Bolivia a la posteridad

De América al gigante veis dormido!
Dios y la Libertad guardan su lecho.
De Iberia vencedor, venció al olvido
Dejando el solio de la gloria estrecho.
Mientras quede en la tierra algún latido
haya una fibra en el humano pecho,
Se han de inclinar los hombres ante el Hombre
Que dióle vida y me legó su nombre.

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Sáficos

Oh, si en la copa, de amor aun llena,
Logré sediento refrescar mi labio;
Si ya en tu seno reposo mi frente
Pálida y triste;

Si el dulce aliento respiré de tu alma
Tu voz oyendo repetirme – «Te amo’
Si el rostro tuyo su calor divino
Dejo en mi rostro;

Oh!

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Tu voz

¡Tu voz!
Voz de campana
con húmedo badajo de geranios.
¡Voz que arrodilla el alma!

Voz que viene y no llega.
Que llega y no se va…
Que no se sabe si entristece
o nos hace reír y cantar.

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La última gaviota

Como una franja temblorosa, rota
del manto de la tarde, en raudo vuelo
se esfuma la bandada por el cielo
buscando, acaso, una ribera ignota.

Detrás, muy lejos, sigue una gaviota
que con creciente y pertinaz anhelo
va de la soledad rasgando el velo
por alcanzar la banda ya remota.

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Patria

¡Oh Patria tan pequeña, tendida sobre un Istmo
en donde es más claro el cielo y más brillante el sol,
En mi resuena toda tu música, lo mismo
que el mar en la pequeña celda del caracol!

Revuelvo la mirada y a veces siento espanto
cuando no veo el camino que a ti me ha de tornar…
¡quizás nunca supiera que te quería tanto
si el Hado no dispone que atravesara el mar!

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Casida de la bailarina

Si baylas, no miro miembros tan sueltos
en tus ninfas… ribera Gaditana,
ni passos hazia Venus tan resueltos

Bocángel

I

Quiero acordarme de una ciudad deshecha junto a sus dos ríos sedientos;
quiero acordarme de la muerte de los jardines, del agua verde que beben las palomas,
ahora que tú cantas y bailas con una voz áspera de campamento;
quiero acordarme de la nieve que vuelve con la lluvia
para humedecer su boca de viento dormido, su luna abierta entre la yedra.

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Panegírico

Cantar. Cante al dichoso día el viento
y a la mañana, el sol llene de luces;
la pintada ala cante acompañando.
La flor repose sobre la hoja. Atento
quedará el jardín. Solo. —Tú conduces,
hermoso viento, un crespo mar, cantando.—
A la luz clara empiece el hilo sordo
a tejer su ordenado mundo.

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Soledades

De ayer estoy hablando, de las flores,
de la fuerte agua, transparente y fría,
del alma, de la luna abierta, ¡oh mía!,
de un ángel dulce y solo en los albores.

De tantas noches secas y menores,
del perseguido bien sin alegría;
del aire, de la sombra y la agonía,
de lumbres, cielos y arduos pasadores.

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Era

Era como la superficie
cubriéndose de niebla;
cristalina en secreto,
profunda para sí.

Ahí
perdura el reflejo incógnito.

Era como la brisa
desparramada por el viento,
en brizna alegre
al conocer el mundo.

Era húmeda la piel,
empapada el alma.

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Andar

Su andar es largo como la tarde,
la tarde, es ella
quien es el alba.

La espalda de sus pasos
es larga como la sombra,
la sombra es ella
quien es la noche.

La tarde es alarga;
más larga es la noche.

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Deshojamiento el aire respirado

Deshojamiento el aire respirado
lengua dolida luz el pensamiento
y llave de ceniza el pedimento
de que el fuego nos diga iluminado

Rebalse de luciérnagas el vado
vaharadas de ámbar y el aliento
arborescencias habla soy y siento
en murmurio aquel tiemblo abandonado

Coruscación y asombro de la brisa
que cuatrocientas voces cristaliza
pajarillo sajado del instante

noventa y nueve veces el diamante
se dice sin decirse en claridades
soplo de oro por vientos de verdades

(Del libro Si la llama, por aparecer en coedición
de Trilce y el Instituto Politécnico Nacional)

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Los hombres azules

Los hombres azules
en el agua brillante
los hombres negros
en el agua
y los peces saltando
en el aire
por sus cabezas
los peces de mercurio y plata

(Del libro de reciente aparición Estrella oída,
coeditado por El Aduanero y la UAM Azcapotzalco.)

