Yo, Anastasio Rencoret Iriarte, natural de aqueste reyno de Chile,
hijo lejítimo de mui mucho amor de entrambos mis santos padres,
estando enfermo en cama de la enfermedad que Dios nuestro Señor se ha servido
[en darme,
i creyendo como firmemente creo en el Alto i Divino Misterio
de la Santísima Trinidad i Padre e Hijo i Espíritu Santo,
tres personas distintas i un solo Dios verdadero,
i en todos los demás misterios i artículos de fe que tiene, cree i confiesa
nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana,
bajo cuya fe i creencia he vivido i espero vivir i morir,
temiéndome ahora de la muerte, que es natural a toda humana criatura,
envío mi alma al cielo, de donde me fue dada,
i el cuerpo a la tierra, donde fue criado,
i vengo en testar mis bienes, modestísimos comparados con el reyno de Dios,
[nuestro Amo i Señor.
Poemas chilenos
Alcancé a ver mi reflejo
en un ojo de buey.
Desde entonces la mansedumbre
habitó mis ojos.
Pero el destierro
quisiera ser más potente
y en un trozo de vidrio
desea retenerme.
Por eso camino entre mansos sueños
mientras el espejo se ríe un poco
de los reflejos que alguna vez ha visto.
Carpintero del tiempo,
sol caminante,
enhebrando en cada segundo
recuerdos entreverados de luz.
Me preguntas por mis noches,
porque jamás tuviste una.
¿Cómo responderte,
si nunca seguí tus pasos,
concentrada como estaba
en mi trayectoria de sombras?
Hay fantasmas
que parecen vivientes.
Pueblan el aire que respiro,
junto a mí contemplan lunas
y el sol cuando cae de tarde.
Han ido dejando sus ropas vacías en mi casa.
Ya no sé a quién pertenecieron
ni si soy ya uno de ellos
y otros ahora contemplan
mi vestimenta inútil
en un cuarto que ya quedó vacío.
Hoy recuerdo tu voz ida:
como lamento marino azota mis oídos
danzando por quebradas de aire,
cayendo hacia mis aguas
como cascadas interrumpidas.
Pero nunca antes recordé voces.
Ahora la tuya no me da tregua:
es un caudal
que me fluye
hacia la fuente en la cual tú
ya fuiste a beber tu inicio.
Desnudo casi,
¿mirando lo que escribo
ante tus ojos?
¿Aquel lejano punto
que te miraba a ti,
luminosa pupila
que entonces te veía
desde su oscura cámara
para que yo pudiera
hoy contemplarte
con íntima ternura
de renovada infancia?
Mitad en sombra,
mitad en luz,
el espejo es ventana
o caverna difusa
que se adentra
en un callado espacio
sin salida.
Itálica belleza sobrenace
al mirar la estatuilla que recibo
de una mano amiga:
trasciende como un éxtasis o sueño
que se había perdido.
La trompeta del fauno
acompaña la danza:
gira y brinca a la sombra
de un arbusto, la cabra
que al son mágico baila
de un alegre comás
de música inventada.
¡Qué jauría salvaje! La oigo rugir
y estoy ausente, sola, tan ajena.
Los chacales que rondan en mi noche
no tocan, no desgarran; sólo acechan.
Sí, tú, diente feroz, podrida hiena,
que con tu agudo hocico
olfateas mi huella.
Sobre el césped, tendido,
bajo el cielo exultante de arreboles,
entre los Tribunales de Justicia
y la Casa de los Legisladores,
el pequeño rapaz suplementero,
cansado de vocear los diarios de la tarde,
con ellos por almohada, se ha dormido.
Detrás de las palomas está el campo,
detrás de las campanas,
de las plazas bullentes,
donde empiezan los verdes fulgurantes,
donde nacen los sueños profundos,
donde dice el silencio
amados nombres
y crecen dulces árboles
y galopan caballos.
A José Echeverría
Hacia adentro, muy hondo,
donde la risa tiene el temblor del sollozo,
donde los ojos miran sin temor de mirarse,
me contemplo al espejo de imágenes borradas,
y ya no sé quién soy,
ni qué río me arrastra,
ni qué fulgor me ciega.
Busco tu corazón.
Hacia ti vuelvo.
Dame mi soledad,
mi viento estremecido,
mi universo.
Desnuda de toda ansia,
de toda vanidad,
a ti me entrego.
Ya no cantan mis ríos;
desfallecen.
Ya no claman mis bosques.
(Poema en tres tiempos)
I
Como un niño, jugaré con mi sombra
sobre la arena pálida.
Jugaré con la sombra de mis dedos
dibujando figuras sobre el agua,
al borde de la fuente, detenida.
Jugaré a perseguirme por las gradas
donde bailan las hojas del otoño,
e iré llamándome en distintas voces
para escuchar que el viento me responde.
Estás en mí. Desde mis ojos miras
estas suaves colinas en que flota la niebla.
Ausencia. Soledad. Cae la tarde.
