Escribo
Soy una lámpara en medio de la noche
No soy yo quien escribe
Sino la mano esclava de un pensamiento en fuga
Que inútilmente busca un desenlace
Cómo saberlo cuando la vida no termina de vivirse?
El hambre de vivir nunca se sacia
Pasa veloz un tres en la distancia
¿Será la vida misma?
Poemas salvadoreños
VII
Contra esa opaca envoltura que opaca el mundo la frescura de lo nuevo.
Abajo la opresión: la soga mercantil, la religión bancaria,
Los viejos y roñosos pensamientos, la corrupción: ese hedor milenario;
La suciedad del mundo y el moho que los cubre.
En la vastedad congregada: tu nombre: fulgor en la mirada,
aliento puro de lo innombrable que te nombra.
Te mira el niño en el fondo del anciano, invisible en las visibles
regiones de lo creado. Viento que mueve las sábanas del
sueño, el tiempo eterno: silencioso poder de tu fijeza.
Para el próximo mes habremos engordado hasta decir ya no
caminaremos como cerdos acostumbrados a la siesta,
al casi descanso eterno;
por algo nos criaron celestes,
con el permiso de cometer toda clase de pestilencias.
Este año,
como todos, nos quedamos en casa contemplando el jardín,
meditando
sobre la muerte y el origen del ser.
1
Las paredes están dentro de mí que estoy creciendo contra el suelo.
Una sola palabra me pasea en el agua hasta tocar el fuego.
Infierno del amor de grandes fauces. Conoce la dimensión
De estas puertas el sacerdote del mal.
Manchas de ruidos antiguos en los rincones del patio: sombras
de la mentira
tomando la forma de tu cuerpo y su lugar. La luz te hace
creer en todo lo que alumbra
o devela la sombra del monstruo que habita la penumbra.
Me acuerdo de las lágrimas de un día demasiado hermoso,
me acuerdo del icaco y de las nubes color de hoja de caimito,
me acuerdo de aquella agua que bebía en el cuenco de viejas
dulces manos.
Limoneros y jiotes, qué bella era mi madre limpiándome en la
frente
la picadura del mosquito,
bella como la estrella de la mañana, alta y lánguida,
adornaba su pelo de mestiza con la flor del resedo
y un olor a ricino y a sombra de almendro en torno de sus ojos.
Necesito a mi mamá, con edipiano amor,
sus desayunos humanísimos. La ingenua
libertad de ese niño en sus faldas
suspirando la culpa original. Aquel
domingo de misa, pan y sol y la
muchacha aquella burlándose de mi
amor tontísimo.
Anoche un grillo se metió en mi cabeza y me trajeron a este hospital de Main street.
Necesito una lap, una lap para sacarme este ruido del seso.
Tengo vendada la cabeza, un pie torcido, un ojo que busca al otro ojo con obsesiva crueldad.
II
Nada mío sale de mi boca.
El poema nace pese a mí, Atrás, adelante.
Ajeno. Pese a mí.
Si mi alma combate con mi cuerpo hasta el amanecer
Es nada más por disipar lo que fui,
También lo que nunca seré.
Te besara
recorriera y lamiera
de punta a punta a flor de piel
te habitara y mordiera
feroz humanamente loco
en la más alta sima
de tu cadera alpina
quemándome de tanta inmensidad
de insaciable lascivia
con los dientes amándote
sacándote la música del cuerpo
alaridos y llamas
reventando tus cuerda
desnudándote más
hasta dar con tu cuerpo
el más oscuro y puro
parirte un sol adentro
mi pecado genial
Entonces ves este país del tamaño de un raspón.
Luego un tren en los atardeceres pasa lleno de soldaditos,
que aunque parezcan de mentiras son de verdad,
y ves también los volcanes como manchitas de tinta azul
y no podés hallar una razón (aunque realmente exista)
de por qué hay tantos soldaditos en un país del tamaño de un raspón.
La limonada a sorbos para limpiar la mugre de la garganta en la mañanita
Con un libro que nunca entenderé, enjugando lágrimas
Deslizándose sin saber. Los vecinos bailan con música de Teodorakis.
Mañana escribiré una carta a un poeta que no conozco, luego hablaré
Sobre el posible empleo con el amigo más cercano.
Salgo a esperarla y no llega
La busco y no la encuentro
Regreso con la mente vacía
Duermo Despierto
Salgo de nuevo a esperar
En vano
Llega otro día
Cuando ya no la espero
La veo venir
Abro la puerta
Y la veo lanzarse como una nadadora
En la página blanca.
Ciudad mía, bienamada,
eres doncella sin senos,
N. Y. Ezra Pound.
Y llegó de las alturas el fuego del dios del terror,
y aquellos que aún dormían despertaron sobresaltados
ante la pesadilla de lo real.
Ante sus ojos el fuego, las llamas que se elevan hasta el cielo,
fantasmas cubiertos de polvo, seres de carne y hueso,
presas multitudes de un pavor acariciado por un autor
famoso por sus geniales libros de suspenso.
A Paco Figueroa
Errante, sin moverme, en mi desierto
le hallé sin encontrarle. Su presencia
es el propio trasunto de la ausencia
envuelta en las verdades de lo incierto.
Pasa quedando. Cierra y deja abierto.