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Ni lo que digo

El amor es esa estrella filosa
y el desamor quién sabe qué carajos
pero yo no soy yo
ni este aire mi aire
Es un tambor el miedo
y la paz un tejido frecuentado
pero en mi corazón hay un cangrejo
y alguien está torciendo mi pescuezo
¿Qué es el atole blanco?

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Poema

Tenemos que rodear este tiempo de pájaros, dijo la prima Eva,
que sabía
de la inutilidad de todo esfuerzo, por lo cual
-ella agónica- me sorprendió. ¿Te acuerdas que
reía?, musitó
como en fiebre
y fue cuando el relámpago partió en dos su árbol.

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Poema (1)

Qué es cantar
sino saberse vivos para siempre
qué reírse
sino florecer desaliñadamente
igual que en los llanos
la manzanilla
la coronilla
el girasol
En fin qué es estar vivos
sino cantar reunidamente
abriendo y cerrando la estrella
de la certidumbre.

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Dieciséis (16)

eran los tiempos de la modernidad, cuando había cuadros que se llamaban ‘Composición No. 5’ o ‘Serie del pez’, era el estructuralismo, el teatro del absurdo, la guerrilla urbana; se discutía, por la noche, acerca del papel del intelectual, una brisa frenética, animada por la música (disonante) y el sexo (insinuado) depositaba briznas de significado, me acuerdo de la fiebre del libro, del poder del intelecto, de la fuerza de la ilusión, tiempos de terapia y susurros en verano; por ejemplo, la expresión ‘a nivel piel’.

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Quince (15)

En el Uruguay, en el Uruguay, la literatura es igual al Uruguay.
Permanece, perenne, establece: rostros aparentemente animados, en el
tardecer, repasan: ya no hay aquel humus, aquéllas eran clases. Sin
embargo, cientos de teclas repiten al unísono la ‘u’ de la literatura, que
al prolongarse es índice de una profundidad que defenderemos hasta
el fin.

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Ángelus

Incógnitos ángeles
trizaban el agua insomne del miedo
en mis lentos ojos de niño
y trémulo buscaba la cabellera de mi madre
en el ángelus
cuando las sombras hinchaban el sonido de los árboles
y resbaladas luces muertas caían en la estancia
donde mi abuelo auscultaba el corazón antiguo de la Biblia
La tarde era en mis ojos un inmenso silencio
con pequeños elfos que temblaban en los vidrios
mirándome con desolada tristeza
El temor a la noche me invadía
y solitario buscaba el corazón en los ojos de mi madre
porque yo desde que fui un soplo
tuve miedo al misterio iluminado de la noche
y en mi cuarto temblaba al escuchar el viento en los ramajes
y hundía en la almohada la cabeza en congoja
porque creía que una mano
que unos ojos en las tinieblas me buscaban
y que un roce helante me besaba los labios
y me dejaba la piel húmeda de tristeza.

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Antonio Machado

Vi
un ramito de violetas
brotó el llanto

Pensé en Darío agonizando en su Nicaragua natal
Pensé en todos los herederos de Cervantes
que no fueron laureados
ni amados

Lloré por Góngora loco
por Vallejo enfermo
por Gavidia anciano

Maestro
tu prosa
tu verso
me alivian

Nabucodonosor no fue perdurable
El fariseo de Carter lo será menos

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El poeta extranjero

El poeta extranjero camina en la ciudad extranjera
Mira el río las barcas los pájaros saltando en la nieve
En el vago espectáculo se sienta a ver la tarde
los vehículos que pasan las palomas que pasan
y fumando su cigarro se hunde en el invierno
-puñado de frío excitación de la piel tos necesaria
El poeta extranjero se levanta se cala el sombrero
tose otra vez
y se pierde en la noche extranjera.

