Justo el día

Justo el día en que llevo gafas y un jersey
horroroso
usted descubre mi arrinconada existencia.

Le hablo con la sorpresa de no sorprenderme al tocar una
ardilla.

Y contengo como puedo este alud de labios para no
abalanzarme sobre su nuca
mientras guarda, de espaldas a mi sombra creciente
unos papeles en la carpeta.

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La voz, como lluvia

La voz, como lluvia de plata para dejarte entrever los delicados
amores
que mantiene desde hace siglos, la luna crecida de abril con el
ámbar ruso.

El talle de primavera que inundara tus brazos con flores de
almendro;
la piel, de paloma, y que al deslizarte por mi cuerpo creyeras
estar amando al sueño más puro de la nieve…
¡Ojalá mis ojos fueran como los de una corza herida para que
tú, noble cazador altivo, quedases prendado de ellos!

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Romance en lengua de indio mexicano

Cada noche que amanece
quanto saco mi biscucho
las presco piento poscando.
Onas pillacas latrones
que me lo estaban mirando
que me bay tieso con dieso
mi carañona poscando.
Alcon diable se lo dijo
como me estaba pupado,
me rompieron mi poxento,
serradura con candado:
Y ortado mis callos tres
que un año que me a criado
para ir mi copempernasion
do estado mi marquesado.

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Presos los dos

Presos los dos de aquel imposible decoro
adolescente,
ni yo me sonrojé ni usted tampoco hizo nada por llamarse
al orden
cuando después de las risas y las aceitunas rellenas,
habiéndonos lubricado previamente al oído
con una minuciosa lista de vicios sexuales,
fuimos al amor como quien va al estanco de los primeros
cigarrillos.

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Qué hago yo aquí

Qué hago yo aquí medio borracha
escuchando a este cretino
que sólo sabe hablarme de la mili,
mientras me tapa baboso la calle y la vida
con su espalda.

Y encima estoy sin tabaco.

(Menos mal que desconecto en seguida
pensando en ese géiser de besos
que le provocaré a usted, sin duda,
cuando su camisa se digne o se resigne
a dejarse desabrochar por mi mano.)

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Sátira hecha por Mateo Rosas de Oquendo a las cosas que pasan en Perú, año de 1598

Sepan cuantos esta carta
de declaraciones graves
y descargos de consiencia
vienen, como el otorgante
Mateo Rosas de Oquendo,
que otro tiempo fue Juan Sanches,
vecino de Tucumán
donde oí un curso de artes
y aprendí nigromancia
para alcanzar cosas grandes,
puesto ya el pie en el estribo
para salir destas partes
a tomar casa en el mundo
dejando los arrabales,
en lugar de despedida
determino confesarme
y descargar este pecho
antes que vaya a embarcarme,
porque si en la mar reviento
al tiempo del marearme,
para salir de sus ondas
será pequeña la nave.

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Reconozco

Reconozco que no somos muy originales,
nuestra historia es la de medio Madrid
y como todos, andamos buscando una clarita
entre la oficina y el estudio
para citarnos donde no nos conozca nadie.

¿Pasa algo?

Ah.
Porque a estas alturas y con un enamoramiento de rizos
y piernas por medio,
no seré yo desde luego la imbécil que pierda su tiempo
en agradar a los poetas.

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Señor, ahora que mi piel

Señor,
ahora que mi piel y la suya
-después de las sábanas-
han formado un nuevo «collage» en el agua,
no es el mejor momento para hablarle,
desde luego,
pero aprovechando que estoy arriba
y usted debajo,
quisiera decirle
-casi no me atrevo con sus ojos-
que no puedo más
que voy a pararme

-Era el placer como una de esas muñecas rusas que se abren
y aparece otra,
y otra…-

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Subo

Subo.
Bajo escalones.

Pero esta angustia atrancándoseme en la piel como una
cremallera rota,
tampoco cede al sudor.

Y ya todo el sueño es un inmenso garaje de copas vacías
que el agudo de su ausencia con mi grito rompe.

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Ultimátum

¡Oh,Juan! ¿por qué sueñas siempre rosas?
Ya no nos caben en la habitación,
esto no puede seguir así:
Cada día te levantas con las sábanas llenas de rosas
y si por casualidad hacemos el amor
no se conforman con quedarse quietas de mañana, no:
danzan las gamberras al son de los exquisitos minués que
trazan
tus dedos al vestirme.

