Potro de azufre

¡Oh tu Satanás! Taumaturgo nocturno,
sembrador de luceros, de silenciosos y tintas maléficas.
Escenógrafo mágico de los países feéricos, alucinados.
Ahí los buhos. Ahí, las luciérnagas. Ahí, los murciélagos,
los felinos y las lechuzas.

En qué noches. Bajo los cielos de que Gomorra
se gestaron vuestras complejas almas,
sumergidas en antecedentes milenarios.

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Primavera

Del guano de los establos moscos de verde peto.
Fiesta de doncellas tristes para las moscas de negras patas;
ámense las carcomas en las maderas tibias fragantes a mosto viejo.
Agriétense las murallas. Rómpense las corolas. Estallan las pulpas ácidas.

Los insectos, niños traviesos, sacrifican alas nocturnas.

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Celebración oculta

Las cosas que ignoro suenan como una sal en mis sentidos.
Y mi muerte ronda con nombre supuesto
Escuchando los rumores terrenales.
Veo cómo a mi alrededor se sostienen
Sin dedos, sin habla, las visiones,
Y los prodigios que mi alma desconoce
Por una obscura escalera ruedan entrechocándose.

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Convocación a ser

A semejanza de la espina
Lejos sobre el ser turbado
Como la espina exactamente
Fija sobre el ojo ausente
En atmósfera de ir
He aquí mi iluminado lirio
Muerte completa

Por la lengua pasa a veces
El nombre o su sonido
Solamente él casi creciendo
Para alcanzar a doler
Qué gran voz entonces
Adentro y alrededor del corazón
Y cómo una espada de ceniza
Rompe y abate mi encendida sed

Esperanza y materia
Se podría quizás oír todavía
Su calor tan diverso y tan lejano
Pero es mejor pasar
O crecer o salir lleno de negra memoria
De puertas para viajar
O una estrella casi terror
De un día cargado de vidrios ardientes
Para esperar la pluma o el espejo cerrado

Pasar con un último ser sobre la frente
Visible y ya siempre lejos
A celebrar el tranquilo vapor
Que sube consigo mismo del cabello
O entra en el pecho mientras vacilamos

He aquí pues
El arma libre
El espacio puro para resplandece

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Helada voz

Que vengan esos primeros sueños,
Que vengan con su quemante copa de voces,
No los recordaré
Porque mi cara es otra, y ya no hablo.

Entre tantos afanes,
He deseado que lleguen;
Que llegue, porque sólo es uno.

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La jornada perdida

Mientras camino, con mis manos desgarradas por sus muchos furores,
Voy viendo los muertos que se ocultaban en mi pelo.
Voy viendo sus sombras lineales que se descuelgan sobre mis huesos,
Sus entreabiertos costados
Por los que se escapa una luz húmeda.

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La puerta infranqueable

El día,
Arco cerrado, lleno de palpitaciones, de paredes, de armas
diversas, de respiración.
El día de hoy
Como una inexplicable estatua en medio del desierto,
Un día.
Y separadamente, la potencia libre y arbitraria de SER,
gran río de aceite entre la lámpara inicial y cualquier
dolor transparente,
Se está metido en el enigma,
La descolorida espina hinca su revelación o el amor
en la infinita soledad de la memoria fiel.

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Permanencia nocturna

En la garganta de la noche
Una gota de delirio
Al hombre no alcanza la fatiga de su sombra

Cada vez que el color nace
En un círculo de fuego puro
La voz de la noche
Se hace dulce acuario
Sometido al aire de los años

La sombra
El hombre
Los pueblos y su naufragio
La agonía del fuerte
La despedida del que nunca partió
Y nuevamente la sombra
Sufriendo la ausencia de su litoral

La manera de visión
Tiene una cadena
El desierto entusiasmo de su inmovilidad
Por su grito y su sal

El tiempo contiene ciertos nombres
La piel llena de estaciones frutales
Se apoya débilmente sobre el sueño

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Presencia numerosa

Flor
Número del día
Anillo del cielo
Vivo espejo presente

Tus ojos
Espuma de luz
Sueño de estrella
Tus cabellos
Ala infinita
Agua disuelta

Brilla en tu llanura interior
Claridad
Cierta palpitación pasea por tu nombre
Una llama azul
Sostiene tu dulce rumbo
Alrededor de tus sienes
Se precisan los viajes del viento
Lámpara tenue
Ah la lejanía
Cada flor
Cada beso tuyo
En actitud de fin
De tu paso
Va desprendiéndose la noche
Como una gran edad

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Qué es lo cierto

¿Qué es lo cierto?

¿Qué es lo cierto?
La voz es un temor que devora.
La voz existe sin signos, sin fuego, como un desfiladero
natural en el seno del abismo.
En los días y en las noches, las horas nos engranan
como un mecanismo enigmático, como si lo inefable
resplandeciese y un escudo cubriera de estupor nuestro viaje.

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Asalto al sol 29

He visto
en mi salto
a un hombre
que caía
sube Altazor
los paracaídas
son muletas
de la muerte
en los tobillos
atesoramos
enormes reservas
de energía
gatíllalas en seguida
y sígueme
no hemos de tener
frío
en el origen
de los cielos
y las palabras no demandan
más combustión
que la ventana abierta
a las ráfagas
del miedo

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Asalto al sol 30

Sea dijo la voz
sea dijeron a coro las sombras
y nadie vio sus ojos
no dijo el amo
arderán infiernos
sea dijeron las sombras
y mostraron sus bocas abiertas
no dijo el hombre
pero ellas tan negras dijeron
otra vez sea
espantado el cielo
encendió sus luces
miró a la tierra
dijo ella
estoy sin sombras
estoy seca
no temas
apaga la luz
abriré las piernas.

