Bajo una lluvia fría de polígono,
con un cielo drogado de tormenta
y nubes de extrarradio.
Porque este amor de llaves prestadas nos envuelve
en una intimidad provisional,
paredes que no hacen compañía
y objetos como búhos en la sombra.
Bajo una lluvia fría de polígono,
con un cielo drogado de tormenta
y nubes de extrarradio.
Porque este amor de llaves prestadas nos envuelve
en una intimidad provisional,
paredes que no hacen compañía
y objetos como búhos en la sombra.
Han pasado los vientos
y mirarse a los ojos no es sencillo.
Vivir esta ciudad
es pisar un jardín de tachaduras,
la presencia infectada de lo que ya no existe,
de lo que fue recinto del invierno
o refugio del sol,
teatro de las lluvias y de los conocidos.
Cuando a su dulce olvido me convida
La noche, y en sus faldas me adormece,
Entre el sueño la imagen aparece
De aquella que fue sueño en esta vida.
Yo (sin temor que su desdén lo impida)
Los brazos tiendo al gusto que me ofrece,
Más ella (sombra al fin) se desvanece,
Y abrazo el aire donde está escondida.
Quiero sembrarme en ti. No me conformo
con tu piel, ni con tu risa, con tu aliento.
No me bastan tus ojos y tus labios.
Tu sangre quiero.
Tenderte junto a mí,
desmadejar tu pelo
sobre el césped, sentirlo embravecido
como el torrente negro.
A lo oscuro corrías
de los bosques, huyendo.
Se llevaba tu sombra la mañana
herida por el fuego,
y a tu voz la arrojaban
en un pozo profundamente negro.
¿Dónde podías ir tú sin voz ni sombra?
¿Dónde esconder la muerte de tu cuerpo?
Vedlo otra vez aquí.
De su vieja piel brotan
absurdamente flores
en salvaje melena enmarañadas:
recientes, frescas, olorosas flores
(así Elvira Gascón lo ha dibujado).
Y de la cueva honda de su boca
a veces una voz terrible sale
clamando; voz oscura
que, inesperadamente traicionada,
al aire se transforma
en un tierno, armonioso,
inexplicable canto.
¿Cómo vives, sin quien vivir no puedes;
ausente, Silva, el alma, tienes vida;
y el corazón aquesa misma herida
gravemente atraviesa, y no te mueres?
Dime, si eres mortal, o inmortal eres.
¿Hate cortado amor a su medida,
o forjado en sus llamas derretida,
que tanto el natural límite excedes?
Esposas dulces, lazo deseado,
ausentes trances, hora victoriosa,
infamia felicísima y gloriosa,
holocausto en mil llamas abrasado:
Di, Amor, ¿por qué tan lejos apartado
se ha de mí aquella suerte venturosa
y la cadena amable y deleitosa
en dura libertad se me ha trocado?
En el siniestro brazo recostada
de su amado pastor, Silvia dormía,
y con la diestra mano la tenía
con un estrecho abrazo a sí allegada.
Y de aquel dulce sueño recordada,
le dijo: ‘El corazón del alma mía
vela, y yo duermo.
¡Ay! soledad amarga y enojosa,
cansada de mi ausente y dulce amado,
dardo eres en el alma atravesado,
dolencia penosísima y furiosa.
Prueba de amor terrible y rigurosa,
y cifra del pesar más apurado,
cuidado que no sufre otro cuidado,
tormento intolerable y sed ansiosa.
CANCIÓN DE LA SEÑORA LUISA SIGEA DE VELASCO, DECLARANDO:
habui menses vacuos et noctes laboriosas, et numeravi mihi.
Pasados tengo hasta aora
muchos meses y largos
tras un desseo en vano sostenido
que tanto oy dia mejora
quanto los más amargos
y más deseperados e tenido;
lo que en ellos sentido
no puedo yo contallo;
el alma allá lo cuente;
mas ella no lo siente
tan poco que no calle como callo;
¡oh grande sentimiento!
