I
Siempre desgraciado fui;
desde mi pequeña cuna,
a la incansable fortuna
de juguete le serví;
la noche en que yo nací
tronaba la tempestad,
y alaridos de ansiedad
la gente aturdida alzaba;
porque el cólera sembraba
el terror y la orfandad.
I
Siempre desgraciado fui;
desde mi pequeña cuna,
a la incansable fortuna
de juguete le serví;
la noche en que yo nací
tronaba la tempestad,
y alaridos de ansiedad
la gente aturdida alzaba;
porque el cólera sembraba
el terror y la orfandad.
¡Cómo llueven lisonjas y atenciones
cuando acaricia la fortuna grata;
pero si el bienestar nos arrebata,
todo es burla, desprecio, decepciones!
En el mísero valle de aflicciones
la amistad, en quien Jano se retrata,
erige altares a su Dios de plata,
que en la vida no hay más que situaciones.
Ciencia, venero de saber constante,
del Mártir-Redentor fúlgida palma.
Pitonisa de trípode brillante,
Tabor de luz que transfigura el alma.
Reina que todo sin luchar conquista,
maná del alma que entre luz desciende,
estanque de Siloe que da la vista,
blanquísimo fanal que Dios enciende
vestal cuya pureza no se iguala,
que el fuego inspirador guardas con celo
y eres ¡oh Ciencia!
Amistad… amistad… ¡frasismo vano!
el hombre, por esencia comerciante,
cuando puede comprar es un gigante,
cuando quieie vender es vil gusano.
Ya que hay en la amistad Mercurio y Jano,
me vuelvo como todos, traficante,
me pongo al mostrador con buen talante,
y doy la mano al que me da la mano.
¿Por qué si tus ojos miro
me miras tú con enojos,
cuando por ellos deliro,
y a la luz del cielo admiro
en el éter de tus ojos?
Cansado de padecer
y cansado de cansarte,
y queriendo sin querer,
finjo amor a otra mujer
con la ilusión de olvidarte.
Corazón que, renaciendo
a las ilusiones, vas
tu letargo sacudiendo;
sigue, corazón, durmiendo,
y no despiertes jamás.
Dos negros ojos te flechan
con sus dardos celestiales;
pero, aunque tiernos te acechan
esos ojos, ni sospechan,
corazón, lo que tú vales.
I
¡Santo cielo! ¿Quién diría
que tan grande amor sintiera,
que ardiente llanto vertiera
por ti, de noche y de día?
En mi existencia sombría
un infierno has colocado;
porque en mi ser desgraciado
despertaron tus miradas,
ilusiones olvidadas
en la tumba del pasado.
Te adoro como a Dios —dije a Gregoria—
y si te inflama esta pasión ingente,
yo juro que mi cántico ferviente,
como Dios hará eterna tu memoria.
Con luz de cielo escribiré tu historia,
pondré bajo tu planta el sol ardiente,
la regia luna brillará en tu frente
y hasta en la gloria envidiarán tu gloria.
Rico el viejo de abriles y arrogancia,
conozco el mundo, —dice— porque olvida
que es la existencia una perpetua infancia,
la vejez una infancia encanecida,
y la ciencia del hombre la ignorancia.
El anciano, ese niño que chochea,
pretende el velo desgarrar, impío,
de la verdad, que conocer desea…
¡pobre Ixion abrazado del vacío!
I
Cual fenece la luz del claro día
cuando tiende la noche su crespón,
así, entre sombra de tristeza impía,
murió mi corazón.
II
Como cae un águila orgullosa
herida por el plomo destructor,
así, herido por la suerte odiosa,
murió mi corazón.
Bebamos, mis amigos; el néctar delicioso
en cálices de oro, mitigue nuestra sed;
los labios de una virgen de seno pudoroso
nos lleven entre aromas de Venus al Edén.
En góndola de naipes, con séquito de hadas,
bogando sobre golfo inmenso de coñac,
á la isla del olvido marchemos, camaradas,
que al fin es la existencia perpetuo carnaval.
¡Qué lindos eran, qué lindos
de mi juventud los sueños!
¡qué ilusiones tan brillantes
brotaron en mi cerebro,
como brotan las estrellas
en la bóveda del cielo!
¡Cuánto el alma deliraba,
tesoros de amor vertiendo,
como la rosa que vierte
rico aroma con su aliento!
Arión, hijo de Ceres
y de Neptuno,
era caballo, y dizque
hablaba el bruto;
no extraño eso:
aquí los brutos hablan
en el Congreso.
Los nietos de Sesostris,
divinizaron
guajolotes y monos
y hasta lagartos:
aquí un conscrito
también es inviolable
como en Egipto.
Fantástica virgen,
visión ideal,
más linda que el cielo
es linda tu faz.
Yo sueño contigo
de amor un Edén,
que endulzan tus labios
del alma la hiel.
Tus labios más frescos
que rojo botón
de rosa, nacida
allá en Jericó.