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Ofrenda

Nunca dejé una flor blanca en el altar del sol
de Macchu- Picchu
jamás lancé el aroma de sus pétalos al pozo
Sagrado
de Chichén-Itzá
Tampoco escalé el rehue para ofrendar copihues
blancos
A Ngenechen
No me cogió un mozo gallardo por esposa
no desfloró mi piel su tacya
para que floreciera mi maíz
Más bien
sólo llevaron mis manos
papas entierradas
maquis oscuros como el silencio
Más bien
sólo lancé polluelos y huevos azules
como la gallina
que corretea asustada
detrás de la del hombre

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A una morena

Tienes ojos de abismo, cabellera
llena de luz y sombra, como el río
que deslizando su caudal bravío,
al beso de la luna reverbera.

Nada más cimbrador que tu cadera,
rebelde a la presión del atavío…
Hay en tu sangre perdurable estío
y en tus labios eterna primavera.

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Cuerdas heridas

A una rubia

Semejante al fulgor de la mañana,
en las cimas nevadas del oriente,
sobre el pálido tinte de tu frente
destácase tu crencha soberana.

Al verte sonreír en la ventana
póstrase de rodillas el creyente
porque cree mirar la faz sonriente
de alguna blanca aparición cristiana.

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El perro vagabundo

Flaco, lanudo y sucio. Con febriles
ansias roe y escarba la basura;
a pesar de sus años juveniles,
despide cierto olor a sepultura.

Cruza siguiendo interminables viajes
los paseos, las plazas y las ferias;
cruza como una sombra los parajes,
recitando un poema de miserias.

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Entierro de campo

Con un cadáver a cuestas,
camino del cementerio,
meditabundos avanzan
los pobres angarilleros.

Cuatro faroles descienden
por Marga-Marga hacia el pueblo,
cuatro luces melancólicas
que hace llorar sus reflejos;
cuatro maderos de encina,
cuatro acompañantes viejos…

Una voz cansada implora
por la eterna paz del muerto;
ruidos errantes, siluetas
de árboles foscos, siniestros.

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Fecundidad

A Guillermo Labarca Hubertson

El porte grave, el porte de esta robusta vaca
de cuernos recortados, el aire distinguido
de ésta que es corniabierta y ésta que es tan retaca,
manchan el pasto alegre donde rumia el marido.

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Nada

Era un pobre diablo que siempre venía
cerca de un gran pueblo donde yo vivía;
joven rubio y flaco, sucio y mal vestido,
siempre cabizbajo… ¡Tal vez un perdido!

Un día de invierno lo encontramos muerto
dentro de un arroyo próximo a mi huerto,
varios cazadores que con sus lebreles
cantando marchaban… Entre sus papeles
no encontraron nada… los jueces de turno
hicieron preguntas al guardián nocturno:
éste no sabía nada del extinto;
ni el vecino Pérez, ni el vecino Pinto.

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Tarde en el hospital

Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia:
llueve

Y pues solo en amplia pieza,
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.

Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto sobresaltado:
llueve

Entonces, muerto de angustia
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.

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Teodorinda

Tiene quince años ya Teodorinda,
la hija de Lucas el capataz;
el señorito la halla muy linda;
tez de durazno, boca de guinda…
¡Deja que crezca dos años más!

Carne, frescura, diablura, risa;
tiene quince años no más… ¡olé!

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La visión

Yacía obscuro, los párpados caídos hacia lo terrible
acaso con el fin del mundo, con estas dos manos insomnes
entre el viento que me cruzaba con sus restos de cielo.
Entonces ninguna idea tuve, en una blancura enorme
se perdieron mis sienes como desangradas coronas
y mis huesos resplandecieron como bronces sagrados.

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Cáceres

Sin recurrir a las ventanas
sin asomarse a las panoplias
sin colgar frutos de los árboles
sin cortar en dos la noche
sin esperar el buen consejo
sin recurrir a las ventanas
sin propender a los relámpagos
sin asomarse a las panoplias
sin atisbar el mes de enero
sin decidirse a abrir la puerta
cuando se fue Jorge de viaje.

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El corazón

Tú hablaste del corazón hasta por los ojos
tú hablaste del fuego hasta por la nieve
por ti yo un día me decidí al azar
para encontrarte

Yo he desatado el nudo del azar
-una mañana me decidí de súbito-
y sólo quien haya logrado desatarlo
podrá entenderme.

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Juegos de dormitorio

La lámpara reía a los ángeles
sangrando por las narices
la lámpara semejaba un cerezo
(un cerezo no sé porqué)

Yo abrí los brazos como quien
cierra con prisa una ventana
en un abrazo aprendí a nadar
en un beso aprendí a vivir

Yo dormía una bandada
de palomas voló de súbito
estas palomas provenían
de un internado de hechiceras

Las jovencitas en corpiño
frente al espejo alucinante
se habían clavado la cabeza
con un pernicioso alfiler negro

Pronto en palomas convertidas
por este infantil acto mágico
salieron volando por el cielo
rumbo a mi abierto dormitorio

Yo dormía como quien
vive una noche para siempre
la noche semejaba un alfiler
(un alfiler no sé porqué)

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La casa fantasma

Casa para vivir,
casa que el hombre busca
desde que el mundo es mundo, desde que el hombre es hombre,
desde que el techo es cielo.

¿Es la casa este techo,
es esta viga
que sale afuera como un hueso puro,
es la ventana
para aguardar el tiempo de su vidrio?

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