Ya no puedo dudar… Diste muerte a mi cándida
niñez, toda olorosa a sacristía, y también
diste muerte al liviano chacal de mi cartuja.
Que sea para bien…
Ya no puedo dudar… Consumaste el prodigio
de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara
con un licor de uvas… Y yo bebo
el licor que tu mano me depara.