De Jean Arp: Rosas pasean sobre las calles de porcelana

A orillas de la fábula teje para sí la noche rosas
El ovillo de las cigüeñas frutos faraones arpas
La muerte conduce su aleteante ramo bajo las raíces del vacío

Las cigüeñas aletean sobre los tejados
La noche es una fábula marchita
Las rosas pasean sobre calles de porcelana
y tejen para sí el ovillo de sus años
estrella sobre estrella

Entre las estrellas yace un fruto
Las vacías comarcas los años marchitos las maletas
sonrientes danzan

Las cigüeñas devoran faraones
En los tejados nacen rosas
La muerte devora año sobre año
Los faraones devoran cigüeñas
Entre los frutos duerme una estrella
y sonríe tierna en el sueño como arpa
de porcelana

Las aleteantes fábulas calles tejidas cigüeñas danzan
Las raíces de los faraones son de rosas
Las cigüeñas llenan sus maletas de tejados
y vuelan a la tierra de los faraones

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Alta mar

Para asomarme, desde mi alma, al mundo
ábrete y serás tú la única puerta.
Ábrete en un amor tan ultrahumano
que se salga del caso de la tierra.

Ábrete en el temblor de la mirada
que más en tu alma que en tus ojos tiembla,
y en el rocío de sangre de lucero
que te untas en los labios cuando besas.

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Anhelos

Oh, los anhelos de mi amor insanos.
Quiero empañar tus límpidos cristales
y ver palidecer esos corales
sobre las perlas de tu boca ufanos.

Quiero que llore, herida en sus arcanos,
tu fuente de rosados manantiales
y que tiemble en tus tiernos maizales
la panoja rindiéndome sus granos.

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Carnaval

Bella ficción de reinas y de reyes…
Oh, carnaval, alegre carnaval,
que unces tus yuntas de mejores bueyes
y aras la carne en el vaivén del vals.

Arado quo revuelcas corazones,
en surcos de dolor y de placer,
y arrancas las raíces y tocones,
que dejaron las siembras del ayer.

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El negro

Niño, de noche lanzábame a la selva,
acompañado del negro viejo de la hacienda,
y cruzábamos juntos la manigua espesa.
Yo sentía el silencioso pisar de las fieras

y el aliento tibio de sus bocas abiertas.
Pero el negro a mi lado era una fuerza
que con sus brazos desgajaba las ceibas
y con sus ojos se tragaba las tinieblas.

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Germinal

¿Qué me dicen desplegadas las nubes,
esas nubes de tus tristes ojeras?
¿Qué me dicen tus mejillas tan pálidas,
esas curvas de tus nobles caderas?

¿Qué me dicen tus mejillas tan pálidas,
tus dos cisnes ahuecando su encaje,
tus nostalgias, tus volubles anhelos
y el descuido maternal de tu traje?…

¡Oh!, yo escucho, cuando tocas a risa,
un allegro que del cielo me avisa,
y vislumbro, cuando el llanto te anega

en los lagos de tus ojos en calma,
las estelas de la nao de mi alma
que en el cosmos de tu sangre navega.

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Hambre azul

Ensueño que estoy cenando
y que tu espalda es mi mesa,
acostada su blancura,
como en la playa te viera
nadando sobre la ola
o echada sobre la arena.

Mesa desnuda, sin nada
de mantel ni servilletas;
azucarada, olorosa,
pintada de miel de abeja
libada en los azahares
de la luna y las estrellas.

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La negra

(A Félix Matos Bernier)

Bajo el manto de sombras de la primera noche,
la mano de Elohím, ahíta en el derroche
de la bíblica luz del fiat omnifulgente,
te amasó con la piel hosca de La serpiente.

Puso en tu tez la tinta del cuero del moroco
y en tus dientes la espuma de la leche del coco.

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Linda rubia

Linda rubia: las otras lindas rubias
saben que tú eres la más rubia entre ellas.
¿De qué áureos medievales, de qué onzas
de virreinos en flor, de qué monedas,
por el roce de siglos derretidas,
se amontonan en tus bucles y tus trenzas
la melcocha de oro en que embalsada
salta en rizos de sol tu caballera?

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Ojos negros

¡Ojos tuyos! Ojos negros, que el amor los enfurece.
Pupilas que se dilatan ante la azul inmensidad.
Astros donde la luz se ennegrece
para que haya estrellas en la claridad.

Viajeros en que el polvo de la Vía Láctea florece,
porque vienen jadeantes de la eternidad.

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Pancho Ibero

(A Antonio Pérez-Pierret)

¡Pancho Ibero! Tronco de honda raíz ibérica
y encarnación de la América española.
Una ola te trajo a las playas de América.
¡Pancho Ibero! ¡Bendita sea la ola!

Tramas la dictadura, pero armas la revolución;
que eres a un tiempo pulpero y soñador.

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Parió la luna

Altamar del Mar Caribe.
Noche azul. Blanca goleta.
Una voz grita en la noche:

-¡Marineros! ¡A cubierta!

Es el aullido del lobo
capitán de la velera.
Aúlla porque ha parido
su novia la luna nueva.

Y todos yen el lucero
que en el azul va tras ella:
ven el corderito blanco
detrás de la blanca oveja.

