I
¿Quién eres, di, sombra errante,
que me sigues pertinaz,
y doquiera que la faz
vuelvo, te miro delante?
¿Eres la memoria estuante
de lejano devaneo,
o al engendrarte el deseo
con mi propio ser batallas?
I
¿Quién eres, di, sombra errante,
que me sigues pertinaz,
y doquiera que la faz
vuelvo, te miro delante?
¿Eres la memoria estuante
de lejano devaneo,
o al engendrarte el deseo
con mi propio ser batallas?
Esta vida es un misterio,
una visión vaporosa,
una vereda escabrosa
que conduce al cementerio.
Siempre la ambición que mueve,
siempre delirios que embriagan,
siempre sueños que no apagan
ni los años con su nieve.
El hombre hasta vacilando
al borde del ataúd,
sueña, en su decrepitud,
siempre la dicha esperando.
La madre Sor Ramona
de San Jerónimo,
suspiraba una tarde
rezando en coro.
¡Cruel dolencia!
amaba como burra
su reverencia.
Un cojo mozalbete,
chato y robusto,
encendió de la monja
el seno túrgido.
El caballero,
ejercía de sacris
y campanero.
¿Está bien un ángel en el mundo?
Shakespeare
Blanca Rosa inmaculada,
que con blanca luz bañó
inocente una alborada;
blanca Rosa perfumada
con el aliento de Dios:
tú, la tímida azucena,
tú, la del carmen encanto
que meció el aura serena,
y nunca empañó la pena
con una gota de llanto:
tú, el éter que en un momento
dejó el brillante cristal;
pluma que en alas del viento
subió al azul firmamento
para no volver jamás:
tú, que la tierra temida
apenas, Virgen, rozaste,
y por genios suspendida
de cándida luz vestida
a otra región te elevaste:
tú, que en vaporosas salas
gozas de un mundo mejor,
ángel de brillantes galas
cuyas blanquísimas alas
nunca este mundo enlodó;
tú, a quien del velo de esposa
formó la muerte el sudario
que cubre tu faz preciosa,
y del tálamo de rosa
un túmulo funerario:
tú, que volviste la espalda
a los placeres de aquí;
tú, que la nupcial guirnalda,
la dejaste por la gualda
del Edén, digno de ti:
tú, que en esfera infinita,
hija de la luz y el cielo,
tienes tu historia bendita
por mano de Dios escrita
sobre el estrellado velo:
tú, que sintiendo emociones,
que yo de pintar prescindo,
habitas altas regiones,
y entre nubes de crespones
eres el ángel más lindo:
tú, que en beatitud tranquila
a Dios contemplando estás,
y de Dios en la pupila,
como en mar de luz, vacila
dibujada, ángel, tu faz;
tu faz donde se atesora,
el brillo de las estrellas:
plega tus alas ahora
que mi razón se evapora
queriendo seguir tus huellas;
Y si puedes el acento
que parte del corazón
escuchar desde ese asiento
que tiene por pavimento
el rostro regio del sol;
deja la órbita estrellada,
baja, y verás de Gabriel
la faz de llanto surcada,
que si en la tumba eres nada,
eres todo para él.
Bajo el ciprés doliente que vigila
de tus restos la tumba funeraria,
quiero elevar mi férvida plegaria
al trono del Señor.
Fue tu cuerpo clavel que al rayo ardiente
del sol, desplega el rojo terciopelo,
y marchito después por cano hielo
se dobla sin color.
¡Qué tonto es el hombre
que nunca se dobla!
¡Qué sabio el que tiene
flexibles las corvas!
I
Conozco yo a un mico
que ayer sin la torta
vagaba, cual vaga
perdida la nota.
Asaz monarquista
con puntas de hipócrita,
rezando en la iglesia
gastaba sus rótulas.
Pagó Satán su avilantez maldita;
Eva pagó su falta de recato;
pagó Caín su negro asesinato,
y su lascivia el torpe sodomita.
