I
Mas otras voces hablan a otras voces.
Mas otros ríos bañan a otros hombres.
Y yo estoy lejos, sumamente lejos.
Ulula el huracán entre los montes.
Grita el torrente con revueltos bronces.
Y yo en lo lejos permanezco ajeno.
I
Mas otras voces hablan a otras voces.
Mas otros ríos bañan a otros hombres.
Y yo estoy lejos, sumamente lejos.
Ulula el huracán entre los montes.
Grita el torrente con revueltos bronces.
Y yo en lo lejos permanezco ajeno.
Pastor dormido en la hierba,
tu caramillo sonando
en la lejana pradera:
¿quién en tus manos, avena?,
¿quién en tus manos, alfalfa:
pastor dormido en la hierba?
El oso peludo,
el rey juguetón,
molinete, embudo,
chinita de ron.
Después, después el viento entre dos cimas,
y el hermano alacrán que se encabrita,
y las mareas rojas sobre el día.
Voraz volcán: el nimbo pasaremos.
El buitre morirá: laxo castigo.
Después, después el grito entre dos víboras.
Después la noche que no conocemos
y extendido en lo nunca un solo cuerpo
callado como luz.
Dandún, óyeme, dandún,
no hay quién te saque, dandún:
ni allá con la banderilla,
ni aquí con demente luz.
Trataro, mira, trataro,
creo que te perderás:
allá con la banderilla,
aquí con serenidad.
Ya se cerró tris pulsera,
ya se cerró tris collar,
aunque siempre te miremos
no te veremos jamás.
O sea, entrecierra las vistas parada-sentada 100 años
como abuela huilliche atizando la llama.
Así el color de la memoria
será un retrato desvaído de la in-memoria,
un borrón afiebrado un cuento
de revoltura entre vivientes y finados tu cuento.
La bolsa de agua reventada para siempre
empapó a Adán y Eva o sea
a la autobiografía del hombre.
La bolsa de agua de la Santísima Virgen
chorreando desde la punta de los volcanes
bajó a empozarse
para que nacieran las hijitas del paraíso
las hijitas como yo, como tú, como
las pecadoras que somos
para que con esas mismas aguas de pariciones
nos laváramos los ojos empapados.
Soy como los animales:
presiento la desgracia en el aire
y no duermo sobre arenas movedizas.
Arriba siempre el viento
-desde el tiempo de los pañales mojados-
raspando la solidez de los cartílagos
mientras alguien
con mano sosegada escribe en mi cuaderno
cortas palabras de tristeza.
Te canto como si fuera a morir.
Esto quiere decir: me mato cantándote
y da pie para soltarle las polleras
a la metáfora, e hilar cosas preciosas
para la boca de una señorita.
Pero mejor, te contracanto
bajo las linternas enmohecidas
justamente a la entrada del invierno
donde mi guitarra quedó descabezada
en la bohardilla de mi casa de campo.
En el cielo
El sol mira para atrás
Porque tiene que llamar agua,
Y tú conoces las señales
Los sagrados olores de la tierra
Y empiezas a lustras tus botas
La escopeta del 16
Que el abuelo colgó en el comedor
En este otoño de su muerte.
Quien quiera saber lo que acontece
a las lluvias en marcha sobre la tierra,
véngase a vivir sobre mi techo, entre los
signos y presagios.
Saint-John Perse.
Esta es la casa
aquí la tienes con la puerta abierta
Aquí vivo
conjurada por la noche de campo
y los mugidos de las vacas
que van a parir a la salida del invierno.
O sea, pura clara, imitación de huevo completo,
huevo de utilería que nunca va a cuajar
sin pasión ni calentura de nido nunca.
Huevo de culebrón según la enciclopedia del campo,
desvanecido de alma mostrenco
huevo de entierro y luto
fin de huevo.
Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los
malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso
no necesita escribirse.
Tengo los pies helados
y nadie va a llegar con calcetines de lana
a hacerme compañía
porque ayer me cruzó la lechuza
de sur a norte en el camino
y sobrevoló hasta la medianoche
-como buen pájaro agorero-
a dos metros de la camioneta roja
donde traía los víveres del pueblo.
