En fin, que no hay respuestas simples
al aullido solitario de una loba.
Debí nacer en la manada
donde la orfandad no existe.
Cómo habría de descifrar los signos
en las múltiples vestiduras de la soledad,
la altivez mortal del que comió de tu mano
y atrás dejó el amor sin despedida
como una choza maloliente.
Besarle el gozo al olvido,
cómo le hago para besar un año entero de noches
que bebían el olvido.
Ahora cabalgo sobre un rey de corazones
como un río entre las piernas.
Ahora esas divinas cuerdas de guitarra
son mi más reciente alegría.
La idea permanece lozana
de mis luces hacia adentro.
No cambias la piel del deseo
porque las líneas del ojo se marquen con rabia.
Oh tiempo, dios ingrato,
para mí, un hombre hermoso en mi boca.
Lo demás es río que pasa
En estos surcos, leves todavía,
que desembocan en la comisura
fresca y rosada de los labios,
¡cuánta sombra ya se anuncia!,
¡cuánta tristeza que vendrá
con su peso a cavar surcos más hondos!
No serán tan amargos como éstos
que conservan la belleza inocente.
Azul es mi color, después de todo
el rojo sólo era otro disfraz.
Pijamas, camisetas, guantes, gorros…,
si había que escoger, yo siempre rojo,
sabía que mi hermana era el azul.
¿Cuándo empecé a creer que me gustaba,
que no había una posibilidad
siquiera de cambiar esa elección?
Esta mano que hoy coge la pluma
como si fuera llave del futuro
o conociera la voz de mi pasado
ha de ser mañana hueso desnudo,
inmóvil para siempre, solitario.
Y más tarde será menos:
polvo con calcio, mudo, amarillento.
Y cuando llegue el día,
¿qué salvaré de mi cajón de tiempo?
¿Cuántos momentos
podré llamar,
sin duda ni vergüenza,
Vida?
*
Se desnudó mi árbol.
Ya no he de ver sus hojas
flotando leves.
¡Seguid, seguid ese camino,
hermanos;
y a mí dejadme aquí
gritando!
¡Dejadme aquí! Sobre esta tierra seca,
mordido por el viento áspero
-campanario de Dios
frente al derrumbe rojo del ocaso-.
¡Dejadme aquí! Quiero gritar,
tan hondo en el dolor, tan alto,
que mi voz no se oiga sino lejos, muy lejos,
¡Dejadme aquí!
País rico en sol; en sangre
vertida y seca al sol, para que adorne
(dicen ellos) la enseña; país rico
en olivos, naranjas, monjas, cobre,
panderetas y vinos; mucho espíritu
y bastante ganado.
País rico en tradiciones
sacrosantas, Historia y grandes muertos.
Desde la nieve convertida en agua,
desde el sucio periódico sin dueño,
desde la niebla, desde el tren hundido
con sus cientos de manos que buscan asidero;
desde la fantasía de los anuncios luminosos
y el ruido sin piedad de las bombas de incendio;
desde la noche que nos cae encima
losa de cielo sin estrellas;
desde cada momento perdido entre las calles
donde todos los solos del mundo pasan desconocidos;
desde el árbol sin hojas y el camino sin gente,
otra vez, como ayer, como mañana,
acaso ya como todos los días que vendrán, si es que vienen,
entro al silencio.
No volver a soñar más que en lo mismo
para tejer el hilo de los tiempos
que tal vez fueron milagrosos.
O acaso no existieron,
sino en la mente de quien los pensó.
Ese arrullo que escuchas
no es el del mar de entonces;
aquel calló con las ausencias,
o bien se hundió lejano
y se perdió en la espuma de otros mares.
Habréis de conocer que estuve vivo
por una sombra que tendrá mi frente.
Sólo en mi frente la inquietud presente
que hoy guardo en mí, de mi dolor cautivo.
Blanca la faz, sin el ardor lascivo,
sin el sueño prendiéndose a la mente.
Arder en viva llama, helarme luego,
mezclar fúnebre queja y dulce canto,
equivocar la risa con el llanto,
no saber distinguir nieve ni fuego.
Confianza y temor, ansia y sosiego,
aliento del espíritu y quebranto,
efecto natural, fuerza de encanto,
ver que estoy viendo y contemplarme ciego;
La razón libre, preso el albedrío,
querer y no querer a cualquier hora,
poquísimo valor y mucho brío;
contrariedad que el alma sabe e ignora,
es, Marsia soberana, el amor mío.
Todos lo que amo
están en ti
y tú
en todo lo que amo.
Hola
dije mirando tu retrato
y se pasmó el saludo
entre mis labios.
