Con el otoño perdidas
son las claras y lucidas
alboradas,
y las flores del estío
yacen en el valle umbrío,
deshojadas.
De los árboles desnudos
la vestidura luciente
primorosa,
ya de aquilones sañudos
arrebata la corriente
presurosa.
Con el otoño perdidas
son las claras y lucidas
alboradas,
y las flores del estío
yacen en el valle umbrío,
deshojadas.
De los árboles desnudos
la vestidura luciente
primorosa,
ya de aquilones sañudos
arrebata la corriente
presurosa.
Deja a la tórtola andar
por la mañana perdida
y ensáyame otro cantar
que yo no puedo escuchar
esa canción tan sentida.
Por más que anime el contento
tu linda boca graciosa,
Emilio, mi pensamiento
halla muy triste ese cuento
de la tórtola amorosa.
Las que sintáis, por dicha, algún destello
del numen sacro y bello,
que anima la dulcísima poesía,
oíd: no injustamente
su inspiración naciente
sofoquéis en la joven fantasía.
Si en el pasado siglo intimidadas
las hembras desdichadas,
ahogaron entre lágrimas su acento,
no es en el nuestro mengua,
que en alta voz la lengua
revele el inocente pensamiento.
I
Bella soy, bella soy; mi rostro encanta;
mejor que en el cristal en los semblantes
la copia miró de belleza tanta
reflejada en los ojos anhelantes:
paloma, flor, estrella, ángel y santa
me apellidan los hombres delirantes,
y de santa en el título obstinados
quisieron adorarme arrodillados.
A LA PRINCESA DE S…
Dejad que despacio os vea
esa belleza tan rara,
pesadilla de mis sueños,
enemiga de mi alma.
¡Por Jesús, que ansiosa vengo
de miraros esa cara
blanca aurora para alguno,
para mí, noche nublada!
No he menester ingenio, el arte es vano,
de más están las musas y la lira,
sobra la indignación que en mí respira
para cantar al vate castellano;
tendí mis ojos, y busqué en el llano
su tumba ilustre, y me encendió la ira,
cuando al decir su nombre, lengua extraña
«yace aquí, replicó, no está en España».
Yo te olvidaba ya; ni una alabanza
a la gloriosa bóveda te envía
la cantora sin fe; sin confianza
enmudece, Señor, el alma mía;
horas de ingratitud donde no alcanza
el reflejo inmortal de tu poesía
duermo, cuando mi sueño indiferente
viene a romper tu cólera imponente.
Siempre en la noche, compañeros míos
los árboles, la luna, los luceros,
mas ninguno de tantos compañeros
me demanda jamás ¿por qué suspiro?
A la luna le cuento mi cuidado
y sigue inestable y muda a la voz mía,
como mujer ¡ay!
DESPEDIDA A MI HERMANO ÁNGEL
Ser, aun, niño y sentir la lozanía
que da el rocío de la edad temprana,
es dudar la desdicha de mañana,
es ser dichosos, Ángel, todavía;
es la fe, la esperanza, la alegría,
la fortuna, el valor, la gloria humana…
es, siendo niño, como tú lo eres,
vivir con el placer de los placeres.
Adiós, el que caminas
a hundirte en lo pasado:
mis ojos con tristeza
te ven desparecer;
Tus días a mi vida,
crueles, han dejado
más lágrimas que risa,
más penas que placer.
Y tú los años míos
con nuevo peso aumentas
y una experiencia añades
al joven corazón;
Mas yo tierno saludo
te doy porque te ausentas;
que hasta los males mismos
nuestros amigos son.
¡Ay abuela! este cariño
a que osáis vos llamar sueño,
ha nacido con mi lira,
ha crecido con mi cuerpo…
seis veces del sol en torno
fue girando el globo nuestro:
pasan soles, mueren lunas,
vienen Mayos, van inviernos
y tan fijo y tan constante
mi amor vive que sospecho
que ha de morir con mi vida,
si no es como el alma eterno.
I
¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a ti ¡dulce amor mío!
