Águila altiva, que la nube asaltas
y en la cumbre a mirar al sol te atreves;
águila rauda, que los mares saltas
cuando las alas anchurosas mueves;
águila audaz, que en las regiones altas
la hiriente lumbre de los astros bebes;
águila reina, ya tiene el espacio
rival que te dispute tu palacio.
Poemas españoles
¡Salud prole gallarda!, salud hijos
en quienes tiene fijos
sus ojos la nación que en vos confía;
las madres orgullosas
sus frases cariñosas
que os trove ordenan en el arpa mía.
«Doncella, -me dijeron-; tú que sabes
de las voces suaves
el sonoro compás, blanda caída;
escoge las más bellas
y fórmanos con ellas
una dulce canción, tierna y florida;
»Hoy regalar queremos los oídos
de los hijos queridos
que alfombran nuestro suelo de laureles».
Bien hayan, mariposa,
las bellas alas como el aire leves,
que inquieta y vagarosa
entre las flores mueves,
ostentando tu púrpura preciosa.
De blanda primavera
bien haya la callada y fiel vecina,
la dulce compañera
del alba cristalina,
perdida entre la flor de la pradera.
Venid, señora, a escuchar
la unánime votación
que España acaba de dar:
venid; que os va a coronar
FEA por aclamación.
Monstruos mil se presentaron;
mas con voz solemne y clara
los tribunales fallaron,
que otra cara no encontraron
semejante a vuestra cara.
Alza gallarda tu elevada frente,
hija del suelo ardiente,
y al recio soplo de aquilón mecida,
de mil hojas dorada,
de majestad ornada,
descuella ufana sobre el tallo erguida;
Y arrojando tu sombra allá a lo lejos,
del sol a los reflejos,
al árabe sediento y fatigado,
desdeñosa levanta
tu bendecida planta
en el desierto triste y abrasado.
¿También, nueva cantora,
el arpa juvenil cubres de luto?
¿Tú desconsoladora
a la musa, que llora,
rindes también tributo
de secas flores y de amargo fruto?
¡Suave luz del oriente!
¿Por qué entre nubes escondida tanto
muestras la faz riente?
Cuando el alma primavera
con sus joyas peregrinas
engalana la pradera,
los valles y las colinas;
Y las hojas entreabriendo
leve aroma exhala apenas
la rosa, y van descubriendo
su cáliz las azucenas;
Y su capullo amarillo
de pura esencia desplega
el delicado junquillo
en la espalda de la vega;
Cuando la plácida aurora
el garzo cuello levanta,
y el tulipán cimbradora
descubre la tierna planta;
Una flor nace entre aquellas
émula de las estrellas
en el rubio tornasol,
y que brilla como ellas
a los reflejos del sol.
Al fin hallo en tu calma
si no el que ya perdí contento mío,
si no entero del alma
el noble señorío,
blando reposo a mi penar tardío.
Al fin en tu sosiego,
amiga soledad, tan suspirado,
el encendido fuego
de un pecho enamorado
resplandece más dulce y más templado.
¿Qué voz, pobre Mariano,
de mofa, de sarcasmo de amargura,
al que le ofrezco humano
recuerdo de ternura,
darás riendo en tu morada oscura?
Si la mujer que llora
fue blanco del rigor de tu garganta,
¿qué pensarás ahora
de la mujer que canta
¡ay!
¡Cuán bellas sois las que sin fin vagando
en la espaciosa altura,
inmensas nubes, pabellón formando
al aire suspendido,
inundáis de tristura
y de placer a un tiempo mi sentido!
¡Cuán bellas sois, bajo el azul brillante
las zonas recorriendo,
ya desmayando leves un instante
entre la luz perdidas,
ya el sol oscureciendo
y con su llama ardiente enrojecidas!
Error, mísero error, Lidia, si dicen
los hombres que son justos nos mintieron,
no hay leyes que sus yugos autoricen.
¿Es justa esclavitud la que nos dieron,
justo el olvido ingrato en que nos tienen?
¡Cuánto nuestros espíritus sufrieron!
A LOS QUE LAMENTARON MI SUPUESTA MUERTE
El corazón, amigos, palpitante
como otras veces en mi pecho siento;
mas al oír vuestro piadoso acento
sobre las nubes me soñé un instante.
Juzgué más claro el sol, menos distante,
vi espíritus celestes en el viento
y en la estrella que más resplandecía
vi confusa la imagen de María.
