Asoman su silueta preguntan por el tiempo
murmuran entre vidrios palabras manoseadas
en otras frustraciones
bajo una luz de 20
imagino sus dedos de diciembre
anudando los diarios amarillos
y otras manos más lentas revolviendo
el hervor de los porotos.
En púlpito lujoso encaramado,
pobreza el fraile con fervor predica,
y las ventajas del ayuno explica,
diciendo que la gula es gran pecado.
El hambriento poeta desdichado
encomia en su zahúrda triste y chica,
el lujo, los placeres y ia rica
mesa, que tiene gusto delicado.
Al cerrar el botón del monedero
esa mujer hablando de los otros
tropieza con los nombres
que apretaron el brillo de su vestido rojo.
La interrumpen reproches en voz baja
golpes de la otra vida
papas apio cebollas que guarda el mosquitero
una mano que cuenta las pastillas
disueltas en el sueño
entre muecas mordidas por extraños
y el crujir de un elástico que cede
después de haber tendido la cobija en la pieza
para cubrir al náufrago y la luna.
De proyectos preñada la mollera,
punto en la banca y en la vida cero,
y más tacaño mientras más fullero,
si gana miente, si perdió exagera.
Amistad… gratitud… eso es… ¡quimera!
que sólo por jugar ama el dinero,
y por llevarse el oro del montero
jugara hasta el honor, si honor tuviera.
Sin libros, sin afán de ciencia rancia,
tiene el tonto la ciencia de la vida;
corre en pos de fortuna apetecida,
y premia la fortuna su constancia.
Lleno el sabio de in folios y arrogancia,
buscando la verdad todo lo olvida;
errores mil en su cabeza anida,
y muere maldiciendo su ignorancia.
Érase un usurero dromedario,
de fina garra y de talento romo,
y no sé cómo al viejo estrafalario
ocurrióle volar sin saber cómo.
Provisto de dos alas de buen cuero,
por llevar adelante su tontera,
fue a la cocina, se subió al brasero,
dio un brinco, y… ¡tras!… rompióse la mollera.
En el gancho escondido que pende de la noche
deja secar los trapos.
Gotas de sangre dulce le roban las muñecas.
Ella pone su mano de disculpa, obediente
a la regla que baja como una guillotina
y el poco de dolor le cuenta un cuento
que nadie le ha contado en esta vida.
I
Yo soy el verdugo. El hombre, ¡mi hermano!
hirviendo de ira un ogro me cree;
¡a mí! ¿a la imagen de Dios soberano,
al que hizo del orbe monarca también?
Baldón y desprecio circundan mi vida,
el hombre me llama infame Caín;
del bien que hago al hombre el hombre se olvida,
y me odia, me huye: el hombre es así.
Ayer te pensé o soñé que estabas en casa
y te pensé o soñé como eras hace mucho
bajo un cielo que era también como hace mucho
esas cosas de hombre de niño que uno tiene
te soñé como eras cuando yo no era éste
y te pensé después
y anduviste girando en mi cabeza
durante todo el día.
I
Te saludo, santuario del reposo,
como al Monle sagrado el pasajero;
bendito seas, oasis misterioso,
de bienandanza asilo verdadero.
Ojalá que a la sombra de este añoso
árbol, encuentre la quietud que espero,
y un instante siquier torne a la vida
un alma por el vicio carcomida.
Siento que hubo de todo en este fuego
a una mano del cielo a una mano del piso
a una mano en la mano.
Abajo la raíz la tierra el fruto.
Arriba de tus labios esa distancia y ésta
más las alas.
Ni el regio manto de oriental monarca
ni el pendil de la virgen pudorosa,
ni la falda irritante y vaporosa,
do el pensamiento al corazón embarca;
nada, soldados, la belleza abarca
que atesora la enseña tan preciosa
tremolando en las filas orgullosa;
porque de gloria su camino marca.
Triste como Jesús allá en el huerto,
impaciente cual virgen casadera,
y brujo como indígena hechicera,
hago papel de sordo en el concierto.
Con la esperanza que alimenta un muerto,
y desnudo como una calavera,
ya rujo con rugidos de pantera,
porque estoy como Job en el desierto.
No los dejes que entren que respiren
que se levanten al aire de tu paso
que ocupen tu lugar
no los dejes voltear a esa ventana
hacia esos ojos que miraron lejos
hacia la sombra por no tener sombra
hacia esa nube que cayó sin ruido
queriendo el temporal.
Te hicieron enemigo del que llevas.
Dos siglos de enseñanzas contra tu voluntad
la mía. Dos mil años.
Ese extraño, mi cuerpo, era la sombra intrusa
que castigan los dioses del cielo y de la tierra.
El otro, oculto.
Nos ha llevado tiempo conocernos
separar del silencio la voluntad que niega
para darnos palabras de un idioma
en constante peligro de extinción.
¿Te faltaba, Señor, alguna estrella
que colgar en el éter tachonado?
¿o un ángel que sentar en el sagrado
solio brillante donde el sol destella?
