Sombra y rito de amor:
di tú ángel visible
cuya existencia se fragua en la insumisión
a la palabra y a su asilo
di tú ángel adelgazado por el silencio,
esbeltísimo en lo callado,
con el costado intacto antiguo en guerras
di tú la palabra que leo en el minuto que dura mi corazón.
Poemas cortos
Limpio y claro como una gota de agua
como una lágrima
tu amor
como una gota de agua transparente
como una lágrima
es transparente
limpio y claro
como una lágrima
tu amor
y como un beso.
Te veo en una profundidad quieta y clara y tus ojos amantes
me acompañan de cerca. Bien puedes romper todas mis
remilgadas opiniones llenas de chismes, enredos y vicios:
entre tú y yo no hay ninguno.
Y casi espíritu de fuego, casi la empuñadura de una idea del fuego
aire de pájaro o espada, pero espía,
en tu interior hay ciervos y prodigios,
acaso un charco de oro.
Al clavel de tu boca, o Clori hermosa,
corre precipitada
el alma de tu boca enamorada;
llega, abrásase, y luego
lo que piensa el clavel, conoce el fuego,
y en tanto bien dudosa,
abeja vuela, y muere mariposa.
Ahora vivo más cerca del sol, los amigos
no saben el camino: es bueno
ser así de nadie
en las altas ramas, hermano
del canto exento de algún ave
de paso, reflejo de un reflejo,
contemporáneo
de cualquier mirada desprevenida,
solamente este ir y venir con las mareas,
ardor hecho de olvido,
polvo dulce a la flor de la espuma,
eso apenas.
Estoy amándote como el frío
corta los labios.
Arrancando la raíz
a lo más diminuto de tus ríos.
Inundándote de dagas
de saliva esperma lumbre.
Estoy rodeado de agujas
tu boca más vulnerable.
Marcando en tus costados
el itinerario de la espuma.
Es un lugar al sur, un lugar donde
la cal
amotinada desafia el mirar.
Donde viviste. Donde a veces en sueños
vives aún. El nombre empapado de agua
te escurre de la boca.
Por caminos de cabras descendías
a la playa, el mar batía
en aquellas piedras, en estas sílabas.
Las cigüeñas.
Me traen el atrio,
dos casas, o tres, si fueran blancas,
la torre donde se posaban
lentas. tenía yo entonces
la edad de las moras,
el sol sobre la boca sofocaba.
¿te acuerdas? , o el peso de otra boca.
Reclinas la cara en la melancolía y ni siquiera
oyes el ruiseñor. ¿O es la totovía?
Soportas mal el aire, dividido
entre la fidelidad que debes
a la tierra de tu madre y al casi blanco
azul donde el ave se pierde.
Un amigo es a veces el desierto,
otras el agua.
Despréndete del ínfimo rumor
de agosto; no siempre
un cuerpo es el lugar de la furtiva
luz desnuda, de cargados
limoneros de pájaros
y el verano en el pelo;
en el follaje oscuro del sueño
es donde brilla
la piel mojada,
la floración difícil de la lengua.
Yo no sé nada de la vida,
Yo no sé nada del destino,
Yo no sé nada de la muerte;
¡Pero te amo!
Según la buena lógica, tú eres luz extinguida;
Mi devoción es loca, mi culto, desatino,
Y hay una insensatez infinita en quererte;
¡Pero te amo!
La belleza de tu rostro
y la dulzura de tu voz bastaron
para que te amara.
Un año pasamos juntos
y luego a él regresaste.
Ahora, que de nuevo le engañas,
te duele el corazón
y ante a mí
crece tu desgracia:
has comenzado a envejecer.
¿Dónde posar el pie,
dónde el poema?
¿Por qué las llagas nos cubren
y el escarnio te cerca a toda hora?
Sueño del hombre y su sombra
ninguno sabe que uno es sombra de otro
nadie sabe si sueña o está muerto.
Cruzamos
trece mil novecientos kilómetros
para encontrarnos
pero, como es habitual en ti,
cambiaste el parecer.
Oh, tú, nacida
en un Diciembre inconstante,
de grandes ojos de novilla,
de fina cintura
y pies diminutos,
dueña de un Loto Dorado
voraz e insaciable.
Hoja de otoño, no percibes
el saludo y el beso,
el cuerpo detenido en un lecho de aroma,
la mano y el labio en la boca,
la carne y el ojo en los ojos.
Viento de otoño vuelto hacia dentro.
