El pavor de la nada engendró esta latitud de espanto,
y el existir de tanta soledad sin párpados para el duelo.
Aquí se sucedió el parto antiguo de la muerte.
Aquí, el silencio me mira frente a frente.
Ahí está el polvo, con su hocico voraz y su estatura de tormenta.
Poemas chilenos
¡Oh tu Satanás! Taumaturgo nocturno,
sembrador de luceros, de silenciosos y tintas maléficas.
Escenógrafo mágico de los países feéricos, alucinados.
Ahí los buhos. Ahí, las luciérnagas. Ahí, los murciélagos,
los felinos y las lechuzas.
En qué noches. Bajo los cielos de que Gomorra
se gestaron vuestras complejas almas,
sumergidas en antecedentes milenarios.
Del guano de los establos moscos de verde peto.
Fiesta de doncellas tristes para las moscas de negras patas;
ámense las carcomas en las maderas tibias fragantes a mosto viejo.
Agriétense las murallas. Rómpense las corolas. Estallan las pulpas ácidas.
Los insectos, niños traviesos, sacrifican alas nocturnas.
¡Oh funeral! ¡Sin responso! Sin toque de bronce de campana
trizada.
Sin embargo naufragastéis como los viejos marineros o los imberbes
grumetes,
a millas de los Puertos, en alta mar y tempestad
¡solitarios!
Tomados a los más lejanos horizontes
y los dedos quemados de tabaco.
Las cosas que ignoro suenan como una sal en mis sentidos.
Y mi muerte ronda con nombre supuesto
Escuchando los rumores terrenales.
Veo cómo a mi alrededor se sostienen
Sin dedos, sin habla, las visiones,
Y los prodigios que mi alma desconoce
Por una obscura escalera ruedan entrechocándose.
A semejanza de la espina
Lejos sobre el ser turbado
Como la espina exactamente
Fija sobre el ojo ausente
En atmósfera de ir
He aquí mi iluminado lirio
Muerte completa
Por la lengua pasa a veces
El nombre o su sonido
Solamente él casi creciendo
Para alcanzar a doler
Qué gran voz entonces
Adentro y alrededor del corazón
Y cómo una espada de ceniza
Rompe y abate mi encendida sed
Esperanza y materia
Se podría quizás oír todavía
Su calor tan diverso y tan lejano
Pero es mejor pasar
O crecer o salir lleno de negra memoria
De puertas para viajar
O una estrella casi terror
De un día cargado de vidrios ardientes
Para esperar la pluma o el espejo cerrado
Pasar con un último ser sobre la frente
Visible y ya siempre lejos
A celebrar el tranquilo vapor
Que sube consigo mismo del cabello
O entra en el pecho mientras vacilamos
He aquí pues
El arma libre
El espacio puro para resplandece
Que vengan esos primeros sueños,
Que vengan con su quemante copa de voces,
No los recordaré
Porque mi cara es otra, y ya no hablo.
Entre tantos afanes,
He deseado que lleguen;
Que llegue, porque sólo es uno.
Mientras camino, con mis manos desgarradas por sus muchos furores,
Voy viendo los muertos que se ocultaban en mi pelo.
Voy viendo sus sombras lineales que se descuelgan sobre mis huesos,
Sus entreabiertos costados
Por los que se escapa una luz húmeda.
El día,
Arco cerrado, lleno de palpitaciones, de paredes, de armas
diversas, de respiración.
El día de hoy
Como una inexplicable estatua en medio del desierto,
Un día.
Y separadamente, la potencia libre y arbitraria de SER,
gran río de aceite entre la lámpara inicial y cualquier
dolor transparente,
Se está metido en el enigma,
La descolorida espina hinca su revelación o el amor
en la infinita soledad de la memoria fiel.