Un fin, una esperanza, un como. ó quando;
tras sí traen mi derecho verdadero;
los meses y los años voy pasando
en vano, y passo yo tras lo que espero;
estoy fuera de mí, y estoy mirando
si excede la natura lo que quiero;
y así las tristes noches velo y quento,
mas no puedo contar lo que más siento.
Imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo sólo de mi adversa suerte.
Busca de algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el techo,
o el rico avaro en el angosto lecho,
haz que temblando con sudor despierte.
Dentro quiero vivir de mi fortuna
y huir los grandes nombres que derrama
con estatuas y títulos la Fama
por el cóncavo cerco de la luna.
Si con ellos no tengo cosa alguna
común de las que el vulgo sigue y ama,
bástame ver común la postrer cama,
del modo que lo fue la primer cuna.
Esos cabellos en tu frente enjertos
(por más que disimules y los rices)
en otros cuerpos dejan las raíces,
y por ventura en otros cuerpos muertos.
¿Por qué pueblas, o Gala, los desiertos
de la Libia? ¿Por qué con tus barnices
ofendes nuestros ojos y narices,
cual si viesen sepulcros descubiertos?
No fueron tus divinos ojos, Ana,
los que al yugo amoroso me han rendido;
ni los rosados labios, dulce nido
del ciego niño, donde néctar mana;
ni las mejillas de color de grana;
ni el cabello, que al oro es preferido;
ni las manos, que a tantos han vencido;
ni la voz, que está en duda si es humana.
Si quiere Amor que siga sus antojos
y a sus hierros de nuevo rinda el cuello;
que por ídolo adore un rostro bello
y que vistan su templo mis despojos,
la flaca luz renueve de mis ojos,
restituya a mi frente su cabello,
a mis labios la rosa y primer vello,
que ya pendiente y yerto es dos manojos.
Un coro de ángeles juega con sus voces:
trisagios, improperios, dies irae;
antífonas, kirieleison, misereres;
benedictus, baladas, sinfonías;
magníficat, angélicas, salmodias…
Los ángeles se cansan de tanta algarabía,
porque saben que al estado de gracias
solamente se llega
cuando el silencio habita.
De este talado tránsito del que nunca podrás vol-
ver sobre tus huellas, lo verdadramente útil es el
tiempo. Tal vez nunca ha tenido buena prensa por
aquello de desgastar la piel y restar a los cuerpos el
sabor de las frutas, la miel y la armonía.
¡Ciudad mía! Hablo de ti,
de tu opulento parque.
Allí, donde tus árboles crecían
con la misma ternura que mi infancia.
Hojas…pájaros…ramas desprendidas
por un viento secreto que jugaba
con el gozoso asombro de lo nuevo.
También él: hermoso ángel caído
expulsado de los cielos y maldito,
sobre su alto pedestal ponía
en nuestro aletear su cruel belleza.
Dicen que llevas una venda…
Otros hablan de tu total ceguera,
y yo…
ni siquiera podría comentarte
nada de nuestro encuentro.
Sí, sé de aquella tarde
que cubriste de ardor mi indiferencia,
que una alegría fiera
saltó del corazón a la garganta,
de la garganta a los inquietos labios
que se tornaron nidos de luciérnagas.
Fueron tus manos tercas y
desnudas
las que me deshojaron.
Yo fui la eterna margarita
del sí y del no:
pétalo a pétalo
talada en tu cintura.
Toda ya cicatriz
abierta hacia la lluvia.
Y se abrió esa Janua caeli
para llenar tu hogar de acompañadas horas.
Crecieron tras de ti predestinados frutos.
Han llovido los mayos y dorado los junios,
y por tu casa habitan
los ángeles pequeños de las cosas.
Cuando estoy contigo
no cambio la gloria
por la dicha grande
de estar en tu historia.
Madrid era la luz y la penumbra en los años
sesenta. Era tan solamente luz su pavimiento para
aquellos zapatos primeros de tacón.
