El revés de la muerte (no la vida)
el que clama por agua (no el sediento)
el sustento vital (no el alimento)
la huella del puñal (nunca la herida)
Muchacha antidesnuda (no vestida)
el pórtico del beso (no el aliento)
el que llega después (jamás el lento)
la vuelta del adiós (no la partida)
La ausencia del recuerdo (no el olvido)
lo que puede ocurrir (jamás la suerte)
la sombra del silencio (nunca el ruido)
Donde acaba el más débil (no el más fuerte)
el que sueña que sueña (no el dormido)
el revés de la vida (no la muerte)
1. Supongamos que un poeta
escribe sobre un niño
que sueña con un caballo alado.
2. Supongamos que el poeta
no percibe entonces otra cosa
que la existencia del niño y su sueño.
3. Por tanto
el poeta necesariamente considerará
al niño y su sueño como presentes.
A Víctor Casaus
Dijo de los enterradores cosas francamente
impublicables.
Blasfemaba como un condenado
y a sus pies un par de águilas lloraban pensando
en las derrotas.
En el entierro estaba Lautréamont,
yo lo vi desde mi puesto en la cola:
dejaba el sombrero al borde de la tumba
y cantaba algo triste y oscuro
(lloraba honradamente, ya lo creo, y los
caballos devoraban higos en silencio).
El lugar del crimen
no es aún el lugar del crimen:
es sólo un cuarto en penumbras
donde dos sombras desnudas se besan.
El asesino
no es aún el asesino:
es sólo un hombre cansado
que va llegando a su casa un día antes de lo previsto,
después de un largo viaje.
Otra boca besa la boca que mi boca ya no besa
otras manos tocan las manos que mis manos
ya no tocan
otros ojos se miran en los ojos que ya no ven
mis ojos
boca que te fuiste
manos que se fueron
ojos que se fueron
mi mano escribe el poema
que mi boca no quiere repetir, no
que mis ojos no quieren leer, no
mi mano escribe el poema de tu boca
(que tampoco repetirá tu boca)
el poema de tus ojos
(que tampoco leerán tus ojos)
el poema de tus manos
(que tus manos no tocarán)
se fue la boca, sí
se fueron las manos, sí
se fueron los ojos, sí
sólo queda el poema
manco
ciego
mudo
Qué importan los versos que escribiré después
ahora
cierra los ojos y bésame
carne de madrigal
deja que palpe el relámpago de tus piernas
para cuando tenga que evocarlas en el papel
cruza entera por mi garganta
entrégame tus gritos voraces
tus sueños carniceros
Qué importan los versos donde fluirás intacta
cuando partas
ahora dame la húmeda certeza de que estamos vivos
ahora
posa intensamente desnuda
para el madrigal donde sin falta
florecerás mañana
Éramos tan pobres, oh hijo mío,
tan pobres
que hasta las ratas nos tenían compasión.
Cada mañana tu padre iba a la ciudad
para ver si algún poderoso lo empleaba
-aunque tan sólo fuera para limpiar los establos
a cambio de un poco de arroz-.
Mis versos dicen.
Hueco
único sitio habitable.
Casas.
Casas.
Casas.
Huecos interrumpidos por paredes y puertas.
Huecos divididos en cuadros.
Mi vida
mi vida transeúnte
está llena de las troneras
de las horribles cavernas
que las casas les hacen a los huecos.
El cielo espejea entre los árboles.
Los árboles se imaginan
que están a orillas de un lago color violeta.
Nosotros advertimos el engaño
y a grandes voces espantamos a los árboles
como si se tratara
de unos altos pájaros verdes
que hubieran escondido
en el plumaje
la otra pierna.
El teléfono es un pulpo que cae sobre la ciudad. Sus tentáculos se
enredan en las casas. Con las ventosas de los tentáculos se chupa las
voces de las gentes. De noche -se alimenta de ruidos.
El piano
que gruñe metido en un rincón
le muestra la dentadura
a los que le pasan junto.
La bomba eléctrica
evoluciona su luz
en el espejismo de mis uñas
y desde la mesa
donde una copita
vacía
finje
burbuja
de aire
solo -a grandes sorbos-
bebo música.
En el rincón
oscuro del café
la orquesta
es un extraño surtidor.
La música se riega
sobre las cabelleras.
Pasa largamente
por la nuca
de los borrachos dormidos.