Otra vez la punzada,
el saber que es inútil;
el calcinado clima
de tu ausencia.
Malogrados los ojos
Oblicua la niña temerosa,
deshechos los bucles.
Los dientes, trizados.
Cuerdas tensas subiéndome del cuello.
Bruñidas las mejillas,
sin facciones.
Destrozada.
Sólo me quedan los fragmentos.
Se han gastado los trajes de entonces.
La primera brasa que tuve
se llamaba Aída.
Tenía el pelo alegre
como un trigal sembrado en una perla,
y unos ojos de fiesta donde el cielo
nacía diariamente.
(Ella fué la culpable de que yo empezara
a escribir garabatos sobre las espaldas
de lejanas estrellas)
…los dos éramos hijos de mecánicos,
los dos éramos hijos
de esa clase de hombres sudorosos
que aman la paz y aman el trabajo
y que al acariciar manchan de grasa.
Barajando recuerdos
me encontré con el tuyo.
No dolía.
Lo saqué de su estuche,
sacudí sus raíces
en el viento,
lo puse a contraluz:
Era un cristal pulido
reflejando peces de colores,
una flor sin espinas
que no ardía.
Los soldados,
señorita,
son tan humanos como usted.
Ellos también tienen sueños,
anhelos
y esperanzas.
No, no están hechos de odio.
Están hechos de amor
como de amor está hecho el bello cuerpo
que usted usa con gracia cotidiana.
Cada vez que te amo
vida y muerte
están presentes:
amanecer
y noche
paraíso
sepulcro.
María Twist era alegre, muy alegre,
reía, cantaba,
y nada tenía para ella
el más mínimo valor.
De punta a punta en la noche bebía
y no tenía penas,
sólo risa y placer.
En busca de dinero y diversiones
se fue a Puerto Cortés.
Mi querido Odiseo:
Ya no es posible más
esposo mío
que el tiempo pase y vuele
y no te cuente yo
de mi vida en Itaca.
Hace ya muchos años
que te fuiste
tu ausencia nos pesó
a tu hijo
y a mí.
Estimado señor:
Esta carta la escribo en mi cumpleaños.
Recibí su regalo. No me gusta.
Siempre y siempre lo mismo.
Cuando niña, impaciente lo esperaba;
me vestía de fiesta
y salía a la calle a pregonarlo.
No sea usted tenaz.
Otro círculo
amor
que hemos cumplido
¿será este el último
en cerrarse?
¿Cómo será el encuentro?
Descarnados los dos
sin tu mirada
sin mis labios
posándose en los tuyos.
Partículas de luz quizá seremos
que se atraen
se buscan
se amalgaman.
Señorita:
Usted es una primavera
total,
definitiva.
Si en la vida todo el mundo se pareciera a usted,
no existiría la miseria
ni el dolor, ni el hambre.
Los arados cantarían una canción de frutos y la tierra
al sentir los pasos de la aurora
sobre su piel morena
se despertaría llena de optimismo
y más deseosa de ser madre
de sonoros vegetales.
Tú estás segura de que yo te amo.
Pero también estás segura de otras cosas
que nos amarran, que nos detienen, que nos alejan,
que nos lanzan por caminos extraños
Unos caminos que son tuyos y otros que son míos,
totalmente distintos entre sí.
Desde tu ausencia
llamo
de tu exilio
desde este viento sur
que te convoca
y se asemeja a ti.
Creí pasar mi tiempo
amando
y siendo amada
comienzo a darme cuenta
que lo pasé despedazando
mientras era a mi vez
des
pe
da
za
da.
A veces me parece que no debo
continuar navegando en tu marea,
que con furia la proa me golpea…
Y mi gran osadía desapruebo.
Ante tu oleaje inmenso me conmuevo.
Al sentir de tus aguas la pedrea,
comprendo la locura de mi idea
y a seguir adelante no me atrevo.
Señorita:
Yo viví en un país que cantaba.
Cantaba con los fuertes brazos
y los desnudos pies de sus indígenas.
Con el sudor de los obreros
y con las manos
de las madres que veían en cada hijo
-floridas de caricias-
una espiga
creciendo de la tierra a las estrellas.
Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.
Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.
Se amaban.
Cada cuerpo con su deseo
y el mar al frente.
Cada lecho con su naufragio
y los barcos al horizonte.
Estoy cantando la vieja canción
que no tiene palabras.
Cada cuerpo junto a otro cuerpo,
cada espejo temblando en la sombra
y las nubes errantes.
Alguna vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.
No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.