Para contar cualquier historia vieja. Para que el tiempo
reconozca que sangre, o grito, o verso es vida. Para de-
cir tu nombre y no caer en un proyecto de monotonía. Pa-
ra que las flores de Baudelaire encuentren esa capacidad
de asombro y abrir al hombre a una memoria compartida.
Ódiame por piedad, yo te lo pido,
ódiame sin medida ni clemencia.
Odio quiero yo mejor que indiferencia,
porque solamente se odia lo querido.
Querida Olga: tu voz como una algaida contaminaba
nuestros corazones y tu boca nos invitaba al odio.
Reloj: no marques las horas
porque voy a enloquecer;
ella se irá para siempre
cuando amanezca otra vez.
Rosas con alas en el aire mudas.
Latido sin latido de la sangre.
Relámpago de pura luz sin trueno.
Música que, sin notas, acompaña.
La voz amada sin rumor alguno.
Hay un silencio pleno de alegría…
Y es que ha pasado un ángel.
Usted y yo tenemos una cita.
Sé que jamás se retrasó en la hora.
Tal vez pueda darme algo de tiempo
para mirar mi vida.
¿Podré volver la vista hasta mi patio?
Allí la madreselva era alegría,
su aroma rebalaba por los sueños
de mi sangre crecida.
Y nos llegó la hora de bailar. La música caía como
lluvia agitada y un mar en nuestros muslos acentuaba
el vértigo. Llegó la savia nueva con un ritmo de trópicos
y germinó en la piel. Olvidamos la sarga y la estameña
y nos cubrimos ágiles con la encendida pulpa del
tamarindo.
Yo soy la amada, amante, soy la amada:
voy andando las horas que separan
mi cuerpo de tu cuerpo
y restañando las frágiles heridas
de huellas que volaron con tu nombre.
Yo soy la amada, amante, soy la amada:
la que brotó salvaje entre tu trigo
y lo tiñó de púrpura,
la que sin darse cuenta
iluminó de pronto tu paisaje,
la que acudió a tu llanto
y en su aljibe
atesoró tus lágrimas.
Este bar se balancea
Y también está listo
para hacerse a la vela.
Nos llenaron el vaso
con toda el agua del Mar
para hacer un cocktail de horizontes
Colgados de las horas
atlas geográficos de esperantos
están sin traducción
Y tartajean las pipas
con el políglota ademán de las banderas
Ese cantar improvisado
es el mismo
que se improvisó en alguna parte
¿Quién ha venido a avisarnos
de esa cita nocturna
que tenemos con el viento al N E
en la encrucijada de las estrellas apagadas?
Una vez más reaparece
el día de ayer, ya dado
por muerto y por enterrado.
Otra vez desaparece
el silencio y me amanece
otra vez a nuestro lado.
No sé si será pecado.
A mí no me lo parece.
Un arcángel me ronda indiferente,
oigo sus alas cerca de mi aliento;
un arcángel me ronda, yo lo siento
con el peso del aire por mi frente.
El me enseñó a decir «inútilmente»
y a darle los propósitos al viento;
su espada, del metal del desaliento
se hundió en mi voluntad desobediente.
Lo mejor del recuerdo es el olvido…
Málaga naufragaba y emergía…
Manuel, junto a la mar, desentendido;
yo era un niño jugando a la alegría.
Ahora juego a todo lo que obliga
la impuesta profesión de ser humano,
y a veces, al final de la fatiga,
enseño a andar palabras de la mano.
Cuando yo me haya ido
-qué triste que me vaya-
de esta madera mía
que me hagan una guitarra.
Cuando termine la muerte,
si dicen: «¡A levantarse!»,
a mí que no me despierten.
Que por mucho que lo piense,
yo no sé lo que me espera
cuando termine la muerte.
Yo tuve el corazón capaz de lluvia.
