Cul de Sac Valley (I)

Un recuadro de amanecer
en un taller en la falda de la colina
dio a estas estrofas
su zancuda forma.
Si mi oficio es bienaventurado;
si esta mano fuera tan
esmerada, tan honesta
como las de su carpintero,
cada marco, resuelto
en sus ángulos, se haría
eco de esta construcción
de madera sin pintar
como las consonantes, volutas
salidas de mi cepillo de carpintero
en el criollo fragante
de su veta natural;
desde una mesa de caballetes
se enroscarían a mis pies,
ces y erres, con raíz francesa
o africana occidental
de un rico dialecto,
nunca leído
pero ligero sobre la lengua
de su senda nativa;
pero los árboles se acercan
a mi cordel calibrado
en forma de tablas biseladas
de pino sin pintar,
como el murmullo de la caracola,
la exhalación de la madera refresca
la memoria con su aroma;
bois canot, bois campêche,
siseando: Lo que quieres
de nosotros nunca podrá ser,
tus palabras son inglés,
es un árbol diferente.

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Cul de Sac Valley (II)

En la grava del riachuelo
empiezan las suaves guturales,
en el valle, un perro mestizo
que ladra una negra vocal
emite óvalos que se desvanecen;
junto a un puente de hierro rojo,
trabajadores con palas
rastrillan asfalto borboteante,
cada áspero chirrido
trae hasta esta altura
una lengua que hablan,
pero no saben escribir.

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Cul de Sac Valley (IV)

Al oeste de las estrofas
escritas por el amanecer,
las plantaciones de plátanos responden
a su luz; por encima,
un halcón que describía círculos
con mi corazón en su pico
hasta el borde del mundo,
lo trae de vuelta
al puente que se desvanece,
al río que se revuelve
en su lecho, al risco
donde regresa el árbol
tras sus lecciones, tarde.

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Fama

Esto es la fama: domingos,
una sensación de vacío
como en Balthus,
callejuelas empedradas,
iluminadas por el sol, resplandecientes,
una pared, una torre marrón
al final de una calle,
un azul sin campanas,
como un lienzo muerto
en su blanco
marco, y flores:
gladiolos, gladiolos
marchitos, pétalos de piedra
en un jarrón.

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Gros-Ilet

De esta aldea, empapada como un trapo gris en agua salada,
llegó un lenguaje guarnecido de conchas marinas,
con una sombra de bayas en sus axilas
y codos como flexibles remos. Toda ceremonia comenzaba
en las vaguadas, los estercoleros, los funerales al alba y el ocaso
a los que asistían los cangrejos.

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Mañana, mañana

Recuerdo las ciudades que nunca he visto
exactamente. Venecia con sus venas de plata, Leningrado
con sus minaretes de toffee retorcido. París. Pronto
los impresionistas obtendrán sol de las sombras.
¡Oh! y las callejas de Hyderabad como una cobra desenroscándose.

Haber amado un horizonte es insularidad;
ciega la visión, limita la experiencia.

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Silabario escolar

No tenía dónde registrar
el avance de mi trabajo
salvo el horizonte, ningún lenguaje
salvo los bajíos en mi largo paseo
hasta casa, por lo que extraje toda la ayuda
que mi mano derecha pudiera aprovechar
de las algas cubiertas de arena
de lejanas literaturas.

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Valle Roseau

(Para George Odlum)

Una palada de mirlos
salió disparada desde el borde de la carretera
y la memoria trinó retrocediendo
más allá de la estremecida apisonadora
que asfaltaba el camino
este amanecer a través de Roseau
hasta la fábrica de azúcar, que rugió
al detenerse, y del eco cada vez más amplio
de la caña, cuando solían cultivarla
en este dulce valle;
entonces, desde las flechas de las cañas,
salieron disparados los mirlos, andanada
tras andanada de acólitos,
convirtiendo todos los días en domingo
tras la huelga.

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El presente siglo

Vale más de este siglo media hora,
que dos mil del pasado y venidero,
pues el letrado, relator, barbero,
¿cuándo trajeron coche sino ahora?

¿cuándo fue la ramera tan señora?
¿cuándo vistió galones el cochero?
¿cuándo bordados de oro el zapatero?;
hasta los hierros este siglo dora;

¿cuándo tuvo la corte más lozanos
coches, carrozas, trajes tan costoso,
más músicos franceses e italianos?

