Inmolación espermática

Traídos por una lluvia
De salivas lubricantes
Caen pechos a mi boca y piernas
Y mejillas y caderas y muslos
Y vulvas y suaves pezones y frases
Dichas para el hambre incontenible
De la carne
El lujurioso Encomendero
Arrasa hembras en su feudal
Dominio de sí mismo
Y hay después
De tan abrupta molicie
Ese enseñoramiento del pecado
Que aclara y vivifica las ideas

Razones sólo para la yesca
de la sangre

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Sin ideas

sin ideas nada se hace
no se irrumpe en la alegría
de saberse a sí mismo
no da la mano el amigo
no habría el dinero
no se le superaría

sin ideas nuestro lenguaje
no sería más allá del mugido angustioso
de la res en el rastro

no mallarmé no safo
aún con vida sin ideas

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Texto

La fantasía del niño remitida
A una realidad es inagotable
Como un escepticismo
Soy digamos un muñeco (o un zompopo)
Un niño sabe hablar a sus criaturas
Darles de comer curarlos corregirlos
Si hay que hacerlo da golpes de estado
Suspende garantías ametrallando desde
Supersónicos con boca e índices
O simplemente si se aburre
El cesto de los juguetes será suficiente
Mis muñecos soy yo mismo
Puedo también ser el cadáver de un zompopo
Acarreado por otro zompopo
Da lo mismo la muerte prevalece
Ella que desconoce todo de sí

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Aprendizajes

Si tuve en los caminos insensato
afán de regresar, y si del viaje
no me quedó sino el amable dato
de algún humilde ocasional paraje;

si el mar me dio tan sólo el inmediato
goce de la canción de su oleaje,
montaña, cielo y mar en su arrebato
me enseñaron su pítico lenguaje.

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Blancura de la esposa

Límite de jazmín y nieve intacta,
aurora boreal, país de nardo,
témpano de azucenas, rosa exacta,
vellón de azúcar, cristalino dardo…

Velamen de la nube fugitiva
y fuga de relámpago y de espuma,
en el aire de luna pensativa,
muerta de plata en ataúd de bruma.

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Donde estoy

Si quieres encontrarme no me sigas
en mi desamparado movimiento,
guárdate de la flor de mis fatigas
y del dictamen de mi desaliento.

Mis pájaros de sueño no persigas,
huye el que es en mí vencido intento,
mi destrozado símbolo de espigas,
mi desolado sollozar de viento.

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Entonces

Ese día que esperas temeroso,
vendrá. Te irás pausado, y otros seres
ocuparán tu espacio. En tu reposo
escucharás las risas de mujeres

nuevas, el renovarse silencioso
de cuanto vive, y sentirás que mueres
de nuevo en todo día victorioso,
que otra vez dejas sueños y placeres.

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Estuario

Aquí está mi canto taciturno y desvelado,
mi esencia traicionada,
mi poder perdido y la amorosa luz huida
por el húmedo camino de mis vértebras
hacia los más consistentes olvidos.
El tiempo huraño de sus brazos me abandona,
hostil la flor y letal el surco
nocturno en que el sueño me recoge
en lentas navegaciones desvanecidas.

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Pasos de la búsqueda

I

En la tierra desnuda te he buscado,
en caminos, montañas, bosques, ríos,
en amargos inviernos y en estíos,
en mi vida, en la vida, te he buscado.

En las mañanas de oro te he buscado,
y en los vagos crepúsculos vacíos,
en el vuelo de pájaros tardíos,
de nubes y de estrellas, te he buscado.

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Vanidad

Aunque la fama alguna vez me ungiera.
Juan Burghi

La vanidad de mi pequeño nombre
quisiera abandonar en el camino,
que nadie sepa ni recuerde el hombre
que fui en la tierra, oscuro peregrino.

De la fama ignorado y del renombre,
cumplir sencillamente mi destino
y que el lector futuro no se asombre
siquiera del silencio en que me obstino.

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Viento negro

(Elegía paternal)

Este que traigo ahora con mis papeles es un libro recio
y sombrío, como un redoble de tambores enlutados.

-Eugenio D’Ors, Grandeza y servidumbre de la inteligencia.

Bajo la tierra estás inerte,
pero exorable y compasiva
con su beso te dio la Muerte
la perfección definitiva.

