Si fuera José
-sólo José-
no tendría este pene atrofiado
mis tetas se hundirían
me llenaría de pelos.
No me las cogería a la fuerza
ni las miraría a las nalgas.
Si fuera José
sería igual de vulgar
y no me enamoraría de Regina.
Si fuera José
-sólo José-
no tendría este pene atrofiado
mis tetas se hundirían
me llenaría de pelos.
No me las cogería a la fuerza
ni las miraría a las nalgas.
Si fuera José
sería igual de vulgar
y no me enamoraría de Regina.
Seguiré aniquilándote cada día
Cada dosis será una bala
te penetrará la carne
romperá tus huesos
doblará tus ansias
Yo veré de cerca como gimes
como sangras
y con un poco de suerte
te veré morir
Entonces abriré la boca
cerraré mis dientes
y regalaré al mundo una sonrisa
en memoria de mi difunta depresión.
Mi cerebro lleva dentro
una masa en estado de descomposición.
Los buitres
pi co te an
pi co te an
pi co te an
Poco a poco
traspasarán el cráneo
y penetrarán sus picos.
Será entonces el día del gran banquete
del eructo último
del buen final
(Inédito)
Prensado a mis entrañas
permanece
Hace un año vive conmigo
chupando mi sangre
mi sudor
mi sexo.
He intentado un aborto
pero este amor
no conoce la muerte.
el toro de la primavera se me encima
estoy en celo
mi cuerpo untado de canela tiembla
como una cabra blanca.
entre tus piernas y mis piernas
un río fluye vegetal
hay ruido y mi oreja es un girasol
recién cortado.
Caricia,
Leve soplo,
Festín de pájaros
Que alborota al invierno,
Tierno lago que inunda mis placeres,
La ruta en que me pierdo al trópico,
Olas salvajes,
Que se niegan a estrellarse
En el acantilado,
Una jauría de fieras
Al acecho.
En la cumbre de mis ansiedades
Se va tejiendo un volcán de orugas.
Las telarañas inquietas
Se mecen en tu ausencia.
Y tu corazón de alas,
Ignora cuándo vendrás.
La soledad es un batir ardiente,
Que se arrastra en las madrugadas,
Manchando una alfombra
De lívidos pensamientos.
¿Cuantos insomnios me hacen falta para
derrumbar el muro de la duda?
¿Cuántas sombras? ¿Cuántas luchas?
Hoy tengo que saber -antes que despiertes-
si la mañana es la que alumbra,
o si eres tú la que alumbra la mañana.
Caen las hojas, caen las piedras…
salgo a caminar para perderte
quiero que te vayas
pero vas conmigo,
cambias de acera cuando yo lo hago
me alcanzas, no te veo
me rebasas;
te persigo
caen las hojas, caen las piedras,
caminas para que me pierda
pero voy contigo
cambio de acera cuando tú lo haces
te alcanzo, te rebaso
sigo caminando para que te pierdas.
Yo tenía un hermano.
A pesar de todo, era un buen hermano.
Amaba la poesía y odiaba lo injusto.
Por eso lo amaron las muchachas del barrio.
Un día dijo: ‘Hermano, hay que luchar…’
Hoy cumple años (no tiene cruz su tumba)
y llevo una flor.
De Río a Copacabana.
Se dispara sobre impecable asfalto,
se agujerea una montaña y se redispara,
en herradura, costeando océano
y venteándose de marisco.
El mar alinea paralelas blancas con calmos siseos.
El cielo está siempre clavado al techo,
por sus estrellas;
los morros fabrican horizontes de montaña rusa…
Y la luna calavereando.
Hace mar fuerte…fuerte…
Los egocultores decimos así a lo
que nos vence y no es el caso.
El mar arrea cordilleras renovadas,
que columpian al vapor
en cuya proa frenetizo de borrasca.
Busco una metáfora pluriforme
e inmensa; algo como fijar el alma
caótica,que se empenacha de pedrería.
Aún
no sé qué mano esconde tu sorpresa
hoy que nada se parece a lo que amo.
Me salva en el largo acecho
la inseguridad que afirma mi pulso,
cada rompimiento que incita a un nuevo embate
y ese ángel justador que acude a veces
en el vago placer de la antesala.
Boca arriba en los sacos,
donde el verano tiende los cuerpos a la noche,
donde la luz imanta ojos
tenso hacia lo alto
el arco sin flechas.