Yo católica mestiza
minimalista y campesina.
Yo perrera y caballera de ombligo amarrado a
la telúrica madrecita tierna de
nunca acabar.
Yo de sesenta para arriba y para abajo
mes de corrido los Diez Mandamientos,
El Ojo (o-j-o) y la Pastoral de L.
Un día
uno sale a encontrar la muerte,
sin equipaje,
sin muda para la otra semana
con la única camiseta blanca
que quedaba
del tiempo de colegio.
Un día
uno se apura como malo de la cabeza,
como si tuviera que llegar
a todos los trenes
y saludar a medio mundo.
La cosa es saber sin abrir los ojos sólo al tanteo
si el huevo está producido o esta huero,
porque si está huero
seríamos nonatos yemas de culebrón
y el poema que estoy escribiendo
no se escribiría nunca, a no ser, que
el propio Resucitado empollara
y entonces:
creo en Dios Madre todopoderoso…
Las estrellas cuando mueren dejan un hoyo negro.
Los que amamos cuando mueren dejan un hoyo negro.
Pero si tú mueres y yo muero
no quedará un hoyo negro sino una astrología en
la carta cósmica una escritura tan elemental
que podrá ser leída hasta por los niños que no
saben leer.
Con cierta gente,
uno se siente incómodo
como cuando tiene arena en el espinazo
o un clavo en la bota
y busca la puerta de salida con urgencia.
Con otra gente,
uno estira las piernas -se afloja-
enciende un cigarrillo
lee un verso
se agarra de las mechas por ideas políticas,
habla del hijo que se engendró una vez
entre girasoles,
recibe un puñete de frente,
lo devuelve,
come pan
y duerme en la misma pieza.
Cuando la brisa barría apenas
las nieblas grises de la mañana
y al arrastrarse por las arenas,
con sus espumas como azucenas
jugaba, en sueños, la mar cercana,
junto a la choza de sus mayores,
se despidieron los pescadores.
De pronto, en pleno día, cual si hubiera
caído ya la tarde, la montaña
paró de resonar… Bajó la fiera
del monte. Despertóse la alimaña
rondadora y el último gemido
del viejo roble herido
por las rústicas hachas, rebotando,
naufragó en el silencio… Se diría
una inmensa embriaguez, o la agonía
de una madre común… Labriegos mudos
corrían por las sendas, sollozando,
con sus hijos a cuestas.
Soñé que era muy niño, que estaba en la cocina
escuchando los cuentos de la vieja Paulina.
Nada había cambiado: el candil en el muro,
el brasero en el suelo y en un rincón oscuro
el gato, dormitando. La noche estaba fría
y el tiempo tan revuelto, que la casa crujía…
Se escuchaba a lo lejos ese rumor de pena
que sollozan las olas al morir en la arena,
y a intervalos más largos esos vagos aullidos
con que piden auxilio los vapores perdidos.
Para mí, nada pido,
dadme una rama de árbol, una roca,
y las tendré por nido.
Mi nombre, pronunciado
con ánimo gentil por vuestra boca,
me hará creerme amado.
Evocad mi memoria
al ver una luciérnaga, una estrella,
y me daréis la Gloria.
¿Qué es ingrata la tierra? ¿Qué es ingrata
y es cruel la humanidad en que te agitas?
¿qué no acoge tus ansias infinitas
ni se angustia el duelo que te mata?
¿Qué no hay vuelo de tu alma que no abata
su maldad?…¡di, más bien, que son malditas
tus ansias infecundas y tus cuitas
y esa loca ambición que te arrebata!
Tienen las capuchinas
una campana,
colgada de una viga
desvencijada;
laúd de mal agüero,
que sólo tañe
cuando las capuchinas
se mueren de hambre.
Cuando a la media noche
su voz resuena,
la misteriosa esquila
no pide, ruega…
Ruega, y con tanto acierto,
que al otro día
ya no se mueren de hambre
las Capuchinas…
¡Cuántas almas hambrientas,
abandonadas,
cruzan por nuestras calles
sin ser notadas!…
Es que nunca han tenido
las pobres almas,
como las Capuchinas
una campana;
un esquilón de hierro
que al mundo advierta
que ya se mueren de hambre!