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Zarzamoras

(cantos menores)
(1957)

(Por remover su cárdeno tesoro
en la ceniza fiel hundí mi mano:
en mi mano temblaron ascuas de oro,
momentos, sueños, de mi ayer lejano.

Me quedan, de mi cándida aventura
estas canciones que al olvido entrego,
huellas de una indecible quemadura,
marca indeleble de mi oculto fuego.)

*

Esta muchacha tiene dos hijitos
medio abandonados, saldo de su divorcio.

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El castigo del poeta

empezar de nuevo y siempre empezar
sin final que lo espere
repetir las palabras repetidas
aumentar incesante los sonidos
olvidando
que lo dicho ya se ha dicho
y lo callado es el silencio
y repetir de nuevo
buscando soles e inventando estrellas
diciendo
ésta es la palabra y este su silencio
y lo que queda es la memoria y lo que triunfa
es el olvido
y repetir repetir
sabiendo que lo dicho ya se ha dicho
y lo callado es el silencio
fatigado adolorido
atrapado en la jaula que lo encierra
jaula de sonidos
prisión de palabras
angustiosas inútiles pueriles
palabras repetidas
empezar una vez más

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Homenaje de Pier Paolo Pasolini

En soledad bombea el agua, un chorro
que cae con un amargo rumor
en el arroyo, y orina bajo las estrellas
de esa su noche transparente y lisa.

Luego vuelve a subir las escaleras
caminando despacio, como ladrón.
Y aunque aún no lo entiende, lo atormenta
ya ese loco sin Madre que le devora la
lengua y le muerde mientras le
desgarra el corazón.

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Reflejos

A solas y ya en mi habitación lo recuerdo.

Lo veo a mi lado nuevamente, la sonrisa cálida

y dulce la mirada. Recuerdo el olor a tabaco

que escapa de su boca

y sonrío.

Cómo quisiera poder, al extender los brazos, tomar-

le la cintura, sentir el calor de su cuerpo contra el mío,

sentir sus mejillas,

en las que la barba apenas si es promesa,

contra mi boca ardiente de caricias:

sentirle palpitar entre mis brazos cuando,

muy suavemente,

le susurro en el oído mi ternura y mi deseo.

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La lluvia

Es la lluvia, la hormiga que asciende lenta
en la hoja intemporal;
es la hoja, la lluvia que moja
el negro paraguas;
es el paraguas,
la sombra donde crece el delgado tallo;
es el tallo,
el fulminante verde que amanece en mis ojos;
son mis ojos, los creadores de la página;
es la página,
el epitafio de las letras;
es la letra,
el caos de mi nombre.

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Raíz del cielo (I)

Honda la mano que no perdió su antiguo ánimo y en el
coraje empuña la espada que hiere al polvo y éste que se
esparce y niega el agua.

Honda la mano hiriente que en su embriaguez se hace río y
después de tantos años aún nos asombra porque ostenta un
oleaje y un canto marinero.

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Raíz del cielo (III)

Raíz sabia que me engendró en el grano de trigo,
fiesta del polvo salamandra y unos azahares a tiempo,
a la hora del coraje,
vidrio de milagros,
hábito a fuerza de su peso moral;
bondad indefinible aprendida todos los días,
a cualquier hora,
en el desayuno compartido,
en la vergüenza ajena hecha nuestra,
arrancada a la noche sin fronteras;
mar milagroso de nardos y canciones de Agustín Lara y ella
colando los frijoles,
soñando con estar viva,
enseñándome a estar lentamente vivo,
sin memoria quemada,
inocente,
vertiginosa rosa elegante.

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Ser ante los ojos (A mediodía VIII)

El ser,
congregación de nubes en el cielo,
níveo desierto que ordena en fila
las viejas batallas.
Al poniente, los lobos;
al oriente, las oxidadas espadas
en espera de reinos y fracasadas glorias.

El ser, laberinto de tiempo
detrás de la errante memoria,
como los estoicos,
balanza de espadas y cañones,
de truenos en la montaña
y aldeas arrasadas,
de niños y jóvenes,
víctimas de la sustraída clepsidra,
de mujeres y hombres,
que vieron llorar a Adán
en su falso Paraíso;
de ancianas tejiendo con sus dedos
la línea imaginaria de una frontera
sin brújulas ni caleidoscopios.