¿Me diste acaso una ilusión tan bella
para así destruirla despiadado?
¿o del hombre que gime desgraciado
no llega a tus oídos la querella?
Siempre al azar, como la suerte ordena,
vagaste por el páramo infecundo,
¡pobre rama que el noto furibundo
hizo rodar por la caliente arena!
Ninguno comprendió tu horrible pena,
que nunca hablaste de tu mal profundo;
y fue tu adiós al asqueroso mundo
una sonrisa de desprecio llena.
Muchachas sin camisa ni tomines,
concepciones de honrada figonera,
que no saben mover una tijera,
ni remendar siquiera calcetines;
pero armadas de lazos y botines,
pretenden sacudir su pobre esfera
aprendiendo posturas de bolera,
y a cantar como en ópera y maitines;
luego que esas chicuelas relamidas
se conviertan en hembras pretenciosas,
Primas Donas, con puff, marisabidas,
y nieguen a sus madres haraposas…
para los ricos sobrarán queridas,
para los pobres faltarán esposas.
Dejemos los anillos en su sitio
la gotera del baño, el esforzado sueño.
Escondamos la escoba, por favor
los trapos de cocina.
La borrachera diurna del vecino la borro.
Tapo los viejos diarios con nuestro desarreglo
el tiempo del reloj y de los trenes.
Al cortarse un usurero
las uñas, exclamó Lino:
Va a perder este grosero
lo único que tiene fino.
Recortadas, las tiró
saliéndose a poco rato;
vino su gato, las vio,
y le dio hipertrofia al gato.
*
Entraba un recién casado
al taller de un peinetero,
y oliendo a cuerno quemado
se paró muy asustado
a sacudir el sombrero.
Con las mejillas enceradas
los ojos le brillan como si al sol.
Baila para el suspenso de la rueda
su vals número 15.
El gallinero duerme su concierto
entre rubor de niñas
y los tíos empujan por la espalda
a ese pájaro nuevo con traje de recién
tan vestido de un miedo
que más adolescente es casi virgen.
Mariquita Siempre-viva
una noche resbaló;
y aunque cayó boca arriba
el vientre se le inflamó.
*
El marido de Violante
no estudia: pero es pasante.
*
La doncella Vasconcelos
murió llena de dolor
alumbrando dos gemelos…
era doncella de honor.
Sólo hay un hombre que habla de otras cosas.
Por ejemplo hay un hombre que habla de una calle
de un apellido suyo que llegó en algún barco
de una mujer morena que se perdió en su almohada
de un líquido morado que en sus alas
llega como una carta hasta su casa.
En la plaza, con ojos de carnero, tocamos las
mujeres que luego se desnudan para los debutantes
en las piezas del fondo de los conventillos.
Y esa mujer que mira con unos ojos que durarán
por años, se puso boca arriba tomando uno por uno
los temblores, como si se iniciara un nacimiento,
para irse muy tarde con el bolso apretado debajo de
sus brazos, escondiendo la cara y el miedo a
nuestro miedo.
Aquí yace Blas Quiroga,
¡hasta el entierro hizo droga!
*
Dicen que divina fue
la invención del matrimonio;
con tal invención, a fe,
mucho ha ganado el demonio.
*
La hermosa doña Ventura
descansa aquí boca arriba,
porque cuando estaba viva
le agraciaba esa postura.
Llovieron muchos años de este lado
y la humedad signando la suerte de los vientos
que se dejan mecer en la trampa del agua.
Las gotas amanecen sobre el filo del vidrio rajado en
la ventana. Atrás del muro, larguísimo,
humean los carbones quemados por el tiempo
como antiguos ladrillos de la vida incompleta.
El trapacero Canuto
hace un año que murió:
pagó a la parca tributo…
—Fue lo único que pagó.
*
Tú que el dedo no te mamas
espero que me dirás:
¿por qué a las mujeres, Blas,
algunos les llaman damas?
Despego con las llaves la pintura del marco.
Ahora es verde gastado lo que antes humedad
y después amarillo
y puedo ver el gesto cuando convocó
alzando, su mano enredadera.
Imaginarla cargando sobre el hombro, la maleta
ruidosa de cacharros, ladridos, dictadores.
Mi cuerpo un armazón de vil basura
mi espíritu una sombra de tristeza;
mi corazón un cáliz de amargura,
y un ánfora de sueños mi cabeza
donde guarda delirios la locura.
Tuvo un corbatín rojo para estar en las aulas.
Un overol de tarde para el taller que usaba
de sus manos.
Tuvo el asombro azul de aquel cielo obligado
hasta llegar la noche de madre inexpugnable recorriendo la casa con su aliento
del piletón del patio a la cocina
sin dar respiro a nadie a nada a nadie
porque es hora de izar los trapos que escurrieron durante todo el día, y entonces no hay más tiempo de estornudar toser pararse levantarse
si no es para apagar la última luz que espera
por los patios, ver madrugar los hombres que saldrán saludando con un gesto
todavía en voz baja y abrigados.