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde oculta soledad te envío?…
A ti, sin nombre para mí en la tierra
¿cómo te llamaré con aquel nombre,
tan claro, que no pueda ningún hombre
confundirlo, al cruzar por esta sierra?
Antes apareció rojo cometa
y sobre España levantó su vuelo,
y una noche sombría por el cielo
le salió a contemplar la gente inquieta;
y entonces anunció el vulgo-profeta,
en confusión y vago desconsuelo,
calamidades tristes que vendrían…
y los sabios entonces se reían.
Yo no quiero de los campos
los árboles ni las parras
ni la multitud vistosa
de sus bellísimas plantas;
Pero un espino florido
que hay, Emilio, entre las zarzas,
es la envidia de mis ojos
la codicia de mi alma.
¡Noche apacible!, en la mitad del cielo
brilla tu clara luna suspendida.
¡Cómo lucen al par tus mil estrellas!
¡Qué suavidad en tu ondulante brisa!
Todo es calma: ni el viento ni las voces
de las nocturnas aves se deslizan,
y del huerto las flores y las plantas
entre sus frescas sombras se reaniman.
Emilio, no le atormentes,
deja al insecto en reposo
que es juego muy doloroso
ése que tomas con él;
ambas alas transparentes
prenderle, y después burlarse
porque no puede escaparse,
es, Emilio, ¡bien cruel!
¡Mira cual bulle y cual pena
por desclavarse las alas
y lucir sus nuevas galas
en el ambiente de abril!
¿Teméis de ésa que puebla las Montañas
turba de brutos fiera el desenfreno?…
¡más feroces dañinas alimañas
la madre sociedad nutre en su seno!
Bullen, de humanas formas revestidos,
torpes vivientes entre humanos seres,
que ceban el placer de sus sentidos
en el llanto infeliz de las mujeres.
Las nuevas de este mundo tormentoso
ven a escuchar sentado en mis rodillas,
y cuenta, Emilio, tú las maravillas
de tu país tranquilo y delicioso;
yo te diré cómo el dolor penoso
hace saltar el llanto a mis mejillas,
y tú me explicarás cómo el contento
siempre en tus claros ojos tiene asiento.
Hay escrito un cantar muy doloroso
en una historia triste que poseo,
para cuando el alegre balbuceo
deje, Emilio, tu labio bullicioso;
para cuando del álamo frondoso
que tan lejano de tu frente veo
toque a las ramas la graciosa mano
que ahora no alcanza al peralillo enano.
¡Huyó con vuelo incierto,
y de mis ojos ha desparecido!
¡Mirad si a vuestro huerto
mi pájaro querido,
niñas hermosas, por acaso ha huido!
Sus ojos relucientes
son como los del águila orgullosa;
plumas resplandecientes
en la cabeza airosa
lleva, y su voz es tierna y armoniosa.
¡Salve, rayo del sol de primavera
por densas nubes fúlgido rompiendo!—
Brilló su luz primera,
la tierra embelleciendo!—
Mostró su faz, y de la blanca sierra
las nieves en raudal se precipitan.
Hierve a su luz la tierra,
y las plantas palpitan.
El sol a la mitad de su carrera
rueda entre rojas nubes escondido;
contra las rocas la oleada fiera
rompe el Leucadio mar embravecido.
Safo aparece en la escarpada orilla,
triste corona funeral ciñendo:
fuego en sus ojos sobrehumano brilla,
el asombroso espacio audaz midiendo.
AL NACIMIENTO DE LA PRINCESA DE ASTURIAS
¿Quién nos llora?… un dulcísimo lamento
en el lejano viento
me parece escuchar… ¿Resuena un lloro,
o es el gemido blando
que en las peñas rodando
alza el agua del Gévora sonoro?
Yo aparezco a la luz de nuestro ciclo
palpitando al compás de una armonía;
yo he venido a ascender con nuevo anhelo
sobre el candente sol de la poesía:
y allí en su disco abreviaré mi duelo
en llamas exhalando el alma mía
hasta que blancos a sus rayos bellos
hechos cenizas caigan mis cabellos.
Aquí tienes al anciano
terminando su agonía,
y al niño en el mismo día
empezando su vivir.
