Recuerdo las frondas del combate
Frente al tiempo que parecía
Estático, frente al campo abierto.
Pregunté por ti desde las ramas
Del sueño y su claroscuro:
Supe que podíamos tallar
Nuestras figuras y macerar
El alma con la corriente hipnótica
Del anhelo y del buen augurio.
Poemas cortos
Traigo soledad. Creció conmigo.
Tú sabes que ha sido un deshilván
Que en ti ha desbocado
Como un secreto atajo.
Entre palabras y palabras
Hemos hecho ríos y tejidos.
Nadie sabe el sacrificio
De crecer callando y desangrar;
Nadie puede entender la tormenta
De rubores indecisos de sí mismos.
Bajo una vieja casa
De impecables paredes
Tabanco y azogue
La lengua del cielo
Como una vieja isla
Tartamudeando en su nocturno secreto
Mientras al otro lado del espejo
Los jinetes pasan
Cabalgando en fuego
Van tras la luz en la luz
De un puñado de sueños:
Cuerpos de exilio en el silencio.
Ni una luz. Todo oscuro:
El cuerpo en su cárcel
Parece un nudo sepulcral.
A veces la realidad es triste:
Tormentas devastan su interior.
En la tierra se deshace la lluvia:
Su misterio golpea
Lentamente como el deslumbramiento.
No existe olvido si hay memoria.
No existe pasado si eres mi presente.
El tiempo emerge del pecho
Y allí nos ahogamos en su sueño.
Vivimos para descorrer las flechas
De la vida, no para hundirnos
En las aguas de su bruma.
En las nubes de invierno,
El cielo se oscurece,
Mi libertad se hunde:
La ilusión es velo.
Siempre estoy desnudo:
La lluvia dilata
Esperanza y fuego…
¡Ah, nube de invierno
que cubre la memoria
con gotas de imprenta!
En ese horizonte hundido
Por la brisa del anhelo,
Y por la esperanza helada
Que te escucha, te sueño:
La conciencia desnuda,
Se dilata en confesiones,
Y el campo riega sus esencias
Con los suspiros del monte…
Ella me piensa cuando sueño
Con un quedo de ramas por subir:
Ella que es la memoria
Cuando pienso en las arboledas…
Ella, la fuerza natural
De la lluvia, el fuego y la tierra.
La abejita enañada y descnganada.
Una tierna abejilla vagarosa
De Amira en torno susurrando gira,
Lievada del aroma que respira
La boca bella de mi Amira hermosa:
En su elevado seno ye una rosa
Que por adorno allI pusiera Amira,
Y al instante del aire se retira
Y entre sus hojas engafiada posa.
Aleteos de pájaros
y el cielo tan oscuro,
los árboles
se agitan en danza.
Por la calle corre
aire frío.
El cartero y su bolsa
pasan de largo.
Los dioses no se detuvieron
en esta ciudad arisca
y asesina.
Antiguos como el mar
más testarudos que una mula,
recalaron con sus dones
en otras tierras.
Quien no lo sepa,
quien intente negarlo,
padecerá sus trampas.
Apareció el sol
y el miedo de cegarme también
presencia descarnada
la que mira no soy yo
sino la que de noche tajea el cielo
y al amanecer anda perdida
emparchando fisuras
la que se quiebra
de tanto deseo de lo que no existe.
El mapa partido, el territorio es lejanía
para siempre se aparta
de dueños eventuales
Para siempre en su pasado que se me cierra
para siempre Warszawa como el marco de la puerta
después del temblor
o es el temblor mismo
y tristísimo
El nacimiento se me partió en la lejanía de un territorio
Luego
un despliegue
de sus tácticas & estrategias
para sobrevivir
Luego
vinieron Siberia & las cáscaras de papa para el
hambre
& El Líbano & Irán
& Egipto & Palestina & Londres
último
el mapa partido & este país
Igual que una vestal pisoteada,
permanece escondida y silenciosa.
Pero a veces, renace inmaculada,
y de nuevo, como una antigua diosa,
por sus secretos fieles invocada,
se yergue intacta, fatal, majestuosa,
y en el milagro súbito de un verso,
de pronto, nos descifra el universo.
Cuando en la noche surge tu ventana,
el oro, taladrando los visillos,
introduce en mi alcoba tu presencia.
Me levanto e intento sorprenderte,
asistir al momento en que tu torso cruce
los cristales y la tibia camisa
sea a la silla lanzada.
Por qué mi carne no te quiere verbo,
por qué no te conjuga, por qué no te reparte,
por qué desde las tapias no saltan buganvillas
con tus significados
y en miradas de azogue que no reverbera el sol
dando de ti noticia,
ni se destapan cajas con tu música
y su claro propósito,
y ningún diccionario ajeno te interpreta.
