Soñé con detectives perdidos en la ciudad oscura.
Oí sus gemidos, sus náuseas, la delicadeza
De sus fugas.
Soñé con dos pintores que aún no tenían
40 años cuando Colón
Descubrió América.
(Uno clásico, intemporal, el otro
Moderno siempre,
Como la mierda.)
Soñé con una huella luminosa,
La senda de las serpientes
Recorrida una y otra vez
Por detectives
Absolutamente desesperados.
Poemas chilenos
Los detectives perdidos en la ciudad oscura.
Oí sus gemidos.
Oí sus pasos en el Teatro de la Juventud.
Una voz que avanza como una flecha.
Sombra de cafés y parques
Frecuentados en la adolescencia.
Los detectives que observan
Sus manos abiertas,
El destino manchado con la propia sangre.
Era más hermosa que el sol
y yo aún no tenía 16 años.
24 han pasado
y sigue a mi lado.
A veces la veo caminar
sobre las montañas: es el ángel guardián
de nuestras plegarias.
Es el sueño que regresa
con la promesa y el silbido.
En el camino de los perros mi alma encontró
a mi corazón. Destrozado, pero vivo,
sucio, mal vestido y lleno de amor.
En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie.
Un camino que sólo recorren los poetas
cuando ya no les queda nada por hacer.
Negro el Alfil contra la Dama blanca,
negro el Alfil apunta a la garganta
de la blanca Dama,
de la Dama blanca.
Negro el Alfil dispara y se adelanta.
Negra es la bala que va hacia la garganta
de la Dama blanca,
de la blanca Dama,
de la Dama blanca.
A media noche desperté.
Toda la casa navegaba.
Era la lluvia con la lluvia
de la postrera madrugada.
Toda la casa era silencio,
y eran silencio las montañas
de aquella noche. No se oía
sino caer el agua.
Este es el fin del Cristo abandonado,
el fin de la lanzada, el clavo y el vinagre,
el nunca más de la Resurrección,
el siempre de la muerte en el Sepulcro,
el fin del pan que multiplica
la sangre, el fin del buen ladrón y Magdalena,
el fin del hombre Lázaro sin muerte.
Qué tiempo aquel dorado de mi Dama la sola,
cuántas olas oscuras viniéronla a abrazar:
en qué secretas cámaras vi su cuerpo desnudo,
y en su cuerpo la noche que a veces tiene el mar.
Qué playas de este mundo, qué soles cuando siento
que muy sola mi Dama me convida a beber
su vino del pasado, y el vino en mi garganta
me hacen joven de nuevo con otro amanecer.
Están aquí en la noche
más jóvenes que nunca, albores de sus venas,
fulgores de sus ojos inviolados:
llamas que arden sin arder, pies y manos
sellados por el óleo:
esplendores que giran sin moverse
con el sol nocturno que corona sus cabezas:
interminables cuerpos
de fuego que se extingue y no se extingue;
transparentes de ser cuerpos
que nos tocan:
bocas gloriosas que desprenden estrellas:
están en todas partes y no están en todas partes,
y están sin espacio,
sin espacio sin espacio sin espacio
de nunca estar estando: ágiles
como todo el relámpago: purísimos
de ser siempre nuestra compañía: tiernos
cuando nos tocan en el sueño,
cuando nos besan y decimos que es la brisa.
No hay tiempo si en el agua de diamante
que roza nuestros cuerpos
tú y yo nos sumergimos : el agua tuya con el agua mía
de tu boca , y apenas el hundir
de los secretos labios en el mar.
Apóyate, noche, sobre nuestros pechos: éntranos
en tu centelleante oscuridad.
Noche de los amantes que yacen sepultados,
noche de la serpiente que nos acecha siempre.
Solemne y alerta
apóyate para cantar en nuestros pechos. Apoya
tu cabeza en los muslos del solitario:
hazlo fulgir, haz que su llama brille un momento,
haz que su fuego se eleve a tu cabello estrellado.
Escucha, susurrante, el tiempo de las estrellas,
la silabeante madrugada que se acerca.
Escúchate el cuerpo que tembloroso aguarda,
la llave desolada del abrazo, el trémulo contacto,
la mano que te cierra los ojos, la tierra que se abre
con ignorados frutos.
Si no es a oscuras no te veo.
Si no es a noche no te alcanzo.
Si no es en ay donde me tiemblo.
Si no es perdido cuando parto.
Si apenas agua sobre el fuego.
Si apenas fuego sin la mano.
Pero ayer no fue tu tiempo. Tu tiempo comenzaba
detrás de la oscuridad, en las doradas
tumbas de algún otoño. Porque tu tiempo
no es el de ayer, ni siquiera será el que me arranques
el día de la mirada. Pasé yo junto a ti,
y te miraba.
