Soy una ladrona.
Robo
una chispa de tus ojos,
un roce apenas
o algún gesto de tu duende.
Huyo después.
El botín ruboriza
mis manos.
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Il bottino
Un ladro sono io.
Soy una ladrona.
Robo
una chispa de tus ojos,
un roce apenas
o algún gesto de tu duende.
Huyo después.
El botín ruboriza
mis manos.
_______________________
Il bottino
Un ladro sono io.
Un sillón de caña malaca
y el infierno,
filtrando su amenaza
entre el junco y los espacios.
Todo
sobre esa nube
en la que los sueños
hablaban de algo lejano
que hoy arde,
quema,
en los lugares
donde la vida de tan precisa
puede tocarse.
En aquella esquina de la Rue Duphot,
un soldado cae de una bolsa de papel
y acribilla a una bailarina.
El muchacho que cruza la calle, al verlos,
improvisa una mesa trabando unos cartones.
Saca de su bolsillo un lienzo blanco
y desparramando algo
lo vende a voces.
Vive las noches
estrujando entre las manos
el silencio umbroso de los solos.
Altera su vigilia la incógnita lejana
del rugir de la calle.
¿Son los mismos pobladores del día
los que tremolan?
¿O son los lémures crepitantes
de la noche?
En aquel cuarto
el impulso de su respiración
era la liga
de presencias extrañas.
Un negro desnudo
al que le volaron la mitad de la cabeza,
la hechicera tenebrosa
y aquella esfera de cristal
llena de tierra.
El escabro carcome
la lozanía del árbol.
Como esos días de roídos bordes
que duelen y profanan
los secretos rincones
donde se escuchan himnos
de dulzura
infinita.
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Profanazione
La scabbia rode
la gagliardia dell´albero.
La danza nace en el misterio
Algo allí desborda y crece crece
crece por todo el cuerpo, cantando un son
que puja que tiembla
que lucha por brotar en ritmo y movimiento.
Y es danza después.
Danza-risa del ser que se libera riendo,
dibujando con los pies su voluptuosidad.
Teja molida una plaza.
El muchacho hablando solo.
Cruje paso suela.
Cruje.
Allá verde verde.
Y en su pienso y digo
el azul.
El azul
siempre arriba
y en la plaza
el chico hablando solo
de lo que nadie dice nada.
Tiene una virtud,
son sus manos remotas.
Vuelve a veces buscando
la roca viva
refugio de finales
y el polvoriento violín
del que brotan
crisálidas perfectas.
Por el suelo,
en oscuro desorden,
las sombras,
móviles claroscuros
mixturan
las trizas detenidas
de una máscara.
La tarde es azul
como su rostro.
El día se despinta sin pompa
de las paredes
y la fiebre de sol
hace crujir los huesos
de los edificios
el único abrigo (sus abrigos)
son el ruido
y la esperanza de no despertar.
El con su sonrisa agrietada
extendió sus ojos
y pidió una limosna
En silencio se marchó con el frío
de la tarde
llevando la neblina
como abrigo perpetuo
y llevando como sombra
las luces de la calle.
La humedad corre sin aviso.
En la ciudad caracolean desnudos
se enroscan buscando calor en el asfalto
el centro blanco de la noche
sólo puede regalarles luz
¡Si tan solo fuera queso!
Si tan solo se llevara el hambre…
Ellos son dragones de bulevares
frente a caballeros
en resplandecientes armaduras rodantes
Ellos con las manos extendidas.
Ellos gritan y pasan
libando el níquel
como mariposas negras entre el tráfico
Otros llevan noticias
con la primera plana en sus caritas
con la tristeza y la alegría
que son una y la misma
de sonrisas agrietadas
y llantos de llovizna.
Algún día habrá un nuevo lugar
donde pasar el invierno
ahí se reirán las ventanas
de las gotas impertinentes,
rabiosas niñas
alejadas de vitrinas.
