¿Quién teme a la rabia del desvelo?
Esta mañana el riñón tendió la red esperada.
No fui capaz de levantar el rostro para contestar.
¡Ah, viejo y roto riñón!
¡Cuánta porquería he tragado sin resultar santo!
¡Cuánta paz alborotada para morir fumando auroras!
Poemas salvadoreños
a Silvia Krystel
Tufo a vida eterna tiene la amante del Príncipe,
olor a cuello después de la entrega.
No hay métrica para decir sus caderas trabajadas en jade.
El sudor del corazón vibra y huye.
Música barroca entra a su pelo,
querubines entonan lenguas muertas en su soñado ombligo.
Dame de esas ánforas que relincho.
¡Cuántos siglos esperé para succionarlas y ser vuelo,
navegar por el celo que soñé!
Que lo sepa el pavorreal,
que lo sepa el charco de sol.
Limones del más puro brillo al conocerte,
ahora magnéticas piedras lunares.
A todos los niños del mundo
Estoy frente a la vida y frente a tí.
Se te ha dicho que algún día vamos a morir,
pero en realidad
así como la crisálida se convierte en mariposa
el alma se libera del cuerpo material
para seguir aprendiendo en su camino de luz.
Es que hay algo mágico en las palabras.
Se me antojan redondas y suaves
equivalentes al vuelo de los sueños
cadencias voluptuosas
-como las olas del mar-
Las palabras me son cual gaviotas
deslizándose lentas
sobre mi rumor de inmensidad.
Escritos cualquier día
entre 1980 a 1984
¡Un día más!
¡Déjame, Señor, vivir los suficientes
para tenerlos de nuevo conmigo!
El corazón duele mucho más
de lo que el poeta puede decir.
El corazón es una congoja constante
y la ansiedad del regreso
es una golondrina tímida
asustada
por la inmensidad de las ciudades
de los mares y desiertos.
Estoy cansada.
Cansada de caminar
de buscar y buscar
la sonrisa de mis hijos
sus grandes ojos tiernos y dulces.
Quiero escuchar su voz diciendo
‘mamy, te queremos’.
Quiero sentir sus besos
sus caricias en mi cabello.
El camino se ha detenido.
El frío se cuela penetrante en mi alma.
¿Soledad? Sí, siempre
estuvo allí. Indecibles
las palabras se quedan estáticas
mudas ante mí.
El silencio abrumante
es cristal opaco que se quiebra
en las horas de café, cigarrillos
notas cuadrando en mi horario.
Marzo 12, 1982
¡Amo esta quietud!
Amo este momento que puedo llamar mío.
Este silencio que musita dulces misterios a mi alma.
Contemplo la distancia de los astros
sabiendo que soy parte de este vasto Universo
y la dicha de comprender mi existencia
es realidad y testimonio de mi verdad interna.
Cuando me duelen mis hondas raíces
cuando el grito de la tierra
abierta en surcos multitudinarios
me llama a voces calladas.
Cuando la huella de las carretas
y el susurro de la milpa
el temblor de los guarumos
del cacao en flor
y el crepitar del río y la cascada
son un torrente de lamento indígena
sobre mi estirpe Pipil y Maya
sobre mi color canela
y mi pelo de negro acento.
No sé si llego o si regreso.
No sé si me esperabas o si me buscabas.
No pregunto. Tampoco respondo.
Te traje a mi dimensión de arrecife y coral
porque tu barca atisbaba mi horizonte.
Navegaste con hábil precisión
entre mis acantilados
desafiando mis olas embravecidas
y el compás y la brújula
te fueron inútiles para conocer
el rumbo de mi viento.
Hoja del árbol desprendida.
Cuerda solitaria
suelta de la guitarra del tiempo.
Mis raices enredadas en el vacío
tienen la curvatura de la distancia.
Viajo por los albores del día
como un tintineo campirano
con presunciones de catedral.