Pagó su orgullo Cora el israelita,
su locura fatal pagó Erostrato;
pagó su iníamiai el Iscariote ingrato,
y su deicidio la nación precita.
Si es linda la blanca luna
de luceros tachonada,
que se espeja en la laguna
desde el éter reclinada,
es más linda tu mirada.
Si es lindo ver, con donaire,
gasa de luz delicada
remecida por el aire
en la cortina azulada,
es más linda tu mirada.
Ni la luz refulgente de la aurora,
cuando rasga del cielo la cortina,
ni los rayos de fuego con que dora
el ígneo sol la corpulenta encina,
pueden brillar, mujer fascinadora;
que todo tu mirada lo domina,
y a la aurora y al sol les causa enojos
la luz fulgente de tus lindos ojos.
Bella y feliz, señora respetada,
fuiste en áureo salón reina preciosa;
mas te dejó la suerte caprichosa
sin hijos, sin honor, sin fe, sin nada.
Por quemante despecho arrebatada
hoy que vives en crápula estruendosa,
eres más que el cinismo escandalosa,
y más que la desgracia, desgraciada.
Gentil, preciosa, de crespón cubierta
ángel-mujer, sublime, sin defecto,
entróse a un casuquín de sucio aspecto
a la vez que de allí salió una tuerta:
y yo, sintiendo la ilusión despierta
al blando impulso de inocente afecto,
quise saber quién era, y al efecto,
pregunté a la mujer que vi a su puerta:
«¿Quién es el ángel divinal, muchacha,
que entró a esa casa cuando tú salías?»
Y la tuerta, soez y vivaracha,
dijo riendo ante las barbas mías:
«Qué ángel ha de ser, ni quiojo diacha,
si es Nicanora la den cá Matías»*.
«¡Oíd!»—gritaba un charlatán osado,
ante inmenso auditorio de babiecas
que en derredor bullía,
y escuchaba extasiado,
como el concurso aquel de las Batuecas,
o como escucha a veces
el pueblo rey en alta galería
del onogro conscrito las sandeces.
En ruin lugarejo bien lejano,
Homobono los títeres movía,
y a un muñequillo con primor hacía
tejer piruetas y cantar. No en vano;
porque el público, en títeres profano,
entusiasta, frenético aplaudía;
y el alcalde creyendo brujería
tal cosa, dijo al titerero: ¡hermano,
posible es que ese mono que me encanta
baile y accione, mas cantar en tono
es un prodigio que en verdad espanta!
Siempre hay vientos abrasadores
que pasan por el alma del hombre
y la desecan…
Lamenais
I
Yo, mujer, te adoré con el delirio
con que adoran los ángeles a Dios;
eras, mujer, el pudoroso lirio
que en los jardines del Edén brotó.
Tranquilo el tonto en su moral penumbra
vive feliz, porque su fe palpita;
jamás la fiebre de saber le agita,
ni la falta de luz le apesadumbra.
El sabio con la gloria se deslumbra,
y entre la duda y el dolor medita;
porque el talento es lámpara maldita
que los horrores de la vida alumbra.
Es la gloria fantasma de colores;
la vida es un infierno pasajero;
la amistad, accidente del dinero,
el amor es un Gólgota entre flores.
La juventud es germen de dolores;
la vejez, una infancia sin babero;
la ciencia altiva del mortal, un cero;
los altares de Cristo, mostradores.
Virtud excelsa, tu perfume aspiro
en la voz de mi madre cariñosa,
y de mi sueño en el crespón te miro
tranquila sonreír, virgen preciosa.
De blanca veste y vaporosa falda,
fuente de inspiración, rico tesoro;
flor que mece en varilla de esmeralda
hojas de nácar y botón de oro.
Me hizo nacer la suerte maldecida,
de sombra y luz conjunto inexplicable;
que oculta en mi corteza despreciable
arde un alma grandiosa y descreída.
Llevo en mi frente, do la audacia anida
un mundo de ilusiones impalpable;
soy, en fin, un misterio impenetrable,
que me agito en el sueño de la vida.