Empecé a ver casas y casas. Y casas que estaban más allá de las casas. Que no se podían ver. Y cosas que sucedían hectáreas más allá, y una flor que nació en los lejanos jardines de la abuela, le sentí el barullo, la corona de chispas.
Era la noche de mi casamiento.
Aunque, asombrosamente, los preparativos hubieran empezado años antes; antes de que yo naciese, antes de las bodas de mis padres.
Pero, esa noche, bajo los dorados soles, y entre las berenjenas, que de tan azules, daban resplandores rojos, se atraparon criaturas inocentes y legítimas; se les sacaba el pelo y el sexo, y eran tendidas sobre las grandes asaderas.
1
Fui desde mi casa, a la casa de los abuelos, desde la chacra de mis padres a la chacra de los abuelos. Era una tarde gris, pero, suave, alegre. Como lo hacían las niñas de entonces, me disfracé para pasar desapercibida, me puse mi máscara de conejo, y así anduve entre los viejos peones y los nuevos peones, saltando crucé el prado y llegué a la antigua casa.
Este melón es una rosa,
este perfuma como una rosa,
adentro debe tener un ángel
con el corazón y la cintura siempre en llamas.
Este es un santo,
vuelve de oro y de perfume
todo lo que toca;
posee todas las virtudes, ningún defecto,
Yo le rezo,
después lo voy a festejar en un poema.
Estoy sentada en medio de la soledad del bosque. Los nogales –con qué precisión– acomodan sus frutos exquisitos dentro de las bolsitas de madera. Se oye el breve alarido de las martas que buscan amores. En la casa todos descansan y parece que no hay nadie.
La arboleda luctuosa giraba como el mar. Cayó lluvia.
Sobre la calle quedaron unas piedras, chicas, y otras más grandes; eran
muchísimas; parecían pedazos de estrellas.
Brillaban con furia, con desesperación. Creía que se iban a ir como
liebres; y no se iban.
La hija del diablo se casa. No sabíamos si ir o no ir. En casa resolvieron no ir. Ella paseaba con la trenza brillando como un vidrio al sol. Vestido celeste. Y las pezuñas delicadísimas, cinceladas y de platino. Con los ojos un poco redondos, insondables, se paraba frente a cada uno, como publicitando, invitando, o, consciente e inconscientemente, amenazando.
La tierra que papá compró cuando éramos niñas, quedaba frente del infierno; pero, era tan hermosa; los árboles gigantescos, y las achiras que parecían mujeres con la mantilla negra y la canastita de tizones y pimpollos.
Detrás iban las acacias, las quimeras y el árbol que siempre me daba espuma.
Las flores de zapallo corren por el aire y por la tierra como una enredadera de bengalas; mi madre las siega, las pone en el cesto; de pronto, se estremece, queda inmóvil; pero, huye hacia la casa; y pronto, un aroma a óleo y a almuerzo recorre la casa.
Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio; otros con un breve alarido, un leve trueno. Unos son blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma, la estatua a una paloma, la estatua a una paloma; otros son dorados o morados. Cada uno trae -y eso es lo terrible- la inicial del muerto de donde procede.
Esta noche un solitario habitante de las paredes
se decidió a andar,
oh, murciélago de oro y azul,
bicheja
todo de luz y telaraña,
te vi de cerca,
vimos gotear tus orejitas
adornadas con brillantes.
Antiguo sacerdote,
tienes la iglesia
en el cerrado ropero,
pero, esta vez
te vi volar,
vimos tu sombrilla,
tu mantoncito infame
prenderse de la nada,
se oye tu murmullo.
No sé de dónde lo había sacado mi padre —él no salía nunca—; tal vez, desde el linde mismo del campo; allí estaba, el nuevo cuidador de las papas. Le miré la cara color tierra, llena de brotes, de pimpollos, la casaca color tierra, las manos extrañamente blancas y húmedas, que tentaban a cortarlas en rodajas y a freírlas.
Nuestros padres dijeron que iban a salir, y que fuéramos nosotras a pasar el día a casa de la abuela; iba a pedir que no, pero, no pude. Tomamos el jardín que partía el plantío. Eran las nueve de la mañana; el sol centelleaba; las flores eran todas rosas y lirios; los lirios eran todos blancos; pero, algunos tenían una marca rosada en el medio, y las rosas eran rojas, blancas, amarillas, de todos los colores, color dalia, color leche; había tantas que parecía que no había ninguna.
Nos encontramos en el manzano. Era una noche cerrada, oscura. Me dijo: ¿Paseas?
Contesté: Siempre salgo.
El dijo: Yo, también, siempre salgo.
Pero, en ese momento, irrumpió la luna. Con todos sus tules. Y una llaga, como si hubiese sido violada dentro del traje de novia.