¿A dónde vas ¡o rey! con tus pesares?
¿No sabes que en los mares
aun la roca inmortal de Santa Elena
te brinda con su asilo?
¿que allí lecho tranquilo
tienes guardado en la caliente arena?
Aun hallarás la arena removida
con la huella atrevida
de otro Napoleón, que destronado
fue también a esa tierra;
aun su lauro de guerra
los trópicos allí no han marchitado.
Pues eres tú forastera
recién llegada a la vida,
te contaré, mi querida,
lo que tienes que sufrir;
te gané la delantera
de la vida en el camino,
y merced a este destino
he aprendido ya a sentir.
Si para entrar en tan difícil vía
el aliento a mi numen no faltara,
ya de la patria nuestra lamentara
los males en tristísima elegía.
Ya la virtud, ya el genio cantaría,
ya el vicio a deprimir me consagrara;
pero mi voz de niña desmayara
y desmayara endeble el arpa mía.
No es ira, no es amor, no es del poeta
inspiración febril, es más ardiente
la llama que discurre por mi frente,
y el alma absorbe, el corazón me inquieta.
Yo amo la tempestad, amo el estruendo;
cuando el vértigo insano me arrebata,
sueño que en nube de luciente plata
voy por el mundo un huracán siguiendo.
Ya, Neira, despedí a la golondrina
que en el techo campestre haciendo el nido
mansa inocente mi compaña ha sido
en la estación risueña que termina;
la grulla en cambio ya vino dañina
el fruto a destrozar recién nacido
que en este yermo a fuerza de sudores
lograron cultivar los labradores.
Buen sabio, ¿de tu tierra y de la mía
tu corazón no ansía
el nombre oír que la memoria encierra
de los pasados años?
¿O a tu memoria extraños
serán ya los recuerdos de tu tierra?
Yo, Señor, que heredé de mis abuelos
un libro de consuelos
obra de tu lozana fantasía,
cuando eras mozo o niño,
tengo mucho cariño
al buen cantor de la comarca mía.
Rioja vive en ellas,
Rioja en esas flores
que brillan a mis ojos aún más bellas
porque son de Rioja los amores.
Esos albos jazmines
de su pecho llagado,
por enemigos fieros y ruines
fueron el lenitivo regalado.
Madrid aguarda tu triunfal salida
para cubrir de flores tu carrera
como si el pueblo por la vez primera
celebrara en España tu venida;
la fiesta a que gozoso te convida,
cual si de nuevo a coronarte fuera,
tiene un placer que hoy halla repetido
la Reina que dos veces ha nacido.
Aquel nombre primero
que bendijo mi labio balbuciente,
después que prisionero
vi a mi padre inocente,
fue, Señora, tu nombre reverente.
Aquella faz hermosa
que, después de la faz hermosa y santa
de mi madre amorosa
miré con ansia tanta,
fue, Señora, tu faz que al mundo encanta.
Dulce Teresa, virgen adorada
que estás entre los ángeles del cielo,
la que ceñistes el sagrado velo
de las castas esposas del Señor:
tú pasaste tus horas como el justo
en santa paz y religiosa calma,
volando al ciclo con gloriosa palma
arrebatada en alas del fervor.
Buen joven, en hora aciaga
fijasteis en mí los ojos,
pues los fijasteis risueños
y los apartáis llorosos.
Mal os quieren los amores
cuando eligen en su encono
mi corazón para blanco
de vuestro empeño amoroso.
Y en verdad que son injustos
pues ni antes, de vuestro rostro
ni después, he visto alguno
con perfiles más hermosos.
Pulidísimo poeta,
que siempre os andáis buscando
cefirillos en diciembre
y florecillas en marzo.
Ved que es malogrado tiempo
el que gastáis en cantarnos
esas romanzas melosas
que a vos embelesan tanto.
Porque ninguno os escucha,
ni posible es escucharos,
ni debe ¡salvo los sordos!
Ruiseñor, que entre las hojas
de la más florida acacia
has tenido todo mayo
fresca, primorosa estancia,
¿Por qué picas ese ramo
de menudas flores albas,
que te mece si dormitas,
y te acaricia si cantas:
Y a tu lado cariñoso
presta a un tiempo con sus galas
colgaduras a tu lecho
perfumes a tu morada?