Y después, las arrugadas sábanas
por entre las baldosas serpentean;
los cajones volcados, vacíos los estantes
y roto el estilete tras obstinado estupro.
Mas si él tuvo la fruta del verano
y la ilusión de amor casi duró una hora,
quién fue el depredador y qué lo más valioso.
Y ese instante: la puerta traspasada
que se cierra apresando,
y el peligro contiguo y el abrazo inminente
pues la luz ha prendido por sorpresa la estancia
y una ajena presencia, radiante entre las joyas,
devuelven las vitrinas.
Y quizás la belleza sea sólo desconcierto.
Y la larga experiencia -femineidad rapaz
del ojo- ha descifrado en cierta boca triste
o impaciente ademán, o en traslúcida cera
de una carne vencida, al tasador más alto.
Lentos dedos resbalan, por la cadena, un dije,
del escote el confín, yerta gota cayendo,
amenazando al torso que se ahueca.
Y la música ardiendo, estallando,
araña es de cristal, o una bengala;
el limón sobre un vaso teñido de violeta,
vigilante; y el blanco pantalón,
que en medio de la noche resplandece,
arrogante y magnífico como un corcel de Uccello,
hasta la madrugada perseveran.
Dulce corazón mío de súbito asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Hoy el mar está solo,
como un enemigo insistente,
se acerca y chupa la arena,
malvadamente.
Como un ave de presa
las mojadas olas vigilan
los bordes metálicos de
un mar desconocido.
Protegiendo su profundidad,
extendiéndose su oscuridad,
como una amenaza,
sobre la arena
en forma
de un viento invisible.
Tráeme rosas robadas de algún jardín, cualquiera,
pero que sean robadas.
Me gusta lo furtivo, lo oculto, lo callado.
Dicen que hay en la luna un rostro que no vemos.
Tráeme de allí las rosas,
allí crecen sin miedo.
Es suyo el infinito.
Frutos redondos, dulces, doloridos,
caen al huerto que habitan las futuras palomas,
los enebros de mayo.
Frutos redondos que invitan al deleite.
Sal a cogerlos y bebe su lisura.
Reconoce el sabor que nos separa.
Subió a los infiernos y está sentada
a la diestra de sí misma
tiene en la mano empuñada
una pluma
y no sonríe ni espera la resurrección de un muerto.
Antes de escribir el poema,
con el lápiz en la mano
y el silencio hecho palabra,
me pregunto a quién demonios
interesa si este mar
ya no es azul ni si mi vida
de hoy es la que antes era.
Tu mano recoge de mi piel el tiempo,
incansable borra todo viejo amor
y regresa de la caricia como una alondra
que se debate en lo oscuro
sin encontrar la luz de la mañana
Después, serena mi cabello
en algún odio enmarañado
y llama a esa niña que enciende sus ojos
con tu boca y reza silencios
cuando los labios se acercan a tu nombre.
Me gusta verte desde lejos
acecharte discretamente
provocarte
Reinventar cada encuentro
adivinarte
Sigilosa encenderte
disfrutar el placer
de enamorarte
y como leona
echada
verte llegar
a mí
muy lentamente
Tan sólo somos las mujeres;
Santas madres vírgenes
dulces comprensivas,
viscerales emocionales
brujas neuróticas histéricas
sensibileras ingenuas liberales
o putas.
Según el diccionario
de la Real Academia
de los Machos.
Pero, de humanidad
¿Qué saben los castrados?
Mañana. Dormir. Despertar.
La calle, las puertas. Unos peldaños.
Otra puerta más. Y tú.
A contraluz. Mañana.
Telefonear. Quería telefonear,
escuchar al otro lado su voz
quedamente desgranar las palabras,
un faro frente a un mar
inseguro, descubrir
en su tono una rada,
refugio contra la inquietud
o el abandono.
Mas, ¿cómo tomar el teléfono, blandirlo
ante sí mismo sin dejar
inerme en el aire
todo, definitivamente todo,
el oro vivo del día?
Carnales tras las últimas casas, ebrias
a las tres en un bar, errantes
en la marcha de un tren.
Quizá alguien busque un petirrojo
en la enramada, huellas en el barro,
lugares más allá de la distancia.
Alguien con otra forma de mirar,
otro fondo de escena y la misma sospecha
de estar equivocado mientras la noche
cae y se enciende una luz
dejándonos indeciblemente solos.
¿Quieres sondear la noche de mi espíritu?
Allá en el fondo oscuro de mi alma
hay un lugar donde jamás penetra
la clara luz del sol de la esperanza.
¡Pero no me preguntes lo que duerme
bajo el sudario de la sombra muda…;
detente allí junto al abismo y llora
como se llora al borde de las tumbas!
Llovía largamente por todos los rincones.