Por hoy te veo andar las mismas calles
como dragón ambulante,
malabarista del tráfico
vigía de la noche…
En el hueco de tus manos
pongo tu nombre
y lo bebo a sorbos,
tus minerales
se licuan con mis soles
y en la memoria
la leyenda de tu cuerpo
se vuelve mariposa,
limpio las soledades
a tus pasos,
entonces te acuno entre mis ojos
entonces te limpias el sudor
y recoges mis mañanas.
I
Su hermano se subió a una cisterna
que lo llevó al ‘paraíso’
sus hijos decidieron navegar
en botes de vidrio
y las hermanas prefieren
pasar sin dormir los días.
Él no sabe cómo describirse
no sabe si es útil,
donante
negante.
Hagamos un poema,
con tu piel
y mis labios
con la brisa de noviembre
y los aguaceros de junio.
Pintemos de pájaros
y madrugadas
nuestras espaldas sudorosas.
Amamantemos nuestra sed
con el crepúsculo
tímido y solitario
que se corona de lunas
desparramadas
en las gotas
de los inviernos.
I
Ella sólo quiso
otorgarle a la vida
el estremecimiento de sus entrañas
liberar de los hombros
los cabellos marchitos
internarse en el cotidiano ardor
de las hojas en el agua.
II
Se liber?de las culpas
desnuda y feliz
regal?su risa
al naranjo de la tarde
no le interes?más
que tenderse sobre las aceras
y respirar la libertad
con sus pupilas.
Tengo dos meses de poemas
esperándote en la mesa,
un chorro de sueños pendientes en mi almohada
la soledad más grande
que pudo sentir la casa sin vos.
Tengo también
las últimas noticias,
el reloj con la hora afilada,
la cama que se encorva
para evocarme tu silueta,
la geografía de mi cuerpo,
tu muelle favorito
para encallar tu barco.
Podré por fin escapar del silencio
si acaso me permites merodear
los huecos en el espejismo.
Mi mano y mi voz están cansadas
de dibujar en vano los espacios
de saltar suicida las barandas
que me llevan más allá de tus ojos.
Por qué no jugamos de nuevo
a los gatos enamorados,
aquellos que cruzan tu calle
en las noches de luna
y se pierden en los inviernos
de los tejados solitarios.
Por qué no jugamos
a recorrernos los accidentes
con los ojos abiertos
y con la luna llena
alborotándonos la soledad
Tengo un sueño dormido
en la espalda
una ilusión
que bate alas
en mi vientre.
Tengo siete letras
tatuadas en mis manos
para escribirle
a un papel en blanco
tu sonrisa
y un balcón en mi calendario
para dejar entrar tus golondrinas.
Yo te descubro
-hombre-
en cada verso
y he aprendido
a descifrar
tus pasos.
Ellos son las esfinges
yo, Edipo.
¡Oh dulce noche, que mueve los estambres
con su sombra silenciosa
que es luz para la sangre!
Tú posees la fatiga que requiere mi descanso,
la faz nupcial que esconde el eco
por donde un hilo de éter va fluyendo.
Cuantos vienen a mirarte te miran desde un solio de egoísmo
bajo el cual una cisterna brota que embrida a los astros.
No pueden suponer que el día nace de tus sombras,
el día que concede su luz a cualquier hombre
y que también nos sirve para odiarnos.
¡Oh noche! ¡Oh noche! Detén a los paseantes
con el rumor de aurora de tus astros extasiados.
El amor es la razón de tus árboles dormidos,
del silencio que corre por tus venas aurorales
porque en ti las bocas son nidos
y las palabras aves que pronuncian tu mensaje.
Nadie podría interrumpir el reposo de la bóveda terrestre
Aquí el silencio ha juntado sus labios para nunca pronunciar palabra
Que pudiera profanar la ostensible flor que cae
Como un junco en la ribera de los sueños.