Ocurría febrero con sus alas
y el tiempo digital nos puso juntas
las manos y los ojos y los cuerpos:
toda la tierra que el amor excusa.
Igual que el viento en las banderas altas
se comportó en nosotros esta música.
Este jueves depende de tu boca.
Debes cuidarlo igual que un parque a un niño,
como cuida el otoño cada hoja
y le procura el aire necesario
para que se reúna con las otras.
Mira este jueves. No lo sabe.
He quemado el pañuelo por si acaso
se pudiera tejer de nuevo el lino.
Le sobra la mitad del vaso al vino
y más de media noche al cielo raso.
Tenía que pasar esto. Y el caso
es que estando yo siempre de camino
y estando tú parada, no te vi y no
me ha cogido el amor nunca de paso.
Ocurre que el olvido, antes de serlo,
fue grande amor, dorado cataclismo;
muchacha en el umbral de mi egoísmo,
¿qué va a pasar? mejor es no saberlo.
Muchacha con amor, ¿dónde ponerlo?
Amar son cercanías de uno mismo.
Como siempre, rodando en el abismo,
se irá el amor, sin verlo ni beberlo.
Resulta que la historia estaba escrita
cuando yo quise hacerla a mi manera.
Cuando yo no quería que volviera
resulta que la historia resucita.
Resulta que en el tiempo de la cita
tendrán que hacer un banco de madera.
¡Qué sola estabas por dentro!
Cuando me asomé a tus labios
un rojo túnel de sangre,
oscuro y triste, se hundía
hasta el final de tu alma.
Cuando penetró mi beso,
su calor y su luz daban
temblores y sobresaltos
a tu carne sorprendida.
Era mi dolor tan alto,
que la puerta de la casa
de donde salí llorando
me llegaba a la cintura.
¡Qué pequeños resultaban
los hombres que iban conmigo!
Crecí como una alta llama
de tela blanca y cabellos.
No sé si es que cumplió ya su destino,
si alcanzó perfección o si acabado
este amor a su límite ha llegado
sin dar un paso más en su camino.
Aún le miro subir, de donde vino,
a la alta cumbre donde ha terminado
su penosa ascensión.
A Octavio Paz
Alzan la voz cruel
quienes no vieron el paisaje,
los que empujaron por el declive pedregoso
la carne ajena,
quienes debieron ser almas de todos
y se arrancaban de ellos mismos
cuerpos parásitos
para despeñarlos.
¡Qué música del tacto
las caricias contigo!
¡Qué acordes tan profundos!
¡Qué escalas de ternuras,
de durezas, de goces!
Nuestro amor silencioso
y oscuro nos eleva
a las eternas noches
que separan altísimas
los astros más distantes.
Ojos de puente los míos
por donde pasan las aguas
que van a dar al olvido.
Sobre mi frente de acero
mirando por las barandas
caminan mis pensamientos.
Mi nuca negra es el mar,
donde se pierden los ríos,
y mis sueños son las nubes
por y para las que vivo.
Sentirse solo en medio de la vida
casi es reinar, pero sentirse solo
en medio del olvido, en el oscuro
campo de un corazón, es estar preso,
sin que siquiera una avecilla trine
para darme noticias de la aurora.
Y el estar preso en varios corazones,
sin alcanzar conciencia de cuál sea
la verdadera cárcel de mi alma,
ser el centro de opuestas voluntades,
si no es morir, es envidiar la muerte.
Dicen que soy un ángel
y, peldaño a peldaño,
para alcanzar la luz
tengo que usar las piernas.
Cansado de subir, a veces ruedo
(tal vez serán los pliegues de mi túnica),
pero un ángel rodando no es un ángel
si no tiene el honor de llegar al abismo.
A Federico García Lorca
Las barcas de dos en dos,
como sandalias del viento
puestas a secar al sol.
Yo y mi sombra, ángulo recto.
Yo y mi sombra, libro abierto.
Sobre la arena tendido
como despojo del mar
se encuentra un niño dormido.