Recorre las aristas de los cuadros
ambula por las patas
de los asientos
y de las mesas
y gesticulante
y quebrada
va pasando a rachas
por el aire turbio.
El viento vira en los aires
sobre la hélice de la hoja.
Nadie ha visto el viento
pero las hojas van señalando su rumbo.
Da tristeza.
Para que el vuelo de las hojas
fuera a su gusto
todas deberían ir provistas
de motorcitos de mariposa.
Dedicado a Leo Le Gris-Bostezador
Señor.
Estamos cansados de tus días
y tus noches.
Tu luz es demasiado barata
y se va con lamentable frecuencia.
Los mundos nocturnales
producen un pésimo alumbrado
y en nuestros pueblos
nos hemos visto precisados a sembrarle a la noche
un cosmos de globitas eléctricas.
¿Cómo vives, sin quien vivir no puedes;
ausente, Silva, el alma, tienes vida;
y el corazón aquesa misma herida
gravemente atraviesa, y no te mueres?
Dime, si eres mortal, o inmortal eres.
¿Hate cortado amor a su medida,
o forjado en sus llamas derretida,
que tanto el natural límite excedes?
Esposas dulces, lazo deseado,
ausentes trances, hora victoriosa,
infamia felicísima y gloriosa,
holocausto en mil llamas abrasado:
Di, Amor, ¿por qué tan lejos apartado
se ha de mí aquella suerte venturosa
y la cadena amable y deleitosa
en dura libertad se me ha trocado?
En el siniestro brazo recostada
de su amado pastor, Silvia dormía,
y con la diestra mano la tenía
con un estrecho abrazo a sí allegada.
Y de aquel dulce sueño recordada,
le dijo: ‘El corazón del alma mía
vela, y yo duermo.
¡Ay! soledad amarga y enojosa,
cansada de mi ausente y dulce amado,
dardo eres en el alma atravesado,
dolencia penosísima y furiosa.
Prueba de amor terrible y rigurosa,
y cifra del pesar más apurado,
cuidado que no sufre otro cuidado,
tormento intolerable y sed ansiosa.
¿Dónde guardarán el alma los algarrobos,
los pinos o los alerces?
¿Dónde sufrirán a Dios?
¿En qué lugar alguno de triste corazón
buscará el suicidio?
¿Cómo vivirán las estaciones, la enfermedad,
el amor, la locura, la muerte?
¿Con qué lenguaje expresará el silencio
la vejez de los árboles?
Ljubljana tiene un río. Más bien modesto si lo comparo con las desembocaduras del Yangtsé o el Río de la Plata pero para río que no es de desierto y se seca todo el año menos tres días en que arrasa todo porque la arena le resbala por el lomo, está normal.
Batallas sangrientas, perdidas de antemano por cada una de mis
muelas y mis dientes un mapa con banderilleo
de privaciones y cercenamiento cuyas trazas
se pierden en las mismas, reiteradas escaleras
que conducen a idénticos tronos de aprensión,
oprobio y pánico
Carradas de nombres, moldes en yeso vaciados de significado
como maxilares caninos molares
para quedar con una sola referencia elemental:
los de adelante, los de atrás
los de arriba, los de abajo;
como los primeros pasos de Buda
desnudo
en el mundo
hostil
Incisivos de vampiro de morsa
roedores
caricaturas, puertas primeras que revelan
a los hombres
del poder
Romper/ no romper
rechinar
los dientes
Oh!
Escribir con la paciencia de un entomólogo,
la displicencia de un dandy y la febrilidad
del buscador de oro.
El poema, la más frágil transparencia nupcial.
Las rosas de Jerusalén son complicadas
Los peregrinos desesperan
El camino de las rosas de la verdad
es absoluto.
Y me duele/s tanto.
las plantas como las palabras crecen en forma inesperada
por tanto hay que modelarlas de acuerdo a su naturaleza
sin desdeñar el azar
yuxtaponer sin empastar, dice
mostrando las palmas llagadas de otros brotes, otras podas
tras los rigores del invierno, la gracia
la rosa de Jericó es una rosa que se hace la muerta
y cuando la asperjan
revive
con olvido
pero más que nada
con paciencia
Con una ristra de ajíes en el muro se puede atravesar el invierno.
Hacer como que no existen los estragos del dinero, las arrugas ni la fatiga de vivir.
