Los dos caballos

Cuidaba mucho un francés
Dos caballos por su mano;
Era el uno jerezano
Y era el otro cordobés.

Ambos de ardiente mirada,
Ambos de fuerte resuello,
Grueso y encorvado el cuello,
La cabeza descarnada.

Era tanta su apostura
Que yo afirmo sin recelo
Pudieran ser el modelo
De Pablo en la fiel pintura.

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La casa abandonada

Hacia el final de la escalera
te has dado vuelta: en el vacío de abajo
el viento solitario hace
las veces de trajín, y la penumbra
está sucia de olvido. Pero arriba,
en el piso de arriba, el cúmulo
de inútil sueño aguarda.

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Muchacha de la Madona

Hiere el perfil de la Madona
su delicada perfección lastima
los ojos insaciables; ella
no tiene culpa: es ella, la muchacha,
la que borda la luz, la que sonríe
junto al pozo del año, frágil,
menuda hija del vecino
de siempre, sólo ella; pero,
ligeramente vuelta, ladeada
no más un poco hacia la gloria,
el otro
le roza el pelo, se le aparta
si ella lo mira, se hace música
para el dibujo de las manos: hiere
su transparencia, su piedad lastima.

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El espejo y la verdad

En uno de los viajes
Que tuvo la mala idea
De hacer no sé con qué objeto
La Verdad sobre la tierra,
Oyó de un espejo amigo
Sentidas y amargas quejas.

«¿De qué me sirve decía
Que, fiel a tus advertencias,
Repita forma y colores
Con semejanza perfecta,

Lo mismo al pobre mendigo
Y al que nada en la opulencia,
Al labrador y al herrero
Como a los reyes y reinas,
Y diga la verdad pura
Sin rodeos ni cautelas?

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Mujer cosiendo

Afuera está el escándalo
del sol,
y la garganta
de la cal desollada que responde
bramando de terror:

la zarabanda
maníaca de la luz
-la quema grande.

Y adentro, fresca, la penumbra
como un baño de paz
-agua del bosque
de la eterna delicia-
la penumbra

en que tu aguja salta
-leve
pececillo de lumbre
y a la tela
vuelve otra vez
iluminándonos

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Nostalgia de por la tarde

a Bella

El que tenía costumbre de poner las manos
sobre la mesa blanca junto al pan y el agua,
traje rugoso de fervor y alpaca,
y aquella su esperanza filial en los domingos,

ya no conmueve nunca el suave pensamiento de la fronda
con el doblado consejo de su paso.

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El rÍo y el arroyo

Naciendo uno de ella al par
El otro en remoto suelo,
Un río y un arroyuelo
Llegaban juntos al mar.

En ancho cauce y profundo
Turbio corría el primero;
Estrecho, claro y somero
Deslizábase el segundo.

Huyendo la muchedumbre
Y de un niño en compañía,
Un hombre a dar acudía
Su paseo de costumbre.

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Testamento

Habiendo llegado al tiempo en que
la penumbra ya no me consuela más
y me apocan los presagios pequeños;

habiendo llegado a este tiempo;

y como las heces del café
abren de pronto ahora para mí
sus redondas bocas amargas;

habiendo llegado a este tiempo;

y perdida ya toda esperanza de
algún merecido ascenso, de
ver el mar sereno de la sombra;

y no poseyendo más que este tiempo;

no poseyendo más, en fin,
que mi memoria de las noches y
su vibrante delicadeza enorme;

no poseyendo más
entre cielo y tierra que
mi memoria, que este tiempo;

decido hacer mi testamento.

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Versiones

La muerte es esa pequeña jarra, con flores pintadas a mano, que hay en todas las casas y que uno jamás se detiene a ver.

La muerte es ese pequeño animal que ha cruzado el patio, y del que nos consuela la ilusión, sentida como un soplo, de que es sólo el gato de la casa, el gato de costumbre, el gato que ha cruzado y al que ya no volveremos a ver.