No lo toméis a consejo,
pues vos para aconsejado
y yo para consejera
inútiles somos ambos:
vos, señor, porque contáis
con muy razonables años
para poder en la vida
dirigiros ya sin ayo,
y esta humilde servidora
por tenerlos muy escasos
para poder con su apoyo
ir por la tierra marchando.
Como aquellas lucecillas
vaporosas y ligeras,
que sin calor a millares
se levantan de la tierra,
Los amores en tu pecho,
fragilísima belleza,
sin que su fuego te abrase
alzan mil llamas diversas:
Brotan, lucen, se disipan,
otras nacen tras aquéllas:
la inconstancia las apaga,
la liviandad las renueva.
Chispa de luz que fija en lo infinito
absorbes mi asombrado pensamiento,
tu origen, tu existencia, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.
Si eres ardiente, inamovible hoguera,
¿dónde el centro descansa de tu lumbre?
si eres globo de luz, ¿cómo en la cumbre
no giras tú de la insondable esfera?
¡Salud, dulce golondrina,
allá en el suelo africano
bella, errante peregrina;
salud, perenne vecina
del ardoroso verano;
Tu cántiga placentera
llevaste a lejanos mares:
la atrevida, la parlera,
bien llegada a estos lugares,
amorosa compañera!
Lágrima viva de la fresca aurora,
a quien la mustia flor la vida debe,
y el prado ansioso entre el follaje embebe;
gota que el sol con sus reflejos dora;
Que en la tez de las flores seductora
mecida por el céfiro más leve,
mezclas de grana tu color de nieve
y de nieve su grana encantadora:
Ven a mezclarte con mi triste lloro,
y a consumirte en mi mejilla ardiente;
que acaso correrán más dulcemente
las lágrimas amargas que devoro
mas ¡qué fuera una gota de rocío
perdida entre el raudal del llanto mío…!
Tórtola, que misteriosa
querella de amores cantas,
dolorida,
azorada, temblorosa,
como la lluvia en las plantas
conmovida;
Que levantas arrullando
de tu seno palpitante
la alba pluma,
como el agua murmurando
en las olas, vacilante
leve espuma:
Tórtola tímida y bella,
melancólica vecina
de los valles,
nunca tu blanda querella,
tu cántiga peregrina,
muda acalles:
Lleva a el aura ese ruido
que en las soledades mueven
tus acentos:
los ecos de tu gemido
siempre amorosos se eleven
a los vientos.
Y cuando ya no veas
las playas españolas
que tan tristes y solas
van a quedar sin ti,
cuando estés en la nave
mirando al Océano,
acuérdate ¡ay!, hermano,
¡acuérdate de mí!
Si el cielo está sereno
y el agua hermosa en calma,
en tanto que mi alma
te sigue desde aquí,
en tanto vaya el onda
sulcando tu navío,
¡ay!
¡Ah! cuando a partir vayas
al suelo americano
que para siempre, hermano,
nos separa a los dos,
a orilla de los mares
detente ¡ay!, un momento
y di con triste acento
¡adiós, España, adiós!
Cuando tus claros ojos
fijes de nuestra España
en la postrer montaña
que el buque deje en pos,
tendiendo entrambos brazos
allá desde el navío,
exclama, hermano mío,
¡adiós, España, adiós!
¡Memoria al grande César! Yo le canto.
Si el rayo sacrosanto
del entusiasmo que mi sangre enciende,
alienta la poesía,
¿cuál mejor que la mía
de Carlos el espíritu comprende?
Alta categoría entre los reyes,
fueron, ya, de sus leyes
soberanos altivos los vasallos;
los príncipes de Europa
le siguieron en tropa,
sirviendo a su carroza de caballos.
Si mi extranjera planta, lusitanos,
gustaseis cortesanos
por la tierra guiar, para mí extraña,
a cantaros iría
una tierna poesía
del gran Pedro en honor, la hija de España.
¿En dónde yace el capitán osado,
en dónde el celebrado
conquistador, de vuestras tierras fama?
La estrella, el signo… ¡Ideal!
el Hado infausto… locura;
que para todo mortal
propicia, fácil, igual
en el mundo es la ventura.
Para el monarca opulento,
para el mendigo indigente
tiene la vida igualmente
un oportuno momento
de sonrisa complaciente.
Orgullo de la enramada,
blanca y leve florecilla,
más que todas delicada,
y más que todas sencilla.
