Amor fati

El crepitar
de unas ramas de olivo
que se queman sin prisa tras la poda,
el ímpetu del pájaro en el cielo,
su timidez en el arbusto, el áspero
zarzal y la humareda
me están pidiendo
una confirmación, su debido registro
entre lo que sucede.

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Esta paz anodina

A menudo me observo
y aprecio en mí tu falta,
un vacío que borra mi relieve,
que pacta con los días esta paz anodina.

Entonces, nada pienso, nada sé.
Te llamo alma, con un cuidado extremo.
y escojo esta palabra para hacerte presente,
para magnificar tu ausencia entre las cosas
que han brillado en el centro de otras cosas menores
y me ofrecen ahora su palidez, la cera
derrotada de lo que tuvo vida.

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Idea

He anotado esta idea: El silencio no existe.

La he descubierto en mí mientras miraba
unas fotografías
que alguien tomó en un paisaje nórdico.
Podía ver en ellas la rara condición
de una llanura en soledad,
y en soledad también un poste ensimismado
y un asfalto remoto.

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La distancia

Yo decía palabras y escuchaba
las que a mí me decían.
Mientras,
inadvertidamente,
se iba alimentando la mañana
con el néctar de luz de los almendros
hasta forjar
una callada majestad: el día.

Yo hablaba y los demás hablaban,
y las palabras nuestras
fueron un manto tenue
que hacía resbalar
aquella limpia miel, aquella albura,
hacia los bordes
de la conversaci6n,
y en borrada existencia la perdían.

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La estación perpetua

El invierno se fue. ¿Qué habré perdido?
¿Qué desapareció, con él, de mi conciencia?

(Esta preocupación -seguramente absurda-
por conocer aquello que nos huye,
me obliga a convertir el aire frío
en pensado cristal sobre mi piel pensada,
y a convertir la gloria entristecida
de los húmedos días invernales
en la imposible luz que su concepto irradia;
esta preocupación, en fin, tiene la culpa
-y qué confuso y dulce me parece-
de que duerman en mí los árboles dormidos.)

El invierno se fue, pero nada se lleva.

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La intimidad

Vine hasta aquí para escuchar la voz,
la voz que según dicen nos habla desde dentro
y endulza la verdad si la verdad
merece una degustación serena,
o la hace más amarga si es amarga,
con sólo pronunciar la negra hiel
que ha reposado intacta entre sus sílabas.

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Lugar de ruiseñores

Está junto a una fuente. No es secreto.
Un barranco con zarzas, con aliagas,
con rosales silvestres, con adelfas.
Es un espacio donde el tiempo esculpe
un bronce vegetal exacto y limpio.
A ese lugar retornan por abril
los ruiseñores, y abren de inmediato
en la floresta su diálogo nocturno
sobre intactas verdades misteriosas,
en un idioma lleno de razones
que son un raro compromiso y son
al mismo tiempo hipnosis y soberbia.

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Meditación del cristal

Tras el cristal que lo protege
hay un gesto afligido.

Los músculos de un torso
–su latir dibujado–
gimen
en la tensa postura
que los mantiene entre la rigidez
y la elegancia quebradiza:
una mano en el pecho; un brazo alzado
que se dobla hacia atrás
y acompaña obediente la inclinación del rostro;
el perfil, entrevisto; la mirada,
vuelta hacia un fondo de grafito ciego.

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Narcisos

(Narcissus poeticus)

Me indicó alguien
que aquellas flores blancas crecidas entre juncos
eran narcisos.
En pleno mes de enero, florecían
bajo el cielo nublado y la inclemencia.

Así pues, el narciso es la aterida flor
que el invierno regala,
pensé entonces, vencido por la literatura.

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Páramos altos

Altos son estos páramos que cruzo,
país de la intemperie. Las sabinas,
con un pétreo porqué,
han tejido sus ramas geológicas
en conos de esmeralda que el aire ensucia y seca.
La calima me roba el horizonte,
encierra el llano abierto en la interrogación.

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Poesía y verdad

A Carlos Marzal

En la naturaleza no hay nada melancólico,
aseguraba Coleridge.
He salido a mirar
entre las nubes mansas
una luz semejante a la luz triste
que escriben los poetas.
El resplandor solemne y repetido
del ocaso cubriendo el naranjal
es todo lo que había.

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Un segundo

Tengo las manos frías.
He salido a la calle,
he resuelto el asunto banal correspondiente
y he regresado a casa para ocupar de nuevo
mi sitio en esta mesa.
He descubierto entonces
la frialdad de mis manos,
signo
que me perturba acaso sin justificación,
porque es muy poca cosa tener las manos frías.

