
de páramo, licor de soledades.
En sus pezones
no hay lunas,
habitan las arañas.
Amor,
en este poema
no existe el tiempo:
todo el curso del Universo
se da en él a la vez.
Versión de Andrés Sánchez Robayna
Adelantaba ligeramente el muslo
y lo ponía entre las piernas,
y su pierna izquierda la
ponía encima, por fuera
de mi muslo izquierdo.
Versión de Andrés Sánchez Robayna
A pesar de las apariencias y las teorías, dice
que tiene miedo de la soledad; se siente distanciado
de los objetos; tiene miedo de no ser más que una
cosa entre las cosas, entre objetos sin nombre:
tiene conciencia de no estar aquí.
Las hojas caídas obstruyen el camino.
Imagino que soy el que no soy.
Aquí me estoy muy quieto.
Procuro no moverme
y ocupar el mínimo espacio.
Como si ya no estuviese allí.
El silencio es el original,
las palabras son la copia.
Cruza un burgués vestido de cura.
Cruza un bombero vestido de albañil.
Yo palpo una tierra muy humana.
Cruza un cerrajero vestido de barbero.
Me como un trozo de pan
y me tomo un buche de agua.
Versión de Andrés Sánchez Robayna
Hoja tras hoja desnudo los árboles.
Piedra tras piedra desnudo el terreno.
Después el cielo desaparece.
Y la tierra también se va.
Versión de Andrés Sánchez Robayna
Todos los perros devorados. En el diario
no queda una hoja en blanco. La foto de la esposa
se cubre de palabras a modo de rosario,
clavado en su mejilla el lunar de una fecha dudosa.
Le sigue la foto de la hermana.
Y no importa que un vacío empiece a abrirse
de entre tus sentires, que tras la gris tristeza
crepite el miedo y, digamos, un foso de furor.
Porque en la era atómica, cuando tiembla hasta la roca,
podremos sólo salvar los muros del hogar,
los corazones, fundiéndolos con fuerza igual
y nexo semejante a la muerte que los viene a acechar.
le gustaba
el infierno. el tiempo
saqueando el fondo del beso que se llama
traicionar. aquello que deseamos idéntico
a su mueca.
máquina de repetición
ciega y sorda.
Las ventanas reflejan
el fuego de poniente
y flota una luz gris
que ha venido del mar.
En mí quiere quedarse
el día, que se muere,
como si yo, al mirarle,
lo pudiera salvar.
Y quién hay que me mire
y que pueda salvarme.
Íbamos de camino,
mi cariño en sus brisas te oreaba.
Tu cabello llevado entre los céfiros
era también como brisa del alma.
Eras también como brisa en la brisa.
¡Qué claridad rumorosa mis ansias!
¡Oh transparencia vital que encendía
toda mi vida, cual fuego en luz blanca!