En la garganta de la noche
Una gota de delirio
Al hombre no alcanza la fatiga de su sombra
Cada vez que el color nace
En un círculo de fuego puro
La voz de la noche
Se hace dulce acuario
Sometido al aire de los años
La sombra
El hombre
Los pueblos y su naufragio
La agonía del fuerte
La despedida del que nunca partió
Y nuevamente la sombra
Sufriendo la ausencia de su litoral
La manera de visión
Tiene una cadena
El desierto entusiasmo de su inmovilidad
Por su grito y su sal
El tiempo contiene ciertos nombres
La piel llena de estaciones frutales
Se apoya débilmente sobre el sueño
Flor
Número del día
Anillo del cielo
Vivo espejo presente
Tus ojos
Espuma de luz
Sueño de estrella
Tus cabellos
Ala infinita
Agua disuelta
Brilla en tu llanura interior
Claridad
Cierta palpitación pasea por tu nombre
Una llama azul
Sostiene tu dulce rumbo
Alrededor de tus sienes
Se precisan los viajes del viento
Lámpara tenue
Ah la lejanía
Cada flor
Cada beso tuyo
En actitud de fin
De tu paso
Va desprendiéndose la noche
Como una gran edad
¿Qué es lo cierto?
¿Qué es lo cierto?
La voz es un temor que devora.
La voz existe sin signos, sin fuego, como un desfiladero
natural en el seno del abismo.
En los días y en las noches, las horas nos engranan
como un mecanismo enigmático, como si lo inefable
resplandeciese y un escudo cubriera de estupor nuestro viaje.
Tengo a los dioses cerca de mí. De nuevo estoy entre
mis cosas, entro en su posesión.
Sin embargo, aguardo a que alguien me traiga mi mejor
vestido; y que hasta el fin multiplique su sabiduría
para conocerme y sepultar lo viviente.
Parada sobre la piedra
que aún no puede asir mi planta
soporto la tempestad de tus ojos
he de caer
o miraré para siempre
la profundidad
de tus aguas
Escalen rodillas
los montes
uñas abrazan
los trocos
se espantan
te ven
Me hacen señas
Desde la cumbre
de los picos
te miro
Tu frente
a mi frente
Expando alas de cabellos
y a pechos sueltos
arranco
de la tierra
Mi planta sofoca los bordes
aplasta el granito se hunde
asomo pies helados
en turbias aguas
no he de ahogarme
Las faunas recogen sus manadas
esconden sus melenas
en la tela
ay
no me agarres con los guantes
de la muerte
déjame subirme los vestidos
y calentar un poco
mi sexo
tras tu fuego
Que mis pedazos
alimenten tus bocanadas
no es reciente
mas que venga yo
a tu giro
plena
y en enorme salto
te penetre
Torno el gesto
y por los puntos
estrellados
saludo a tus ojos
que se asombran de
los astros
yo que tengo uno
atrapado
al incendio de mis dedos
te otorgo el resplandor
que morderá tus células
hembra helada
de la tierra
He visto
en mi salto
a un hombre
que caía
sube Altazor
los paracaídas
son muletas
de la muerte
en los tobillos
atesoramos
enormes reservas
de energía
gatíllalas en seguida
y sígueme
no hemos de tener
frío
en el origen
de los cielos
y las palabras no demandan
más combustión
que la ventana abierta
a las ráfagas
del miedo
Tus párpados cargados
desprenden
el aliento de la ira
Mi cabeza se lamenta
pierde el equilibrio
La mano en alce
agarrotada de dedos
inmersa
suelta su espuma escarlata
Sea dijo la voz
sea dijeron a coro las sombras
y nadie vio sus ojos
no dijo el amo
arderán infiernos
sea dijeron las sombras
y mostraron sus bocas abiertas
no dijo el hombre
pero ellas tan negras dijeron
otra vez sea
espantado el cielo
encendió sus luces
miró a la tierra
dijo ella
estoy sin sombras
estoy seca
no temas
apaga la luz
abriré las piernas.