Como una pausa de resaca,
donde el día es sólo víspera
de otra noche para la quema,
un sexto sentido nos excluye.
Femenino el sabor de la indolencia.
Durante años en cuarentena
la más leve impureza
crece en ropajes. Cubre
con brillos su vergüenza
y mientras delira en su concha
toma la forma de su encierro.
Cada perla un coágulo perfecto
para el engaño.
El buscador de joyas traga estiércol
como abono a una tierra sin raíces.
Escarba cuerpos con sus uñas negras
y arranca corazones
picados de gusano.
En cada frente de mina esa veta
de ojos que se resiste al picador.
El maniquí tras el cristal.
Fijos los ojos en un punto
invisible a los ojos.
Ajeno al tiempo penetra
el silencio que lo aísla
mientras multitud de vestidos cubren
un desnudo huérfano de brazos.
Eje
de un mundo que gira
ignorando su centro.
El ojo se hace fuerte tras la máscara,
furtivo en el festín de los escotes.
Tienta en el cruce de miradas,
puntea los sentidos como cuerdas
en la noche de alcohol.
Bebe en los pasadizos de la música,
en los desagües de la piel
enfebrecida por el baile.
Hacia tu mano cuelgan paraísos
del árbol sin hojas. Donde el cuerpo
da sombra a su propia sombra,
fácil a lo prohibido
como boca de niño.
Así el brillo de un ojo nos seduce.
Así la inteligencia
el gusano en la fruta.
La claridad presa.
La mosca en su camino.
Y la mano que acude,
la ventana al fin
y ella trazando círculos,
rehuyendo la mano,
terca, contra su propia
sed de luz.
No llegamos más adentro
de la piel inaugurada por el miedo.
Traiciona el corazón, lo que tragamos
y nos sirve de puente en la riada.
Indigesta el viejo afán de pureza,
inútil el cincel en el desbaste.
La otra cara del hambre nos enfanga,
la mariposa enferma crecida en la manzana,
su vuelo raso en la carne mordida, y ese polvillo
de sus alas entre los dedos siempre
condenados al roce.
De América al gigante veis dormido!
Dios y la Libertad guardan su lecho.
De Iberia vencedor, venció al olvido
Dejando el solio de la gloria estrecho.
Mientras quede en la tierra algún latido
haya una fibra en el humano pecho,
Se han de inclinar los hombres ante el Hombre
Que dióle vida y me legó su nombre.
Bebiera un día
la estrella de mi sueño
el que seguía
Bebiera un día
el venado del agua
voz herida
Bebiera un día
el tiempo de lo eterno
que ya perdía
Bebiera un día
las palabras del agua
a mediodía
Como en sordina
suena el ruido del mar
en la neblina.
(Del libro de reciente aparición Estrella oída,
coeditado por El Aduanero y la UAM Azcapotzalco.)
La belleza caída de las hojas comidas de gusanos.
(Del libro de reciente aparición Estrella oída,
coeditado por El Aduanero y la UAM Azcapotzalco.)
No dejes, pero no impidas, que se vaya el colibrí.
(Del libro de reciente aparición Estrella oída,
coeditado por El Aduanero y la UAM Azcapotzalco.)
No me detengas, Amor, la mano
cuando a la espina de tu rosa acerca
su torpeza impoluta.
Es que quiere sangrar con tu color.
Es que quiere herir de tu esperanza.
Amor, no por su daño temas, se lo busca.
Qué es cantar
sino saberse vivos para siempre
qué reírse
sino florecer desaliñadamente
igual que en los llanos
la manzanilla
la coronilla
el girasol
En fin qué es estar vivos
sino cantar reunidamente
abriendo y cerrando la estrella
de la certidumbre.
¿Se desbarata la transparencia, por el coral, del agua?
(Del libro de reciente aparición Estrella oída,
coeditado por El Aduanero y la UAM Azcapotzalco.)
El poeta extranjero camina en la ciudad extranjera
Mira el río las barcas los pájaros saltando en la nieve
En el vago espectáculo se sienta a ver la tarde
los vehículos que pasan las palomas que pasan
y fumando su cigarro se hunde en el invierno
-puñado de frío excitación de la piel tos necesaria
El poeta extranjero se levanta se cala el sombrero
tose otra vez
y se pierde en la noche extranjera.