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Usted se inmiscuye

Usted se inmiscuye en mi bufanda
desde una aurea blanquísima que me reverbera los labios.

No me muevo,
no fumo -quizá a su silencio le moleste esa arruga en la
nieve-;
y sólo cuando marcha me doy cuenta
de que he estado aguantándome el pis todo el rato.

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Volvemos a comer juntos

Volvemos a comer juntos.
Este hombre cada día más guapo y a ti te rebasan las orejas.

Qué importa.
Qué importa el poco tiempo que tienes para enamorarlo,
qué importa la sopa fría
-no puedes permitirte el lujo
de perderlo de vista un solo instante, Almudena-,
si cuando vas a citar «yo siempre estoy triste»
él se anticipa y acariciándote los ojos dice que le encanta
tu alegría.

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Como un cántaro

Desde mi ángulo diurno de cordura,
no recordaba cómo,
llegué flecha, a disparar del arco.
Fue la herida de penetrar la noche,
que me llamó a encontrarme.
Se miraba mi boca
en un roto cristal crecido a espejo.
Con voluptuosa, medida muerte lenta, comencé,
como un junco, vergonzoso de luz bajo la brisa,
a declinar, y hallé hermoso contarme, derramando.

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Crónica de mi misma

Y querer merecerme; de veras merecerme.
Revisar mis dispersas escrituras,
mi palabra, revisarme el sollozo,
la garganta,
auscultarme el latido, desollarme,
revisarme las venas, las arterias.
todo el complejo existencial
que asumo.

Revisar mi conducta, mis proyectos,
lo soñado, ensoñado,
lo vivido,
conformarme de nuevo, aun no inscripta,
sin visión, sin recuerdo, sin mentiras,
sin verdades ocultas, temerosas,
sin impulsos,
sin deserción, sin este yo
impreciso.

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Grillo y cuna

De un bosque donde crecen
nomás
cunas, mi madre
cortó un columpio dulce,
maduro para el tiempo primero
de mi infancia.

Juntó flores de luna dormidas
en el agua, mi madre
y me las trajo,
con un azul silencio
robado de algún sueño de río
a ser mi canto.

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He de irme

He de irme, dejando,
mi ruego de piedad por los rincones,
con mi pobre voz quebrándose y con mi cansancio,
en alguna noche
en que la luna llena se vuelque por mi cuarto.
Silenciosamente
y con la brisa última que aliente de mis labios,
apagaré mi lumbre
y saldré despacio, dispersando en el aire
los besos que me queden
para tanta criatura que no ha besado nadie.

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Lluvia

Lluvia, hoy no te siento.
Hoy no eres nada
mas que agua vertical.
Apenas si te escucho
golpear el pavimento
y llamar con tu clave
sobre mi ventanal

Lluvia, hoy no eres nada
para mi desaliento
nocturno y abismal.

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Mañana es siempre

Cómo quisiera despertar cantando.
Pero amanezco, en cambio,
dolorida
de no haberme quedado en ese espacio,
en ese tiempo de morir prestada.
Una isla no inscripta en ningún mapa,
una célula enferma de ignorancia,
un asfixiado mundo en miniatura,
una avanzada humanidad triunfante,
en clarines y hogueras
homicidas.

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Nochebuena

El fósforo,
en la temblorosa
manecita sucia,
enciende la hoguera
de un cohete travieso.
Chispas…
Chispas…
Chispas…
conmueven las latas,
y agitan y avivan
la carne yacida
de un suelo de sombras.
Una madre mustia
de trabajo y miedo,
y un padre que fuma, que escupe
y blasfema.

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Pobreza de los diez años

Toda mi angustia tuvo la forma de un zapato,
de un zapatito roto, opaco, desclavado.
El patio de la escuela… Apenas tercer grado…
Qué largo fue el recreo, el más largo el año.
Yo sentía vergüenza de mostrar mi pobreza.
Hubiera preferido tener rotas las piernas
y entero mi calzado.

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Refugio

Entonces,
ciega y sorda, me abrazo a la poesía.