Y vamos de nuevo
por la senda inútil del desamparo
por el pedregal de los recuerdos
con los ojos engarzados
en soledades que se agrietan.
Y los barriletes de colores
siguen columpiándose allá arriba, arriba
mientras destrenzo mañanares
con caminos inventados
de ciudades rojas y lechos de musgo.
Verano de 1982
¿Alguien sabe lo que es el dolor de distancia?
Se prolonga sin tiempo ni medida.
Es sentirse de pronto al centro de la ‘Nada’.
De una circunferencia vacía de todo.
Desconocer el rumbo cierto y no saber
si estamos dormidos o despiertos.
Hay un sueño mío que se me está yendo
de las manos como gaviotas en el océano.
Hay un adiós que remonta las montañas
de tu mundo desvanecido en neblinas
pintando el paisaje de una soledad inhabitada
de una soledad que se quedó huésped permanente
de mis patios y balcones
de mis fuentes y grutas.
Presente, vivo ¡Ahora!
Rodar, volar
y…llorar.
Todo junto
al lado
de golpe
bajo azul y verde
volver…¡Volar!
Buscarte, enredarte
quedarme quieta junto a ti
tórtola, golondrina
madeja desmadejada
dispersada en pedazos.
Quereres, amores y amaneceres.
La casa donde crecí en Sonsonate.
Y al volver la vista
el regalo se vislumbra, se toca
en su verticalidad palpitante, intraducible.
¡Ah, la luz entre los pliegues de la sombra!
Torneces dentro de la rigidez
de estas líneas deterioradas
abruptas y filosas
cortando el antiguo placer
de los espacios abiertos
de las ventanas cuadrangulares
perdidas en su propia existencia.
El aire se alistó de marinero
con boina de muchacho vagabundo,
un barco lo condujo por el mundo
soplándole el blancor de su velero.
El aire se cansó de aventurero
y quiso conocer el mar fecundo,
un buzo le enseño de lo profundo
corales encendidos al viajero.
¡El barrilete malva entre tus dedos
las flores del guayabo
la sinfonía oscura de aquel viento
y octubre era de ensalmos…!
Fuimos a la montaña… ¿Lo recuerdas?
¡Viejo Lobo del Bosque!
Y conjuraste rudas y tabacos
Y aullaste cual coyote…
Me enseñaste el misterio de las yerbas
Viejo Lobo del Bosque…
Y me anudaste aquel pañuelo rojo
Viejo Lobo del Bosque…
Tus gritos alertaron a las cabras
Viejo Lobo del Bosque…
Tu olfato abrió el vellón de las conejas
Viejo Lobo del Bosque…
Tus pasos inquietaron a la ardilla
Viejo Lobo del Bosque…
“Vamos a la montaña —me dijiste―
Te mostraré sus rumbos,
Verás nacer el alba en el rocío
Y apagarás la noche…”
“Te enseñaré el color de las parásitas
y el sabor de los hongos”…
“Vamos a la montaña”… Me dijiste,
Viejo Lobo del bosque…
¡Y me diste una orquídea serenada
en el hueco de un roble!…
“Vamos a la montaña”… Me dijiste,
Viejo Lobo del Bosque,
Y te seguí en la noche…
¡Y desde entonces oigo tu aullido
Viejo Lobo del Bosque…!
El gozo de la joven panadera
Brotó de las caricias matinales
Del fuego que convierte a los trigales
En panes de morena caballera.
El rojo crepitar de la madera
Quemó las inclemencias invernales;
La lumbre de los soles tropicales
Doró la juventud de la pradera.
Un día, Frida Kahlo,
Pleno de sol y niños,
Me acerqué a tu horizonte,
A tu mundo divino:
Acaricié un rebozo, un nopal y un indio.
Desde ese día, Frida,
Aspiré tu dolor sublimizado
Por la voz de la lucha.
Desde que me anunciaron tu venida
dispuse regalarte los colores
prestados a las frutas y las flores
hermanas vegetales de tu vida.