Gotas dulces llovían por su espalda,
miel de venas azules el cabello,
arco ciego del mar.
Nalga rosa perdida,
húmeda luz, la clara
porosidad de nieve de sus pómulos.
Arroyos, mar, cascadas inundando
los brazos y las cuevas,
golondrina en el borde su mirada.
Esta tarde en el campo piafaban las bestias.
Y yo me quedé quieta, porque padre
roncaba como cuando,
zagal, dormíamos en la era.
Me tiró sobre el pasto
de un golpe, sin palabras. Y aunque hubiera podido
a sus brazos mi fuerza,
no quise retirarlo, porque padre
era padre: él sabría qué hiciera.
Una nostalgia de islas yo tenía:
prisionera del mar
Venecia retenía mi niñez: sus canales
recordaban mis rizos
y rezos solitarios.
Toscana me esperaba
y como siempre ocurre
la vocación de amor tendió los puentes.
Y hoy aquí en la Florida me confirma
el prisionero mar:
a quien vive en Florencia con amor
le sobra isla.
Yo sólo soy el punto de partida:
el bizantino vuelo
hundido en soledades
o rescatado en beso.
El más leve matiz de una discordia
entre el agua y las islas
me sería fatal
de no existir Florencia y sus almohadas
de magnolias y mármoles.
El sueño es como el amor
un centro sin confines circulares
carente de hemisferios:
un pez inesperado en cuya boca
se esfuman las ideas:
un pez ensimismado en cuyos ojos
se resuelve el océano
Me dijo un ángel hoy:
Filo de Alejandría hace tres siglos
vio a un radiante extranjero misterioso:
sin conocerte supo que eras Tú.
Y se fugó después de regalarle
a mi Madre un ramo de cañas
y una suntuosa rama de palmera.
Quien dé nido a mi voz
sabrá de los exilios que conlleva
la lealtad sin cese a la Justicia
y la Belleza: en mí son la Verdad.
Quien a mi luz de nido,
ande peregrino por el tiempo,
las ideas, el mundo, sus pasiones,
santuario encontrará siempre en mi Amor.
Un adobe de paja y limo fue mi cuna:
perfil de semicírculo que apunta
a la ciudad donde mi Padre
alumbra cuanto piensa.
¿Sabrán un día interpretar los hombres
los signos de mi estancia en este mundo?
Asnos rojizos, asnos grises
-entretanto- y cocodrilos verdes
pisotearán los lirios
y las flores del loto por milenios.
Hay una voz en mí siempre cantando
en silencio quien soy fuera del tiempo.
Habré de regresar a mi país
aunque soy ciudadano de otro reino
no valorado allí ni en otras tierras.
Fuera del tiempo va quien soy cantando:
hay una voz en mí siempre en silencio.
Para que viva y dé mi vida al mundo
mi Madre y su custodio están de exilio.
¿Y no estoy yo también como escondido
de aquel fulgor natal?
Dice mi Madre que a menudo extraña
su pueblo y las palabras de su gente.
Llena tu vida de primeras veces:
sólo el único amor no agota los aromas
sólo la antigua sombra se deshoja de luz.
Y así un día cualquiera te llegará la muerte:
otra primera vez.
Y tómate tu tiempo por las islas
Ulises que te mides con las olas:
haz escalas imponderables
alquílate a las albas mercenarias
bebe filtros de olvido
Ítaca por fin no tiene alas
nuestro lecho resume hondas raíces
y estoy hecha a medida de tu sueño:
pastora de los vientos
terror de pretendientes
doctorada en esperas y matices
viajo sin un desmayo la tela de los dioses
y aún me sobra tiempo para zurcir
crepúsculos
No crean que te espero
porque sé que vendrás a alzar tu casa
de las aguas hambrientas
o de los pretendientes
Te espero porque estás:
nunca te has ido a los asuntos vanos
(las paredes te conocen la voz
en las estancias más calladas)
y todas las pisadas se someten
al ritmo de tus pasos
y hasta la soledad toma tu rostro
al borde de mi almohada
Desde cuando mi Cidello viene,
como un rayo de sol sale,
¡oh, qué buenas albricias!
en Guadalajara.
Cómo me dueles, mujer de nylon y escaparate,
de belleza en siete días,
y norte deshabitado,
mujer colonizada y rota,
sin huella de alas sobre el tiempo,
cómo maldigo esa tela de araña
que decidió tus puntos cardinales.
Amor mío,
amor mío,
el tiempo de Al Capone
ya ha llegado,
es otoño y martes,
y cotiza en bolsa el miedo.
Cuando la lluvia se ha ido
he salido descalza al exterior,
el olor a tierra mojada era tan intenso….
parecía que toda la montaña
latía con fuerza dentro de mi estómago.
He sentido entonces mi silencio emocionado
como un manzano mecido por la brisa.