No he de morir ahora
incrústense piedras
pero vuelven a casa
las piernas
que gimen
La desposada cuelga su cara
en los pétalos del damasco
teñida por los días
cae la sonrisa
óxido vegetales de dos cuerpos
amarrada a la viga enlutada
de la muerte
Apoyo mi pierna
desnuda
a la quilla de tus botes
sonrío leve
con el sarcasmo de los muertos
Me han crecido las uñas
y pesadas despeinan
la cortina de mi ojo
Junto las piernas
me apeo de estos mundos
arrastro mi sexo
que cruje entre tibiezas
Gigante rojo moribundo
no asaré mi carne de paisaje
en tus entrañas
Pero alzo
desde el fondo
dos brazos
su roja estela
despeinada
Llegarán curiosos de burbujas
a vidrios de hogares lejanos
y pequeñas manos
atisban
la tiniebla de mi ojo
En rocas escarpadas
el vestido suelta sus hebras
las nalgas reciben
garrotazos de árbol
el pelo cogido en truenos
espanta mis ojos
que tiemblan
Mujer soy
histérica serena
hipersensible
aterrizo cuando encero
suelo volar desde la azotea
y servir el desayuno
aún con las alas desplegadas
El vapor se cuelga entre mis rodillas
ojos enrojecidos
humea la cacerola
la mano busca al ajo
coge la papa
pica la cebolla
crujen los canastos
Desde la cúspide de mi tabla
de cortar carne
repito
el vapor se cuelga entre mis rodillas
Mujer soy
contradictoria
instancia que aletea
saca cuentas
decide el almuerzo
balancea proteínas
recuerda sus tareas a los hijos
abre la puerta de la cocina
y pela papas
Walt Whitman
resbala por mi pecho
Nunca dejé una flor blanca en el altar del sol
de Macchu- Picchu
jamás lancé el aroma de sus pétalos al pozo
Sagrado
de Chichén-Itzá
Tampoco escalé el rehue para ofrendar copihues
blancos
A Ngenechen
No me cogió un mozo gallardo por esposa
no desfloró mi piel su tacya
para que floreciera mi maíz
Más bien
sólo llevaron mis manos
papas entierradas
maquis oscuros como el silencio
Más bien
sólo lancé polluelos y huevos azules
como la gallina
que corretea asustada
detrás de la del hombre
Sólo yo voy desnuda
como si no hiciera frío
me saludan
se sonrojan
y se abrochan el último botón
de la camisa
Tienes ojos de abismo, cabellera
llena de luz y sombra, como el río
que deslizando su caudal bravío,
al beso de la luna reverbera.
Nada más cimbrador que tu cadera,
rebelde a la presión del atavío…
Hay en tu sangre perdurable estío
y en tus labios eterna primavera.
A la señora Dolores Endeyza de Silva.
Junto a las grutas de las quebradas
donde las aguas alborotadas
charlan de asuntos si ton ni son,
hay una casa de corredores
donde hay palomas tiestos con flores,
y enredaderas en el balcón.
A una rubia
Semejante al fulgor de la mañana,
en las cimas nevadas del oriente,
sobre el pálido tinte de tu frente
destácase tu crencha soberana.
Al verte sonreír en la ventana
póstrase de rodillas el creyente
porque cree mirar la faz sonriente
de alguna blanca aparición cristiana.
Flaco, lanudo y sucio. Con febriles
ansias roe y escarba la basura;
a pesar de sus años juveniles,
despide cierto olor a sepultura.
Cruza siguiendo interminables viajes
los paseos, las plazas y las ferias;
cruza como una sombra los parajes,
recitando un poema de miserias.
Este es un artista de paleta añeja
que usa una cachimba de color coñac
y habita una boharda de ventana vieja
donde un reloj viejo masculla: tic tac…
Tendido a la larga sobre un mueble inválido,
un bostezo larga, y otro, y otro: ¡tres!
Con un cadáver a cuestas,
camino del cementerio,
meditabundos avanzan
los pobres angarilleros.