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Cuando a su dulce olvido

Cuando a su dulce olvido me convida
La noche, y en sus faldas me adormece,
Entre el sueño la imagen aparece
De aquella que fue sueño en esta vida.

Yo (sin temor que su desdén lo impida)
Los brazos tiendo al gusto que me ofrece,
Más ella (sombra al fin) se desvanece,
Y abrazo el aire donde está escondida.

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PUEBLO

¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo
donde mi pobre gente se morirá de nada!
Aquel viejo notario que se pasa los días
en su mínima y lenta preocupación de rata;
este alcalde adiposo de grande abdomen vacuo
chapoteando en su vida tal como en una salsa;
aquel comercio lento, igual, de hace diez siglos;
estas cabras que triscan el resol de la plaza;
algún mendigo, algún caballo que atraviesa
tiñoso, gris y flaco, por estas calles anchas;
la fría y atrofiante modorra del domingo
jugando en los casinos con billar y barajas;
todo, todo el rebaño tedioso de estas vidas
en este pueblo viejo donde no ocurre nada,
todo esto se muere, se cae, se desmorona,
a fuerza de ser cómodo y de estar a sus anchas.

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Casa tomada

Es la historia de siempre, los intrusos

se apoderan hasta de nuestros miedos

más infantiles.

Nada dejan librado al azar.

La consumación del sueño, el asesinato

de Trenton deslizado en la silla vacía

del primer morador, las constelaciones

de los primitivos enamorados

que alguna vez pernoctaron por las

raídas habitaciones.

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Crimen pasional en la calle Tres Arroyos

Son las dos de la madrugada de un lunes cualquiera
Hace treinta y dos años en la calle Tres Arroyos
un inesperado crimen nos recordaba que también
se mata por pasión.
Las crónicas oficiales sólo reseñaron
los celos enfermizos del autor de la tragedia
pero nada dijeron de la consternada Laura
la desdichada enfermera que aceptó consumar
aquel ritual con su despiadado amante.

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El grito

Hemos visto noches de miradas eternas.

Los crucifijos esperan el reencuentro con sus dioses.

Mañana es posible.

Las ciénagas han muerto de frío a la intemperie.

Ahora, tus ojos no vacilan en el llano.

Las comadres enlutecen de rubor

cuando el grito quiebra nuestros huesos.

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La estrechez del mundo

En el límite de todo, tú adorada mía

ahora que la sal del hierro no corroe

los ligamentos del esperma, vienes a mí

blanca, etérea, elevando tus ojos rojizos

por las gargantas del océano.

Condenado amor, la estrechez del mundo

se interna en los mares ultrajados

allí donde la luz del ciego y las camas

de alquitrán ya no alcanzan para contener

la esclavitud de los siervos.

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La mirada

Esa pesada carga del deseo

purifica la razón del violinista.

Ella sabe que el virtual descubrimiento

pasa por sus ojos

allí donde los monstruos más sagrados

atormentan el caldo del cartero.

Imperfecta y deleznable

su piel amarga restituye

al visionario de Manhattan.

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Lo que no fue

Ahora, que hemos descubierto
en palabras el origen del silencio,
nuestras almas permanecerán
quietas en el horizonte.
Ya no habrá lugar para la duda
ni miraremos con los mismos ojos
la eternidad de la luz.

El vacío cubrirá las anchas veredas
con su obscuro manto de junio
y dejaremos partir mansamente
las cenizas de aquello que no fue.

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Los amantes

Dicha y ocaso, gravidez de los rituales.

Línea oblicua del amor en las maletas del viajero.

Los perros ladran su tormento en las trenzas de la

/dama.

Hueco de rencor, antiguos maleficios.

¿Quién ha robado los bastones del ciego

buscando luz en las tinieblas?

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Regreso

Los muertos regresan
de vacaciones
desparramando su alma
en un florero.

En esas aguas
vírgenes de odio
escurren el hastío.

Los muertos regresan
del exilio
a reclamar por exiguas
pertenencias adquiridas
a dialogar con la piel
dolida por su ausencia
germen hacedor del olvido.

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Señales de alarma

Hay una historia personal en el fondo del vacío

los rasgos de la infancia son la ausencia

de toda presencia.

Hay una suma de datos registrados como meros

prontuarios, una acumulación de hechos

que trascienden la humedad de las formas

el peso del color, o la longitud del párpado.

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Suele suceder

I

Suele suceder que el tiempo

transforme los recuerdos

en otros recuerdos

las miradas en otras miradas

las sospechas en otras sospechas.

Cada familia celebra sus ritos

cotidianos, crea de la nada

sus propios fantasmas, inventa

por las noches monstruos clandestinos.

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Transmutación

No aquietaremos la pasión en las aguas frutales

ni en los versos triangulares de César Vallejo.

Nos han arrastrado a un extremo vulnerable, a la

/ sospecha.

El cebo destroza las vísceras del poema

pero el centro teje y teje la cordura

aunque las locas del diluvio se aseen en verano.

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León Felipe en sus 75 años

Vedlo otra vez aquí.
De su vieja piel brotan
absurdamente flores
en salvaje melena enmarañadas:
recientes, frescas, olorosas flores
(así Elvira Gascón lo ha dibujado).
Y de la cueva honda de su boca
a veces una voz terrible sale
clamando; voz oscura
que, inesperadamente traicionada,
al aire se transforma
en un tierno, armonioso,
inexplicable canto.

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