Cuando toda la casa se derrumba

I

ocurre
a veces que sentado
a mi propia mesa mientras alzo
la copa más amarga por vosotros
llegáis abrís de golpe os atrevéis
a invadir mi casa sus cimientos
la puerta que da al sol lo que he guardado
en el cuarto trastero con sigilo
para hablar de lo mucho que nos duele
subir por la palabra hasta el asombro
al encuentro a la verdad a las alturas
y dejarse caer sobre la vida

II

sucede
con frecuencia que la noche
nos sorprende con un pan entre las manos
y lloramos la muerte de un amigo
su entera dimensión lo que solía
entregarnos a cambio de un abrazo
de una estrella capturada por la espalda
cuando piedra sobre piedra fuimos nube
sorpresa compartida aire preciso
cuando un dios a nuestro paso declinaba
su oscura fiereza y nos sabía
más cercanos que nunca a sus dominios

III

acontece
en fin que nos miramos
al fondo de los ojos y hay un hombre
que regresa hasta nosotros que maldice
el pan sobre la mesa la palabra
que nadie ha pronunciado todavía
y es entonces sabedlo sólo entonces
cuando toda la casa se derrumba
por mucho que gritemos o amanezca

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El ahorcado

Aun muerto sin embargo
el brillo de sus ojos,
decían, revelaba
una incurable soledad
Alfonso Costafreda

Cayó
como del aire la sentencia
y al ahorcado, entretanto, le brotaban
innumerables flores, innumerables
auroras boreales por el cuerpo.

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El hombre, la palabra y el recuerdo

He aquí
el hombre que acontece
cotidiano como el pan o como el aire
alfarero de la luz, el que renace
de su propia simiente hasta la eterna
condición de la palabra.
El hombre
vertebrado de esperanza
que encuentra de repente entre las manos
auroras boreales, la evidencia
primera de las cosas y, alargando
la verdad que le cabe en la estatura,
derrumba las murallas del silencio
con su sola presencia, con el grito
que restalla empecinado por el pecho.

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El viejo Clochard

…innumerables cuerpos
hermanados
por una herida fresca en todo el pecho
Virgilio Garsaball

Grenoble
era entonces la ciudad de los suicidas,
pero nunca se supo,
nadie dijo
por qué extraña razón de parentesco
los perros ladraban a la luna
y el viejo clochard
¡tan torpemente!

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Posdata para prevenir la noche

De una carta sin fecha a César Vallejo

Olvidaba decirte que madre sigue repartiendo cada tarde, en la sala de arriba, aquellas hostias de tiempo con que pretendíamos saciar el hambre de los siglos y aliviar la resaca de todo lo sufrido. Tú ya sabes: los noes, los síes, los todavías pronunciados al borde de la duda; el labio difunto -aquel que quiso y no pudo crucificarse en el madero curvado del beso-, la pupila incapaz de ver más allá de la luz impuesta, el mentón en retirada, la palmada sin hombro, el tímpano sin eco, la lágrima indefensa, la muela del olvido, las férulas que suenan… Y es entonces cuando madre -tahona estuosa, tierna dulcera de amor, muerta inmortal-, con su inacabable pan entre las manos, pregunta por ti, por Miguel, por las dos hermanas últimas, por el mendigo que canta, por la enfermera que llora, por el sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillas, por el que no tiene cumpleaños, por el que lleva zapato roto bajo la lluvia, por el que ni siquiera recuerda su niñez, por todos, en fin, los que un día se fueron sin saber para quién era la amargura… Y todos, has de saber, acuden en una sola boca, en un solo diente, en un único alveolo para hacer del hambre eucaristía y ayudarnos a pasar aquella migaja que tan inexplicablemente se nos ató al cuello cuando creíamos ser dueños exclusivos del dolor.

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Quevedo

¡Ah del convento! ¿Nadie me responde?

Busco a un hombre
que un día llegó aquí
sin otra causa, al parecer,
que haberle dado nombre a su dolor
y no callar por más que con el dedo
el peso del silencio le impusieran.

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Tercer gesto

A Araceli, desde la vida

Siento
tus raíces en el pecho, una evidencia
muy honda de que existes, la innegable
verdad con que me habitas
a la par que te tengo tan distante.
Tus raíces
en el pecho, acaso tronco, y en la piel
imborrable el tatuaje de aquel viento
que trajiste de tu mano a mis adiles
en el tiempo más yermo de tu tacto.