Cuatro faroles descienden
por Marga-Marga hacia el pueblo,
cuatro luces melancólicas
que hace llorar sus reflejos;
cuatro maderos de encina,
cuatro acompañantes viejos…
Una voz cansada implora
por la eterna paz del muerto;
ruidos errantes, siluetas
de árboles foscos, siniestros.
A Guillermo Labarca Hubertson
El porte grave, el porte de esta robusta vaca
de cuernos recortados, el aire distinguido
de ésta que es corniabierta y ésta que es tan retaca,
manchan el pasto alegre donde rumia el marido.
Era un pobre diablo que siempre venía
cerca de un gran pueblo donde yo vivía;
joven rubio y flaco, sucio y mal vestido,
siempre cabizbajo… ¡Tal vez un perdido!
Un día de invierno lo encontramos muerto
dentro de un arroyo próximo a mi huerto,
varios cazadores que con sus lebreles
cantando marchaban… Entre sus papeles
no encontraron nada… los jueces de turno
hicieron preguntas al guardián nocturno:
éste no sabía nada del extinto;
ni el vecino Pérez, ni el vecino Pinto.
Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia:
llueve
Y pues solo en amplia pieza,
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.
Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto sobresaltado:
llueve
Entonces, muerto de angustia
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.
Tiene quince años ya Teodorinda,
la hija de Lucas el capataz;
el señorito la halla muy linda;
tez de durazno, boca de guinda…
¡Deja que crezca dos años más!
Carne, frescura, diablura, risa;
tiene quince años no más… ¡olé!
Úntenme manos traspasadas por un
clavo de oro macizo
manos cuelgan del hombre
manos pinchadas
Tengo hambre
hambre del sueño que afluye en la
mínima sal
Todo mi cuerpo pegajoso
de moscas sucias y doradas
Todo se ha consumado de
golpe
Como una trompeta
te has partido en dos
y sale un chirrido
no sale de ti
sino de la sorda conclusión
del tiempo
Sale el fantasma
que porfiaba en las
conversaciones
Recuerdas?
Yacía obscuro, los párpados caídos hacia lo terrible
acaso con el fin del mundo, con estas dos manos insomnes
entre el viento que me cruzaba con sus restos de cielo.
Entonces ninguna idea tuve, en una blancura enorme
se perdieron mis sienes como desangradas coronas
y mis huesos resplandecieron como bronces sagrados.
Sin recurrir a las ventanas
sin asomarse a las panoplias
sin colgar frutos de los árboles
sin cortar en dos la noche
sin esperar el buen consejo
sin recurrir a las ventanas
sin propender a los relámpagos
sin asomarse a las panoplias
sin atisbar el mes de enero
sin decidirse a abrir la puerta
cuando se fue Jorge de viaje.
Tú hablaste del corazón hasta por los ojos
tú hablaste del fuego hasta por la nieve
por ti yo un día me decidí al azar
para encontrarte
Yo he desatado el nudo del azar
-una mañana me decidí de súbito-
y sólo quien haya logrado desatarlo
podrá entenderme.
La lámpara reía a los ángeles
sangrando por las narices
la lámpara semejaba un cerezo
(un cerezo no sé porqué)
Yo abrí los brazos como quien
cierra con prisa una ventana
en un abrazo aprendí a nadar
en un beso aprendí a vivir
Yo dormía una bandada
de palomas voló de súbito
estas palomas provenían
de un internado de hechiceras
Las jovencitas en corpiño
frente al espejo alucinante
se habían clavado la cabeza
con un pernicioso alfiler negro
Pronto en palomas convertidas
por este infantil acto mágico
salieron volando por el cielo
rumbo a mi abierto dormitorio
Yo dormía como quien
vive una noche para siempre
la noche semejaba un alfiler
(un alfiler no sé porqué)
Casa para vivir,
casa que el hombre busca
desde que el mundo es mundo, desde que el hombre es hombre,
desde que el techo es cielo.
¿Es la casa este techo,
es esta viga
que sale afuera como un hueso puro,
es la ventana
para aguardar el tiempo de su vidrio?