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A un devoto

Dentro de un santo templo un hombre honrado
con grave devoción rezando estaba;
sus ojos hechos fuentes, enviaba
mil suspiros del pecho apasionado.

Después que por gran rato hubo besado
las religiosas cuentas que llevaba,
con ellas el buen hombre se tocaba
los ojos, boca, sienes y costado.

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A una dama

Tu gracia, tu valor, tu hermosura
muestra de todo el cielo, retirada,
como cosa que está sobre natura,
ni pudiera ser vista ni pintada.

Pero yo, que en el alma tu figura
tengo, en humana forma abreviada,
tal hice retratarte de pintura
que el amor te dejó en ella estampada.

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En San Michele

Homenaje a Ezra

En San Michele el cementerio un huerto.
Mañana de noviembre.
Los versos de la usura.

Silencio y tierra. Flores.
Los peregrinos buscan vestigios naturales.
La pisada de Pound en la pradera última.
Raíces de laurel.

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A UN PINO

Pino esbelto y tranquilo,
soledad de la tarde,
tan concreto en la libre
desolación del aire,
tan alto cuando todo
se confunde y abate
y huye el sol a tu copa
tibio y agonizante.

Cómo me fortalece
la paz de tu combate,
ascensión sin fatiga,
raíz honda y constante.

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EL BURGO DE OSMA

Como la nieve fluye y va sonora
de haber sido silencio, así mi olvido
de las cumbres del ser en que ha dormido
baja al tiempo natal y fluye ahora.

Ya es celeste el hollín en la herrería
y el chirriar de la rueda con estopa
del cordelero y riza la garlopa
una miel inmortal de todavía.

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MEMORIA

Y resbaló el amor estremecido
por las mudas orillas de tu ausencia.
La noche se hizo cuerpo de tu esencia
y el campo abierto se plegó vencido.

Un ayer de tus labios en mi oído,
una huella sonora, una cadencia,
hizo flor de latidos tu presencia
en el último borde del olvido.

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Cementerio de nadas

I

Ya hemos vuelto de nuevo al invierno de la lluvia.
Tocamos la gran piedra y su alquimia
nos redujo a cenizas.
De nada sirve, pues, la espesa tundra
de pensamientos firmes que tuvimos.
Hemos bajado al cálculo, nosotros,
los que erigimos torres
y fingimos silencios previamente.

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Descendimiento

También tú estabas muerto.
No fuera yo la virgen,
la hembra que tuviera recostada
tu cabeza en mi pecho,
ni fuera el solo brazo esas colinas
puntiagudas irguiéndose.
No fuera a tu derecha
esa túnica rota y desbordada,
sino tu paño blanco de pureza sombría.

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El mito de Bronwyn

Eran las eras grises mensajeras,
eran las mensajeras de las eras,
eran las mensajeras de las horas,
eran ya sin mensaje las auroras.
J.E. Cirlot

¿No veis esa mujer que vuelve de las aguas,
que rebrota del mar y nada tiene
sino un verso de luz, posado en las dos manos?

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El poema

cuando no sabía que yo era poeta
(Marina Zvetaieva)

Primero fue el agua.
Mi madre me lavó entre esas cosas,
esos perfiles dulces de las cosas:
la margarita triste,
el perro adormecido que quería lamer,
el pensamiento de algo, ignoto todavía.

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El último tren

Escucho cada noche cómo una voz purísima,
el muchacho tristísimo que cada tarde muere,
me invita a huir, señalando
con la mirada el mar, el mar, el mar.
Domingo F. Faílde

Cojo el tren.
Cojo el tren de la tarde con la mano,
con la mirada sola.

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En el principio fue el número

Creárase la soledad,
el doble de ella misma,
e incluso el triple y llegárase al siete de la nota,
al lugar del descanso, al punto geométrico,
al triángulo exacto de la transmigración perenne
-el alma que se escapa entre los brazos quietos
y el triángulo -viejo- con sus catetos rotos-.

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Genealogía de la hembra

Yo, que fuera tu Agar, la esclava,
y fuera Jezabel,
arrojada a los perros de la noche
y, así, fuera María -tan delicada y pura ante tus ojos-
y Ruth, con una espiga de fuego entre sus manos
y, aún, fuera Judith,
rozando esos cabellos de Holofernes,
y Salomé, bailando sin descanso;
y me tomaras una y otra y cien mil veces,
gritando:
Oh, Jericó
-al golpe clamoroso y tu trompeta
no se extinguiera nunca-.

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