Un día preguntaron qué deseaba
y le trajeron aquella que había perdido en su juventud.
Después de siete lunas y siete sonrisas
un hueso de uva
le separó de sus brazos
de su perfume
y sus ajorcas.
Su memorable voz
una noche de Octubre, sobre la puerta.
Su cabeza coronada con hiedra, violetas
y numerosas cintas de colores.
El equilibrio de su cuerpo
dejando oír, cómo una noche,
recostado en aquel a quien amaba,
rogando compartir su cuerpo
obtuvo sólo una mirada.
Bajo el arduo sopor del mediodía
Vuelvo y veo tus ojos, esa noche.
Al volver abriste la puerta
y para verme mejor preguntaste la hora:
eran la una y cuarto.
Tu cuerpo exigía otro cuerpo.
Y eso obtuviste.
Mientras más te cerque el día definitivo
mayores goces encontrará la carne.
Busca una joven y cantarás con ella
lo que une y entrelaza.
A vuestro alrededor,
jóvenes rozagantes
se disponen a tocar tus brazos.
La delicia de las cosas
reposa en el paladar.
Desgraciado
quien llegado a los treinta
sólo ha probado un lado del placer
y gustado sólo una caricia.
Mi forma inerte grande como un mundo
no tiene noche alrededor ni día
pero tiniebla y claridad por dentro
hacen que yo, que tú, vivamos.
Mares y cielos de mi sangre tuya
navegamos los dos. No me despiertes.
No te despiertes, no, sueña la vida.
Si para ti fui sombra
cuando cubrí tu cuerpo,
si cuando te besaba
mis ojos eran ciegos,
sigamos siendo noche,
como la noche inmensos,
con nuestro amor oscuro,
sin límites, eterno…
Porque a la luz del día
nuestro amor es pequeño.
Hoy puedo estar contigo. He deseado
para ti todo el bien y me acompaña
la bondad del amor. A ti te debo
gozar en soledad la compañía
más difícil del hombre, la que tiene
consigo mismo. No me causa miedo
reconocerme, ni busco a nadie, no.
El silencio eres tú.
Pleno como lo oscuro,
incalculable
como una gran llanura
desierta, desolada,
sin palmeras de música,
sin flores, sin palabras.
Para mi oído atento
eres noche profunda
sin auroras posibles.
No oiré la luz del día,
porque tu orgullo terco,
rubio y alto, lo impide.
Éstas son las rodillas de la noche.
Aún no sabemos de sus ojos.
La frente, el alba, el pelo rubio,
vendrán más tarde.
Su cuerpo recorrido lentamente
por las vidas sin sueño
en las naranjas de la tarde,
hunde los vagos pies,
mientras las manos
amanecen tempranas en el aire.
¡Qué pena ésta de hoy!
Haberlo dicho todo,
volcando por completo
lo que pesaba tanto,
y ver luego que todo
se queda siempre dentro,
que las palabras fueron
espejos engañosos,
cristales habitados
por fantasmas sin vida;
que todo queda dentro
con sus negras presencias,
insistentes, doliendo.
Hice bien en herirte,
mujer desconocida.
Al abrazarte luego
de distinta manera,
¡qué verdadero amor,
el único, sentimos!
Como el mueble y la tela, tu desnudo
ya no tenía imponencia bajo el aire,
bajo el alma, bajo nuestras almas.
Mi sueño no tiene sitio
para que vivas. No hay sitio.
Todo es sueño. Te hundirías.
Vete a vivir a otra parte,
tú que estás viva. Si fueran
como hierro o como piedra
mis pensamientos, te quedarías.
Pero son fuego y son nubes,
lo que era el mundo al principio
cuando nadie en él vivía.
Yo y la luz te inventamos,
ciudad que ahora en un alba
de fantasía y de sol
naces al mundo;
ciudad aún imprecisa,
con sangre, luz y ensueño
en tus blancas fachadas.
No sé qué madrugada
sobre los edificios voy dejando,
ni qué sol mañanero
ilumina la vega, el mar, las calles,
interiores en mí.
Estoy vivo y toco
Toco, toco, toco.
Y no, no estoy loco.
Hombre, toca, toca
lo que te provoca:
seno, pluma, roca,
pues mañana es cierto
que ya estarás muerto,
tieso, hinchado, yerto.
Toca, toca, toca,
¡qué alegría loca!