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Vestigio

«pues dejas de ser luz
para llamarte tiempo”
F.B.

A Francisco Brines

Una luz enredada entre objetos y libros
–una luz que es la huella que ha dejado la luz–
ahora me descubre la presencia del tiempo,
su transcurso y su instante.

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Carta

A ti, allá en nuestro pueblo

Por el aire los pájaros tan sólo
van,
por el día las nubes siguen
remando cielo, lentas, como brazos abriéndose,
pero una carta vive en las cenizas
y en el escombro liso de los ojos.

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El cielo aquel pintado con tizas de colores

El cielo aquel pintado con tizas de colores;
el sol que se empozaba tantos jueves
para los largos temporales
«Cuando se empoza el sol en jueves,
antes del domingo llueve…»
Aquellas calles largas con carros y viñeros;
el pregonero del Ayuntamiento
y el tío del «rabiche»; el carro
del «alhigue» cuando los carnavales;
las barberías con aquellos frascos
llenos de sanguijuelas coleantes;
el miedo de las noches del invierno
desiertas por el cierzo y los fantasmas;
las uvas, las espigas, la Glorieta,
la feria, el corralazo de los títeres…
¿Era aquél Tomelloso?

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La diosa

Cuando filmo en mi frente tu figura
y reúno las tardes y tu cara
en un fanal bellísimo, ya en sueños,
como en un cine mágico con niños,
todo forma un mural maravilloso:
la belleza me da, de parte tuya,
todos sus golpes en el corazón,
y entonces me parece propiamente
que amarte es convivir con una diosa.

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Ocaso

El hombre hacia el Ocaso es una hoguera
que el viento -el tiempo en crines extendidas-
arrastra a galopar lejos, sin bridas,
como un caballo oscuro, a la carrera.

Como una oculta nave timonera
repta sus aguas. No sabe qué heridas
le duelen más, qué muertes ni qué vidas,
sólo como una piedra de cantera.

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Tiempo arriba

¿Cómo podrás estar, querida Sabia,
sufriendo con tus ojos todo el día
tanto torvo mural, volada reja,
-comiendo como un pájaro en la nieve-
sonriendo y haciendo que no has visto
tanta pared gritando: «prohibida
la vida», sí, la gran envenenada?

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Último poema de amor

Ayer fue amor. (Ayer, amor, ¿qué ha sido
de la emoción aquella?). A la mañana
amaneció en mi frente un sol venido
desde muy lejos, desde tu ventana.
Hoy te hablo, amiga, en nombre de estas manos
y estos ojos perdidos de hombre ausente
que en ti soñó sus sueños más cercanos
y comprendió la vida de repente.

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Cuarto creciente

Cuando Aljarifa recorrió la alfombrada penumbra de aquel burdel de Chauen,
todo el lujoso azogue de su cuerpo adquirió un grado de desnudez
deslumbradoramente irracional. Carne inconclusa donde anidaban todavía
las liendres del peregrinaje, se hizo de pronto insurgente y plenaria
como la de una virgen en la inminencia del degüello.

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Diosa del ponto euxino

Su cuerpo está desnudo al borde de un gran atrio
lacustre, sólo se ven sus piernas
asomando entre espumas
repulsivas, se parece a una estatua
cubierta de criptógamas y a un animal
exangüe se parece también.

Las rémoras del frío, los dientes
del salitre penetran entre sus gangrenados
senos, y ya emerge, adopta como Telethusa
actitudes lascivas mientras roen
su memoria las parcas y se quiebran
los bizantinos vidrios de sus ojos.

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Domingo

La veis un día domingo.
Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado
(no la podéis mirar),
un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos,
pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes
hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,
de ir gastando mañanas, hombres de cada día,
en las estribaciones de un pan dominical.

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El hilo de Ariadna

Posiblemente es tarde, pero ¿cómo
poder asegurarlo
mientras Hortensia canta y no se oye
más que su grito de musgosa
lascivia y alguien
habla con alguien de la conveniencia
de acostarse borracho?

De repente
se desató la cinta, vuelto
hacia el espanto de la lámpara,
el acezante cuerpo,
y en lo tenso del vientre vi
la cicatriz, no producida
sino por el rencor contra ella misma
con algún instrumento
preferentemente cortante.

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Fábula

Nunca serás ya el mismo que una vez
convivió con los dioses.
Tiempo
de benévolas puertas entornadas,
de hospitalarios cuerpos, de excitantes
travesías fluviales y de fabulaciones.

Tiempo magnánimo
compartido también con semidioses
errabundos y hombres de mar que alardeaban
del decoro taimado de los héroes.

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