Te adoré como a una Virgen
cuando conocí tu cara;
pero dejé de adorarte
cuando conocí tu alma
Cuestión de vida o muerte
son las pasiones,
si alguien lo duda, deja
que se apasione.
Las heridas del alma
las cura el tiempo,
y por eso incurables
son en los viejos.
La vida es combate,
la tierra palenque,
«el hombre es el lobo
del hombre», y en este
orates maldito
ninguno se entiende.
Aquí todos lloran,
aquí todos ríen,
aquí todos charlan,
corren, van y vienen;
y todos adulan,
arañan y muerden,
y engáñanse todos,
y todos prometen,
y todos se ponen
ceniza en la frente.
I
La calva fortuna,
la ciega deidad,
ilógica siempre,
dio a usted, Sebastián,
del buen Sancho Panza
la dicha casual.
Voacé, sin embargo,
no puede tocar
la flauta, y su genio
gubernamental,
no vale un pepino
para gobernar.
Sólo vengo a que ustedes se horroricen…
ya administra la aduana don Macario,
el de la estafa aquella, el refractario
digno de que un proceso le improvisen.
Escriban, por piedad… al mundo avisen
que ese hombre es ignorante y ordinario;
que se robó los fondos del Erario,
y tiene cola inmensa que le pisen.
Nunca olvides de tu hambre en los horrores
que tesoro es la fe, pan la esperanza:
quien va al Calvario, en el Tabor alcanza
la gloria que enaltece sus dolores.
Tras negra noche vienen los fulgores
de un sol divino que sus rayos lanza;
tras la borrasca viene la bonanza;
tras el soplo invernal llegan las flores.
I
Dadme vino, y barajas, y mujeres,
porque la vida se me va escapando;
quiero reír en báquicos placeres,
porque estoy con el alma sollozando,
quiero soñar con Capua y con Citeres,
que me está la razón asesinando;
quiero con el licor beber la vida,
quiero burlarme de mi fe perdida.
Érase un pueblo muy desgraciado
de cuyos lares huyó la paz:
en ese pueblo mandaba un indio,
que bien un indio puede mandar.
Los padres curas de aquella tierra
atesoraban riqueza tal,
que su avaricia contó por cuentos
lo que lograron atesorar.
Toma niña, este búcaro de flores;
tiene azucenas de gentil blancura
lirios fragantes y claveles rojos,
tiene también camelias, amaranto
y rosas sin abrojos,
rosas de raso, cuyo seno ofrecen
urnas de almíbar con esencia pura,
que en sus broches de oro se estremecen.
Nuestra senda regada está de llanto,
el placer del placer es el suicidio,
detrás de la ilusión está el fastidio
y detrás del fastidio el desencanto.
Lleno yo de fastidio y de quebranto,
sin fuerza ya contra la suerte lidio,
y muerto para el mundo, sólo envidio
a los muertos que guarda el camposanto.
I
Arcanidad terrible de la vida,
destino lleno de rigor sin nombre,
infancia entre las sombras escondida,
aprieta sin piedad, que das en hombre.
No esperes con tu golpe furibundo
avasallar mi soberano aliento:
es grande mi tormento como el mundo;
pero el alma es mayor que mi tormento.
Espíritu de fuego sagrado y rutilante,
tu voz la voz domina de ronca tempestad,
y soles mil coronan tu frente de gigante,
y brilla en tu mirada exscelsa majestad.
Señor, tú eras antes que todo lo creado,
antes que fuera el tiempo, Señor ya eras tú,
el ser de gloria lleno tú solo te lo has dado,
tú solo te formaste de tu espléndida luz.
Feliz yo que tendido boca arriba,
sin amo, sin mujer, sin nada de eso,
ni me duelo de Job, ni envidio a Creso,
ni me importa que el diablo muera o viva.
Indiferente a lo que el docto escriba,
en holganza constante me esperezo,
y después de roncar, canto el bostezo,
y después de cantar, Morfeo me priva.
Asomado al balcón, vi que pasaba
un gran entierro, su cortejo ingente
con pompa funeral, muy lentamente
invadiendo tres calles desfilaba.
Y más tarde pasó… ¿pasó?… ¡volaba
otro entierrillo rápido, impaciente;
iba el muerto en arcaz, hasta indecente,
y nadie al muerto aquel acompañaba.
I
Una soberana horrible
entre las sombras impera,
y su reinado es tranquilo
como el de la nada extrema.
De sombras es su ropaje,
de sombras en su diadema,
do en vez de piedras preciosas
negros puntos se condensan.
I
Niño de blondos cabellos,
süaves como la sonrisa
del querub,
que para jugar con ellos
descienda mansa la brisa
del azul.
Tienes la faz agraciada
brilla en tu frente preciosa
el candor,
y tu boca inmaculada
húmeda es, cual de la rosa
el botón.
Es del dios de las aguas el tridente;
es de Moisés la milagrosa vara;
es del salvaje la ligera jara;
es la espina dorsal de un pretendiente;
es la momia de tísico escribiente;
es la segur que al golpe se prepara;
es lanza que Telefo no empuñara;
es un timón delgado, pero ingente.