Toda la Historia cabe en un vaso de agua.
Y todo el agua vuela en el ala de estío
De un gavilán soñado.
Esparaván de sol, tu lanzallamas verde
Ni de lejos otea
El silencio del rostro del mundo.
Toda la Historia cabe en un vaso de agua.
Y todo el agua vuela en el ala de estío
De un gavilán soñado.
Esparaván de sol, tu lanzallamas verde
Ni de lejos otea
El silencio del rostro del mundo.
POR EL OJO de lluvia
Vuelan dos faisanes.
Velo de viento
El sepulcro vacío.
Por el ojo de lluvia
Van acordeones.
Unísono vaso
Ocaso de yedra.
¿Por qué escribir cuando regalan tanto?
Fueran los labios tanta lira sorda,
El ojo marabú, la plata gata.
Le llamaban Claraboya.
El suelo do nació
Está partido en dos:
Rioseco y Tapia.
De veinte años
Saliera de su Ser.
A los cuarenta
Cocía de mañana los hexámetros ácidos
De la ferralla de lunas de la pastora Eiffel.
La máquina del tiempo se enrosca la pelambre
Y rosicler desata eneidas por un tubo.
Es la era del cubo.
Qué más verso becar en milenio de estambre
Hace milenios
Me enseñaron a escribir.
Y hace una hora
Aprendí a borrar.
Proletarios del cénit,
Leve lid el fonema.
Ya no está el Maestro.
Impostaba la voz con el guante de guata.
Los discípulos ya no están.
Mojaban un dedo en la dirección del viento.
Limpia mañana que se escribe sola,
Mozalbo marzo como tan campante,
La acequia fria que escabulle el mirlo.
Tal de contraste el ir del cercanías
Do esposas progres tersamente leen
La prensa oblicua de la madrugada.
Hesperia toda fue croar de jueces,
¡Oh barriguillas de las juececillas1
Uña de angustia en el diafragma cero.
Suena vieja música de esparto
En las estancias negras, en el ojo gris.
Viejo polvo de muerte baja
Sobre los hombros a las piernas óseas.
Cera del candelabro se alza
En metralla de lenguas de sangre.
Surca el techo una punta de lava
Dilapidándose en dos, allá y acá.
Lluvia de acero taladra la noche de chapas.
Gotas de plasma resbalan el quirófano de cristal.
Olor a cadáver esponja los vastos pasillos.
Linternas sangradas velan bisturíes.
Batas de nieve enarbolan estrictas agujas,
Clavan en los muslos la fláccida calma.
…Hoang:
Escucha…
¿En qué otro mundo de cerezas raras
oí tu voz? ¿En qué planeta lento
de bronces y de nieve, vi tus ojos
hace un millón de siglos? ¿Dónde estabas?
Fuiste agua hace mil años.
Yo era raíz de rosa, y me regabas…
Fuiste campana de Pagoda, yo era
nervio del ojo que miró a tu bronce.
Alferéz del navío, cuya vaca
es la ballena; y por reloj la brújula.
La palmera encendida en papagayos
y el negro azul; cañaveral de azúcar.
Marino del Caribe o Filipinas
que cruza suaves playas de criollas
con faldas rojas y pañuelos blancos.
Los tanques rusos, nieves de Siberia,
sobre estos nobles campos españoles,
¿qué puede la amapola contra fría grasa?
¿qué el álamo del río a su furor opone?
Teníamos aún bueyes y arado de madera,
Castilla no es científica; no surge en sus terrones
la fábrica, su arcilla produce como Atenas
teogonías y olivos, batallas, reyes, dioses…
Para ganar a España, hay decir, cual Cristo,
«Mi reino no es de este mundo»; no levantar las hoces
ni prometer al cuerpo paraísos terrenales.
No llores, Abedelazis;
no llores, que vas a España.
Que el fusil te lo da Franco
y en el fusil su palabra;
está el jardín del Profeta
al otro lado del agua.