Con ella se pueden machacar derrotas. Y sentarse con aparente indiferencia en un banquito, la puerta entreabierta, desmenuzando en hebras finísimas la urdimbre de historias enrevesadas.
deshice casas
perdí bibliotecas
me fui con lo puesto
en una valija
dos valijas
tres
indivisible
la trinidad
es
lágrimas
patitas
para qué te quiero
las actrices pobres y viejas
terminan sus días
emparedadas
tomando mate
en un asilo temible
la Casa del teatro
¿Acaso no matan a los caballos?
Están los corazones inteligentes, los corazones ordinarios, los groseros, mezquinos, de pocas luces, híbridos, hediondos, con sarro.
Los corazones arvejitas, los corazones hígado de pato.
Los que se hacen la mosquita muerta, duermen la siesta, te observan de reojo y despiertan cantando como locos.
partir
una sombra
un vaso
florecer
con el soplo
y la corriente
en lejanos manicomios
los ausentes
pierden
derecho
a la palabra
un timbrazo
anónimo
imperioso
miserable
en la madrugada
me tropieza
de renovados
temores y temblores
insomnio sin paz
del solo
y sin embargo
qué hermosas las ciudades cuando despiertan
ingobernables
lagañosas
adormiladas
negociando borrando
latrocinios
los grados todos del gris
al amarillo violento del neón
soy tierra prometida
en París, la impostura
soy rosa estaqueada y a merced
de las corrientes
instrumento marino
me llaman la blancura de Jutlandia
los azahares de Heraclion y de Minori
me enrosco y concentro en los rieles del elevado
en lo más sombrío de cada pétalo
origen de mi origen
sangrada a blanco
media luna de la uña
pétalo, puente pestaña a pestaña
mentira a mentira, hasta
la artrosis ceguera casi
totales
¿por qué no ya mismo Dakar
o Bamako?
Soy de otra parte, otro cuerpo, otro golfo
para que me entiendan
para que no me entiendan demasiado
por atajos y digresiones
escribo.
A mano limpia. A campo traviesa.
Vivo por circunloquios, espirales, pidiendo disculpas, permiso.
Demasiado.
El país no existe.
Después de quince años la calle natal había cambiado de nombre y las casas no sólo eran otras sino que ni siquiera conservaban sus números catastrales.
Sólo la ajada fotografía de mamá con trenzas y el abuelo a su lado, existe.
CANCIÓN DE LA SEÑORA LUISA SIGEA DE VELASCO, DECLARANDO:
habui menses vacuos et noctes laboriosas, et numeravi mihi.
Pasados tengo hasta aora
muchos meses y largos
tras un desseo en vano sostenido
que tanto oy dia mejora
quanto los más amargos
y más deseperados e tenido;
lo que en ellos sentido
no puedo yo contallo;
el alma allá lo cuente;
mas ella no lo siente
tan poco que no calle como callo;
¡oh grande sentimiento!
Un fin, una esperanza, un como. ó quando;
tras sí traen mi derecho verdadero;
los meses y los años voy pasando
en vano, y passo yo tras lo que espero;
estoy fuera de mí, y estoy mirando
si excede la natura lo que quiero;
y así las tristes noches velo y quento,
mas no puedo contar lo que más siento.
Imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo sólo de mi adversa suerte.
Busca de algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el techo,
o el rico avaro en el angosto lecho,
haz que temblando con sudor despierte.
Dentro quiero vivir de mi fortuna
y huir los grandes nombres que derrama
con estatuas y títulos la Fama
por el cóncavo cerco de la luna.
Si con ellos no tengo cosa alguna
común de las que el vulgo sigue y ama,
bástame ver común la postrer cama,
del modo que lo fue la primer cuna.
Esos cabellos en tu frente enjertos
(por más que disimules y los rices)
en otros cuerpos dejan las raíces,
y por ventura en otros cuerpos muertos.
¿Por qué pueblas, o Gala, los desiertos
de la Libia? ¿Por qué con tus barnices
ofendes nuestros ojos y narices,
cual si viesen sepulcros descubiertos?
No fueron tus divinos ojos, Ana,
los que al yugo amoroso me han rendido;
ni los rosados labios, dulce nido
del ciego niño, donde néctar mana;
ni las mejillas de color de grana;
ni el cabello, que al oro es preferido;
ni las manos, que a tantos han vencido;
ni la voz, que está en duda si es humana.
Si quiere Amor que siga sus antojos
y a sus hierros de nuevo rinda el cuello;
que por ídolo adore un rostro bello
y que vistan su templo mis despojos,
la flaca luz renueve de mis ojos,
restituya a mi frente su cabello,
a mis labios la rosa y primer vello,
que ya pendiente y yerto es dos manojos.