La aprieto contra el pecho,
la muerdo, la trituro,
me prendo a sus dos manos,
hundo en ella mi grito,
me aniño en su regazo,
sollozo en sus rodillas,
y encuentro que me acoge
piadosa a su ternura,
se adhiere a mi tristeza,
me entrega
gota a gota, su sangre, me amamanta,
me acuna, me adormece,
y en sueños,
poesía madre, le elevo mi plegaria.

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Salvados

Necesito entonces,
adherirme a la tierra,
prematuramente, descalza por el campo,
sentándome en los troncos quebrados y caldos,
ya casi horizontales al sitio
de sembrarme.

Me duele esa piel ruda, vegetal, mal herida,
y deslizo despacio por ella
hasta la hierba.

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Tan humano

Tienes algo de montaña…
A tu lado me he sentido leve y me he creído blanca.
Sin reparo te he mostrado mis llagas
y a tu cumbre nevada a veces traje barro,
y hecha pedazos mi alma.
Y he vuelto siempre limpia, y he vuelto siempre sana.

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Los Cuerpos

Amo mis huesos
su costumbre de andar rectos
de levantar un semicírculo
para abarcar el cielo
de encadenarse en filigranas diminutas
para favorecer el movimiento;
amo mis huesos con sus curvas
sus salientes
y sus cuevas profundas.

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Los Oscuros

La fruta estaba hecha
para que la gustáramos,
para olerla y gozar su lozanía.
Pero nosotros no podíamos comprarla.

El sol estaba hecho
para amar nuestra piel,
estremecer la vida de todo nuestro cuerpo.
Pero a nuestra guarida el sol no entraba.

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Anorexia

Anorexia, vida
de las voces vomitadas, ironía,
pulpo de los designios resignados,
poesía para quebrados principiantes.
He visto la arboleda, los hilos verdes
de mi frustración he visto.
Recorro los gestos, las manos necesarias,
hoy, desde las prosas cansadas,
recorro esquizoide ese calamar abastracto,
esa nube de meseros gesticulando,
esa luz y sus dientes…

Perduro entre otras lamentaciones.

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Cuerpo

Compruebo apodíctico la evidencia
del hueso
atónito
Aquí soy, aquí entiendo el rasgo roto
el rostro perpetrado
la luz tardía, la tardía luz
de este templo
de deformadas deidades
tejidos y

Escupir dedos

catalepsia

Pálidos se muestras los bordes
líquidos: es el
panteísmo de algún licor,
la substancia sola
de la embriaguez desnuda.

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Nil admirari

Yo vivo para el crimen,
pero para el crimen de cada día,
el crimen sin porvenir.
Es por eso que paso y camino por esta ciudad
vegetante,
tercermundista
(Guatemala,
que es como una especie de Latinoamérica
de América Latina),
sin bellos poetas en las esquinas,
muy parecida a sí misma cada vez,
quizá porque no es una ciudad,
quizá es sólo la fosilización de un espacio.

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Urbe

No: no los otros son mejores
el niño atrofiado
en el sentido de que no están conscientes los odia
sus formas de ajar los odia a todos
de irrumpir en la realidad están allí, cicatrizados,
nada saben y su brutalidad oh indigestos
consiste en lamer hospitales
histéricos de hueso
esqueletos deflagrados por las calles hambrientas

El comportamiento humano en sociedad
el niño ha optado
por hacer de sí otra cosa
y hoy responde a una especie de rapto sepultarlos
a todos
es el rapto de la lucidez
hacerlos humanos en la muerte
en ese enrarecimiento que es la muerte
devolverlos a una piel
negra y humana la mucosidad del silencio

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Yo, aquí

Yo,
aquí,
entre las torturadas guitarras,
entre otros ciegos convocados,
ciegos
vecinos de los vasos
constantes,
pobres locos amarillos
que aturden la noche
elemental.

Qué sitio de mudos muros,
de muerte decorada en la soledad
y en las pastillas.

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Ante el arroyo

Aguas que multiformes y turbulentas
entre las rigideces de los peñascos,
con nostálgico vértigo de tormentas,
ruedan en un sonoro tropel de cascos;
aguas de claridades hondas y quietas,
traidoras en su ignota melancolía,
aguas, todo belleza, de los poetas,
aguas, todo tristeza, de los suicidas;
vierten vuestros rumores en mis oídos
la tumultuosa vida de las montañas,
agua maravillosa de los olvidos
bullente en el bochorno de mis entrañas.

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