QUE SEA PARA BIEN

Ya no puedo dudar… Diste muerte a mi cándida
niñez, toda olorosa a sacristía, y también
diste muerte al liviano chacal de mi cartuja.
Que sea para bien…

Ya no puedo dudar… Consumaste el prodigio
de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara
con un licor de uvas… Y yo bebo
el licor que tu mano me depara.

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EL PASAJERO

¡Tengo rota la vida! En el combate
de tantos años ya mi aliento cede,
y al orgulloso pensamiento abate
la idea de la muerte, que lo obsede.

Quisiera entrar en mí, vivir conmigo,
poder hacer la cruz sobre mi frente,
y sin saber de amigo ni enemigo,
apartado, vivir devotamente.

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GARROTE VIL

¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! Canta el martillo,
el garrote alzando están,
canta en el campo un cuclillo,
y las estrellas se van
al compás del estribillo
con que repica el martillo:
¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!
El patíbulo destaca
trágico, nocturno y gris,
la ronda de la petaca
sigue a la ronda de anís,
pica tabaco la faca
y el patíbulo destaca
sobre el alba flor de lis.

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KARMA

Quiero una casa edificar
como el sentido de mi vida.
Quiero en piedra mi alma dejar
erigida.

Quiero labrar mi eremitorio
en medio de un huerto latino,
latín horaciano y grimorio
bizantino.

Quiero mi honesta varonía
transmitir al hijo y al nieto,
renovar en la vara mía
el respeto.

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La paz del sendero

Con sayal de amarguras, de la vida romero,
topé, tras luenga andanza, con la paz de un sendero.
Fenecía del día el resplandor postrero.
En la cima de un álamo sollozaba un jilguero.

No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba.

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No llegamos más adentro

No llegamos más adentro
de la piel inaugurada por el miedo.
Traiciona el corazón, lo que tragamos
y nos sirve de puente en la riada.
Indigesta el viejo afán de pureza,
inútil el cincel en el desbaste.
La otra cara del hambre nos enfanga,
la mariposa enferma crecida en la manzana,
su vuelo raso en la carne mordida, y ese polvillo
de sus alas entre los dedos siempre
condenados al roce.

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Nueve rayas de tiza V

Cuando en el siglo nueve
Un poeta en Calcidia
Escribió en las paredes de la cárcel
La palabra libertad
Recordé aquella mañana
En que estábamos solos, mirándonos, y el viento
Daba mucho más lejos

Allá donde las olas
En las suaves colinas de Síbaris.

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El primer hombre

El primer hombre
Que comparó a una mujer
Con una flor
Era un genio.
El segundo
Era un novísimo.

El tercer hombre
Descifró la batalla:
Los heridos se llamaban carabineros
Pues eran pobres.
Los hirientes se llamaban estudiantes
Pues eran delfines.

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En favor de manes

Ay de ti, prepoeta,
Que no te flaqueciste en hinchazar
Débil legado de revelaciones.

Esa así tu condena:
Esnifar sin ya tregua
Polen cáreo
De los idilios idos de agosto,
La tela de hedor
De las pecinas fáciles,
Celada agua de desolación.

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Naturaleza muerta

Sobre coágulos de mármol las hilachas rojizas
Cuando el azúcar se desprende y muere

Al fondo de la taza de café de verano.

La cuchara de plata
El cigarrillo rubio
Yéndose lentamente
Azulada pavesa
Entre cenizas ralas y círculos de sopor
Yéndose.

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La palabra mÁs exacta

El rayo inclinado se posa en la palabra más exacta
Y de ella bebe y liba y evapora.
De espaldas a la luz de la ventana
Observo complaciente
La jerigonza lasciva de este rayo lenguaraz.

Caballo de buena boca
Secuestró de mi poema la palabra más exacta
Dejándolo desamparado
A la intemperie de los escalpelos.

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En privado

Hace ya tiempo
Que no escribo poemas.

Antes me gustaba
Tener la cuartilla delante de los ojos
Y mirar el atardecer.

Ahora
Se me llena por las noches la cabeza de ruido
Un ruido raro
Y veo palabras infinidad libélulas
Desaparecen revoloteando hasta perderse

Y me pierdo yo
Y caigo sin respiración en el anfiteatro de la noche

Y despierto
Con los músculos agarrotados.

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