Es el solo poder de la impotencia
y su existir, la pura inexistencia
en la perpetuidad de lo ya muerto.
anófeles romántico
aquella noche trompetillaba el mismo cántico;
a la vulgar blancura del burgués plenilunio
consonante dió junio
el poeta aburrido
del monótono ruido
y del mismo indumento de novia
sin himeneo del cursilón paisaje,
siente profusa fovia
y como una protesta se desgarra su traje
nuevo adán, deshonesto
a la luna acribilla con mil y un denuesto;
la interpela
y la llama: bocio de la noche; viruela
en la cara aplastada del cielo; cancro
del infinito; chancro
del azul sifilítico; ano
albino de lo in-humano;
cochino esfinter mensual; celeste polilla;
plato
roto en malhadado garabato;
tortilla
de yeso, seca y fría; ridícula oreja
de un tazón azulenco de falsa porcelana
desportillada y vieja;
palangana
para el baño de asiento
del picado y sarnoso firmamento;
bacinica
donde un sol con uremia
se orina; media lata de anemia;
bandeja
de incomparable plata añeja;
último colmillo
de falsa noche-lobo sin boca; lobanillo
flotante; gargajo
purulento de luz;
rodela de pus;
moneda falsa..
Mujer y ángel que en lo femenino
De lo corpóreo que hay en tu existencia,
Anticipa a mi opaca inteligencia
Cómo está conformado un ser divino.
Fruto de la poesía, flor y trino,
Pureza niña, de lo niño esencia,
Que mostrando celeste consistencia
Designio astral oculta en su destino.
Ella se puso ante mis ojos.
Fué uno de esos días
que iba cantando en mi la vida
una canción de adolescencia.
Ambos temblábamos como niños
ciegos por un deslumbramiento.
En nuestras bocas las sonrisas
fueron mensajes de esperanza.
Cuando sonríe
toda la gracia está en su boca
y la alegría
como una fiesta entre sus ojos.
Hay en su voz
Estallar de gorjeos infantiles
Entre inflexiones de ternura maternal.
Su risa,
Ejercicios de fuga de íes
Entre dos disonancias de rubíes.
«y los moluscos
reminiscencias de mujeres»
Rubén Darío.
Pequeño monstruo. Del placer la gruta
Íntima. Ventanal del Cielo. Foso
Revelador de infierno milagroso.
Isla, molusco, monte, flor y fruta.
Perdido ya el Edén, mínima ruta
Para su hallazgo.
Integrar cuanto hayamos destrozado;
hallarnos entre todo lo perdido.
Volver a ser el niño que hemos sido
y recordar cuanto hemos ya olvidado.
Devolver lo que habiendo atesorado
hemos arrebatado o adquirido;
tornar certeza aquello fementido
y afirmarnos en todo lo negado.
Iluminaste mi existencia
llenando el arca vacía de mi corazón.
Me abrieron tus ojos las puertas de lo eterno
y el secreto de la vida me lo dijo tu boca.
No vayas a dejarme abandonado
en medio de la dicha.
De pronto, al mirarla a la cara
era ojos, solojos.
Sus dos ojos eran globos cristalinos
que al fundirse en uno
se hacían una sola esfera de cristal.
Que sol ni que luna,
ni que estrellas.
Ella era solojos.
Ahora que padeces por la espina
que tenías clavada entre la rosa
de tu vida de niña prodigiosa
y sabes la verdad que se avecina.
Ahora que tu espíritu se afina
para cambiarte en forma milagrosa,
no te herirá, porque será infructuosa,
la envidia y lo dañado de la inquina.
En el calor del trópico
En el silencio de la noche
En el murmullo del mar
En el rozar del viento
En el sol ardiente
En el canto del ave
En el rosado amanecer
En el apacible ocaso
En la turbulencia del huracán
En la brisa matinal
En la ausencia de nuestra voz
En el recuerdo de nuestro tiempo
En la monotonía de la lluvia
En la espera de la esquina
En el latir acelerado del corazón
En la carcajada limpia
En el trepidar del fuego
En la hierba salvaje
En la selva perdida
En el rugido del jaguar
En el silencio cuando nos miramos
En el tacto de nuestras manos
En el camino que lleva a casa…
Ya ves que nada pudo,
contigo amor,
ni las pruebas de los años
ni los celos infundidos
ni las aventuras secretas
ni el beso furtivo
ni las ansias nocturnas
del deseo prohibido
ni las ausencias obligadas
del enojo torturante
Ni siquiera, amor,
el desdén o el odio…
la rabia o la risa
la alegría o la tristeza…
Tampoco el naufragio de tu vida…
Ya ves que nada pudo,
contigo amor…
Deja que mis manos,
sombra,
no se extiendan inútil
en la oscuridad,
deja que acaricien tu rostro
si tenerlo no puedo,
si verlo no consigo,
No esperes la madrugada
para confundirte con la luz
no me dejes resignado
a esperar la noche
para rogarte de nuevo.
Dedos de sol
atraviesan la floresta,
y con su toque mágico,
cual Midas milagroso,
la llena de tonalidades
verdes, doradas y amarillas.
Por el contorsionado camino
regresa la vacada,
dejando tras de sí una estela de oro…
Agoniza la tarde entre el silencio de la campiña,
vuelvo mis pasos,
cargo el sol sobre mis espaldas,
y sigo mi sombra,
de regreso a casa…
con la magia en mis pupilas.
He subido la colina
con mis manos alzadas
para tocar el cielo.
He deslizado por la suave pendiente
acariciando la hierba
Exhalar, suspirar y aspirar,
aspirar, suspirar y exhalar.
Humedecer el cuerpo
en el ejercicio de subir y bajar las colinas
extender los brazos en el éxtasis
alcanzar la felicidad
con un grito salvaje,
en el cielo y en la tierra…