¿Se desbarata la transparencia, por el coral, del agua?
(Del libro de reciente aparición Estrella oída,
coeditado por El Aduanero y la UAM Azcapotzalco.)
¿Se desbarata la transparencia, por el coral, del agua?
(Del libro de reciente aparición Estrella oída,
coeditado por El Aduanero y la UAM Azcapotzalco.)
El poeta extranjero camina en la ciudad extranjera
Mira el río las barcas los pájaros saltando en la nieve
En el vago espectáculo se sienta a ver la tarde
los vehículos que pasan las palomas que pasan
y fumando su cigarro se hunde en el invierno
-puñado de frío excitación de la piel tos necesaria
El poeta extranjero se levanta se cala el sombrero
tose otra vez
y se pierde en la noche extranjera.
Yo soy el hombre de mi destino, etc., aquí en una casa
sola, la técnica del bebé o la viudita
sin persuadir a nadie, sin que crean en mí
yo soy la momia de la calle Arturo, preparo el café
con menta, descubrí que me había muerto, en aquella tarde
con los negros verdosos, las lámparas de mercurio rosado
su memoria no la respeta nadie, dije.
Nosotros, los sobrevivientes,
¿a quiénes debemos la sobrevida?
¿quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿sobre qué muerto estoy yo vivo,
sus huesos quedando en los míos,
los ojos que le arrancaron, viendo
por la mirada de mi cara,
y la mano que no es su mano,
que no es ya tampoco la mía,
escribiendo palabras rotas
donde él no está, en la sobrevida?
Callar puede ser una música,
una melodía diferente,
que se borda con hilos de ausencia
sobre el revés de un extraño tejido.
La imaginación es la verdadera historia del mundo.
La luz presiona hacia abajo.
La vida se derrama de pronto por un hilo suelto.
No hay nada que guardar.
Podemos dejar las puertas abiertas
o puestas las llaves en las cerraduras.
Podemos irnos con las manos vacías
y sin pensar qué llevamos
o qué dejamos.
Nos bastan las miradas,
que no se pueden guardar.
Inesperadamente
llega a veces una música
que palpa nuestra palabra más oculta.
Puede ocurrir entonces
que esa música la saque a la luz
o se quede con ella
en el tenebrario más secreto.
En cualquier caso,
nuestra soledad ha encontrado
la compañía que no abandona.
Sólo la grieta de la privación
nos acerca al encuentro.
Y si el encuentro se produce,
no importa que él sea otra grieta.
Sólo así hallaremos
el secreto de la primera.
¿Por qué sentimos lo que no existe
como una privación?
Decimos lo que decimos
para que la muerte no tenga
la última palabra.
¿Pero tendrá la muerte
el último silencio?
Hay que decir también el silencio.
Roce del tiempo con el tiempo,
roce de una mirada con su objeto
o con otra mirada,
roces de los cuerpos que vagan
como extrapolaciones del vacío,
roce de un pensamiento con otro
o con su propia sombra.
Los roces constituyen la vida
y quizá la calientan levemente
ante el invierno sin roces de la muerte.
El cielo ya no es una esperanza,
sino tan sólo una expectativa.
El infierno ya no es una condena,
sino tan sólo un vacío.
El hombre ya no se salva ni se pierde
tan sólo a veces canta en el camino.
Estoy contigo.
Pero por encima de tu hombro
me dice adiós tu mano que se aleja.
Entonces yo contengo mi mano
para que no nos traicione ella también.
E insisto:
estoy contigo.
Los innegables títulos del adiós
abandonan entonces provisoriamente sus derechos.
He encontrado el lugar justo donde se ponen las manos,
a la vez mayor y menor que ellas mismas.
He encontrado el lugar
donde las manos son todo lo que son
y también algo más.
Pero allí no he encontrado
algo que estaba seguro de encontrar:
otras manos esperando las mías.
No se trata de hablar,
ni tampoco de callar:
se trata de abrir algo
entre la palabra y el silencio.