Muestra el lirio temblorosa
la faz cristalina y pura;
y ostenta encendida rosa
la peregrina hermosura.
Alza bella la azucena
la copa tersa y nevada
de ricos ámbares llena,
de mil abejas cercada.
Vamos a vindicar de Extremadura
la capital oscura
y a levantar en palmas, extremeños:
que, por Dios es vergüenza,
que otra ciudad nos venga
siendo de igual poder nosotros dueños.
Vamos a levantarla como espuma,
la pereza que abruma
los talentos brillantes sacudiendo;
y un mentís de tal modo
a dar al reino todo
que está de nuestra inercia sonriendo.
Aquí ha vivido al pie de la corriente
conmigo nada más la golondrina;
¿quién pudo en ese vasto continente
el nombre repetir de Carolina?
¿quién os dijo que canto tristemente
sino fuera del valle esa vecina,
que os va a contar al cielo americano
lo que pasa en mi tierra en el verano?
Leve y plácida sonrisa
de la fresca primavera;
tú que naces con su brisa
de las flores la primera;
Y te engalanas llevando
el color del firmamento,
y esquivas el cuello blando
a las caricias del viento;
Allá oculta, de las peñas
en las salvajes gargantas,
el rico vergel desdeñas,
donde brillan otras plantas.
¡Ay! la tórtola viuda
llora su bello y muerto compañero,
y ensordece la muda
selva, con su gemido lastimero.
Gime sobre la encina
donde arrulló su amigo antes con ella,
la luna peregrina
pasó, y oyó tres veces su querella.
Presurosas huyeron
las horas del verano caluroso:
del álamo frondoso
las hojas se cayeron:
otra estación mi vida
cuenta en quejas inútiles perdida.
El tibio sol de octubre
la cabellera blanquecina tiende,
y sus hebras desprende
con que la tierra cubre,
ya que negros vapores
no absorban sus escasos resplandores.
Joven del rubio cabello
y los azulados ojos,
sabed, por la Virgen sacra,
que estáis de remate loco
o se ha vuelto vuestro ingenio
agudo como el del topo
cuando estampáis en papeles
letras que encienden el rostro.
Esa oscura enfermedad
que llaman melancolía
me trajo a la soledad
a verte, luna sombría.
Ya seas amante doncella,
ya informe, negro montón
de tierra que en forma bella
nos convierte la ilusión,
Ni a sorprender tus amores
mis tristes ojos vinieron
ni a saber si esos fulgores
son tuyos o te los dieron.
Bendita sea la amorosa luna
que derramó en tu cuna
antes que el sol, sus lánguidos fulgores,
y te suspiró, alma pura,
la suave ternura
de sus nocturnos, célicos amores.
¡Bendito el astro cándido y luciente
que prestó dulcemente
su brillo melancólico y hermoso
a tu amante mirada!
Ángeles peregrinos que habitáis
las moradas divinas del Oriente,
y que mecidos sobre el claro ambiente
por los espacios del mortal vagáis.
A vosotros un alma enamorada
os pide sin cesar en su lamento
alas, para cruzar del firmamento
la senda de los aires azulada.
Aunque serena y callada
a tus suspiros me veas,
no indiferente me creas;
es que el alma enamorada
diciendo está embelesada
Alberto, bendito seas.
Si a responderte no acierto
cuando me vienes hablando,
¿piensas que tu voz no advierto?
¡Cuán grande, cuán hermosa
es la lumbre del sol que abarca el mundo,
y cuán maravillosa
es la estrella copiosa!
¡Cuán ancho es el espacio, cuán profundo!
Como a impulso violento
granos de arena círculos describen
en derredor del viento,
de astros miles sin cuento
así en la inmensidad girando viven.
Cuando la luz de la tarde
en occidente se apaga,
y la reina de las sombras
con ligero paso avanza;
En esas horas tranquilas,
inspiradoras del alma;
cuando en las alas del viento
el silencio se derrama;
Cuando la tórtola dulce
lánguido suspiro exhala
con acento lastimero
recogida entre las ramas.
Mis ojos, Laura, vertieron
mil veces lloro a raudales,
mas nunca lágrimas fueron
a estas lágrimas iguales.
El tierno y bello cantor
que en dulcísima querella
trova las penas de amor…,
—¿Canta por ti o por Estrella?