Por eso, cuando el vientre sinuoso del alcohol te rodea;
cuando las luces de las calles resbalan por tus ojos
como extrañas bocas planetarias;
cuando -con los puños ardientes-
preguntas por el pasado que escupe tus entrañas,
tú escuchas, bajo el eterno
y solitario corazón de la noche,
el respirar, la angustia, las historias anónimas
de millares de cuerpos ya desvanecidos
bajo embelesos negros, y el incansable
sueño del tiempo que hunde sus cinturas heladas.
A Guillermo Trejo
A través de la noche vas dejando tu ausencia,
sin hojas que desde el bosque anuncien lo que has dejado,
sin puertas que penetren tus pasos oscurecidos.
Oh impalpable, oh músico de viejas y enterradas ciudades,
escucho, uno a uno, tus pasos bajo la noche
-la noche sobre Virginia- cuando llegaste a Richmond
mordiendo tu corazón, abandonado en vida
como una profunda ola en un mar lejano.
La luz bajaba desde la colina.
El sonido de un tren, un paso que he perdido.
Juventud, herida de otro tiempo,
te alejas soñolienta
como una verde lámpara sepultada en la noche…
Algo silencioso
estaba junto a mí.
Amigo, llévate lo que tú quieras,
penetra tu mirada en los rincones
y si así lo deseas, yo te doy mi alma entera
con sus blancas avenidas y sus canciones.
Amigo -con la tarde haz que se vaya
este inútil y viejo deseo de vencer -.
Algunas veces encuentras en la vida
una amistad especial:
ese alguien que al entrar en tu vida
la cambia por completo.
Ese alguien que te hace reír sin cesar;
ese alguien que te hace creer que en el mundo
existen realmente cosas buenas.
La sombra de la muerte en el umbral se para.
Oh dandún, oh dandún, no le mires la cara.
Cerca, una madrugada te aguardaba con hambre
de tus miembros apenas palpados por el mundo,
y te daba el arrullo dulcísimo del sueño
desde dentro de un sueño borroso, inacabable.
XV
El día de la resurrección
habrá rebeldes.
XVII
La novela de Dios.
Una hoja
manchada con sombra roja.
Oh henchido vientre, vientre luminoso,
la hora del mundo estalla;
abre las alas: suma claridad
rodea la granada.
Asoma, rayo de materna luna:
conoce el aire, mueve las entrañas;
manantial esperado, entrega el ronco
bramido: ciega lanza.
De rodillas el Árbol.
Caigo sobre mis ojos: me acompaño:
sólo tengo caminos.
La luz clama: ‘¡Estoy ciega!’
Cunde frescos sentidos
el ansia, polvorienta, disoluta.
Los pies del cielo con mis pies tropiezan.
Vetusto claroscuro:
caminos y caminos y ninguna
huella.
Víscera, fruto vagando en la niebla,
entre mil soles vagando en la niebla,
víscera, fruto vagando sin tiempo,
entrevenoso, ascendiendo insolado,
cántico, bosque de astros, estepa,
¿de qué región tropezando, cayendo?
Bloque de semen, radiante, aguerrido,
¿por qué designio vienes a ser mío?
XVII
La rosa hacia la rosa: los ardores
ondulan y sucumben.
Como lo mío antes de mí, Jesusa
en otro corazón.
¿No buscará descanso?
En una página de arena y miedo
lee su nombre. Fardos los dominios.
(II)
Doce de junio.
Hablé. Nosotros lo comprenderíamos.
¿Iba la noche a retener tu entrega?
Por la ventana el mar que nos separa.
Seremos uno interminablemente.
Ahora estás conmigo. Qué seguro,
qué distinto es el ser: en su coraje
me alcanzas.
( I )
¿Quién eres tú? ¿Quién eres tú? ¿Quién eres al alba,
a la noche, a la tarde? ¿No es el amor tu imagen?
Yo crecía, y crecías tú. ¡A nosotros crecíamos!
Tomamos los racimos. ¿No es el amor mi imagen?
Yo canto como el sol,
y el sol no canta.
Yo sueño como Dios,
y Dios no sueña.
Yo, cual la tierra, muero,
y la tierra no muere, ¡pero canta!
Árbol huracanado, violenta tierra viva:
para tus olas hiende mi corazón la luz;
sea el ímpetu el sueño que te cubra, hijo mío;
yo seré el edredón de la cuesta dormida.
Eterno lampo eterno surja para tus ojos;
empuja hacia tu sangre mi sangrienta ternura;
eres la despedida de mis bríos maduros:
como cosecha, hijo, reviviré en tu asombro.
– ¿Vinieron ellos?
– Sí.
– ¿También Él?
– Sí, también.
– ¿Cenaron ellos?
– Sí.
– ¿Y Él,
dime,
y Él
cenó,
dime,
cenó?
– No sé,
no sé.
*
* *
Yo sí lo sé, y, también la cena, que se heló.