DOLCE FAR NIENTE

Feliz yo que tendido boca arriba,
sin amo, sin mujer, sin nada de eso,
ni me duelo de Job, ni envidio a Creso,
ni me importa que el diablo muera o viva.

Indiferente a lo que el docto escriba,
en holganza constante me esperezo,
y después de roncar, canto el bostezo,
y después de cantar, Morfeo me priva.

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DOS ENTIERROS

Asomado al balcón, vi que pasaba
un gran entierro, su cortejo ingente
con pompa funeral, muy lentamente
invadiendo tres calles desfilaba.

Y más tarde pasó… ¿pasó?… ¡volaba
otro entierrillo rápido, impaciente;
iba el muerto en arcaz, hasta indecente,
y nadie al muerto aquel acompañaba.

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DUERME, NIÑO

I

Niño de blondos cabellos,
süaves como la sonrisa
del querub,
que para jugar con ellos
descienda mansa la brisa
del azul.

Tienes la faz agraciada
brilla en tu frente preciosa
el candor,
y tu boca inmaculada
húmeda es, cual de la rosa
el botón.

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El borracho

Generoso en la copa, ruin en todo;
ronca la voz, inyecta la mirada,
párpados gruesos, faz abotagada
y siempre crudo cuando no beodo.

Perdida la razón, goza a su modo,
y nunca estar en su razón le agrada;
que el vino es todo, la razón es nada,
y sólo vive al empinar el codo.

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EL BUEN SENTIDO

Allá en los tiempos remotos,
en la genésica edad,
cuando mamaba Tancredo
solamente a su mamá;
errabunda y amarrida
la indeclinable Verdad
viajó en desnudez completa,
enseñando, como Adán,
un espectáculo sin
el signo gramatical.
En ese ropaje impúdico
nadie la quiso aceptar,
y despechada huyó entonces,
como huyó don Sebastián.

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POETA EN TIEMPO DE MISERIA

Hablaba de prisa.
Hablaba sin oír ni ver ni hablar.
Hablaba como el que huye,
emboscado de pronto entre falsos follajes
de simpatía e irrealidad.

Hablaba sin puntuación y sin silencios,
intercalando en cada pausa gestos de ensayada
alegría para evitar acaso la furtiva pregunta,
la solidaridad con su pasado,
su desnuda verdad.

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XXXV

La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se posa
sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.

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Abuelos (I)

Es plateada y violenta, suele apagar las luces
detrás de los que salen de las piezas.
La silla que se inclina y la dama de noche
conversan de presagios
una voz de comadre sentenciosa
sabe darle esa aureola de autoridad doméstica
llegar al corazón de las carnes más tiernas
recoger los oficios para hacerlos cantar
y rezar y besar, tiesos libros de nácar
medallas que pendieron de los pechos visibles
de sus antepasados
o pequeños recuerdos que alguien llevará atados
en la piel que recubre la emboscada.

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Abuelos (IV)

A veces la pensaba como recostada
en un nido salvaje, llevándonos a todos
en tiempos en que el agua era limpia y
corría por las alcantarillas hasta llegar al río.
Fue la última vez que entró a la casa
que le vi las arrugas en reposo
tan cerca como nunca
estiradas y quietas para siempre.

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EL CÍNICO Y EL HIPÓCRITA

Su maldad cuenta el cínico, la abulta;
su aliento es miasma, su sonrisa hielo;
porque ocultar pretende con anhelo
el rudo arpón que el infeliz sepulta.

Y sus maldades el devoto oculta,
de santidad cubiertas con el velo;
pero al subir en éxtasis al cielo,
su negro corazón al cielo insulta.

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EL HOMBRE

Ciego que ve, hambriento que mantiene;
burro en la chilla, en la opulencia mula;
abate al pobre, al poderoso adula,
y es enano o titán, según conviene.

La vanidad que mata lo sostiene;
y como falso su conciencia anula;
si tiene una virtud la disimula,
y finge poseer lo que no tiene.

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EL JUGADOR DEL DOMINÓ

El lápiz en la oreja prisionero;
su fortuna, el real que está a su frente;
si la pierde, baraja displicente
y cambia de lugar el majadero.

Pierde o gane, regaña al compañero,
marca las dobles con destreza ingente;
echa un forro con ánimo valiente
y debe a todos; pero paga cero.

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EL MENDIGO

I

De invierno era noche. La luna bañaba
con luces divinas su casto ropón;
el éter cerúleo su toldo bordaba
de estrellas temblantes de tenue fulgor.

Con hilos de escarcha tejió el horizonte
un lienzo precioso de blanco ormesí,
que en nieve trocaba las crestas del monte
y en líquido aljófar del campo el tapiz.

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