Yo soy el hombre de mi destino, etc., aquí en una casa
sola, la técnica del bebé o la viudita
sin persuadir a nadie, sin que crean en mí
yo soy la momia de la calle Arturo, preparo el café
con menta, descubrí que me había muerto, en aquella tarde
con los negros verdosos, las lámparas de mercurio rosado
su memoria no la respeta nadie, dije.
Nosotros, los sobrevivientes,
¿a quiénes debemos la sobrevida?
¿quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿sobre qué muerto estoy yo vivo,
sus huesos quedando en los míos,
los ojos que le arrancaron, viendo
por la mirada de mi cara,
y la mano que no es su mano,
que no es ya tampoco la mía,
escribiendo palabras rotas
donde él no está, en la sobrevida?
Callar puede ser una música,
una melodía diferente,
que se borda con hilos de ausencia
sobre el revés de un extraño tejido.
La imaginación es la verdadera historia del mundo.
La luz presiona hacia abajo.
La vida se derrama de pronto por un hilo suelto.
No hay nada que guardar.
Podemos dejar las puertas abiertas
o puestas las llaves en las cerraduras.
Podemos irnos con las manos vacías
y sin pensar qué llevamos
o qué dejamos.
Nos bastan las miradas,
que no se pueden guardar.
Inesperadamente
llega a veces una música
que palpa nuestra palabra más oculta.
Puede ocurrir entonces
que esa música la saque a la luz
o se quede con ella
en el tenebrario más secreto.
En cualquier caso,
nuestra soledad ha encontrado
la compañía que no abandona.
Sólo la grieta de la privación
nos acerca al encuentro.
Y si el encuentro se produce,
no importa que él sea otra grieta.
Sólo así hallaremos
el secreto de la primera.
¿Por qué sentimos lo que no existe
como una privación?
Decimos lo que decimos
para que la muerte no tenga
la última palabra.
¿Pero tendrá la muerte
el último silencio?
Hay que decir también el silencio.
Roce del tiempo con el tiempo,
roce de una mirada con su objeto
o con otra mirada,
roces de los cuerpos que vagan
como extrapolaciones del vacío,
roce de un pensamiento con otro
o con su propia sombra.
Los roces constituyen la vida
y quizá la calientan levemente
ante el invierno sin roces de la muerte.
El cielo ya no es una esperanza,
sino tan sólo una expectativa.
El infierno ya no es una condena,
sino tan sólo un vacío.
El hombre ya no se salva ni se pierde
tan sólo a veces canta en el camino.
Estoy contigo.
Pero por encima de tu hombro
me dice adiós tu mano que se aleja.
Entonces yo contengo mi mano
para que no nos traicione ella también.
E insisto:
estoy contigo.
Los innegables títulos del adiós
abandonan entonces provisoriamente sus derechos.
He encontrado el lugar justo donde se ponen las manos,
a la vez mayor y menor que ellas mismas.
He encontrado el lugar
donde las manos son todo lo que son
y también algo más.
Pero allí no he encontrado
algo que estaba seguro de encontrar:
otras manos esperando las mías.
No se trata de hablar,
ni tampoco de callar:
se trata de abrir algo
entre la palabra y el silencio.
Quizá cuando transcurra todo,
también la palabra y el silencio,
quede esa zona abierta
como una esperanza hacia atrás.
Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que solo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Y desde el pozo feroz, carisangriento
de mi pecho a horcajadas
doblado en la esquina de mi centro
ecuatorial cintura de mi medio
el grito inaugural toca a rebato
de combatientes asperezas, carraspeo
con el tumbo del humo amontonado
en mis paredes sórdidas, mis pulmonares
túneles dentro la espalda; sudo
un pensamiento en frío, una agridulce
sempiterna, sobrehumana congoja.
Araña de manto tibio
falangista en los uñazos
suspendida en baba suelta
del antebrazo…
Araña de vientre terso
arrastrandito callando
arañandito rasgando
arañita de mi miedo.
En la semilla
está la trayectoria del maíz,
el ciclo de la cosecha.
A los ojos del hombre,
es una lágrima.
Y en ella, una sonrisa amarga.
Catástrofico es el segundo
en que a la vida volvemos,
saber que hemos tenido en las manos
la palpitación del mundo
y, hallándonos otra vez entre los muertos,
no recordar en dónde
ni por cuánto tiempo.
Eres un sarcófago viviente,
sepulcro que en la oscuridad
abre sus ramos lechosos,
agitas tus remos y crujes
devorando mi carne y mis huesos.
Fuera de ti sólo queda mi rastro
y nada que valga la pena.