Soy el coplero cuyo cinismo
ha muchos años que celebró
en el estruendo de las orgías,
los funerales de corazón.
Mi cráneo, que antes se enardeciera
de los sueños con el calor,
de lindos sueños está despierto,
porque no es cierto lo que soñó.
Soy el coplero cuyo cinismo
ha muchos años que celebró
en el estruendo de las orgías,
los funerales de corazón.
Mi cráneo, que antes se enardeciera
de los sueños con el calor,
de lindos sueños está despierto,
porque no es cierto lo que soñó.
Lejos de ti, mujer encantadora,
sólo encuentro fastidio en derredor;
fastidio horrible al corazón devora,
porque sin ti no alienta el corazón.
Lejos de ti, el triste pensamiento
tu imagen halla sin cesar doquier,
y tu imagen divina es mi tormento,
y tu imagen divina es mi placer.
Derramando en mi ser dulce beleño
grato sueño mi frente acariciaba;
mas disipó la densidad del sueño
mi niñito Raziel, porque lloraba.
Abandoné mi lecho sin demora,
quemado por la fiebre de los males,
y al abrir el balcón, vi que la aurora
empañó con su llanto los cristales.
Tigre y León en lides irritantes,
promovidas por bajas ambiciones,
determinaron con sin par bravura
conducir con presteza
al campo del honor sus batallones.
(Se llama así, y se llamaba antes,
el sitio do se rompen la cabeza
multilud de asesinos ignorantes).
Héroes de carnaval, hijos mimados
de la casualidad, siempre oportuna,
en el poder os miro, sin que alguna
admiración me cause, que menguados
los pueblos, desde tiempos olvidados
fabricaron, sin lógica ninguna,
palacios, para audaces con fortuna,
presidios, para audaces desgraciados.
I
Es la estación de brisas y de flores,
y son bellas las flores y las brisas;
y los pájaros cantan sus amores,
y natura prodiga sus sonrisas.
II
Hermosa noche tiende
su manto. Hermosa luna
de su óvalo desprende
blanquísima la luz;
la luz en que derrama
ilusiones tan lindas,
que por ella se inflama
de amor el cielo azul.
Nadaba entre la nada. Sin empeño
a la vida, que es nada, de improviso
vine a soñar que soy; porque Dios quiso
entre la nada levantar un sueño.
Dios, que es El Todo y de la nada es dueño,
me hace un mundo soñar, porque es preciso;
Él, siendo Dios, de nada un paraíso
formó, nadando en eternal ensueño.
¿Y temes que otro amor mi amor destruya?
Qué mal conoces lo que pasa en mí;
no tengo más que un alma, que es ya tuya,
y un solo corazón, que ya te di.
¿Y temes que placeres borrascosos
arranquen ¡ay!
En la senda, Virgen santa,
que con llanto humedecieron
los seres que el ser me dieron,
imprimo mi tierna planta.
Luz que la gloria abrillanta,
Madre del Verbo hecho hombre,
haz que la zarza no alfombre
mi camino.
Es la vida un enjambre de ilusiones
en cuyo extremo están los desengaños,
pues plugo a Dios que el árbol de los años
produjera terribles decepciones.
Brújula del mortal son las pasiones;
el hombre es germen de sus propios daños,
y embriagado con fútiles engaños
busca felicidad, tiene aflicciones.
Según Pedro, un borrico desgraciado
tuvo en la tierra tan contraria suerte,
que hambriento siempre trabajó azotado,
y un golpe fue la causa de su muerte.
Al expirar el mártir se alegraba,
creyendo que después de su agonía,
el descanso perpetuo le esperaba,
y la ausencia del palo que temía.
No hay otro bien que al de vivir iguale:
es la existencia una ilusión mentida:
la vida es nada, porque nada vale,
y todo acaba al acabar la vida.
—Mas cuando el alma de su cárcel sale,
¿el alma adónde va?
Flores hermanas, como yo despiertas
en tranquila alborada
de existencia feliz: niñas que inciertas
avanzando con planta inmaculada
del templo del saber tocáis las puertas;
yo con vosotras, por ventura unida,
bendiciendo mi aurora,
feliz piso el umbral de ignota vida,
porque aquí nuestra ilustre directora,
es mi estrella polar, mi noble egida.
Fue un ángel de pureza y de ternura
a quien temprano persiguió la suerte;
pero de pronto su llanto de amargura
vino a enjugar el ángel de la muerte.
En la tumba encontró lecho de flores,
los abrojos dejando en el camino;
y su noche de sombra y de dolores
la luz del cielo a disiparla vino.
¡Pobre de mí! Las horas que pasaron
horas de luto y de pesares fueron;
y las horas que aquellas remolcaron,
saturadas de lágrimas vinieron.