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El mastÍn y el gallo

Sabido es de cada cual
Que aún mucho más que el caballo.
Entre los vanos, el gallo
Es vanidoso animal.

Había en cierto lugar
Uno que el cuello inclinaba
Cuando la puerta pasaba
Por temor de tropezar;

Y era risible el temor,
Que en un portón como aquel
No llegaría al dintel
Siendo cien veces mayor.

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Viajes

Un patio de la Víbora
donde la sombra crece hasta el silencio
en árboles y hierbas y amarguras
y llagas del adobe, tiene
también palmeras de otro mundo
grabadas en el aire quieto.
Salir al patio, entrar en el aroma
ruinoso de los años, es un poco
viajar al otro extremo de la vida
y estar como no estando,
en la penumbra
de donde todo viene, adonde
todo se va, por fin, a ser silencio.

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El oso y el lobo

En la cristalina fuente
Que tan pura el agua lleva
En su rápida corriente,
Y se llama río Deva
Cuando llega al mar potente.

Y de Julio caluroso
Como a las doce del día,
Llegó a beber presuroso
De un lobo en la compañía
Grande y corpulento un oso.

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El perro y el gato

Si no hubo malicia o yerro
De la historia en el relato,
Estábase cierto gato
Mano a mano con un perro.

Ponderaba entusiasmado
De su maña en recompensa,
Sus asaltos de despensa
Sus victorias de tejado:

«Ya descuelgo una morcilla
Aunque esté lejos del suelo,
Ya en el sótano me cuelo,
Ya sorprendo una guardilla.

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El aturdido

De química un profesor,
Porque a su intento convino,
Con espíritu de vino
La humedece, y sin temor

A su mano aplica fuego,
Que ardía sin propio daño.
Y del fenómeno extraño
La explicación daba luego.

Violo un mozo casquivano
Que la explicación no oyó,
Y lo propio ejecutó
Mojando en agua la mano.

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El testamento del leÓn

Cerca se hallaba un león
De sus dolores postreros,
Y tigres, panteras, lobos,
Todos amigos o deudos,

Dábanle muy compungidos
Mil inútiles consejos,
Meditando cada cual
Por qué industria o por qué medio
Pescará la mayor parte
De los bienes del enfermo,

Que se murió hasta la cola
Sin hacer el menor gesto,
Sin decir una palabra
Ni otorgar su testamento.

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El leÓn enfermo

Enfermo y gravemente
De los bosques hallóse el soberano
LEON, como decimos vulgarmente.

Su estómago, hasta allí cual pocos sano,
Ni el más leve sustento digería
Sin dolor infinito,
Aunque su majestad sólo comía
Lechón, tierno cordero, algún cabrito.

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Te rescribo

Te rescribo: «La historia de la carta anterior tiene algún viso
de verdad tan sólo,
la certidumbre de que pueda ser así,
o que se entienda así con ser de otra manera.»

Aquí nada resulta imperceptible: la palabra es una estrategia.

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Léxico amoroso

Todo en ti es palabra.
Y tu palabra
tiene la forma del deseo.
A veces, es rima que me derramas
con infinita destreza,
promesa, a veces, que me ahondas
con la suave magia de tu verbo.
Urgencia siempre en ti
por las húmedas cavidades de mi morada,
léxico amoroso
que halaga mi desnudez entera,
recital profundo que me mueve,
me conturba y me desarma.

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Soy yo

Amor,
soy yo quien maduró tu piel
y robó guirnaldas
para trenzar con ellas
tu cabello;
quien dibujó abiertas rosas
en tus alongadas mejillas
y arrancó trémulos gorjeos
en tu asentado silencio.

Soy yo quien, con andariegas manos,
aprendió la suavísima geografía
de tu costado;
quien inundó tu boca
con la húmeda caricia,
y el vino de la tarde
escanció en tus aposentos;
y te habitó de alondras.

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