Todas la muerte y la vida se colmaron de tul.
Y en el altar de los huertos, los cirios humean. Pasan los animales del crepúsculo, con las astas llenas de cirios encendidos y están el abuelo y la abuela, ésta con su vestido de rafia, su corona de pequeñas piñas.
Recuérdate de mi vida,
pues que viste
mi partir e despedida
ser tan triste.
[I]
Recuérdate que padesco
e padesçí
las penas que non meresco,
desque vi
la respuesta non devida
que me diste;
por lo qual mi despedida
fue tan triste.
Moçuela de Bores,
allá do la Lama
púsome en amores.
Cuydé que olvidado
amor me tenía,
como quien se había
grand tiempo dexado
de tales dolores,
que, más que la llama
queman amadores.
Mas vila fermosa
de buen continente,
fresca como rosa,
de tales colores
qual nunca vi dama
nin otra, señores.
[I]
Moça tan fermosa
non vi en la frontera,
como una vaquera
de la Finojosa.
[II]
Faziendo la vía
del Calatraveño
a Santa María,
vençido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa.
La tienda «El Mundo al Revés»
compra a cuatro y vende a tres.
Consigue así tal clientela
que vende que se las pela,
por eso cuesta un horror
llegar hasta el mostrador,
y el parroquiano apurado
compra todo equivocado.
Flemática mujer de hermoso pelaje
en cintura
enmarañado pelo,
una araña carga en su pubis ancestral
negra hasta los meniscos,
perturbadora de la noche
calla, arrolla
En la esquina ebria
de Fresh Point
su rostro negra asoma,
tartamudea la anciana
medusa embadurnada de olores.
Qué de mí
si en mi cama se extiende
enrollada en mi cuello
absorta de delirios
con sus esmeraldas me mira.
No es el ungido escorpión
en el lecho entre horas,
no está. Se retuerce
me ataca con el flagelo
de su cola.
Encorvada la garra del animal
Uno. El otro sobre las crines
el colmillo de mamífero siempre
encima. Y el otro solo pellejea
ladra y fuerza.
El insomnio no conoce de paciencias.
Perrea en la noche, la familia como una bandera
que ondula en trizas.
No sólo repta.
En el pozo está,
atrapada de aldabas.
La mano confirma el orificio húmedo
ojal oscuro de la infancia,
vaginal caverna
que la atrapa.
La atrapa.
El tacto pulula rodea el albergue,
vacuo
vano va sobre el veneno.
Vita interrumpió
sus versiones de Rilke.
El teléfono era Moabit 37-94,
y Friedrichistrasse la estación de llegada.
En la Funkturm, una tarde,
en escapada breve y solitaria,
Vita le dio a entender
la duración escasa de las pasiones humanas.
Como siempre, fue un affaire casual:
amistades de amistades, aquí, allá,
en el Norte, en el Sur…
Al principio no me gustas.
Quizá reconozca en ti mis defectos
(¡difícil encuentro entre escorpiones!)
y siempre quiero espejos
de la imagen más perfecta.
para Alejandra
Mírate
en el espejo de las horas
desnúdate
en el centro de una plaza
antójame
como un zorro a las uvas
suéname
toda vestida de arcángel
simbolízame
sin un pan bajo del brazo
sublimízame
en espacios militantes
y luego
desnúdate
y ámame.
Voy buscando
huracanada y ola
bebiendo del vacío
como en mi sombra y sola
castañuela de suspiros
coros de abuelos
transparente en mi anhelo
buscando ese presagio
en otros cielos.
26 de Marzo, 2003, 6.00am
Londres, séptimo día de la guerra.
Para el osito Sebastian
Dos hombres
vestidos de amarillo
sin pecho y con medallas le dispararon
en el aire estalló hecho pedazos.
Lo había escondido dentro de una maceta, debajo de una planta de menta
pero le capturaron en el patio de casa
cayó despedazado.
Tendí las arenas en tu playa
para que por tus venas pasaran mis misterios.
Tendí en mi cama
las sábanas
para escuchar el ritmo de tu cuerpo.
Tendieron las velas los barcos solitarios
se estrellaron las olas en su cansancio
Y cuando nieva
el río se silencia y vuelve escarcha
Mientras tanto
adentro mío tu mirada vive, muy intensa,
amorosa y cada vez más pura, la beso y me despiertas.
Me despertó en la noche
tremenda pesadilla
qué es lo que tengo, me dije,
¿ya no le quiero?
Susurraba una lechuza
se columpiaba una rama
habían dos pescados
y una manzana.
La noche era callada
los pescados no hablaban
la noche era estrellada
eran las seis moradas.