Desnudo vaso tuyo: va tu sangre en mis venas.
Cruza el río el paisaje como un adiós,
cansada voz eterna.
¡Oh, noche tan profunda en que estoy sola!
Mares y vientos de tristeza.
No puedo desterrar esas imágenes,
esas estatuas rotas en la niebla.
Avanzo a un sol que busco sin descanso,
que no he de hallar, tal vez porque es un sueño:
un sueño que soñé desde la infancia,
cuando el vivir era un diáfano vuelo.
Camino entre casas de cartón,
entre gentes sin alma.
Dentro de mí resuena la música del mar,
el viento de la estepa,
el rumor de árboles azotados.
Sólo tu nombre quiero decir alto,
decirlo muchas veces,
escucharlo volar como un pájaro ciego
rasgando las paredes;
repetirlo
como un rezo de salvación,
como un canto de amor,
cuando la soledad
con su voraz marea me derriba
y se quiebra la máscara
deshecha por mi llanto.
Inmóviles las manos, el cuerpo abandonado,
así, cerrar los ojos y dejarse abatir por la tormenta.
Antiguas voces llaman. Ya no es hora.
Sangre, amor, amistad, ternura, ¡fuera!
No quiero vuestros rostros de alegría,
vuestras sedientas máscaras de cera.
Dejadme así, tan sola, primitiva, salvaje,
dueña de mi coraje y de mi fuerza.
Tú, voz fugaz, soledad, adiós.
Dentro, pura, la llama se consume.
Asciende, lento, el mar su extraña música.
La lágrima quemante, su perfume.
En el cristal los ojos de la lluvia.
Negra gavilla de sombras.
Negra tierra, negro sol.
Si el dolor color tuviera,
sería negro el dolor.
Ronco clamor de los montes,
ronco viento, ronco son,
¡ay! si el dolor se escuchara,
sería ronco el dolor.
Negro empañando mis ojos,
ronco acallando mi voz;
hondo clavado en mi carne,
¿por qué me sigues, dolor?
Aquí, junto a esta puerta,
aquí llamo llorando.
Aquí sin cuerpo llego,
perdida de mí misma,
perdida de mis pasos,
de mi voz, de mi alma,
con un sabor de muerte
entre los labios.
Y tú tienes un verbo sin palabras,
una luz cegadora,
una sombra que es áspera,
un hálito de nieve,
un tiempo todo llagas.
His voice was like the voice of my own soul.
SHELLEY
Sabía que existía esa voz,
esa clara voz mágica;
que me estaba llamando
con las varas del mimbre
detrás de las nubes,
cerca de las estrellas rezagadas.
Asisto al despojo del día
con su luto de marfil herido,
a la ausencia del que no volvió de la guerra,
que sin decir su nombre
quedó clavado en la monarquía del silencio.
Sin ser carpintero ni ir más lejos,
hago todo lo que pertenece al martillo:
me voy de golpe en golpe cantando
por el tajo abierto de la madera.
Amo la compostura ordenada del viento,
su crespa uña de enredadera llega hasta mí
y trae algunos olores de fuego al atardecer.
Rodando bajo el árbol del silicio,
entre la duda del cuarzo lechoso
y la arrogancia laureada del ópalo,
murmuro por las calles versos de Emily Dickinson,
y sin saber cómo llego a todas partes,
vuelvo perdido desde el fondo de las lilas de agua,
hecho pájaro con una rara canción.
Incógnito, pasa el reloj golpeando su itinerario,
en una marcha rumbo al olvido:
se parece a tus manos que laboran,
a tus pies circunscritos a un agujero,
a tus ojos que no tienen derecho a soñar.
¡Yo insisto en quedarme!
Latió el metal y luego
cayó muerto:
cedió su voluntad al ejercicio del crimen
y se marchó como el óxido,
sangrando por los andamios de la tierra.
Su grácil sombra quedó enterrada,
como un cuchillo roto
sobre una callada loma verde,
en el lozano ábaco del bosque.
Y en el universo,
la curva del tiempo
es mucho más grande que una manzana,
se parece a una línea recta
que el hombre no quiere entender.
Allí,
antes que existieran
tus ojos,
Dios,
la Coca – Cola
y el teléfono,
el universo tenía sentido:
era una lámpara, una manzana,
una fábrica de ladrillos;
era un canto vertido en una copa.
La hoja,
sin saber que está muerta,
cambia la curvatura de su periferia
y declina
con el rigor de los cristales del agua,
en el universo de cuanto nace.
En su memoria de caída,
su orfandad precipita el derrumbe de su calavera;
se torna cieno
y sume el néctar de su proceso
en el poro subterráneo
de alguna raíz maternal.
Entre los rostros del bosque
está la muerte con sus transmisores portátiles,
hace gárgaras, vive saltando y reza,
sacudiendo el misterio nocturno de la noche.
Se parece a tus ojos cuando están cerrados,
a tu boca dormida que murmura,
a mi ausencia, tan junto a ti,
a un pájaro que cantó
y luego calló muerto.