La fresa me prestó su piel de herida,
el trébol su conjunto de verdores,
el blanco jazminero sus candores
y la aceituna oscura su medida.
Mi cuerpo es una rama de canela
cortada en un Agosto de claveles,
el trópico quemaba níveas pieles
y hervía en los trapiches la panela.
Hermana del zenzontle que pincela
sonidos de su buche en los vergeles
la rama se acompaña con las mieles
que ríen de abeja cuando vuela.
Dulzura de jocote, piel caliza,
hermana del izote campesino,
madruga en cafetales tu camino
y en claros ojos de agua tu sonrisa.
La vida de tu pueblo se desliza
sembrando la semilla, atando el fino
suspiro del tabaco matutino
y haciendo germinar a la hortaliza.
“Y he aquí que ese pasado de súbito se hace presente. Que lo palpo y aspiro. Que vislumbro ahora la estupefaciente posibilidad de viajar en el tiempo como otros viajan en el espacio”.
Alejo Carpentier
Voy a decirlo todo
Como lo vio el bisonte
Y lo esculpió en las rocas
El hombre de Altamira…
Soy la lumbre del tiempo
Y el corazón del mundo.
“Si el fuego que ahora abanican las mujeres se apagara de pronto, seríamos incapaces de encerdelo nuevamente, por la sola diligencia de nuestras manos”.
Alejo Carpentier.
Mariposas de hielo volaban sobre el río.
Frías estalactitas colgaban sus arañas
En las cuevas oscuras…
El mar se desbordaba
Y caracoles negros de miradas gigantes
Horadaban las playas…
Huracanes terribles arrancaban raíces
De abedules hermosos
Y elevados pinares…
Osamentas deformes de omóplatos torcidos
Y fémures calcáreos
Escribían sus huellas junto a los esqueletos
De enormes dinosaurios…
Las finas cornamentas de los alces perdidos
Colgaban de los troncos podridos de las aguas…
(Eran tiempos sombríos
de pájaros siniestros y de inviernos morados)
Lianas entumecidas por la manos del cierzo
Semillas congeladas y bellotas vacías
Felinos enterrados en dédalos de hielo
Mujeres anegadas en túnicas de limo
Pedernales de hombres
Hombres de pedernales…
El frío perforaba los párpados del sueño…
Fue entonces que en la noche de vientos acerados
El hombre de las cuevas
Aterido e insomne
Frotó medrosamente dos fragmentos de cuarzo
Y una chispa sublime le iluminó los ojos
Y esa noche hizo fuego
Por obra de sus manos…
En las profundidades verdosas de los bosques
Transitaban las piaras de antílopes y renos
Y en las vastas estepas de iluminados rumbos
Pastaban las manadas de caballos salvajes.
La tierra se vistió de profetisa
Y alzando al infinito la mirada,
Cavó en su corazón la codiciada
Criatura mineral de pétrea risa.
En cobre condensó la luz rojiza
Que nace jugueteando en la alborada;
En hierro la pupila fatigada
Del día que entre lluvias agoniza.
Yo conocí la edad de la palmera
Y el verbo de los blancos arrozales.
El mundo de los seres vegetales
Me dio la anunciación de Primavera.
Las rosas visitaban a la higuera,
El bálsamo curaba a los maizales,
El pino repartía madrigales,
La pascua su encarnada cabellera.
Este ignorar el rostro del futuro,
este no ser el ser que se quisiera
este ambular sin ruta duradera
es un estar sin un estar seguro.
Este vivir golpeándose en el muro
del miedo, de la noche y de la espera,
es un negar la vida verdadera
es un temor secreto, necio, impuro.
Un vuelo de azules mariposas
Le inundaba la frente
Y los pasos menudos del rocío
Verdecían el musgo
Empurpuraban más a los geranios
Y agitaban su pulso…
La noche de un agosto fronterizo
Entre el gozo y el miedo,
(mariposa-zenzontle-miel-canela)
Sacudió sus entrañas
Y el rumor pizarrino de la lluvia
Y el dolor de la sangre
Despertaron mi llanto
Y heme aquí… desde entonces.