–Ya están girando las hélices
ya en el avión te embarcas,
ya vuela sobre las nubes
la flor morena de Africa.
Una linea de tierra nos separa.
Pero estamos tan lejos…
Para llegar hasta vosotros, trenes,
rutas extrañas, playas extranjeras,
y sin embargo, hermanos enemigos
¡que cerca nuestra sangre!, que aclararon
las mismas frutas, que encendieron, roja,
primaveras y labios parecidos.
Y cambiastes la rosa por las algas amargas,
la muchacha terrestre, por la fría sirena
y has cruzado, volando, el jardín de los buzos.
Donde el pez, de ojo inmóvil ve brotar la tormenta.
¿Dónde vas por la noche peligrosa del fondo,
tripulante de un barco sumergido y sin fuerzas?
¿Qué puede vencer, dime, la distancia entre el sueño
y las islas blanquísimas?
El mastín de la noche dormirá entre jazmines.
Mástil mitad del sol y mitad de la luna.
Caen fardos de estrellas
en las barcas.
Aquel que anduvo sobre el agua
y murió tan abierto
cuelga como una lamparilla en el rincón de los murmullos.
Abolida la estrella al final de la aurora de falda forestal,
abro al viento mi mano con huella de crisálida
y digo la palabra más dulce de mi tiempo, la gran Sílaba
que prolonga el rumor del olivo solar
y brilla en el coral de los ojos de la paloma.
Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue; por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.
para la galería imaginaria
Que el verso sea como una ganzúa
Para entrar a robar de noche
Al diccionario a la luz
De una linterna
sorda como
Tapia
Muro de los Lamentos
Lamidos
Paredes de Oído!
en el cielo crecido de fulgor. agrio de noches que
comí. recordé la vez que mamá me sacó como pedazo
arrancado de su carne. recordé un día esa noche que no
podía salir de su carne magullada. sucia como casa que
no alquiló nunca la alegría.
Los pensionistas hablan de trombosis
en los autobuses
o aguardan el final
en los bancos de los parques públicos
entre mierda de palomas y jeringas
ensangrentadas,
o me paran en la calle
ante escaparates llenos de electrodomésticos
para preguntarme la hora
e interesarse por la raza de mi perro.
Salgo del trabajo. Los huesos, el cuerpo entero
dulcemente dolorido, como -a veces-
después de un polvo de los buenos.
La luna, sajada en dos pedazos, me recuerda
el ojo ese famoso de Buñuel,
asomada un tanto tenebrosamente
por encima de los árboles.
the imposibility of being human…
Ch. Bukowski
Releyendo
10 años después
El árbol de la ciencia
Me pregunto
-entre otras cosas
porque no lo sé-
si este magistral desharrapado
conoció a ese otro
Doctor de los Infiernos
que fue Céline.
Tú sí
tú no
tú sí
tú no
tú sí
tú no
tú sí
tú no
tú sí
tú no…
y en cuanto a ti
no sé
mejor será
que espere
a ver
qué dice
la competencia,
no vaya a ser
que a estas alturas
me coma
algún marrón.
Me asomo a la terraza.
Una mujer se arregla el pelo
delante de un espejo
en el edificio de enfrente
de mi casa.
Estaba leyendo
a Dostoyewski. Cierro el libro,
lo dejo encima de la mesa,
me siento y abro
otra cerveza.
Me llama. Está
borracho. Un poco
borracho; la lengua
le patina, y me imagino
su babosa, su estúpida sonrisa.
Quiere a toda costa conseguir
un gramo, medio gramo,
lo que haya.
Está en la casa
de una chica a la que dije:
«No sé muy bien cuándo será.
No puedo leer un solo libro.
Una sola página.
Un solo párrafo.
Ni una línea.
No puedo escribir,
ni coger el teléfono,
ni encender un cigarrillo,
ni extender las piernas,
ni levantarme
siquiera
de esta silla.