Yo soy la que comparte contigo el abandono

Yo soy la que comparte contigo el abandono,
la que entretiene sus juegos con los tuyos
y deja a cielo abierto el campo de batalla.
Yo soy la favorita.
La más agasajada.
La que mejor comprende tu soledad de alberca,
la que sabe reposarte de cetros y coronas,
la que teje sin descanso esa capa de lino
que volverá a cubrirte los días de tormenta.

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Ay, paloma, mi pecho

¡Ay, paloma, mi pecho!
No enseñes el dolor que te hace leve.
No pronuncies el nombre que te delataría.
Sobrevuela el espacio que ocupo por tu boca,
lánzate valerosa sobre mis ojos tristes
y devora la lágrima que convive conmigo.

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Corre, amor, por el aire

Corre, amor, por el aire,
no detengas tu vuelo.
La reina tiene miedo, amor,
la reina está asustada,
que ayer sostuvo el arco y las flechas reales
cuando vio a los guerreros dispuestos a la caza.
El vuelo de mis alas se extendió sobre ellos
y el rey dijo: «Matadla».

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Aladas

Yo no soy esa muchacha
de pelo ensortijado y cintas en el pelo
que baila para ti en los antiguos salones del Coimbra.
Yo no soy esa otra que se desliza suavemente
por las gastadas alfombras del viejo comedor
-los brazos en alto como nubes o pájaros-
tarareando canciones que te dejan partido el corazón..

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Mascarones de proa

Me hundo y luego vuelvo a renacer de nuevo.
No pueden las tormentas con mi rostro y su pena.
Derivo mar adentro.
Me tragan los abismos
y resurjo de nuevo sobre el mar y las olas.
Yo soy insumergible.
Como esos mascarones de los barcos antiguos
que navegan soberbios del tajamar en lo más alto.

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Pastoreo

Ay pastor,
rebaño es este cuerpo
que apacienta y habita los prados de tu casa..
Vigílame, pastor.
Acéchame los labios y el pasto donde como.
Vigila los cercados,
que hay un lobo rondando por el invierno mío.
que las nieves son altas y se ha posado el hielo
en este pobre pecho que a veces fuera tuyo.

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Te quiero porque fumas

A Paul M. Viejo

Te quiero porque fumas y bebes y blasfemas
y escribes sin cesar por las paredes
o en la estación del tren
o en los bordes urgentes de una alcoba vacía.
Porque le has puesto verbos al dolor que te invade
y aunque lo llames Marta
soy yo quien te acompaña
por esa travesía pesarosa de un nombre.

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A una calavera de mujer

Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura de estos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.

Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos, de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo;

aquí la estimativa, en quien tenía
el principio de todo movimiento;
aquí de las potencias la armonía.

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Dura necesidad, madre afrentosa

Dura necesidad, madre afrentosa
de la vergüenza y vil atrevimiento,
escuridad del claro entendimiento
tal vez en los peligros ingeniosa;

inventora de máquinas famosa,
pensión del generoso nacimiento,
consejera del mal, Argos del viento
y a la mortal naturaleza odiosa;

vil salteador que a los caminos sales,
los peregrinos matas o detienes
y para derribar el honor vales;

sólo una cosa provechosa tienes;
que al hombre que jamás probó los males
es imposible conocer los bienes.

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A Marsia, llorando

Tanto a tus ojos claros desafía
el tirano dolor que el alma siente,
que a los diluvios de cristal corriente
todas sus luces tu beldad les fía.

Vivo el cuidado, mustia la alegría,
dio sepulcro a tu sol tu mismo oriente;
y, a pesar del ahogo, se consiente
más triste si no menos bello el día.

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Hay racimos de soledad en tus manos

Hay racimos de soledad en tus manos, desposesiones más antiguas
que la sangre.

Huyen los años de tus ojos como bandadas de cometas por las plazas maduras.
(Sólo quedan los bueyes rumiando su tristeza.)

Has conocido, entre gavillas de silencio, el sabor amarillo de mis pasos,
el humo indescifrable de las brasas sin tiempo.

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