Vengo del viento azul
Donde el jacinto
Sorprende en su temblor al lirio de agua.
Vengo en el viento
Y con el viento traigo
La voz delgada del Guarajambala,
El eco acantarado del Sumpul,
El dialecto azulino del Jibia
Y la música en flor del viejo río.
Son tan vivos los rubores
de tus flores, raro amigo,
que yo a tus flores les digo:
«Corazones hechos flores».
Y a pensar a veces llego:
Si este árbol labios se hiciera…
¡ah, cuánto beso naciera
de tantos labios de fuego…!
¡Dos alas!… ¿Quién tuviera dos alas para el vuelo?
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido.
Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido,
que si no fuera un mar, ¡Bien sería otro cielo!…
Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores…
¡Que pequeños los hombres!
Eran mares los cañales
que yo contemplaba un día
(mi barca de fantasía
bogaba sobre esos mares).
El cañal no se enguirnalda
como los mares, de espumas;
sus flores más bien son plumas
sobre espadas de esmeralda…
Los vientos-niños perversos-
bajan desde las montañas,
y se oyen entre las cañas
como deshojando versos…
Mientras el hombre es infiel,
tan buenos son los cañales,
porque teniendo puñales,
se dejan robar la miel…
Y que triste la molienda
aunque vuela por la hacienda
de la alegría el tropel,
porque destrozan entrañas
los trapiches y las cañas…
¡Vierten lagrimas de miel!
Por las floridas barrancas
Pasó anoche el aguacero
Y amaneció el limonero
Llorando estrellitas blancas.
Andan perdidos cencerros
Entre frescos yerbazales,
Y pasan las invernales
Neblinas, borrando cerros.
Es porque un pajarito de la montaña ha hecho,
en el hueco de un árbol, su nido matinal,
que el árbol amanece con música en el pecho,
como que si tuviera corazón musical.
Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma,
para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me da la sensación
de que se le ha salido, cantando, el corazón.
Aquella muchachita pálida que vivía
pidiendo una limosna, de mesón en mesón,
en el umbral la hallaron al despuntar el día,
con las manitas yertas y mudo el corazón.
Nadie sabe quien era ni de donde venía
su risa era una mueca de la desilusión.
¡Cucú, cucú! ¿Estás gimiendo,
tórtola del arrozal?
¡Mirá que me estás haciendo
con tu cantar, mucho mal!
¡Cucú, cucú! EL caserío
se va llenando de calma,
¡y un naranjo y una palma
se están besando en el río…!
Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!
Ya se acercan los potros; raudamente precisa
el grupo sus contornos de estética salvaje;
entre el pálido rosa del lánguido paisaje
corren desenfrenados, a la par de la brisa.
Los potros ya se acercan: mas lo hacen tan aprisa,
que parece volaran sobre el quieto paraje;
desplázanse los cascos en fantástico viaje
atrás dejando chozas de silueta imprecisa.
La noche fue dantesca… En medio del mutismo
rompió de pronto el retumbar de un trueno…
Tropel de potros que rompiera el freno
y se lanzara, indómito, al abismo…
Un pálido fulgor de cataclismo,
al cielo que antes se mostró sereno,
siniestramente iluminó de lleno,
como si el cielo se incendiara él mismo…
Entre mil convulsiones de montaña
se abrió la roja y palpitante entraña
en esa amarga noche de penuria…
Y desde el cráter en la abierta herida
brotó la ardiente lava enfurecida
como un boa incendiando de lujuria.
Un día -¡primero Dios!-
has de quererme un poquito.
Yo levantaré el ranchito
en que vivamos los dos.
¿Que más pedir? Con tu amor,
mi rancho, un árbol, un perro,
y enfrente el cielo y el cerro
y el cafetalito en flor…
Y entre aroma de saúcos,
un zenzontle que cantará
y una poza que copiará
pajaritos y bejucos.