Escucha cual suena, hermano,
de ése que viene el gemido
con el adiós confundido
del otro que va a partir.
¿Qué es más triste, la ignorancia
de aquel que busca la vida,
o de otro que perdida
deja la vida, el saber?
Turbose el azul del cielo.
Y las lluvias anegaron
las semillas que en el suelo
los labradores dejaron.
Huéspedas de mi patria en el verano,
buscad ya lejos de la tierra mía,
en otro cielo, en otro nuevo llano,
nueva mies, nuevo sol, nueva alegría.
EN EL ÁLBUM DE LA CIEGA DE MANZANARES DONDE HABÍAN EMPEZADO A ESCRIBIR POR EL REVÉS
Bien se conoce que es
ciega del álbum la dueña.
Cuando el que escribe se empeña
en ponérselo al revés.
Y aunque un álbum contrahecho
no es fácil de corregir,
yo quiero en él escribir
por ponérselo al derecho.
Existe entre ti y mi alma
una dulce inteligencia,
mitad cariño en su esencia
y celos la otra mitad,
Yo no sé, niña graciosa,
cuál de entrambas es más fuerte:
sé que las dos de igual suerte
dominan mi voluntad.
¡Una corona y de laurel, Señora!
No fue contigo la fortuna avara
cuando te adorna la preciosa cara
con diadema tan rica y seductora.
¡Por Dios que risa te darán ahora
la pluma y cinta y flor y piedra rara!
¡Gracias, señor, gracias mil!
¡Ah siglo… dichosa suerte!
Ya nuestra edad se convierte
en bella edad infantil.
Ya en vez de los lagrimones
de romántico dolor,
los ojos del trovador
brotan risa a borbotones,
Ya a la sombra del ciprés
vagos, errantes, inquietos,
no nos traen los esqueletos
arrastrando por los pies.
Aqueses mountinos
Qui tá haütes soun.
Doundines,
Qui tá haütes soun,
Doundoun,
M’empechen de béde
Mas amours oüin soun,
Doundene
Mas amours oün soun,
Doundoun.
Buen lector, si eso es francés
o griego, tú lo sabrás,
a mí me basta no más,
saber que epígrafe es.
No, los recuerdos que en el mar se escriben
no los borran el tiempo ni la ausencia;
allá en las olas resonando viven.
¿Qué es olvidar? ¿qué fuera la existencia,
si hasta el recuerdo de amistad querida
nos vedara también la Providencia?
EN EL ÁLBUM DE UNA DAMA PARA LA CUAL SE PIDAN ELOGIOS SIN CONOCERLA
De tus ojos, bella Flora,
muy bella será la llama,
cuando aquí llega la fama
de su brillo y su beldad,
Y cuando yo desdeñando
de la envidia los enojos,
la hermosura de tus ojos
celebro en mi soledad.
Tiene a veces el alma un sentimiento
que sabe comprender, mas no explicar,
no es amor, no es pasión y es este afecto
más que interés y menos que amistad;
Es vaga inclinación que nos inspira
entre otros mil determinado ser,
es dulce, indefinible simpatía
que nace y muere sin razón, tal vez.
Ruéganme que sin enojo
estampe mi firma aquí;
tomo la pluma, la mojo,
sacúdola y hago así.
EN EL ÁLBUM DE UNA SEÑORA QUE DESEABA QUE SE PUSIERA SU NOMBRE DENTRO DE UNA OCTAVA
Para ponerte, como pides dentro,
sin que te escapes de la floja octava,
es preciso mirar cómo se clava
tu nombre, Pepa Juana, aquí en el centro:
si por fortuna consonante encuentro
para otro verso que termine en ava,
en esta octava que tu nombre encierra
quedas como debajo de la tierra.
Los versos más largos y aquéllos más cortos
que tengan del arte las reglas concisas,
señora, aunque sean horribles abortos
decís que queréis en letras precisas;
Vos
Ni
Dios
A
Mi musa ignorante de tales hazañas
inspiran, señora, el grande talento
de hacer en el Álbum, con formas extrañas,
la rara poesía del genio portento
Que
Yo
No
Sé.