LLega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
En los hornos del mar (tienes los ojos de hebreo)
las movedizas copas reverberan al fondo
en el camino de gravas
las gaviotas descienden sobre monstruos dormidos
montan los areneros las cabinas jergan
bebidas refrescantes
dioses perros bañistas
petrificados en la intersección única de los días
idos y por venir
arañan la fosca realidad
el hermetismo dórico del domingo
ejercitan el tacto avaricioso sobre cuerdas
de música
danzan vomitan eyaculan
a orillas del acuario
entre los dos extremos de la inmovilidad sujetas
juventud y vejez sin erosión
la imagen de la vida y la muerte
en otros silos cinerarios.
Con el pensado ardor que une
en el entresuelo de anticuario el
huidizo metal de un torso de
muchacha y los miembros atesados
de un fauno tras la urna
del ojo dos cuerpos bajo el viento
africano ocultos yacen tallados sobre
mutables lecturas de arenas soleadas
entre maleza de lenguajes.
La hoja (o la que crea el pensamiento)
en la mágica
plenitud de la siesta.
Cuerpos
y estatuas
en uno y otro mar
como en las páginas de una edición bilingüe
confrontados
en esa luz no interrumpida en el papel,
el gótico arañar de suspendidos
y mutables signos entre anchas resacas
del lenguaje.
Ni la muralla china
ni el alambre con púas
ni los cordones de perros policías
o policías perros
que resguardan las nalgas sociales y cristianas
del hot dog presidente,
nada es capaz
que yo sepa,
nadie puede detenerte.
Un día
le regalan a uno
una palabra
y uno la pone al sol,
la alimenta,
la cría,
la enseña a ser bastón,
peldaño,
droga anticonceptiva,
garra,
analgésico,
brecha para el escape
o parapeto.
(‘Es más fácil que un camello pueda atravesar el
ojo de una aguja antes que un rico entre en el reino
de los cielos’).
Si se enterasen mis congéneres
que a mí sin ser camello
me es dado atravesar el ojo de una aguja
y que es un juego fácil.
‘Minador falleció al ser sepultado por una montaña
de basura’. – (‘El Comercio’, Octubre/71 ).
Con las imperturbables quijadas
de la lluvia,
con la piel de las frutas,
con mis primas las moscas,
con las toallas higiénicas
de la reina del barrio,
con mi cara y la suya,
con mi paz y la suya,
con la insalubridad
y el códex,
con las palabras
carne de basurero,
con las veneraciones y saludos
que van al basurero,
con los preservativos
y los labiosos arrumacos,
con la foto del pan
y los suspiros
que Ud.
La más inofensiva,
la más sana,
la que nunca produjo salpullido a nadie;
la que hasta ahora que yo sepa
a nadie le ha pasmado la alegría;
la pájara,
la pajarita
que nos hizo volar sin ser aviones;
la que a mansalva nos hizo sudar miel,
quedar absortos
hasta sacar en conclusión
que el mundo lo teníamos cogido
como a una lagartija por el rabo.
De un puntapié
acabar con la ventana.
Desde el último piso
tirar el terno nuevo,
el nombre, la lascivia;
despojarme del ansia y los papeles;
arrojar a la calle
las mentiras,
las muelas que me sobran,
los amigos;
botar la basura
la calvicie
y por fin,
sin pagar el arriendo
sin avisar a nadie,
irme
donde me dejen ser
una página en limpio.
Oh rota,
oh carcamal,
recontra mía,
hasta cuando no pueda más;
hasta la cacha mía;
en las malas y en las peores
pegada a mí,
a mí adherida;
pereciente ventosa,
liquen,
jarro viejo,
queloide,
que a veces da vergüenza acostarse
contigo.
Hoy me gusta la vida mucho menos
pero siempre me gusta vivir…
César Vallejo
Dame tu mano
amor
no dejes que me hunda
en la tristeza
Ya mi cuerpo aprendió
el dolor de tu ausencia
y a pesar de los golpes
quiere seguir viviendo.
Soy una chispa
en la tierra
un desahogo fugaz
del corazón que nos piensa.
A veces
pienso en ti
en lo que pudo ser
en tu ternura presa
en las deshoras.
Nunca más esta lluvia
ni esa mancha de luz
en el peñasco
ni el borde
de esa nube
ni tu inmóvil sonrisa
fugitiva.
Nunca más este instante
que ya me dice adiós
desde tus ojos.
Cuando el amor se aja
se marchita
se te vuelve amarillo
no hay remedio
sólo te queda
la sonrisa.
Cuando te sientes sola
entre sus brazos
y tu piel es frontera
y no te brota el llanto
sólo te queda
la sonrisa.