¡Pobre de mí! Fatalidad sombría
me persigue doquier amenazante,
y en mis horas salvajes de agonía
es un nuevo martirio cada instante.
Tres dioses hay en uno soberano
del romanismo en los celestes lares;
dioses hay del salvaje en los aduares,
y en el Nimbos también, del bonzo ufano.
En el absurdo Olimpo del pagano
los dioses se registran a millares;
dioses hay de Vischnú en los altares,
y de Mahoma en el Edén liviano.
Hijo, ¿crees que un ángel insurgente
se cayó del infierno en las parrillas?
¿Crees que Adán parió por las costillas
y que Eva dialogó con la serpiente?
¿Crees que pecas porque aquella gente
una manzana se comió a hurtadillas?
En un rincón oscuro del infierno
el amigo Luzbel está en cuclillas,
la siniestra descansa sobre un cuerno
y en la diestra se apoyan sus mejillas.
Muy grave debe ser lo que sin bilis
medita hoy la majestad candente;
pero… ¡Silencio!… ¡Dio con el busilis!
Si de la aurora diamantina
se dibujan los célicos albores
los pájaros del viento moradores
al éter mandan su canción divina.
Y si el sol orgulloso se reclina
sobre un lecho radiante de colores,
llenas de amor las carminadas flores
entreabren su corola purpurina.
I
Arrastro una vida
de luto y dolor;
a todos les choco,
me choco hasta yo;
y todos los hombres
me excluyen,
en medio de todos
maldita excepción.
Encina tronchada
del viento al furor,
mi copa gigante
la tierra besó.
I
¿Quién eres, di, sombra errante,
que me sigues pertinaz,
y doquiera que la faz
vuelvo, te miro delante?
¿Eres la memoria estuante
de lejano devaneo,
o al engendrarte el deseo
con mi propio ser batallas?
Esta vida es un misterio,
una visión vaporosa,
una vereda escabrosa
que conduce al cementerio.
Siempre la ambición que mueve,
siempre delirios que embriagan,
siempre sueños que no apagan
ni los años con su nieve.
El hombre hasta vacilando
al borde del ataúd,
sueña, en su decrepitud,
siempre la dicha esperando.
La madre Sor Ramona
de San Jerónimo,
suspiraba una tarde
rezando en coro.
¡Cruel dolencia!
amaba como burra
su reverencia.
Un cojo mozalbete,
chato y robusto,
encendió de la monja
el seno túrgido.
El caballero,
ejercía de sacris
y campanero.
¿Está bien un ángel en el mundo?
Shakespeare
Blanca Rosa inmaculada,
que con blanca luz bañó
inocente una alborada;
blanca Rosa perfumada
con el aliento de Dios:
tú, la tímida azucena,
tú, la del carmen encanto
que meció el aura serena,
y nunca empañó la pena
con una gota de llanto:
tú, el éter que en un momento
dejó el brillante cristal;
pluma que en alas del viento
subió al azul firmamento
para no volver jamás:
tú, que la tierra temida
apenas, Virgen, rozaste,
y por genios suspendida
de cándida luz vestida
a otra región te elevaste:
tú, que en vaporosas salas
gozas de un mundo mejor,
ángel de brillantes galas
cuyas blanquísimas alas
nunca este mundo enlodó;
tú, a quien del velo de esposa
formó la muerte el sudario
que cubre tu faz preciosa,
y del tálamo de rosa
un túmulo funerario:
tú, que volviste la espalda
a los placeres de aquí;
tú, que la nupcial guirnalda,
la dejaste por la gualda
del Edén, digno de ti:
tú, que en esfera infinita,
hija de la luz y el cielo,
tienes tu historia bendita
por mano de Dios escrita
sobre el estrellado velo:
tú, que sintiendo emociones,
que yo de pintar prescindo,
habitas altas regiones,
y entre nubes de crespones
eres el ángel más lindo:
tú, que en beatitud tranquila
a Dios contemplando estás,
y de Dios en la pupila,
como en mar de luz, vacila
dibujada, ángel, tu faz;
tu faz donde se atesora,
el brillo de las estrellas:
plega tus alas ahora
que mi razón se evapora
queriendo seguir tus huellas;
Y si puedes el acento
que parte del corazón
escuchar desde ese asiento
que tiene por pavimento
el rostro regio del sol;
deja la órbita estrellada,
baja, y verás de Gabriel
la faz de llanto surcada,
que si en la tumba eres nada,
eres todo para él.
Bajo el ciprés doliente que vigila
de tus restos la tumba funeraria,
quiero elevar mi férvida plegaria
al trono del Señor.