Señora, un Álbum cuando yo me río
por la extraña y ridícula manía,
de escribir en los Álbumes poesía
teniendo tan mal genio como el mío;
ya que no encuentre consonante en ío,
ya que no acierte a rematarlo en ía,
un dolor soberano de cabeza
me ha costado escribir esta simpleza.
A LA MEMORIA DE UNA JOVEN
¡Nadie se muere de amor!
¡Cómo habías de vivir
si amando, pobre mujer,
tenemos que combatir,
y el luchar nunca es vencer,
el luchar siempre es morir!
Cuando entre galas y flores
amor te daba la palma,
le dije a tus amadores:
«No le habléis tanto de amores
que tiene sensible el alma».
¿Por qué vengo a estas torres olvidadas
a hollar de veinte siglos las ruinas
espantando al subir con mis pisadas
las felices palomas campesinas?
¡Oh Walia! ¿no es verdad que prisioneras
la esclava del feudal y la del moro,
pobres mujeres de remotas eras,
regaron estas torres con su lloro?
Sólo en el pobre altar del pueblo mío
adoré yo al Señor —una mañana:
un templo veo junto a hermoso río
que embelesada miro… no es Guadiana…
De árboles tiene pabellón sombrío,
y por su orilla vi, con gente humana,
venir rugiendo un monstruo devorante
que se tragaba al río palpitante.
No le lloréis, amigos, ese canto,
himno de gloria al sueño de la muerte,
era la inspiración del alma fuerte
de aquel varón tan apacible y santo;
ya fatigado de enseñaros tanto,
y ya sintiendo su entusiasmo inerte,
quiso muriendo de su yerto labio
la postrera lección daros el sabio.
¿Dónde la amiga mía,
en dónde está la hermosa compañera
de tanta lozanía
y tanta gallardía
que daba envidia a la gentil palmera?
¿Adónde te hallaremos
si en esta soledad no te encontramos
por más que te busquemos,
por más que te llamemos,
por más que sin consuelo te lloramos…?
El fin de todo busca el alma mía
porque en esta existencia pasajera
del más hermoso y regalado día
siempre viene a turbarnos la alegría
el miedo del dolor que nos espera.
Si fe tenéis en la amistad lozana
del joven que en la infancia habéis querido,
desvanecida como sombra vana
por otra nueva dejaréis mañana
esa tierna amistad en el olvido.
Cuando cantaba yo de ésas que crecen
flores de abril, la vida perfumada,
entre tantos que flores os ofrecen
pude daros a vos la más preciada;
pero, señora, ya no canto nada,
sino las propias penas que entristecen;
y en vez de canto, regalaros tedio
ni a vos diera placer, ni a mí remedio.
Un doctor muy afamado
mandó hacer una sangría
y después que hubo pasado
¿se ha sangrado usted, decía?
—Sí, señor, ya me he sangrado.—
Que se repita mayor.
Repuso, y volvió después,
—Se repitió— sí señor,
pues otra larga hasta tres
y calmará ese dolor.
¿Verdad que es triste que en el mundo todo
ceda a la ley de su exterminio fija;
No es verdad que es muy triste que se acaben
la juventud y la pasión, la vida
que la beldad perezca y los amores
y que la gloria al fin también se rinda?
Escúchame, poeta
un gracioso jilguero
joven, vivo y ligero
más que brisa coqueta.
Después de haber corrido
del valle a la colina
tras cada peregrina
yerbecilla perdido,
Después de haber cruzado
cien veces la pradera
cada flor hechicera
cantando enamorado.
Tenía Pablo en un rincón
de su corral un granado
que era de aquel vecindado
envidia y admiración;
Pero tan pegado estaba
a la tapia que ceñía
el corral, que la vestía
con su verde y la entoldaba.
Una noche de enero tempestuosa
a la luz que agitaba recio el viento
trasladaba al papel su pensamiento
una mujer, con mano presurosa.
A veces dél la blanca pluma alzaba,
y en alta voz lo escrito repetía,
y sus propios conceptos se aplaudía
y con su misma voz se enajenaba.