Un sol amarillento acaricia el pórtico
Mientras haya aún verdad para la muerte y queden hombres
Por caer hacia su túmulo
Como caen los costados de los ríos en las sórdidas vertientes sin celaje
El tiempo está temblando
Temblando como un ópalo en la mano
De este día jubiloso
Yo sé que este día, sin embargo, no puede interrumpir el curso
De los muertos que aquí yacen
Esparcidos como frutas
Aunque el gallo en su plumaje de guerrero etrusco y asoleado
Borre con la esponja de su canto
La indescifrable desdicha de la vida
Y los gorriones veloces y las cautivas golondrinas
Impongan un blasón de idilio a la comarca
La tierra está sorbiendo nuestras lágrimas
Bebiendo la salud que se nos va
La alegría que perdemos a medida que vivimos
La tierra está atrapándonos la sombra que el sol proyecta mediante nuestros sueños
Ella combina con su química dorada la esencia de la luz
El aroma de la esbelta peripecia que añoramos
A las fórmulas más dulces de la ciencia de la vida.
La soledad es un reflejo de las horas dichosas
Por su espiral las zonas blancas
Que aparecen como causa de las negras
Vierten en la hondura su compacto mecanismo
Y los recuerdos calzan zapatos puntiagudos
Sobre el cojín de las sienes apagadas.
La lluvia, en alemán, es masculina.
Penetra el ángel del manantial,
caen sus racimos de medianoche
con la furia y el clamor del inocente.
La vigilia espera, la hora espera
la silenciosa red del condenado,
la soga, el fusil, la guillotina,
por el odio ancestral de los vencidos.
A veces cae el velo de la noche
y nos muestra su faz incuestionable,
sus pozos, su espiral, el latido último
de un palpitar de fuegos pavorosos.
A veces somos noche sin disfraz,
cuerpo oscuro que clama el sacrificio,
y es ella quien pronuncia nuestro nombre
desleído en las gotas del lenguaje.
Es la oscuridad
asentada por los resquicios
de la sombra,
con esos peces
que siembran
pan de pétalos noctámbulos.
Los peces rodean el istmo
de las manos candentes.
Extrañan la ausencia de los cuerpos.
Breves lapsos de tiempo se atesoran
en la estable marea de la vida,
cuando no trunca el río su crecida
hacia esas aguas que lo enamoran.
Es una ola el lugar de la partida
donde juegan aquellos que se ignoran,
y con puños la espuma rememoran
como dados que ciernen una herida.
Elevados los gemidos al secreto
en la fragua abisal, abigarrada,
del insomnio que desvela
a los árboles enraizados en el mar
que a los sueños pertenece.
Dime, noche,
por qué te ocultas en el fluir
de los ovarios de la oscuridad,
siempre madre de caballos
que se desvían amaneciendo
penumbras y amapolas.
Llora el sol el camino hacia la noche
con sus párpados huidizos,
cerrando los ojos ante el día
que ambiciona el salitre del mar
y perpetuarse ciegamente
ante la noche.
El día queda devastado.
Imponente, el mástil nocturno se avecina,
con el caudal de las rosas oscuras
que transpiran el olor aciago
de los besos de una luz inmóvil.
Hermanadas la furia y la blasfemia
en el sino mortal del sacrificio,
se derrite el incienso de los tallos
con un rito de ancestros y pulgares.
El umbral del dolor, que galvaniza
el recuerdo de un Dios inmóvil, roto
por las balas, la noche, la memoria,
acude a cizañar las madreselvas.
La noche es movimiento de penumbras
luchando para ser eternas, río
de manos en los cuerpos que divaga
sobre el influjo de la sangre dulce.
Silenciosos, los ángeles nos aman
como aman los caimanes, con la furia
de un sexo desmedido, con lujuria.
Atraviesas el cierzo y la desdicha
de un ulular hambriento y desangrado
que emerge al despuntar la madrugada.
Amanecen los pechos florecidos
por el ámbar, la luz de las farolas,
que reflejan los cuencos y canastos.
Están vacíos, cual daga sin sangre,
mordidos por dolor en sus extremos,
cuadrados por el ángel de la furia.