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Aun, si me fueras fiel

Aun, si me fueras fiel,
me quedas tú en el mundo, sombra amada.
Muere el amor, mas queda su perfume.
Voló el amor mentido,
más tú me lo recuerdas sin cesar…
La veo día y noche.
En mi espíritu alumbra
el encanto inefable
de su mirada de secretos llena.

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Vivir

Lleva el placer al dolor
y el dolor lleva al placer;
¡vivir no es más que correr
eternamente alrededor
de la esfinge del amor!

Esfinge de forma rara
que no deja ver la cara…;
mas yo la he visto en secreto,
y es la esfinge un esqueleto
y el amor en muerte para.

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Himno (A la luz I)

Oh la hermosura de la luz,
que habla
sin palabras, y toca
sin llegarse, y nos sabe
aromar sin ser jara ni de rosa
forma o tinta mostrar. Oh la frescura
de la luz, río ancho,
lago profundo, alta
cascada, arroyo armónico
de sombra y de trinos
de hojas verdes
y alguna que se cae
marchita.

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Hambres (A la luz III)

Los inmortales toman su sustancia
de tus cavernas infinitas, de
tus abismos que se hunden
como sube la hiedra por el tronco,
por el aire
baja el relámpago, ilumina
y retorna a su flor;
como el día se extiende
en sus estancias sin puertas ni cúpulas
que cierran todas las salidas
y entrecruzan sus dobles linternas,
de ti la obtienen.

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Sobre la nada

La nada: ese inmenso cajón, alacena o lago del que Dios ha exiliado a todas las cosas; bosque en el que se escucha el balido de todos los pájaros habidos y por no haber.

Desgraciado de aquel que no tiene su nada, habrá de conformarse con lo que le den los demás, sacando de sus bolsillos o de sus terribles armarios; vivirá como nuncio, como vicario, como ministro, pero jamás con soberanía, porque no tendrá nada.

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Cercano a lo que importa (II)

El cielo de la tarde aún es un incendio, una piedra quemada que lentamente envejece. El aire es limpio y bajo como un nuevo placer que tú desconocías. Se alboroza el silencio. Melodía de alas entre las hojas vivas. Escondido en la tela, te sobrecoge un pájaro, un pájaro imposible, negado para el vuelo, un deseo ilusorio enredado entre las ramas, enmarañado en el paisaje; un pájaro atrapado al que le niegan el poder de ascender, el de ausentarse…

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Siquiera este refugio (I)

Construida la casa, qué queda sino aguardar ante su puerta un efecto de luz, una voz que desde dentro te llame y cubra, como un presentimiento, la honda distancia que separa tu nombre de otros nombres.

La casa sola, geometría del aire, describe la razón de la escritura, la herida intacta del silencio.

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Siquiera este refugio (II)

El cuerpo se acomoda a la secreta lascivia de las cosas, a su pobreza más íntima. Su morada es lugar de nacimiento, fulgor del día, voz inicial que se entreabre al sol de la mañana. La casa fue siempre el encuentro de la tierra y el agua, un fruto que germina con la luz y como el árbol se yergue vertical, insobornable.

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Siquiera este refugio (IV)

Hoy, habitada la casa, descubres el asombro que la manden firme, en pie. Y aunque no lo recuerdes, unos ojos dormido ocupan sus salas, unos ojos dormidos en mitad de la noche como la huella imprecisa de la luz de un relámpago, como un gesto fiel que sólo sabe de ti por su silencio y que reclama una nueva lectura o que quizás tan sólo espera ser escrito para ser de otro modo finalmente.

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Siquiera este refugio (VI)

Hay un camino fugaz en cada página, una palabra inaugural, un acorde medido, casi inaudible, que subraya el ritmo de los días y se adentra en ti y te sostiene. Y hay otras palabras -escribió Cesariny- que nos suben ilegibles a la boca, palabras imposibles de escribir, palabras maternales, soledad deshecha.

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Dos homenajes a Blas de Otero

I

Resuena en tus palabras
un difuso clamor de verdades oscuras,
cuando me las encuentro.
Rompen
en mi memoria, siempre
sonoras, firmes, claras,
como las olas de un mar poderoso
que sumerge y levanta,
sin devolver ni arrebatar nunca del todo,
una realidad turbia y mutilada:
el tiempo, el tiempo ido.