Creo que todo el firmamento de eclipses
se convertirá en un Greco en llamas
para nosotros. ¿No lo crees así, Ratz?
La centuria balbucea el fin de la lengua
ya pasó el tiempo para los epicúreos
y hedonistas, para esos vagos y ladrones
y debemos hacer que desaparezcan
Ratz, yo sé dónde están los Harrier, sabe
se lo diré cuando esté revolcándose en el mar
serán las última palabras que escuchará,
no le va a ser tan Bona Palona como antes.
Queríamos a Brando acá en el bote
queríamos recuperar a Brando
que llevaba siete años de prenda de guerra
encarcelado en la Capilla Sixtina
convertida en celda de la conciencia
por los disciplinantes milenaristas
Pero los milenaristas no lo querían soltar
Estaban embelesados con la captura de Brando
y lo hacían pasarse mirando el techo
y con la primera bajada de cuello
amenazaban con agregarlo al Juicio Final
mientras afuera rodeábamos cómo sacarlo
cómo irrumpíamos sin rozar la capilla
Ma seguido de arduas comidas privadas
de bajas recíprocas y de graves daños
y con atentados colosales durante los postres
donde las llamas ensanchaban las sacristías
canjeamos a Brando por un Tiziano
guardado en el mar bajo armamento
para cubrir expensas de gustos caros
Así que así subimos a Brando al Harrier
y le abrazamos la papada en la nave
pero Brando venía difícil y contrariado
venía con la boca mordida de ayunos
y al posarnos suave sobre la cubierta del Cittá Felice
mandó a escobillar su abrigo de sacos
y soltó el racimo que traía en la lengua:
Prescindiré de recepciones ni cancillerías
Prescindiré del alcohol, de las pastas
de los helados de asiento de alcachofa
de los propensos excesos al desengaño
y de mis mujeres que me han crucificado
Pero no cruzaré el desierto
para hacerme perdonar
el oro del dolor que he infligido
No fornicaré, no me deleitaré
ni me pondrán de rodillas
No quiero ni demostrar, ni sorprender
ni divertir, ni persuadir
Aspiro al fin de mí mismo en vida
y sin la constatación de mi muerte
Nadie me volverá a ver en mil milenios
El tiempo se está acabando.
Nos educaron para atrás padre
Bien preparados, sin imaginación
Y malos para la cama.
No nos quedó otra que sentar cabeza
Y ahora todas las cabezas
ocupan un asiento, de cerdo.
Nos metieron mucho Concilio de Trento
Mucho catecismo litúrgico
Y muchas manos a la obra, la misma
Qué en esos años
Repudiaba el orgasmo
Siendo que esta pasta
Era la única experiencia física
Que escapaba a la carne.
Yo, La Tirana, rica y famosa
la Greta Garbo del cine chileno
pero muy culta y calentona, que comienzo
a decaer, que se me va la cabeza
cada vez que me pongo a hablar
y hacer recuerdos de mis polvos con Velázquez.
No quiero hablar del medio papelón
Velázquez. Perdóname, pero no había
nadie. No fue nadie a tu estreno
cuando te arrendaste el Hotel Valdivia
para restaurar la Inquisición de Lima
que te quedaba más cerca
y complacer así a tu Iglesia.
Fue de entrada en casa de Carmine Galante
nuestro inculto sastre mal hablado
y experto en tapices etruscos
donde estuvimos cerca de componer un oratorio
y de dar un buffet de sesos engreídos
pues nos topamos otra vez con Salieri
el confesor laureado de esta república
que se mandaba a hacer sus casullas
de marta cibellina con Galante también
Qué promiscuidad, Luchino
y qué incómodo además para Salieri
verse sorprendido allí donde Galante
probándose la ropa
Habíamos olvidado que aun vivía
y no nos dio ganas de hacerle algo
de hilarle el cuello a los rurbos del Harrier
y dejarlo caer al mar como betarraga
por inmiscuirse en nuestras telas
Pero ahí al verlo hicimos memoria
Demonios.