Malditos los que invocan a la noche
para admirar tan sólo su negrura.
No ven la luz de las hojas tenues
que alumbran como pequeños dados
el dormitorio de las estrellas.
Vendrá el cierzo que triste deambula
por los orificios de los pozos y murallas,
a derribar el claustro de los cisnes.
Me conmueven las horas de la noche,
el vibrante rotar de sus aletas,
el singular acento de sus párpados.
Como un niño, rescatan la inocencia
transgredida entre soledad y nieve,
la libertad del mundo de los sueños.
¿O esclavos son los sueños, la memoria
que nos dirige atrás sin pasaporte,
y nos revela a cámara encendida
la terrible verdad de la mañana?
La voz oscura prende soledades,
aísla el sueño,
perturba a los insomnes.
La lluvia, la palabra de la noche,
también roza el día con su aliento
de fuerza estremecida por las nubes
que lavan el círculo polar
con las ablaciones de la nieve.
La hendidura polar se reencarna
en difusos remansos laterales.
Los ciervos comen cólera bendita,
venganza de una diosa inconsistente.
Porque es ella la voz de las tinieblas
que perfuma el cantar de sus quereres.
Es ella el cuerpo anclado en la ternura
de unas manos acariciando el pan.
Tus ojos son el luto incandescente
que se derrama al envolver las manos
con la cera caída de los cirios,
la mirada de estrellas expectantes.
Como un barco velero y silencioso
que rodea al vaivén del aire el istmo
yacente de la península inmóvil,
con sus crespones negros desplegados
al roce de las nieves y los vientos,
así transita la oscuridad tardía.
La luz amortajada
surge con un soplo de árbol.
Vamos a bendecir la oscuridad
con ramos de sayales y murciélagos,
con velas sarmentosas y guitarras
que dobleguen al ángel de la furia.
Pero también vendrá a nuestras casas
con un alarido constante y seco,
y devorará los panes,
y beberá el vino que era agua
de nuestros propios labios.
El fiero deslizar de la penumbra
acentúa los rasgos invernales
de los besos que nunca sucedieron.
¿Dónde van esos besos que son agua
marchita por el ulular del ángel?
¿Dónde rezan los árboles hundidos?
Si se apaga el poder de la memoria
a los pies del cordero devastado
¿dónde sollozarán las madreselvas?
Florecemos, aupados por la lumbre,
con la inocencia de agua que respira
el anónimo olor de los claveles.
Nos embrujan las plantas y los pájaros,
el desuello, las flores invernales,
como una cantinela abovedada
que resurge del polvo de los días.
¿Cómo podrás volver a ser quién eres?
Si la noche te coge de la mano,
te lleva más allá de las estrellas,
junto al país donde los niños lloran.
¿Qué le explicarás a tu incierto amante?
Cuando la bruma envuelva tu sagrario
y tus pechos estén áridos de alas,
y hacia el norte no veas ningún trance:
¿Qué aprenderás de las horas oscuras?
La noche circuncinda madrugadas
con un afán caníbal, encantado.
Es la fiera que arrancará las flores
con la espuma de las nubes y las bestias,
asolando la yema de la lluvia,
en un zigzag de escalofrío y caras
miserables.
Tiemblan las ramas tenebrosas de los ángeles
de una noche intensa,
resguardada en los nidos, con las tórtolas,
cambiante de su sino y su ventura.
Las flamígeras alas del edén están partidas,
quebradas en mil puntos llameantes,
sembrando de ceniza el paraíso
con el polvo de golondrinas muertas.
El día es el eclipse de la noche.
Como un sarcófago
que se abre para recoger a un muerto,
respira la mañana antropomorfa.
Como un luto, reviven las ventiscas
insoladas, sollozan los escombros,
se atreven a llorar los papagayos.
Y el niño aquella noche
le pidió a la niña que le odiara;
y ella, recogidas las manos en su cintura,
lloró en grieta el largo camino de la palabra,
fría de silencios y de tiempos,
de quien antes le pidiese que le amara.