Holocausto

Quebrantaré en tu honra mi vieja rebeldía
si sabe combatirme la ciencia de tu mano,
si tienes la grandeza de un templo soberano
ofrendaré mi sangre para tu idolatría.

Naufragará en tus brazos la prepotencia mía
si tienes la profunda fruición del oceano
y si sabes el ritmo de un canto sobrehumano
silenciarán mis harpas su eterna melodía.

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Unico poema

Mar sin nombre y sin orillas
Soñé con un mar inmenso,
Que era infinito y arcano
Como el espacio y los tiempos.

Daba máquina a sus olas,
Vieja madre de la vida,
La muelle, y ellas cesaban
A la vez que renacían.

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A la hora en que los robles se cierran dulcemente

A la hora en que los robles se cierran dulcemente, y estoy en el hogar junto a las abuelas, las madres, las otras mujeres; y ellas hablan de años remotos, de cosas que ya parecen de polvo; y me da miedo, y me parece que esa noche sí va a venir el labriego maldito, el asesino, el ladrón que nos va a despojar de todo, y huyo hacia el jardín y ya están las animalejas de subtierra —yo digo—, ellas tan hermosas, con sus caras lisas, de alabrtro, sus manos agudas, finas, casi humanas, a veces, hasta con anillos.

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Anoche realicé el retorno

Anoche realicé el retorno; todo sucedió como lo preví. El plantío de hortensias. La Virgen —paloma de la noche— vuela que vuela, vigila que vigila. Pero, los plantadores de hortensias, los recolectores, dormían lejos, en sus chozas solitarias. Y mi jardín está abandonado. Las papas han crecido tanto que ya asoman como cabezas desde abajo de la tierra, y los zapallos, de tan maduros, estiran unos cuernos largos, dulces, sin sentido; hay demasiada carga en los nidales, huevos grandes, huevos pequeñitos; la magnolia parece una esclava negra sosteniendo criaturas inmóviles, nacaradas.

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Clavel y tenebrario (fragmentos)

A mi hermana Nidia

(‘…su nombre, Nidia, brilló en las
más altas torres por muchos años ‘.)

1

Cuando se dieron cuenta, la tragedia ya había empezado. Una nube vino, rápida, del sur, y se posó sobre la casa, negra, gris, de un blanco tenebroso, llena de granizos y silbidos, daba a ratos, su terrible uva.

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Era la noche de mi casamiento

Era la noche de mi casamiento.
Aunque, asombrosamente, los preparativos hubieran empezado años antes; antes de que yo naciese, antes de las bodas de mis padres.
Pero, esa noche, bajo los dorados soles, y entre las berenjenas, que de tan azules, daban resplandores rojos, se atraparon criaturas inocentes y legítimas; se les sacaba el pelo y el sexo, y eran tendidas sobre las grandes asaderas.

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Está en llamas el jardín natal (fragmentos)

1

Fui desde mi casa, a la casa de los abuelos, desde la chacra de mis padres a la chacra de los abuelos. Era una tarde gris, pero, suave, alegre. Como lo hacían las niñas de entonces, me disfracé para pasar desapercibida, me puse mi máscara de conejo, y así anduve entre los viejos peones y los nuevos peones, saltando crucé el prado y llegué a la antigua casa.

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La hija del diablo se casa

La hija del diablo se casa. No sabíamos si ir o no ir. En casa resolvieron no ir. Ella paseaba con la trenza brillando como un vidrio al sol. Vestido celeste. Y las pezuñas delicadísimas, cinceladas y de platino. Con los ojos un poco redondos, insondables, se paraba frente a cada uno, como publicitando, invitando, o, consciente e inconscientemente, amenazando.

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Los hongos nacen en silencio

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio; otros con un breve alarido, un leve trueno. Unos son blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma, la estatua a una paloma, la estatua a una paloma; otros son dorados o morados. Cada uno trae -y eso es lo terrible- la inicial del muerto de donde procede.

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murciélago de fantasía

Esta noche un solitario habitante de las paredes
se decidió a andar,
oh, murciélago de oro y azul,
bicheja
todo de luz y telaraña,
te vi de cerca,
vimos gotear tus orejitas
adornadas con brillantes.
Antiguo sacerdote,
tienes la iglesia
en el cerrado ropero,
pero, esta vez
te vi volar,
vimos tu sombrilla,
tu mantoncito infame
prenderse de la nada,
se oye tu murmullo.

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No sé de dónde

No sé de dónde lo había sacado mi padre —él no salía nunca—; tal vez, desde el linde mismo del campo; allí estaba, el nuevo cuidador de las papas. Le miré la cara color tierra, llena de brotes, de pimpollos, la casaca color tierra, las manos extrañamente blancas y húmedas, que tentaban a cortarlas en rodajas y a freírlas.

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Nuestros padres dijeron que iban a salir

Nuestros padres dijeron que iban a salir, y que fuéramos nosotras a pasar el día a casa de la abuela; iba a pedir que no, pero, no pude. Tomamos el jardín que partía el plantío. Eran las nueve de la mañana; el sol centelleaba; las flores eran todas rosas y lirios; los lirios eran todos blancos; pero, algunos tenían una marca rosada en el medio, y las rosas eran rojas, blancas, amarillas, de todos los colores, color dalia, color leche; había tantas que parecía que no había ninguna.

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Siempre salgo

Nos encontramos en el manzano. Era una noche cerrada, oscura. Me dijo: ¿Paseas?
Contesté: Siempre salgo.
El dijo: Yo, también, siempre salgo.
Pero, en ese momento, irrumpió la luna. Con todos sus tules. Y una llaga, como si hubiese sido violada dentro del traje de novia.

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El caballo

Un caballo de mármol ardiente
con panales de espuma y con miedos de hierba
en la boca, las orejas atentas oyendo
vibraciones extrañas al hombre,
sus patas como el cuello de las fuentes.
Y mariposas en la sangre,
y mariposas en el belfo,
con una prisa en el hocico.

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El guerrero

Los violines levantan a sus ojos delicadas columnas.
—La orquesta construye siempre de nuevo el mundo—.
Los bailarines victoriosos en un salto vibrante
se vuelven más que hombres, fuego.
Los cuadros abren puertas con ritmo.
—Los retratos desembarcan personas—.
Las viñas se pierden en los cristales.

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El tocar

La Cabellera quema el filo
entre la piel y el cielo
con sus llamas:
las encinas no alumbran su follaje
en las florestas lejanas,
los leopardos no encantan
entre verdes cortinas,
las piedras no recuerdan historias
en milenarias intimidades,
el sol no estalla espigas en una tierra azul.

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Intimidad (Como en cipreses a llantos largos)

Como en cipreses a llantos largos
no progresa la noche;
el blanco detiene un luto
de carruajes en la madrugada;
vacilan cirios como penumbras;
dudan alturas de cóndores en el olvido;
la pesantez no se arrepiente
ante luces sonoras de campanarios;
las cenizas impiden filos a los aullidos;
la lluvia desorienta las cartas
y sin embargo, el amor, de un corazón
retira sus hiedras,
una niña de oído fino,
de obediencia inclinada,
intenta demorar el amanecer en el bosque;
busca lo callado
para cubrir flores, agua de silencio,
hierba sin abejas verdes,
fuentes con rumores iguales
con que apagar ciervos y colores;
pero las cosas están respondiendo
a otras fechas, con hirviente trabajo fervoroso
como las estrellas, y no escuchan su seda.

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