Quizá cuando transcurra todo,
también la palabra y el silencio,
quede esa zona abierta
como una esperanza hacia atrás.
Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que solo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Y desde el pozo feroz, carisangriento
de mi pecho a horcajadas
doblado en la esquina de mi centro
ecuatorial cintura de mi medio
el grito inaugural toca a rebato
de combatientes asperezas, carraspeo
con el tumbo del humo amontonado
en mis paredes sórdidas, mis pulmonares
túneles dentro la espalda; sudo
un pensamiento en frío, una agridulce
sempiterna, sobrehumana congoja.
Araña de manto tibio
falangista en los uñazos
suspendida en baba suelta
del antebrazo…
Araña de vientre terso
arrastrandito callando
arañandito rasgando
arañita de mi miedo.
En la semilla
está la trayectoria del maíz,
el ciclo de la cosecha.
A los ojos del hombre,
es una lágrima.
Y en ella, una sonrisa amarga.
Catástrofico es el segundo
en que a la vida volvemos,
saber que hemos tenido en las manos
la palpitación del mundo
y, hallándonos otra vez entre los muertos,
no recordar en dónde
ni por cuánto tiempo.
Eres un sarcófago viviente,
sepulcro que en la oscuridad
abre sus ramos lechosos,
agitas tus remos y crujes
devorando mi carne y mis huesos.
Fuera de ti sólo queda mi rastro
y nada que valga la pena.
Y es que yo solamente soy una sombra
que absorbe la humedad de la puerta.
El tallo abriéndose en un pensamiento
humedecido en las pisadas del tiempo.
Distraído grabador de los frutos del árbol
que extravió su trayectoria en el ámbar
el encargado de la llave que al abrir tus puertas
fue a dar al fondo con los ojos cerrados.
A decir verdad, la lluvia no habla
de ti.
Sí que hoy te confundí. Y ya van cuatro
entre la multitud.
Dejé que cayeran mis ojos al suelo
para que las personas adultas
al pasar no lastimaran mi amargura.
El escultor no hace más que llamar,
con el cincel
y a golpe de martillo,
a los guerreros que duermen
en las espesuras del mármol.
No me niegues que a veces,
al despertar,
quisieras refugiarte nuevamente
debajo de mis manos,
quedarte quietecita, apenas
respirando,
convertida en la misma huella
de la noche.
Fina es la lámina,
casi transparente.
La lámina de azúcar
que separa tus labios.
Por allí se fue mi corazón
relamiéndose las heridas.
Joven:
¡Maravíllate! ¡Lávate en tu idioma!
¡Protestacantaescupegimecrece!
¡Ama de amor, ama de un solo golpe, de todo corazón, de buena gana!
¡Vive, huye de las palabras!
¡Sírvete, sírvelas!
no se ha colmado la medida
lo que has dicho lo que has amado
se tiene ahora bajo el sol
para ser despedazo o festejado
no estás todavía del otro lado
se ha dicho que tienes cosas por decir
no se acabo esto
mientras brille implacable la luz que desordena
todo lo que debe decirse o ser amado
Desdicha, vuelta a decir:
artesanía furiosa. Tuya es
la calma impura, la ignorancia
sabihonda. El doble filo
de la desventurada pesadumbre.
Disfrutaba de la arcana fuerza de juventud
no sin cierto sentimiento de cautiverio o distancia.
Entonces fumaba Gauloises hasta altas horas de la noche
y desayunaba en un viejo establecimiento de nombre extraordinario,
Megas Alexandros.
Alejado ya de la canícula, a medio morir,
mi cuerpo es una suprema anémona ardiente,
cubierto de oro,
víctima de complicadísimos rituales nupciales,
dominado por la luz, ligero como ya no puedo recordadr,
vencido por el agua, dueño, lumbre, rey.
El color turbio y verdoso de las aguas solidifica
en el aro de jade frío que aprieto entre los dedos.