Entonces llegó el alado
y era su esplendor un despilfarro
los motores del Saturno
el destello del sol en un espejo
el vivo carmín de un lapiz labial
el deseo andante los celos vivaces
todo a la vez
Y las fieras se tendían en el suelo
como húsares heridos
Sólo Daniel podía verlo
Su mundo entero eso sí
se conmovía
Miró los Papas del pasado y el futuro
en sus coches contra balas
y las jugosas conchas de las muchachas
envueltas en jerseys
y hombres ranas
aferrados a sus snorkers
Parecía todo ensayado
uno de esos saltos
sin red
El ángel se levantó
en vertical ascenso
en un suave camisón de abuela
volando como goleta
hacia la nada
el lugar de donde vino
Vivirás entre las fieras
Daniel
es todo lo que dijo
Flamearon sus cabellos
y luego una sonrisa de consuelo
el gorro de una nube
el dulce gesto compasivo
como el nixtamalero al alba
borrado entre celajes el azul Caribe
Tal es en fin la indiferencia
Para empezar
tenés el corazón al centro, te has
rizado la barba y usas ropa
de un color chillante.
Que en ese corazón enzarzado
cabemos todos, dicen.
Mis tías monjas llevan caritas tuyas
en sus bolsas
junto a los dulces y la imagen
de tu mamá.
Qué hay debajo de una ciudad
sino cloacas
Qué hay sobre una ciudad
sino basura
Qué hay por encima de las cloacas
la ciudad y la basura;
Nada en absoluto.
Total se desvanece,
la vida es corta, la muerte ingrata
un ojo opaco la existencia
el universo un plato
y tras el camino de encima la enorme fatiga.
La historia ha sido mal contada
No soy Teseo
el héroe
mi nombre es otro
Después de la guerra de los centauros
bajé a los infiernos
pero conseguí huir a los turbiones salobres
ultramarinos
Yo traía un casco reluciente
como el de un motociclista
Sin medallas ni condecoraciones
Sólo una madeja de hilo
Y mi espada rota
Como mi suerte
La dilatada sombra azul que crece
Este inmenso árbol
no servirá jamás
para madera.
La sierra se romperá
los dientes
en la armadura de este roble
que ha guardado sin sangrar
dentro del pecho
los restos de la metralla.
El poder
de la palabra nunca
lo aspiro
en el olor que sube
del arroz que se prepara
La zanahoria amistada al grano
arrojada de manera arroz sobre el aceite
en carne viva
Escucho el retintín de los vasos en jabón
y el hielo
que cruje aplastado en la bandeja de mi aurícula derecha
entre el duro cristal que lagrimea
sobre la servilleta
Tiene un ojo suplicante la cuchara
y el otro se refleja plano v largo en el cuchillo
Esta rosa desvaída
es la esperanza en su lejano campamento
Nuestro sol declina formando una cúpula
en el espacio
¿Por qué las sombras son grises apariciones convocadas al alba
fardo de ceniza arrojado contra el agua?
Sombras
Así recuerdo bajo las velas bogando la rebosada panza de agua
la quilla enredada con los reflejos salados
batidos por los aletazos de los peces
Podría ser Odiseo de vuelta con Medusa
tras la pesca
la noche de un día difícil
la red sin una sola altizeja
Soy nada más el hombre a solas
que contempla este pequeño barco
RECUERDO DEL PUERTO DE VERACRUZ
antiguo mensaje en una botella
llegado intacto hasta mis islas
¿Por qué mi choza tiene máscaras
que cuelgan del techo y pronuncian sus voces remotas
cual si invitaran a la memoria a lanzar sus guijarros contra el oleaje?
El poema de esta tarde es un sordo rumor que trepa
en las esquinas de esta mujer alerta
bajo el árbol frondoso de los cables
las lámparas de mercurio
las sirenas de los fuegos
¿De dónde vendría
el ánimo como un potro
a echarse a mis pies
vuelto un perro de mirada seria?