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Adoro las ciudades

Adoro las ciudades que son viejas
ciudades de provincia
y los puentes de piedra y los de hierro
y los puentes en ruinas,
viejos puentes de piedras solitarios
invadidos de ortigas.

Pero también me cansan esas viejas
ciudades de provincia
y todo lo que un puente sobre un río
oscuro simboliza.

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La carta

He encontrado la casa
donde te llevaré a vivir. Es grande,
como las casas viejas. Tiene altos
los techos y en el suelo,
de tarima de enebro, duerme siempre
un rumor de hojas secas
que los pasos avivan. A los ocres
de las paredes nada ya parece
retenerles aquí.

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La casa de la vida

Mi corazón es una vieja casa.
Tiene un jardín y en el jardín un pozo
y túneles de yedra y hojarasca.
En esa casa a la que tiran piedras
los niños cuando pasan al volver de la escuela,
después de haber robado de su huerta
magro botín de unas manzanas agrias.

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La vida fácil

Qué fácil es vagar los días grises,
creer que nuestra vida
rebosa de la vida de otros.
Incluso suponer que nosotros seremos
el alto mundo lleno
que vivirán mañana los que vengan.
A tal extremo incita un buque, un árbol,
Alguien que oigamos al piano
a esas perspectivas de un paseo
con gentes que también van suponiendo.

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Nada

Te imagino, lector, dentro de muchos años
leyendo estas palabras. En tu mesa
una luz de bujía y una rosa
anunciarán el sueño, un cuerpo, nada.
Es inútil que busques. En la ceniza hay brasas
que podrías tener entre las manos
sin quemarte.

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Preferencias

Ni las cumbres sublimes ni los ríos
que no han sido ensuciados por los hombres;
ni los palacios ni las blancas ruinas
de los templos antiguos, ni los dioses
de mármol o bronce, iguales todos,
ni la alada victoria ni un bugatti,
y menos aún la música y el baile,
con sus amanerados sacerdotes:
ninguna de esas cosas y de otras
tan admiradas por los más sensibles
y que tienen que ver con el buen gusto
me proporciona una emoción profunda.

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Reencuentro con el otoño

En esta vieja casa; en los olivos viejos;
en la noche templada con la hierba que baja
pisando el blando musgo con un olor a paja
mojada; en el silencio que se oye a lo lejos,

tan terco su latido como pulso de vena,
de ansiedad y de sueño; en el sordo zumbido
de la mosca postrera; en el oscuro nido
que vació el olvido; en la hierba que estrena

su corpiño más verde; en el fuego discreto
que esparce por la estancia recuerdos inefables;
en todos los sonidos sombríos y admirables
donde se cifra un símbolo y se cela un secreto;

en todo lo que, muerto, cobra de nuevo la vida;
en las viejas palabras gastadas como tramos
de la secreta escala y en los fúnebres ramos
de este octubre en Las Viñas; en la llama encendida

y en la suma de cosas que vuelven cada año
sin variación a hacer otoños de la nada;
en la repetición y en la costumbre amada
se descubre el temblor del más hondo y extraño

sentimiento del alma: el tiempo nos devuelve
a un lugar sólo nuestro, sin ayer, sin futuro,
donde por un instante el hombre se hace puro
y acepta la verdad de todo lo que vuelve.

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Retrato de mi padre

La foto fue tomada en un estudio
pueblerino y de feria. El decorado
es de escayola y él está de lado,
arrogante y feliz. Fue su preludio.

Luego herido en Teruel. Duras batallas
si dura fue la guerra. Aún en los ojos
lleva un botín de miedo y de despojos
que guarda en una caja de medallas.

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Soneto

Ahora es Noviembre. Un mes tranquilo. Llueve.
Acaso sea para mí la vida
este solo llover y esta dormida
parte del mundo eternamente leve.

Las sombras del camino que se aleja,
la iglesia y el zarzal, las telarañas
y este pensar en ínsulas extrañas
tan sólo para libar, como la abeja.

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Una ventana al mundo

Para mi hotel de noche un cielo sube
del estuario lentamente. Arde
un tremedal de estrellas y esta plaza
solitaria se queda y en silencio.
Sin las luces insomnes del tranvía,
sin su fruto amarillo y sin su estruendo
se adormecen las empinadas calles,
se vacían de niños, y las tiendas
y las botillerías van cerrando.

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