Fue tu cuerpo clavel que al rayo ardiente
del sol, desplega el rojo terciopelo,
y marchito después por cano hielo
se dobla sin color.
¡Qué tonto es el hombre
que nunca se dobla!
¡Qué sabio el que tiene
flexibles las corvas!
I
Conozco yo a un mico
que ayer sin la torta
vagaba, cual vaga
perdida la nota.
Asaz monarquista
con puntas de hipócrita,
rezando en la iglesia
gastaba sus rótulas.
Pagó Satán su avilantez maldita;
Eva pagó su falta de recato;
pagó Caín su negro asesinato,
y su lascivia el torpe sodomita.
Pagó su orgullo Cora el israelita,
su locura fatal pagó Erostrato;
pagó su iníamiai el Iscariote ingrato,
y su deicidio la nación precita.
Si es linda la blanca luna
de luceros tachonada,
que se espeja en la laguna
desde el éter reclinada,
es más linda tu mirada.
Si es lindo ver, con donaire,
gasa de luz delicada
remecida por el aire
en la cortina azulada,
es más linda tu mirada.
Ni la luz refulgente de la aurora,
cuando rasga del cielo la cortina,
ni los rayos de fuego con que dora
el ígneo sol la corpulenta encina,
pueden brillar, mujer fascinadora;
que todo tu mirada lo domina,
y a la aurora y al sol les causa enojos
la luz fulgente de tus lindos ojos.
Bella y feliz, señora respetada,
fuiste en áureo salón reina preciosa;
mas te dejó la suerte caprichosa
sin hijos, sin honor, sin fe, sin nada.
Por quemante despecho arrebatada
hoy que vives en crápula estruendosa,
eres más que el cinismo escandalosa,
y más que la desgracia, desgraciada.
Gentil, preciosa, de crespón cubierta
ángel-mujer, sublime, sin defecto,
entróse a un casuquín de sucio aspecto
a la vez que de allí salió una tuerta:
y yo, sintiendo la ilusión despierta
al blando impulso de inocente afecto,
quise saber quién era, y al efecto,
pregunté a la mujer que vi a su puerta:
«¿Quién es el ángel divinal, muchacha,
que entró a esa casa cuando tú salías?»
Y la tuerta, soez y vivaracha,
dijo riendo ante las barbas mías:
«Qué ángel ha de ser, ni quiojo diacha,
si es Nicanora la den cá Matías»*.
«¡Oíd!»—gritaba un charlatán osado,
ante inmenso auditorio de babiecas
que en derredor bullía,
y escuchaba extasiado,
como el concurso aquel de las Batuecas,
o como escucha a veces
el pueblo rey en alta galería
del onogro conscrito las sandeces.
En ruin lugarejo bien lejano,
Homobono los títeres movía,
y a un muñequillo con primor hacía
tejer piruetas y cantar. No en vano;
porque el público, en títeres profano,
entusiasta, frenético aplaudía;
y el alcalde creyendo brujería
tal cosa, dijo al titerero: ¡hermano,
posible es que ese mono que me encanta
baile y accione, mas cantar en tono
es un prodigio que en verdad espanta!
Siempre hay vientos abrasadores
que pasan por el alma del hombre
y la desecan…
Lamenais
I
Yo, mujer, te adoré con el delirio
con que adoran los ángeles a Dios;
eras, mujer, el pudoroso lirio
que en los jardines del Edén brotó.
Tranquilo el tonto en su moral penumbra
vive feliz, porque su fe palpita;
jamás la fiebre de saber le agita,
ni la falta de luz le apesadumbra.
El sabio con la gloria se deslumbra,
y entre la duda y el dolor medita;
porque el talento es lámpara maldita
que los horrores de la vida alumbra.
Es la gloria fantasma de colores;
la vida es un infierno pasajero;
la amistad, accidente del dinero,
el amor es un Gólgota entre flores.
La juventud es germen de dolores;
la vejez, una infancia sin babero;
la ciencia altiva del mortal, un cero;
los altares de Cristo, mostradores.
Virtud excelsa, tu perfume aspiro
en la voz de mi madre cariñosa,
y de mi sueño en el crespón te miro
tranquila sonreír, virgen preciosa.
De blanca veste y vaporosa falda,
fuente de inspiración, rico tesoro;
flor que mece en varilla de esmeralda
hojas de nácar y botón de oro.
Me hizo nacer la suerte maldecida,
de sombra y luz conjunto inexplicable;
que oculta en mi corteza despreciable
arde un alma grandiosa y descreída.
Llevo en mi frente, do la audacia anida
un mundo de ilusiones impalpable;
soy, en fin, un misterio impenetrable,
que me agito en el sueño de la vida.