‘Ya vendrá un viento fuerte
que me lleve a mi sitio’
León Felipe
En el camino de los vientos
espero.
Bajo el ancho cielo,
mar adentro,
con las velas tendidas,
espero.
Porque has de venir
‘viento fuerte’
y yo estaré presta
para el tormentoso viaje
-timonel alerta-
que no pierda tu rumbo
viento rescatador
de inmovilidad de siglos.
Dichoso aquel
que en otro tiempo
encontraba:
la casa limpia,
la ropa planchada,
la mesa puesta,
los niños durmiendo,
y la mujer
a sus órdenes.
Así dirán,
mañana,
los hombres de hoy
cuando recuerden
estos días
de oficio sin sexo
que por siglos
eludieron,
calificándolos, astutos,
de ‘femeninos’.
Porque eres viajero
mi amor siempre tiene
dolor de adioses.
Un día te irás.
Pasajero huésped,
te esconderán otras caras,
otros nombres
y otros brazos.
Una postal vendrá
desde remotos paisajes.
Retratos tuyos me traerán
un eco de tu mirada azul
que temblará en mis manos.
Alto y polícrono
gozoso y ágil,
diáfano y leve
incauto soñador
flotando lentamente
en dulce éxtasis
entre el frío
azul de noviembre
ingrávido y alto
o en rápido giro
sobre sí mismo
hacia arriba
siempre
hacia arriba
sobre claros
escalones de aire
imantado
de azules
profundidades
despreocupado
de la mano
que lo sujeta
y lo gobierna
hasta abatirlo
sobre la tierra
rompiendo
su mejor vuelo
Icaro atado
a un cordel invisible
loco de azules
y diáfanas claridades
de un golpe derribado
en su ciega ebriedad
inesperadamente
el barrilete:
sueño de mujer enamorada
Hoy hice la brujería
que me recomendó Marien:
«Para estar segura de olvidar,
-me dijo- la receta es estupenda,
al momento mismo
lo dejas de amar…’
Yo seguí la fórmula exacta,
paso a paso:
Con precaución vedada de ceremonia,
bajo la luna llena,
y en un sitio solitario,
a las doce en punto de la noche,
di fuego a un mechón de tus cabellos,
diciendo: ‘¡Vete!
Querido mío, Schopenhauer:
Ya no importa nada
el candente sello
con que nos marcaste el anca,
porque, hoy día, las mujeres
tenemos los cabellos
largos o cortos
y las ideas, quizás,
más largas que las tuyas.
Sin duda, yo comparto,
mi querido Schopenhauer,
mucho de lo que tú, sabio,
acuñaste como verdades dogmáticas,
y lo que es más, las uso
-con maestria de ti aprendida-
para demostrar lo contrario,
o sea: que animales de cabellos
cortos han tenido , también,
cortas las ideas,
que pontifican irónicos
contra nosotras las mujeres.
El silbato de las hirvientes jarrillas
rompe el silencio oloroso a cebolla
en las limpias y pacíficas cocinas
que se llenan de su música arcaica
de viejo ferrocarril en miniatura.
Las jarrillas de silbato
han sido hechas para aquellos
que olvidan siempre
apagar la hornilla, como yo,
para preocupación tuya.
Nací apenas ayer,
con mi ombligo animal
raíz de carne
que aún busca
su placenta
entre agua y tierra.
Principio y fin
de otro
soy.
Nada entre nadas.
Vago perfil
que esconde
entre las sombras
la escamada cola
del saurio.
A Isabel Garma
Habías de venir, tú,
Virgilio,
fabulador poeta,
orgulloso romano,
a saltarte tres siglos
entre Troya mi reino,
para hacer que Eneas
naufragara en mi playa
e inventar ese amor
desdichado
que adorna tu Eneida.
A Johanna Godoy
Cegué mis ojos, Yocasta,
para no ver
otra cosa que a ti,
amada y retenida
en mis pupilas.
Para contemplarte siempre
irremplazable.
Mía, en otra realidad
mejor que la verdad
destrozadora del sueño.
Ónix y jade.
Lagunas verdes
que fosforecen
en la sombra
del ébano arqueado.
Reposo de terciopelo.
Garra afilada
bajo la nocturna seda.
Elástico resorte
presto para el salto,
desde el perezoso desmayo
de la siesta ronroneante.