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Embriaguez

Sólo son los ángeles
del vino que estrujan sus esponjas
y nos llevan a instantáneos laberintos
donde arden las lumbradas del vómito.
Sólo es el vacío,
lo inasible que nos besa los ojos
siluetas de ceniza que nos beben por instantes la tristeza.

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Son cuatro inviernos

Son cuatro inviernos de agonía hermana.
De amanecer el corazón abierto.
Quisiera ser, pero el futuro incierto
me ensombrece la senda del mañana.

Cuatro años de penumbra cotidiana.
De presentir vivir, viviendo muerto.
De abrir el corazón, sentirlo yerto,
sin escuchar su musical campana.

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Confesión piramidal

pirámides formando en un momento.
Julián del Casal

Si la distribución de los azules en este vértigo
cónico, en vísperas de primavera
sobre la colcha, espera todo de la música
aunque colabora hacia el espejismo de finales
plenos de sentidos, es que la vida
trae sus manojos apretados, sus gavillas, el torneado
turbante desde el cual el sol se escapa girando
y no sabemos cuál es la relación entre ‘arte’ y ‘vida’
salvo cuando el pelo de una gata en celo se eriza.

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El secretario

Yo soy el hombre de mi destino, etc., aquí en una casa
sola, la técnica del bebé o la viudita
sin persuadir a nadie, sin que crean en mí
yo soy la momia de la calle Arturo, preparo el café
con menta, descubrí que me había muerto, en aquella tarde
con los negros verdosos, las lámparas de mercurio rosado
—su memoria no la respeta nadie, dije.

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El verano siguiente

Ingrávido de materia sutil
el aire en espiral se inclina —oído por la suerte.
Y antes de respirarte
sube el musgo arrancado a los ladrillos
como tonda lasca que arrojó el verano
de los ojos. Antes de olvidarlo, por no sabido
estrecho del sentido, pudiendo barajarlo, tenso e ido,
cifra el redondel de una plaza, el ventanuco blancuzco
con un fondo verde de pecera.

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Imbuche

No pudieron resistir, no pudieron mirar
tu hermosura, tu comercio con el aire.
Narinas, boca, ano, sexo, oídos, ojos:
cosieron tus aberturas.
Monstruo de hermosura, cosido monstruo.
Cerraron orificios de tu piel,
condenaron puertas de tu cuerpo
a ningún tráfico.

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Mella

No me habría detenido en ti si no hubieras estado
al final de la avenida junto al kiosco de tiro al
blanco
donde pasan en correa patos de metal. Hiciste
mella en uno.
Fuimos al tren fantasma; en cada curva saltaban
los muertos.

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A mi amada

En el Día de los Enamorados, el domingo, he despedido a mi amada.
Subió al ómnibus de la mano de su compañero,
Que en la otra mano llevaba una guitarra remendada.
Se sentaron sonrientes en el primer asiento: ella ocultaba su tristeza con un giro
de sus bellos ojos,
Y él estaba ya proyectando aventuras, cacerías, veladas con música.

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A mis hijas

Hijas: muy poco les he escrito,
y hoy lo hago de prisa.
Quiero decirles
que si también este momento pasa
y puedo estar de nuevo con ustedes,
en el sillón, oyendo el radio,
cómo vamos a reírnos de estas cosas,
de estos versos y de estas botas,
y de la cara que ponían algunos,
y hasta del traje que ahora llevo.

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Con las mismas manos

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que en sus harapos esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.

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El otro (enero 1, 1959)

Nosotros, los sobrevivientes,
¿a quiénes debemos la sobrevida?
¿quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿sobre qué muerto estoy yo vivo,
sus huesos quedando en los míos,
los ojos que le arrancaron, viendo
por la mirada de mi cara,
y la mano que no es su mano,
que no es ya tampoco la mía,
escribiendo palabras rotas
donde él no está, en la sobrevida?

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Epitafio de un invasor

Tu bisabuelo cabalgó por Texas,
Violó mexicanas trigueñas y robó caballos
Hasta que se casó con Mary Stonehill y fundó un hogar
De muebles de roble y God Bless Our Home.
Tu abuelo desembarcó en Santiago de Cuba,
Vio hundirse la Escuadra española, y llevó al hogar
El vaho del ron y una oscura nostalgia de mulatas.

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