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Ser ante los ojos (A mediodía XI)

El ser y todo yo congregado
en un hondo corredor de espejos
donde los sueños preceden al canto
y al ingenuo entusiasmo de los hombres;
el ser y todo el hedor
de los prisioneros del tiempo,
los que se quedaron en la orilla del reflejo;
los que naufragaron
y salieron a la playa
con los despojos de los sueños ultrajados,
risa y risa,
llanto y llanto,
con el rostro de Proteo insinuado en sus ojos
repletos de victoria y derrota.

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Ser ante los ojos (A mediodía XII)

Y esas osamentas,
árbol de noche,
traman entre los péndulos de la voz,
la más antigua,
la leyenda que testimonian las
piedras ciegas,
reyerta del aire.
Y dicen, dicen,
la azarosa epopeya
de la espada que empuñan otras manos;
y dicen sin decir,
porque la voz se ha enmudecido:
ahí están los soldados
muertos en Normandía,
los que cayeron en Vietnam,
o en Cartago, o en África;
y dicen diciendo,
del inevitable ayer de los muertos de Stalin,
del sol quemante en los rostros
de los jinetes, los que cruzaron en vano
un desierto para vencer al sol.

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Ser ante los ojos (Al amanecer II)

El ser
resguardando lo verdadero
y falso de nuestros espejos,
ánimas desolladas por las hendeduras
que nuestras sombras
van dejando en los muros
de calles de bisbiseos escatológicos,
de manchas que testimonian tiempos
escindidos,
yugos floreados
en llantos de olvidos;
muros y calles,
madriguera del ser,
anunciación de pasadomañanas
que nunca llegaron.

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Ser ante los ojos (Al amanecer IV)

El ser
despojándose de su tintura,
de su codicia,
de su apetencia;
el ser,
devorándose a sí mismo;
el ser y el hombre —¿el niño?—
apostilla de la soledad.

El ser,
anemia que provocó la insipidez
de las horas y los días;
el niño —¿el hombre?—
anticipo del ser, pregunta al revés,
máscara para las verdades,
pretérito febril de despropósitos.

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Ser ante los ojos (Al amanecer V)

Frente a él descubre que dejó de ser niño
y el hombre, frente al niño,
entiende que se volvió espejo,
y el ser reclama al hombre y al niño toda la
calamidad: máscaras, órganos mutilados,
juguetes rotos, viejos sueños de fin de año,
en fin, el arrebato de la memoria sustraída;
la que el asustado espejo quiere
escamotearnos sin saber que el niño —o el
hombre— salen de un charco negro
como un embrión de luz, victoriosos,
como una antigua fábula
que confirma la persistencia
de las calles, de los juegos,
del color de la luz,
a pesar de que ésta, con los años,
ha palidecido;
aunque todo se jodió para todos,
la renovación del asombro siguió su
deambular, catequista insomne,
maniantal cristalino, denso,
aunque el borracho
de la esquina de siempre
eche al aire sus acostumbradas palabras:
hijoeputas, hijoeputas
y el niño, el hombre, el ser y nosotros
lo ayudemos a comprar su aguardiente
para que en sus ojos se desborde
una cascada de gracia que purifica las calles,
los balcones,
los geranios que retozan en las cenizas del
aire, lanzados por siempre, como un engaño
a la elocuencia que esconde
la señora del delantal aparente,
la que nos acusó de comernos
los ojos de los santos de la iglesia,
esa discontinuidad de adobe y claroscuros
que aspira a domiciliar el alma de todos:
el viejo vendedor de periódicos,
el señor de la tienda, el zapatero,
el carnicero, las mujeres,
el chofer, el mecánico,
los desplazados de El Quiché,
en fin, esas derrotas invertidas
en espera del puñal y su perdón.

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Ser ante los ojos (Al amanecer VII)

El ser y un oleaje que sube,
desde las paredes de la vieja casa,
que sube, hasta las aturdidas torres,
sitio de vigías y adormilados hombres
que imaginan la ciudad,
la de los perros callejeros,
la de los muertos,
la de las calladas avenidas,
la ciudad,
la del circo
y sus tartamudos payasos,
la que calló para sobrevivir,
la que fue muro contra el despojo;
la ciudad, la de las puertas entreabiertas
y los ojos acechantes,
aquellos que hacían guardia
para cuidar a sus hijos de la muerte;
aquélla, de nuevas avenidas
y héroes cansados,
ataúd visceral,
burla de los muchachos de la escuela;
la ciudad, laberinto de puertas
y objetos sin nombre,
sin apellido,
sin podredumbre,
perdurable.

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