Pausa, espantosa pausa
de párpados de plomo,
tromba dormida al aire,
pompa de paños, polvo,
donde irrumpen frenéticas
cien mil cristalerías
de fábricas de viento,
que el huracán derriba,
y un martillo de sangre
-¡clo!- que estrangula a pausas
-¡morir!- las simas súbitas
-silencio- de la ráfaga.
Entre mis manos cogí
un puñadito de tierra.
Soplaba el viento terrero.
La tierra volvió a la tierra.
Entre tus manos me tienes,
tierra soy.
El viento orea
tus dedos, largos de siglos.
Y el puñadito de arena
-grano a grano, grano a grano-
el gran viento se lo lleva.
Chupar tu vida sobre los labios,
no es quererte en la muerte.
Chupar tu vida, amante,
para que lenta mueras
de mí, de mí que mato.
para agotar tu vida
como una rosa exhausta.
color, olor: mis venas
saben a ti: allí te abres.
Y el mar fue y le dio un nombre
y un apellido el viento
y las nubes un cuerpo
y un alma el fuego.
La tierra, nada.
Ese reino movible,
colgado de las águilas,
no la conoce.
Nunca escribió su sombra
la figura de un hombre.
Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba
se paró en mi ventana.
¡Levántate! Y mis ojos
vieron plumas y espadas.
Atrás montes y mares,
nubes, picos y alas,
los ocasos, las albas.
‹¡Mírala ahí!
Precipitadas las luces
por los derrumbos del cielo,
en la barca de las nieblas
bajaste tú, Ceniciento.
Para romper cadenas
y enfrentar a la tierra contra el viento.
Iracundo, ciego.
Para romper cadenas
y enfrentar a los mares contra el fuego.
¡Nostalgia de los arcángeles!
Yo era…
Miradme.
Vestido como en el mundo,
ya no se me ven las alas.
Nadie sabe como fui.
No me conocen.
Por las calles, ¿quién se acuerda?
Zapatos son mis sandalias.
Mi túnica, pantalones
y chaqueta inglesa.
Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.
-Vete.
Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
ya no estaban.
-Vete.
Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.
Lloraba recio, golpeando, oscuro,
las humanas paredes sin salida.
Para marcarlo de una sacudida,
Lo esperaba la luz fuera del muro.
Grito en la entraña que lo hincó, futuro,
Desventuradamente y resistida
Por la misma cerrada, abierta herida
Que ha de exponerlo al primer golpe duro.
Hubo luz que trajo
por hueso una almendra amarga.
Voz que por sonido,
el fleco de la lluvia,
cortado por un hacha.
Alma que por cuerpo,
la funda de aire
de una doble espada.
Venas que por sangre,
Y el de mirra y de retama
Cuerpo que por alma,
el vacío, nada.
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de la ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame…
En mi pensar de duelo y de martirio
casi inconsciente me pusiste miel,
multiplicaste pétalos de lirio
y refrescaste la hoja de laurel.
Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento una vela!
Tal vez, oh mar, mi voz ya esté cansada
y le empiece a faltar aquella transparencia,
aquel arranque igual al tuyo, aquello
que era tan parecido a tu oleaje.
Han pasado los años por mí, sus duras olas
han mordido la piedra de mi vida,
y al viento de este ocaso playero ya la miro
doblándose en las húmedas arenas.
A ti, contorno de la gracia humana,
recta, curva, bailable geometría,
delirante en la luz, caligrafía
que diluye la niebla más liviana.
A ti, sumisa cuanto más tirana
misteriosa de flor y astronomía
imprescindible al sueño y la poesía
urgente al curso que tu ley dimana.
A veces Altair gime largo, tendida,
hincada por el viento oscuro que la envuelve,
agitada en su sima
dulce de espumas lentas que la llevan
casi a morir sin voz, para salirse
otra vez de su hondo
mar secreto, sin límite, incesante…
Una estrella Altair, latente y poderosa.
¡Amor!, gritó el loro
(Nadie le contestó de un chopo al otro).
¡Amor, amor mío!
(Silencio de pino a pino.)
¡Amooor!
(Tampoco el río le oyó.)
¡Me muero!
(Ni el chopo,
ni el pino,
ni el río
fueron a su entierro.)
Anémona encantada
enamorada.
Orquídea despeinada
enamorada.
Flor abierta o cerrada
enamorada.
No me las enseñes más,
que me matarás.
Robada por un pez de acero y lona,
tú, sin malló, dormida,
diste con una estrella que, escondida,
rondaba a Barcelona.
¡Susto en la luz! Teléfonos fundidos.
A los timbres, disparos.
El giratorio idioma de los faros,
los vientos, detenidos.